Lo femenino entre los sexos

Este texto es una versión reducida del trabajo presentado el 15 de octubre en el espacio de la Comunidad de Catalunya de la ELP – preparatorio de las XVIII JORNADAS DE LA ELP- “La discordia entre los sexos a la luz del Psicoanálisis”.

El trabajo pretende articular los dos textos freudianos “Sobre la sexualidad femenina” (1931) y “La Feminidad” (1932) con los trabajos posteriores de Lacan, tomando como principales ejes del desarrollo el estrago materno y el goce femenino.

 

Lo femenino representa lo desconocido, tanto para los hombres como para las mujeres, pues escapa a cualquier representación y se vuelve indefinible convirtiéndose en un misterio para el ser hablante.

Desde su inicio el trabajo de Freud es con las mujeres. Él contribuyó en su camino para convertirse en sujetos creíbles y audibles. Su recorrido con ellas le llevará a preguntarse sobre los caminos del goce en la sexualidad de las mujeres. Se encontrará con ese más allá del falo, del que nos dará cuenta Lacan, la misteriosa sexualidad femenina que abocará a su pregunta “¿Qué quiere una mujer?”.

Esa será la pregunta del hombre a la que las mujeres responderán con “¿Qué es una mujer?”. Porque el problema es saber si la mujer es igual o diferente al hombre. La pregunta primordial para cada sujeto se refiere a la diferencia entre los sexos: no hay simetría, prevalece la disimetría. Y lo femenino constituye el paradigma de la alteridad.

Entender el proceso de transformación de la niña y su desembocadura en mujer será un trabajo que acompañará a Freud siempre. Desde la orientación de los saberes científicos de su época, se enfrenta al enigma de la diferenciación de los sexos: “…concluiréis –nos dice- que lo que hace la masculinidad o la feminidad es un carácter desconocido que la Anatomía no puede aprehender”1.

La anatomía es el destino, cree Freud, pero ahí se equivocó nos dirá Lacan. Con lo que tenemos que vérnoslas es con una pluralidad de goces que se separan de la anatomía.

El complejo de castración producirá la salida del Edipo en el niño, pero el Penisneid no suprime el Edipo en la niña, sino que la empuja a él y lo abandonará lentamente. Lacan situará la castración materna como elemento central del Edipo y abrirá la dimensión de la feminidad dando un paso más allá de Freud al establecer que se trata de una elección del sujeto: aceptarla o rechazarla.

Freud pidió a las mujeres psicoanalistas que trabajaran para esclarecer las particularidades de la sexualidad femenina. Karen Horney, Helene Deutsch, Melanie Klein entre otras respondieron y Freud tuvo en cuenta sus aportaciones. Pero los posfreudianos no podrán desprenderse de la restricción que supone la dialéctica fálica.

En los artículos de 1931 y 1932 sobre la sexualidad femenina, Freud se distancia del sustrato anatómico e investiga cómo surge la mujer. Nos manifiesta su renuncia al “paralelismo puro y simple entre el desarrollo sexual masculino y el femenino”2 y realza la importancia de la fase preedípica en la niña. La masculinidad original de la sexualidad permanecerá como efecto residual en la alternancia de posiciones femeninas y masculinas de la feminidad.

La madre, como Otro primordial, será el primer objeto de amor para ambos, pero la vinculación “es mucho más importante en la mujer de lo que podría ser en el hombre”3, nos dice Freud. La singularidad de la relación con el Otro materno se revelará en el caso por caso, pero se destaca la intensa ligazón preedípica de amor de la niña.

La influencia de la envidia de pene aparta a la niña de la madre, a la que demanda el falo que le falta. Esta demanda, esta exigencia de amor se convertirá en una pasión femenina abocada al fracaso y a la decepción; imposible de ser satisfecha podrá desembocar en el estrago de la relación madre-hija. El amor preedípico a la madre podrá trocar en hostilidad y en odio que puede perdurar toda la vida. La niña hace responsable a la madre de lo que asume como desventaja.

La problemática femenina queda situada en la falta, en el no tener, atrapada en el imaginario del cuerpo y reforzada por las marcas simbólicas. La resolución, para Freud, se sitúa en la disolución de la vinculación de la niña a su madre y su orientación hacia el padre para obtener, por substitución, la compensación que representará la maternidad. Pero lo femenino no se reduce a la maternidad.

Freud señala la necesidad de ser amada antes que amar como peculiaridad femenina y apunta a la solución por el lado del tener para la posición femenina. Pero sabemos que se puede disponer de otro registro, el del lado del ser, “fabricarse un ser con la nada”4 dice Miller como posibilidad de resolución.

