LA ERRANCIA DE LOS JÓVENES. Por Françesc Vilá (Barcelona).


(FRANÇOIS BOUCHER -1703-1770-, La odalisca rubia, 1752, München, Alte Pinakothek Bayerische Staatsgemäldesammlungen.)

Entre la insatisfacción y el desamor.
1. Introducción familiar.

El marco y la atmósfera de este texto se orientan en el texto de Jacques Alain Miller titulado “Acerca del Gide de Lacan”. Este opúsculo ofrece excelentes líneas de fuerza para leer algunas series de malestares de la civilización. Sus coordenadas delimitan un campo que va desde el laberinto de la personalidad en tensión con su sintomatización, hasta las relaciones del hombre postmoderno con la letra en el cuerpo y su destinatario privilegiado -el psicoanalista-, en el otro extremo.
Un poco de historia. Los comedores de los hogares catalanes de antes de la guerra civil española tenían, como imagen de cabecera, ya sea la santa cena, la dama de la república, evocaciones de la masa obrera o figuras de la fuerza incontestable de la naturaleza. Salta a la vista que se trataba de ordenes ideológicos y convivenciales encontrados, pero evocaban trascendencia. Compartían el anhelo de una imagen del hombre moderno proyectado en el progreso y en el futuro. Postulaban por un Hombre Nuevo.
Las salas de estar de los años 50 y 60 del siglo XX esconden, entre pinturas abstractas de Tapias –con minúscula y mayúscula-, la luz del hongo atómico y la oscuridad del campo de concentración o del gulag soviético. Digamos de pasada, que merodeando por las reflexiones autobiográficas de Tapias encontramos, no sin cierto pasmo, tanto la influencia de la espiritualidad oriental tendente a la desposesión como el relee de un materialismo histórico que dice bienaventuranzas de la lluvia fina de enseres.
Los apartamentos de los años 80 guardan junto a los libros de las estanterías de Muebles La Fábrica la foto de la niña viet huyendo del infierno del napal, un video de “Apocalipsis Now” con secuencias que van desde la vista aérea de los soldados americanos haciendo surfing, pasando por los “flash” del capitán Sheen padeciendo una crisis de “panic attack”, hasta el remonte del río para ir al encuentro con Kurt. Y la colección la remata una escultura minimalista, un pedacito de yeso coloreado del muro de Berlín y las manchas del negro abstracto que representan al continente africano dejado a su suerte.
Desde las imágenes del comedor de los años veinte hasta las escenas del apartamento del final de siglo asistimos al desguace, lento pero inexorable, de las imágenes que conforman al hombre moderno y su mentalidad. La quincalleria intelectual llena el bazar de ideas y conceptos desmochados. A estos restos Ulrich Beck, con aguda perspicacia, llama “conceptos zombi”. Ojo, parece que aún son restos y no escorias.
En medio de este nuevo escenario mitad zoco mitad gran superficie comercial, el individuo, adolescente o joven, del siglo XXI es el producto estrella de la modernidad. Suele ser presentado como el resultado del gran triunfo del proyecto ilustrado. Forma filas como desarraigado de la etnia, desenrolado de la conciencia de clase, descreído del progreso y desordenado del amor conyugal.
Los hay que pasan largas horas delante del equipo de “home cinema”, en la red o en el hiperespacio o impregnados de la lluvia fina de objetos que lista Miller en “La Tumba del Hombre de Izquierdas”. Estos individuos jóvenes pueden sobrevivir junto a las menguantes clases medias que montan sus “hogares” con estética IKEA en unos espacios construidos en la confusión entre lo privado y lo público, entre el desmontaje familiar y el comunitario, o también asfixiarse entre los ciudadanos adinerados que sueñan con la casa inteligente que la domótica anuncia como interactiva con el ecosistema.
Otros jóvenes se adentran en el estilo de vida desarraigado, en los sub mundos de la calle de los suburbios y los guetos.
De todas maneras, todos comparten desafección, desvinculación, precarias expectativas laborales y condición de consumidores.
El inconformismo del adolescente moderno, su proyecto de vida de llegar a ser una persona inserta en la época, ha dejado paso al joven regularmente insatisfecho y errante con una biografía de bricolaje hecha a base de funcionar en un presente continuo.
Su sentimiento de vida generalizado se estanca entre la insatisfacción, la anorexia mental, el padecimiento del ánimo y la convicción de desheredado. Asistimos a una transformación sin parangón de la mente humana, observable en las nuevas generaciones.
Los educadores hablan, con cierto ánimo atónito, de la moral de la desvinculación de los jóvenes: poca asunción de responsabilidades personales, inflación de derechos y rechazo de deberes, recurso sistemático al Estado, individualismo a ultranza, tendencia al abuso del servicio público... Todo ello envuelto en una atmósfera de impotencia generalizada y contable mercantilización de las actuaciones.
Algunos autores del pensamiento contemporáneo (Dany-Robert Dufour, Pierre Bourdieu, Ulrich Beck...) constatan cómo asistimos a la destrucción del sujeto dividido surgido entre dos tiempos importantes de la modernidad. El sujeto del conocimiento kantiano basado en un pensamiento que oscila entre la intuición y el concepto y el sujeto neurótico freudiano orientado por le ética del saber inconsciente y su psicopatologia cotidiana, a los cuales podemos añadir el sujeto de síntesis construido como proletario marxista, dejan paso a algo diferente.
Quizá ha llegado la hora de “socializar” el saber del Campo Freudiano sobre el sujeto lacaniano constituido bajo el cenit del objeto fetiche o mercantil. El sujeto lacaniano está presto tanto para actuaciones de salud como intervenciones sociales. Acciones que se vislumbran como “decisivas para la subjetivación del malestar” y que justifican, una vez más, la utilidad pública del psicoanálisis, como una disciplina más entre las ciencias conjeturales del Hombre.

Francesc Vilà (Barcelona).
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(Inauguramos con este POST una nueva categoría para el BLOG, JÓVENES. Animamos al Debate, a insertar comentarios, a cuantos jóvenes lo deseen y a quienes desarrollan su labor en este campo.Redactor-FMA).