LA HISTERIA QUE NO EXISTE Y EL GEN ANORÉXICO. Miquel Bassols (Barcelona)

El reportaje de EL PAÍS

Hace unos días, nuestra colega de Madrid Vilma Coccoz respondía de modo preciso y ponderado a diversas afirmaciones aparecidas en el reportaje de EL PAÍS del pasado 26 de Marzo, titulado “Lo que queda de Freud”, reportaje que reseñaba los 150 años del nacimiento del fundador del psicoanálisis. Entre otras cosas, Vilma Coccoz contradecía algunos tópicos que todavía pasan muchas veces a la prensa y que muestran, por otra parte, que el saber del psicoanálisis sigue presentado paradojas insolubles al pensamiento utilitarista. Uno de esos tópicos, alimentado por la psiquiatría del “trastorno” derivada del DSM, es que ya no hay mujeres histéricas en la actualidad. Lo sorprendente era que esa afirmación fuera sostenida por una psicoanalista, Berkowiez, que afirmaba : "Para empezar, han cambiado hasta las patologías, ya no hay mujeres histéricas".

Síntoma histérico y postmodernidad

Es cierto que el término de histeria ha desaparecido del manual del DSM. La estructura histérica ha terminado por camuflarse y metamorfosearse allí en un sinfín de “trastornos orgánicos, somatomorfos, sexuales, de la conducta alimentaria...”. Esta enumeración va aumentando en cada edición del manual a medida que la clínica de la histeria produce nuevos síntomas, avanzando así, siempre un paso más adelante, a la observación objetiva del clínico de los trastornos. Lo que nos parece realmente sintomático, valga la palabra, es que sea una psicoanalista quien pueda afirmar hoy que la clínica de la histeria desaparece. Ni quedándose en el nivel más superficial de la descripción de los síntomas, la que encontramos en la propia obra de Freud, podría sostenerse tal idea. El desplazamiento del síntoma histérico por todos los recovecos del cuerpo de la postmodernidad, - desde la superficie epidérmica hasta la meninge más escondida, pasando por el tubo digestivo y por cada tendón cuidadosamente localizado por la anatomía, no deja de hacerse escuchar en las consultas diarias. Y sin embargo, es precisamente una psicoanalista quien puede hoy pensar que el sujeto histérico deja de existir. No sería la última de las paradojas del discurso histérico en la historia de la clínica: terminar desapareciendo a los ojos del clínico en una suerte de camuflaje elevado al segundo grado: antes la histérica se desmayaba en brazos de Charcot ante un auditorio asombrado, ahora simplemente desparece, se esfuma, se metamorfosea en la nada del ser que Jacques Lacan, -sin duda para que ese sujeto histérico no desapareciera del todo– escribió con la Ese tachada de la “falta en ser”: $. Esta nada, esta falta que la histérica de Charcot hacía presente en su desmayo, es la misma que hoy rellena el cuerpo en muchos casos de anorexia, la misma que otros sujetos llevan a la consulta del médico o de los distintos terapeutas con la pregunta inscrita en su cuerpo sufriente, una pregunta irrellenable por el medicamento.

Postmodernidad posthumana

Los analistas que seguimos la enseñanza de Jacques Lacan lo sabemos: nada más instalado en la postmodernidad –esta postmodernidad mejor calificada por Jacques-Alain Miller como posthumana- que el discurso histérico en sus múltiples prestidigitaciones clínicas. Y sin embargo, el discurso histérico parece desaparecer para algunos en lo cotidiano o en lo ordinario del bosque de los trastornos junto a su cuerpo sufriente. ¿Deberemos hablar hoy de “histerias ordinarias”, del mismo modo que empezamos a hablar hace un tiempo de “psicosis ordinarias”? El orden de la histeria, el orden de su discurso, se hace escuchar hoy en el silencio del trastorno que el discurso del amo le depara con su evaluación protocolaria. Nada más ordinario, en efecto.

Genes y dieta

Sólo que los lugares de enunciación del discurso también se desplazan. Lean sino otro titular de EL PAÍS, éste del día cinco de Abril, del que no hay que dejar escapar la verdad indicada por su gramática: “Los genes guiarán la dieta”. Con el suculento término de “nutrigenómica” nace una nueva disciplina universitaria a la que no le faltan ya el apoyo de varias multinacionales de la alimentación, en competencia con las farmacéuticas que ven peligrar parte de sus ventas, en nueva alianza con las tecnociencias. Porque la nutrigenómica promete una alimentación a la carta, a la carta genética de cada sujeto, como terapia para enfermedades varias, pero también para mejorar las mermadas facultades del sujeto posthumano, como por ejemplo su maltratada “capacidad de concentración”, que se verá muy favorecida por una alimentación adecuada a lo que sus genes digan y manden. Podrá diseñarse entonces una dieta particular a cada sujeto para tratar su fracaso escolar, o su absentismo laboral, o su trastorno del sueño. La tecnociencia promete: la “tarjeta nutrigenética” de cada uno dirá su identidad alimenticia y podrán prevenirse buen número de patologías.

El nuevo lugar de enunciación

El “gen”, el nuevo significante amo de la tecnociencia y de la política de la salud guiada por ella, se propone en efecto como el nuevo lugar de enunciación ante el que el sujeto puede desvanecerse, dividirse, desmayarse, ausentarse... hasta forcluirse también, es decir hasta dejar de inscribirse en el lugar del Otro, de hacerse representar en él, excluyendo incluso el signo de su propia ausencia. No es entonces extraño que el DSM haya terminado por perderlo de vista. Que ese sujeto retorne entonces en lo real del organismo no es el único efecto de estructura que el psicoanálisis puede descifrar ya en la aparición de nuevas patologías que pasan por “funcionales” o de “origen todavía desconocido” a los ojos del clínico.

La ciencia al lado del discurso histérico

¿Dónde está entonces el sujeto histérico de nuestro tiempo? El sujeto histérico es el que hace hoy objeción de diversos modos al nuevo discurso del amo que tiene al gen como agente. El sujeto histérico es el que sigue haciendo hoy objeción al significante amo que él mismo instituye como amo, para alimentarlo, pero también para hacerle falta en su momento. Es por eso que Lacan ponía a la ciencia también del lado del discurso histérico, -y no sólo del lado de la forclusión del sujeto-, porque la ciencia también alimenta al significante amo con nuevas creencias. En este punto, ciencia y religión se alían cada vez con mayor fuerza. Así, el nuevo agente del discurso del amo contiene al “gen” como el significante que guía sus efectos de significación, hace suponer que el “gen” habla y dice qué hay que hacer, hasta decir qué es lo que el sujeto debe hacer. La dimisión del sujeto de su responsabilidad ética se ve en efecto cada vez más comprometida por este discurso que deja al gen la decisión de su destino y de sus elecciones. El artículo al que nos referíamos no deja de señalarlo, al pasar, como un problema siempre dejado como pendiente por los progresos de la tecnociencia: “Están en estudio los aspectos éticos de la introducción de una tarjeta nutrigenética”.
¿Para cuándo el gen anoréxico? El “gen anoréxico”, es decir, no tanto el gen prometido por la ciencia como causa y razón del trastorno anoréxico sino el gen que terminará hablando, no lo duden, para decirle al amo posthumano: “mejor no comer...”.

Miquel Bassols (Barcelona)