La Mesías, el delirio y la educación*

A uno que siempre le reprochan acabar haciendo spoilers (maldito anglicismo que nos coacciona por temor a revelar no se sabe bien qué cosa que impida disfrutar una obra), le cuesta escribir sobre una serie televisiva de éxito reciente sin dar a ver algo de la trama que limite el disfrute del futuro espectador. En la esperanza de que la serie de la que voy a hablar es ya bastante conocida y confiando en que lo que de ella diga no va a restar un ápice al disfrute de una obra cinematográfica como esta -que es mucho más que la narración de un relato-, paso a contar lo estrictamente necesario para lo que nos ocupa.

La Mesías 1 puede ser vista desde varios puntos de vista. No en vano es una película2 compleja, amplia, que desgrana el interior de cada situación y de cada personaje en un contexto que se desarrolla y va cambiando en el tiempo. Aquí, nos vamos a detener en uno solo de los aspectos que podemos analizar en esta vasta historia. Un aspecto quizá mínimo, en correspondencia al espacio en el que he sido invitado a escribir.

Vamos a tomar el lado de los niños, la perspectiva de la infancia tan bien retratada en el filme. De esas seis niñas y un niño que vemos en la película creciendo bajo la tutela de una madre que progresivamente construye un delirio religioso con el que logra dar sentido a su existencia. Una realidad paralela en la que se sostiene para soportar la vida y bajo la que aísla a sus hijos de todo contacto con el exterior. Primero por indicación del marido, también delirante. Después por mandato divino. Es sólo su realidad, dictada por Dios, la que debe llegar a sus hijos. Ningún contacto social, ninguna experiencia fuera de los muros que rodean la casa es permitido. Todo ello, claro está, realizado bajo la expresión de un amor de madre que lo hace todo por sus hijos, que quiere lo mejor para ellos, de la misma forma que Dios quiere lo mejor para el mundo a través de ella. En este asfixiante ambiente, subyugados por el amor de la madre configurado por el delirio, no parece haber salida posible.

Una contingencia permite el encuentro del hijo mayor con una fracción apenas atisbada del exterior. El padre se ve obligado a hacerse acompañar por el chaval, ya al borde de la mayoría de edad, a hacer un trabajo de mantenimiento en una casa para el que necesita ayuda. El chico recibe órdenes expresas de no hablar, de limitarse a hacer el trabajo sin interactuar con nadie en esa casa. Cumple la orden. Pero en el interior de la casa ve por primera vez en su vida unos segundos de una película. Más exactamente, ve a un hombre muy mayor, con apenas fuerzas para sostenerse, mirando lo único que parece hacerle sentir vivo: ver una y otra vez en la pequeña pantalla películas musicales. La pulsión escópica, presente desde siempre en ese niño que miraba el mundo materno interrogándose, empujó hacia ese fragmento de cine que pudo contemplar, sin ser visto, desde la escalera por la que se dirigía de nuevo a su encierro. Impulsivamente pasa al acto y roba el aparato de vídeo que contenía la película.

De vuelta a su casa pasa los días viendo una y otra vez, a escondidas, el mismo musical. Con ocasión de una enfermedad de sus hermanas, lo comparte con ellas ofreciéndoles el cine y la música como alivio. Esto no sólo les apacigua su puntual malestar, sino que poco a poco se va convirtiendo en la escapatoria que encuentran al encierro que soportan. Cantar, disfrazarse, hacer películas -a espaldas de la mirada materna- se transforman en actos que los transportan a otro lugar, que les permiten otra ex-sistencia.

Un encuentro contingente, azaroso, con apenas un fragmento de cultura, levemente encarnado -y esto es importante- en el hombre mayor que gozaba mínimamente con esas películas, permite hacer algo diferente. Enciende una chispa de deseo que más adelante se convertirá en el germen con el que, algunos, ya adultos, fuera ya del encierro, pueden inventar algo con lo que hacer su propia vida.

Es posible hacer una lectura educativa, en clave lacaniana, sobre esta historia mínima que forma parte del relato de La Mesías para encontrar en ella algunas elucidaciones sobre lo que entiendo debería tomarse como eje de la educación. A mi entender, a la educación le correspondería permitir a cada sujeto, a partir de su modalidad de goce, el encuentro con la cultura. Con algo de la cultura que le abra el acceso a cierto más allá de su realidad inmediata y con ello la ocasión de subjetivarse. Para eso, es preciso también que esa cultura que se ofrece en la escuela esté viva, lo que implica que esté encarnada en el deseo, en relación con el goce, del agente que la porta. Que no sea anónima.

Los actuales curricula que prescriben la educación, lo que debe enseñarse en la escuela, parecen responder más a los designios del discurso del amo actual -producto de una mezcolanza heterogénea de capitalismo y cientificismo- que a lo que requiere la infancia para poder subjetivarse. En este sentido, podemos decir que son delirantes, en tanto se toman como la verdad y en su nombre prescriben un universal de enseñanza. Más aún cuando en la actualidad esa verdad a enseñar toma la forma de un listado de competencias y saberes, denigrando la cultura.

Para salir del encierro del curriculum habría que apostar por abandonar la pretensión de universalidad, pensada desde una verdad factual, y poner el foco en el sujeto, en las particularidades subjetivas que sostienen el encuentro con la cultura y su apropiación. Y ello implica centrarse más en la transmisión que en la enseñanza.

¿De qué transmisión hablamos en contraposición a la enseñanza? De la transmisión de un deseo de cultura, de un saber hacer particular, de un encuentro con la satisfacción que un sujeto encuentra en el conocer o el hacer con los objetos culturales. De la transmisión de una cultura viva -es decir encarnada, encorporizada, y por ello particularizada- en el deseo de un agente que permita a los sujetos de la educación, uno por uno, un encuentro que tenga la dignidad de convertirse en un acontecimiento. Los encuentros derivan de las contingencias, pero hay encuentros que pueden convertirse en un acontecimiento3]. Quizá ahí podamos encontrar referencias para orientar una educación que permita cierto pasaje, cierto juego, entre alienación y separación.

*Este texto fue publicado en Márgenes, Revista de Educación de la Universidad de Málaga, vol 5, n.º 1, enero de 2024, pp. 130-133.

 

Notas:

  1. Miniserie de televisión de siete capítulos, dirigida por Javier Ambrossi y Javier Calvo -Los Javis-, producida por Movistar Plus+. Se presentó en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián el 28 de septiembre de 2023, emitiéndose al público en Movistar Plus+ el 11 de octubre de 2023.
  2. Actualmente, en algunas producciones, las fronteras entre cine y serie se difuminan. En este caso, creo que podemos considerar esta serie más como una película desarrollada en siete episodios. Por ello también cada capítulo puede verse como una película.
  3. Solano Suárez, Esthela. Tres segundos con Lacan. Gredos, España, 2021, p. 23.