La hoguera de Lacan

“Con él, era todo o nada. Ningún regateo. No era para todo el mundo. Sé bastante porque yo amé a Lacan, para comprender que otros no hayan podido ponerse en contacto con él, o, habiendo estado en contacto, no hayan podido permanecer mucho tiempo cerca de ese sol, de esa hoguera”1.

La transferencia enciende la chispa, pero ¿cómo mantener ese fuego en esta época de cambio, de transformación, donde los semblantes se tambalean, incluso los semblantes en los que se sostuvo el psicoanálisis, el Edipo, el Nombre del Padre?

“Todo es bueno para dejar de lado el psicoanálisis. ¿Cómo asombrarse cuando se ve en qué se transformaron los psicoanalistas?”, se pregunta Miller en una de sus Cartas a la opinión ilustrada 2.

Pareciendo temerosos, conservadores, ortodoxos debajo de una supuesta prudencia, no lograremos mantener vivo el discurso analítico, la hoguera de Lacan.

La letra agujerea el semblante, contornea lo imposible de decir del goce. Es el tiempo del analista semblante de letra que pueda hacerle frente a las nuevas formas de malestar contemporáneo.

¿Cómo insertarnos en este nuevo fluido vital, este pneuma cibernético?

Hay que sostener la práctica, la transferencia de trabajo, la orientación en la elaboración de saber en esta época de desconcierto, de inquietud, sobresalto y confinamiento.

Estamos inmersos en un proceso de transformación que ya lleva décadas (Internet, lo digital, etc.). La pandemia solo lo ha puesto aún más de manifiesto.

Sería tentador ceder a la inercia de la nostalgia, pero las condiciones han cambiado, podemos quedarnos en la queja por lo que no hay, o en la nostalgia por lo que hubo. Eso no nos hará avanzar. Sostengamos la experiencia en la práctica con los medios que sean posibles frente al imposible. Investiguemos.

Escuchando la resistencia, cuando no la oposición o incluso la transferencia negativa (afortunadamente superada) hacia las nuevas tecnologías, me pregunto si no nos pasará como a la Armada Invencible, que no teniendo en cuenta el sistema inglés de mensajes a través del fuego, desaprovecharon una oportunidad, llegaron tarde.

Mantener viva la transferencia, la transferencia de trabajo de una comunidad de experiencia, no es factible sin acoger las nuevas condiciones que posibiliten la transmisión del discurso analítico.

Teniendo en cuenta el lugar que el cuerpo ocupa en la experiencia analítica y la relación del cuerpo con el inconsciente, ¿cómo hacerle frente al confinamiento de los cuerpos?

¿No estaremos llegando tarde al debate sobre lo virtual? ¿Nos pasará de largo esta oportunidad que implican las nuevas tecnologías? Hace falta coraje para investigar y maniobrar en estas condiciones.

Lo virtual lúcido, sin caer en la inercia de goce al que puede tender lo imaginario, ha posibilitado el funcionamiento de ese Uno encarnado en la Escuela Una.

En mi experiencia, la Escuela Una nunca ha estado tan presente como en la época del confinamiento. Las Escuelas y sus miembros se volcaron en actividades, seminarios, Jornadas, debates, que ponían de manifiesto un deseo, un discurso vivificante y potente. La fuerza de la transmisión cuando es conducida por un deseo atraviesa pantallas, traspasa fronteras.

Si algo ha dejado la experiencia del confinamiento es el afianzamiento de los lazos, la vitalidad y el coraje de las Escuelas (algunas más que otras). Escuela Una, excéntrica y nómada, transformándose en la multiplicidad de su variedad, mutando y nosotros con ella.

Se ha logrado mantener vivo el fundamento de la transferencia como medio de la transferencia de trabajo y como forma de acoger la producción del discurso analítico. Mantener vivo ese continente-Freud que “exploramos topológicamente: la medida no es nada; tenemos superficies de un solo lado, atravesamos puntos hasta el infinito; lo próximo se vuelve lejano, lo lejano se vuelve vecino, el instante se dilata, la hora se estrecha, una palabra dice más que un largo discurso”3.

Un laberinto sin paredes

El Uno de la Escuela Una es el Uno de un no-lugar, el Uno no-total, el Uno del Psicoanálisis. Un Uno que no es un todo de saber acumulado, sino vacío. Un Uno en constante transición, efecto de lo simbólico actual dominado por la inexistencia del Otro.

Partir del vacío de la definición del analista hace la formación vitalicia y exigente, el saber siempre en falla, la transferencia nunca recíproca, y la transferencia de trabajo imparable si está soportada por el deseo vivo de una comunidad de trabajo.

Deseo que se jugaría en el apoyo y la “crítica recíproca”4 entre los miembros de la Escuela. Hagamos de la Escuela como sujeto una nueva experiencia del lazo social, renunciando a la infatuación, a la promoción, al corporativismo, evitando la repetición infructuosa.

Nuestra práctica está fundada en lo que falla, en el síntoma que implica la repetición del Uno del goce, sin sentido, el sinthome. La formación en psicoanálisis no puede quedar aplastada por regulaciones y procedimientos, ni por la asfixia a la invención, ni por la inefable irresponsabilidad.

La formación en psicoanálisis es “un laberinto sin paredes”5 al que no se le encuentra fácilmente la salida porque no la tiene, no hay. Por eso siempre en psicoanálisis hay que volver a empezar, con cada lectura, con cada seminario, con cada caso, poniendo en acto un deseo inédito.

La transferencia de trabajo fluye a través de la transmisión, no de la enseñanza. No hay saber sin goce y el goce no se deja enseñar. Ese es un real en juego en una formación que debe hacer de sus puntos de fuga, efectos de enseñanza.

La Escuela es un lugar de encuentro posible con lo real, con una topología imposible donde escribir para agujerear, a través de la sorpresa, del equívoco, de lo inesperado, esencia del decir poético.

No hay mapa del laberinto pero sí orientación, en el vacío de la definición del analista, con el pase, experiencia del uno por uno de los analistas, en el hallazgo posible de ser verificado por cada uno y trasmitido a la Escuela.

La transmisión del saber en psicoanálisis se hace teniendo en cuenta el real que le es propio. “La singularidad es subversiva”, escribe Edmond Jabés en Un extranjero. ¿Nos atreveremos con alegría y coraje a ponerla en juego?

La Escuela posibilita el mantener la tensión entre lo local y lo global, lo presencial y lo virtual, lo particular y lo universal de la transmisión. Su existencia se entrelaza con la del Psicoanálisis: “Hay el psicoanálisis y hay la Escuela”6.

 

Notas:

  1. Miller, Jacques-Alain. Carta clara como el día por los veinte años de la muerte de J. Lacan. ELP, Barcelona, 2001, p. 37.
  2. Ibid., p. 9.
  3. Miller, Jacques-Alain. La ternura de los terroristas y otras cartas. ELP, Barcelona, 2001, p. 6.
  4. Bassols, Miquel. “La orientación es la transferencia de trabajo”. El Psicoanalítico nº 36, 2020, p. 172.
  5. Ortega, Antonio. “El vértigo de ser extranjeros”. Babelia, El País, 2002.
  6. Lacan, Jacques. “Exhorto a la Escuela”. Otros Escritos. Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 313.