La intensidad de la ligazón con la madre es un hecho de estructura: ser el objeto en el deseo materno inaugura la realidad de goce del sujeto. Lacan equipara el deseo de la madre a las fauces abiertas de un cocodrilo y dice que es necesaria la intervención del padre, para evitar el cierre de esa boca, prohibiendo a la madre reintegrar su producto. La relación que se establece con el deseo del Otro materno es seductora y devastadora y convierte al estrago materno en un asunto inherente al ser hablante.

En el lugar donde el significante sexual se revela como inexistente, junto con el de la muerte, se introduce el goce que une al ser hablante con el Otro materno. Abriendo las preguntas referidas a qué lugar tiene en su deseo y cómo se articula a su goce el hijo, Lacan desplazará la relación de la mujer como madre virando del falo al niño en tanto objeto causa de deseo.

En los artículos sobre la sexualidad femenina, Freud dice que no puede proseguir, que sus conocimientos son insuficientes y reconoce sus aportaciones como incompletas y fragmentarias. Pero del mismo trayecto freudiano se desprende que no existe una esencia femenina. Lacan modificará la pregunta de Freud y destacará con ello que no es posible construir un universal de las mujeres porque la posición femenina queda situada más allá del Edipo, más allá de la lógica del Uno fálico, en la lógica del no-todo. Lacan opone el devenir mujer y el preguntarse qué es ser una mujer. Opone la feminidad a la histeria y afirma “La mujer no existe”, estableciendo lo femenino como uno de los nombres de lo real.

Lacan hablará de sexuación y dirá que, en la distribución sexuada, entre el universal afirmativo –el todo del lado del hombre- y el particular negativo –el no-todo del lado de la mujer-, resulta imposible escribir una relación lógica entre dos términos porque falta el significante que nombre a La mujer, imponiéndose el una por una.

El goce femenino situado fuera del dominio fálico descubre un campo del goce que queda fuera de la impregnación por lo simbólico y hace a la mujer no-toda respecto a la función fálica. Aunque participa de la función, por su condición de ser hablante, la mujer tiene que hacerlo sin el apoyo corporal e imaginario del órgano. Para que su goce tenga un objeto, necesita el deseo del Otro. Ese Otro goce femenino se experimenta, está “fuera de discurso”, no se puede significantizar y rebela su conexión con lo imposible como real. Lacan abordará la sexualidad femenina desde la dualidad de goce.

Como decíamos al inicio, la pasión femenina aboca a la exigencia de amor y a la búsqueda de sus signos comprometiendo su modo de gozar. En su potencialmente infinita demanda de amor puede perderse a ella misma y encontrarse con el retorno desde su pareja bajo la forma del estrago. Consintiendo al fantasma del hombre la mujer puede dárselo todo. En el estrago, como solución electiva femenina, se juega lo ilimitado del goce femenino.

La no complementariedad entre hombre y mujer lleva a Lacan a la formulación de “no hay relación sexual” que pueda escribirse entre hombres y mujeres porque la necesidad sexual no es susceptible de medida. En las formas de gozar encontramos asimetría radical entre los sexos. Pero, aunque no podemos escribir la relación, la podemos hacer pasar por la palabra y con ello organizar un discurso sobre el sexo. Esa imposible relación, entendida en el sentido de una ley natural, implica que el lazo solo puede darse por medio del discurso. En ese discurso el amor hace lazo y en ese punto suple la relación sexual que no se escribe.

El goce masculino no necesita de la palabra, pero es necesario que el hombre hable, le hable y con eso que la ame para que una mujer pueda gozar. Del lado femenino, no se puede gozar sino del habla, con preferencia del habla de amor. Ese Otro que le habla confirmando que es el objeto de su deseo podría ser el que llenara su falta. Podría ser, porque el goce femenino se presenta ilimitado y su deseo no tan descifrable. Las mujeres pueden estar a un paso del sin límite del goce, pero también disponen de una gran inclinación a hallar una resolución particular para acomodarse con el goce imposible de negativizar y a saber hacer con lo imposible de decir.

 

Notas:

  1. Freud, Sigmund. La feminidad. Biblioteca Nueva, p. 3165.
  2. Freud, Sigmund. Sobre la sexualidad femenina. Biblioteca Nueva, p. 3078.
  3. Ibid., p.3081.
  4. Miller, Jacques-Alain. De mujeres y semblantes. Cuadernos del pasador, Buenos Aires 1994, p. 88.