¿VIOLENCIA GRATUITA? Por José Ramón Ubieto (Barcelona)


("Jugadores de Baseball practicando" (1875), de Thomas Eakins, -1844-1916-, Museo Arte Escuela Diseño de Rhode Island)

(Reproducimos este artículo de José Ramón Ubieto, psicoanalista en Barcelona, publicado en LA VANGUARDIA el 22 de diciembre de 2005).
¿Violencia gratuita?
El asesinato reciente de una indigente por parte de tres jóvenes es, sin duda, uno de esos hechos que nos conmueven y al mismo tiempo nos provocan un sentimiento amargo, mezcla de extrañeza y rabia. La primera explicación, quizás precipitada, es atribuir a esa violencia un calificativo muy poco "explicativo": violencia gratuita , haciendo alusión a una violencia sin sentido que sólo se justificaría por el placer que provoca en sus actores. Una violencia caracterizada por un exceso que desborda las explicaciones relativas a la crisis de socialización, a la influencia de las bandas o a la tentación delictiva. La película de Kubrick "La naranja mecánica" fue pionera en mostrar esa violencia excesiva y malvada, sin objeto.
Es una violencia que nos resulta especialmente insoportable porque pone de manifiesto la existencia de una pulsión destructiva más allá de toda razón o interés confesable. Es la pulsión de muerte en forma pura, lo cual contraviene todo el empuje de nuestra sociedad en pos de una civilización anestésica, capaz de reprimir cualquier manifestación de la muerte (dolor, duelo, pérdida..). Es el retorno de un fantasma que conocimos a partir de la Segunda Guerra Mundial con el Holocausto y la bomba de Hiroshima: el fantasma de la inhumanidad como perteneciente a lo más familiar de cada uno.
Pero ¿podemos hablar de la violencia como gratuita sin deslizar en ese adjetivo una supuesta irracionalidad que escaparía a cualquier lógica? Seguramente la razón no se basta por sí sola para entender la lógica que subyace a estos actos y por eso necesitamos otros instrumentos conceptuales como es la hipótesis del inconsciente.
Los llamados trastornos de conducta son un buen ejemplo para captar esta lógica. Vemos cómo aparece en estos chicos el goce, su satisfacción pulsional, con un rasgo de exceso, relacionado con su significación personal de fracaso y la imposibilidad que tienen para articular un relato razonable a su alrededor. Ese sentimiento íntimo puede ser compatible con una presentación social normal e incluso ocultado tras un velo donde la efusión narcisista de victoria sobre el destino, de control de su entorno, es reforzada por la violencia y el consumo de tóxicos.
Estas conductas tienen como finalidad huir de sentimientos intensos de angustia producida por fenómenos psíquicos diversos y no tienen otro sentido que la satisfacción pulsional que comportan, ligada al sadismo de la agresión y al hacerse ver ante la mirada del otro.
No se trata, pues, de una violencia gratuita, hay un precio por ella, en términos de desconocimiento subjetivo. Es una estrategia defensiva que hace que estos sujetos se anticipen mediante sus pasajes al acto, como es el caso del suceso a que nos referimos; a ese rechazo que imputan al otro y que los confirmaría en esa posición de extraños, de anormales,de loosers (perdedores). El anything is impossible (nada es imposible) prometido se convierte en una mala jugada para esos adolescentes que deben convertirse en personas adultas.
¿De qué rechazo se trata si todo apunta, en este caso, a la inexistencia de carencias en las familias de estos jóvenes? Tenemos un primer dato para entender los procesos psíquicos implicados: los niños aprenden a decir no antes que a decir sí y este no está vinculado a aquello que le resulta, al sujeto infantil, desagradable, insoportable y que por tanto sitúa afuera , en el exterior, como si se tratara de algo ajeno.
Podemos decir, entonces, que este movimiento es el primer signo de la capacidad de tolerancia y que, por tanto, es, al mismo tiempo estructural, es decir, no evitable y necesario según la lógica de constitución del sujeto humano. Es a partir de aquí donde se puede establecer un límite exterior/ interior y por tanto definir un espacio mental propio.
A este rechazo inicial le seguirán otros secundarios que nos crearan la ilusión de la no-relación con lo rechazado, que quedará así como extranjero, radicalmente otro para nosotros, cuando, sin embargo, es lo más íntimo. Todo eso que nos desagrada, que nos molesta, tratamos de atribuirlo al otro como si él fuese el responsable de nuestro propio malestar.
El problema, como decía Freud, es que lo reprimido siempre vuelve, aunque sea de manera cifrada, y lo que retorna nos resulta intolerable y haremos lo posible para no saber nada y reprimirlo otra vez siendo objeto de nuestro desprecio.
Es eso que podemos definir como la teoría neurótica de la vida: atribuir al otro los propios fracasos: laborales, sociales, familiares, personales, sexuales. Este otro (inmigrante, indigente, homosexual, Estado...) tiene la culpa de las vicisitudes de mi vida y yo, así, no soy el responsable.
En este sentido ninguno es ajeno, ni tan sólo esos "jóvenes de buenas familias", a esta operación de rechazo y segregación que conduce a la violencia frente a ese otro.

José Ramón Ubieto (Barcelona).