LAS FUENTES JUDAICAS DEL PSICOANÁLISIS. Por Juan Pundik (Madrid)


(Tapa del libro que hoy presenta su autor. PUNDIK, J., (2005), Las fuentes judaicas del psicoanálisis, Madrid: Filium.)

En una carta a su discípulo, el pedagogo Oskar Pfister, Freud se preguntaba: “¿Por qué el psicoanálisis no fue creado por uno de los tantos hombres piadosos, por qué se ha esperado a que fuese un judío completamente ateo?”. Pfister le contesta a Freud negando: “En primer lugar usted no es judío y, segundo, no es ateo, porque aquel que vive para la verdad vive en Dios. Nunca hubo mejor cristiano”. Pfister no quiso entender que Freud era ateo y era judío, una combinación que como a muchos otros entonces y ahora, le resultaba evidentemente intolerable.
En el prólogo para la edición hebrea de Tótem y Tabú, Freud escribe en 1930: “A ninguno de los lectores de este libro le resultará fácil situarse en el clima emocional del autor, que no comprende la lengua sacra, que se halla tan alejado de la religión paterna como de toda otra religión, que no puede participar en los ideales nacionalistas y que, sin embargo, nunca ha renegado de la pertenencia a su pueblo, que se siente judío y no desea que su naturaleza sea otra. Si alguien le preguntara: 'Pero, ¿qué hay en ti aún de judío, si has renunciado a tantos elementos comunes con tu pueblo?', le respondería: 'Todavía muchas cosas; quizá todo lo principal'”.
Jacques Lacan en El saber del psicoanalista hace una afirmación elocuente: “El psicoanálisis surgió de la tradición judía”.
Ya en su Autobiografía, Freud apelaba a esas fuentes iniciales: “Aunque viviésemos en circunstancias muy limitadas (...) mi padre insistía en que, en la elección de profesión, yo siguiese mis propias inclinaciones (...) Ni en esa época, ni en mi vida posterior, sentí una predilección particular por la carrera de médico. Me movió, más que nada, una especie de curiosidad, que se dirigía más a las cuestiones humanas que a los objetos naturales (...) Mi precoz contacto con la historia bíblica (cuando aún no había terminado de aprender a leer) tuvo, como comprendí más tarde, un efecto duradero sobre la dirección de mi interés”.
Lo que el psicoanálisis adeuda a Sófocles, Aristóteles, Platón, Shakespeare, Schiller, Goethe, Darwin, Charcot y Dostoievsky ha sido objeto de detenidos estudios. Las influencias que tuvieron en Freud las culturas griega, romana, egipcia y cristiana constituyen una serie de temas fácilmente reconocibles en la lectura de su obra y su correspondencia. Conceptos centrales de su teoría tales como el narcisismo, que toma este nombre del mito de Narciso, y el complejo de Edipo extraído de las tragedias de Sófocles, no dejan lugar a dudas. Los relatos de la niñera cristiana de Freud acerca del pecado y el infierno y las explicaciones que le daba cuando lo llevaba a misa están descritos en sus biografías. ¿Por qué no considerar que las fuentes judaicas del psicoanálisis justifican, como mínimo, el mismo tratamiento?
El ocultamiento de la compleja relación de Freud y el psicoanálisis con la tradición cultural judía tuvo su origen, en parte, en el propio Freud quien, con fundadas razones, temía que su creación fuera tildada de judía, en un medio tan declarada y beligerantemente antisemita como lo era la Europa en la que desarrolló su pensamiento y obra. En la biografía oficial de Freud, que nos legara su discípulo Ernest Jones, apadrinada unánimemente por sus colegas de la Asociación Psicoanalítica Internacional y por la propia Anna Freud, se evitó profundizar en este tema concreto. Debió existir un acuerdo tácito entre los protagonistas de la historia, para intentar suavizar esta particular aspereza que, sin duda, hubieran incrementado las ya suficientes resistencias que trabaron y continúan trabando la divulgación del psicoanálisis.
El nexo entre el psicoanálisis y los textos fundamentales del judaísmo no era para mí una cuestión obvia. Se me fue haciendo evidente como judío y como psicoanalista con el transcurso del tiempo. Ahora me resulta extraño e incomprensible que este descubrimiento me haya llevado tanto tiempo. Releyendo los textos de Freud que transcribo a la luz de esta investigación me sorprende no haberles prestado atención suficiente en lecturas anteriores.
El eje de este libro es la hipótesis de que el psicoanálisis, cuya teoría comparto y cuya práctica ejerzo, hunde sus orígenes en la lógica y el pensamiento judíos. Fue un pensador de mentalidad racionalista judía y de educación católica, Jacques Lacan, el que devolvió al psicoanálisis las características interrogadoras del texto, de la palabra y de la letra, que le había dado Freud y que tan caros son al pensamiento judío. Y es otro pensador de mentalidad racionalista y educación judía, Jacques-Alain Miller, el que continúa liderando esta tarea.
Jorge Alemán, psicoanalista y filósofo, uno de los más destacados pensadores que posee la lengua castellana, refiriéndose a Freud considera que: “Hubieran sido inconcebibles La interpretación de los sueños, sus teorías del desciframiento, su atención a los procesos que hacen homólogos al inconsciente y a la palabra, si no hubiera surgido en el seno de la tradición judía. A la que ha laicizado porque es un hombre de las Luces, un hombre de la Ilustración, un espíritu científico”.
Los títulos de los capítulos en los que he dividido el libro reflejan el recorrido documental e histórico seguido en la elaboración del texto: El sentido de la vida y la alegría de vivir, la Torá y el Talmud conocidos por Freud, los conceptos y metodología psicoanalíticos inspirados en esos textos, la similitud de las formas de transmisión, la condición nazi de Carl Jung, la desconocida copresencia de Sigmund Freud, Adolf Hitler y Theodor Hertzl en Viena, el velado filicidio oculto tras el parricidio, la pesadilla del Moisés, las fuentes judaicas en Lacan y Miller, la diáspora de los judíos y el exilio de los psicoanalistas y un intento de interrogarse por las causas de la Shoa.

Juan Pundik (Madrid).
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NOTA de la Redacción: Se anima a los lectores de este libro a incorporar sus comentarios. FMA.