La desautorización de la feminidad

Texto presentado el día 5 de noviembre de 2019 en el espacio de la Comunitat de Catalunya (CdC) de la ELP “Hacia las XVIII Jornadas de la ELP, «La discordia entre los sexos a la luz del psicoanálisis”.

 

Escrito y publicado en 1937, Análisis terminable e interminable, mantiene un tono de pesimismo con respecto a la eficacia del psicoanálisis como terapia. Desgrana sus limitaciones, así como las dificultades y los obstáculos que se presentan durante el curso del análisis. Leer este artículo nos dice J. A. Miller es como escuchar una tonadilla que se va amplificando progresivamente, es una especie de sinfonía del resto1.

El artículo está dividido en 7 apartados que a partir de preguntas progresan alrededor de los puntos de imposible del análisis, para finalmente y como colofón asentar la roca final, base del tope último, al momento de concluir.

I. Concierne a la cuestión de la duración. Su propia experiencia con el Hombre de los lobos lleva a Freud a revelar como imposible determinar con antelación el momento del fin. Toma todo intento de abreviar los análisis como medidas coactivas que aunque surtan algún efecto de valor, no garantizan una tramitación completa de la tarea.

II. A las preguntas de si, ¿Existe un término natural? Y si, ¿Es duradera tal curación? Freud no deja respuesta, en tanto considera que toda neurosis depende de dos factores: uno constitucional/pulsional y otro accidental/traumático que depende de las diversas contingencias de la vida. Así el destino de la curación dependerá del destino de las pulsiones.

III. Desarrolla la imposibilidad de domeñar de manera absoluta las pulsiones pues casi siempre hay fenómenos residuales, por lo que la transmudación sería inevitablemente parcial. El análisis conseguiría muchas veces “desconectar el influjo del refuerzo pulsional”, pero no lo conseguiría de manera regular.

IV. Aborda el tema de la prevención con la consecuencia de que no hay vacuna alguna que nos proteja de conflictos futuros. No hay profilaxis que nos evite algún encuentro con lo real.

V. Nos presenta al yo, sus alteraciones y sus defensas, él mismo como una resistencia que trabaja en contra de la cura. Del yo dirá que si es instancia de dominio, su dominio está lastrado por un resto imposible de tramitar.

VI. Toca en este punto “la inercia psíquica” que traduce como “resistencias del ello” y que daría tipos de personas según “la viscosidad de la libido”. Considera en estos casos, fenómenos que apuntan de manera inequívoca a la presencia en la vida anímica del poder destructivo de la pulsión de muerte.

VII. Este punto discurre sobre la formación del analista. O como dice, J. A. Miller, “una sátira a los analistas”. “Parece, dice Freud, que numerosos analistas han aprendido a aplicar los mecanismos de defensa que les permiten desviar de la persona propia ciertas consecuencias y exigencias del análisis”, recomendándoles volver al análisis periódicamente. Convirtiendo de esta manera el análisis, en este caso el análisis didáctico, en interminable.

Finalmente, llegamos al punto que interesa a este espacio, en el marco de las próximas Jornadas, La discordia entre los sexos.

VIII. Dos temas destacan en los casos que analiza. Dos temas que destacan de manera particular y “dan guerra al analista” en una medida inusual. Se trata de temas ligados a la diferencia entre los sexos, siendo uno tan característico del hombre como el otro lo es de la mujer.

De manera manifiesta estos temas mantienen una correspondencia recíproca y son, para la mujer, la envidia del pene –la no renuncia a querer poseer un genital masculino–, y para el hombre, el revolverse contra una actitud pasiva o femenina hacia otro hombre.

Si Adler ha puesto en uso la designación de “protesta masculina” en el caso de los hombres, Freud considera, más bien, que el término más adecuado es el de “desautorización de la feminidad” como “la descripción correcta de este fragmento tan asombroso de la vida anímica de los seres humanos”2.

En este momento Freud –fiel a su gusto por la arqueología– nos ofrece la imagen de un análisis como una excavación cuando dice que en esta marca de máxima resistencia, el analizante ha llegado a la “roca de base” y de este modo al término de la experiencia de análisis. Y luego añade: “Y así tiene que ser, pues para lo psíquico lo biológico desempeña realmente el papel del basamento rocoso subyacente. En efecto, agrega, la desautorización de la feminidad no puede ser más que un hecho biológico, una pieza de aquel gran enigma de la sexualidad. Difícil decir si en una cura analítica hemos logrado dominar este factor, y cuándo lo hemos logrado. Nos consolamos con la seguridad de haber ofrecido al analizado toda la incitación posible para reexaminar y variar su actitud frente a él3.

Entonces, lo femenino, su enigma, se mantiene como la dirección hacia la que Freud “incita” sin muchas esperanzas, a entrar. Pero a la vez considerándolo el límite mismo del saber, un agujero irreductible e insuperable, una protección última contra el saber sobre la castración. No obstante, la biología en Freud no es la biología propiamente dicha, pues como leemos con Lacan, hemos de leer “la biología freudiana” como un más allá que nos remite a lo real.

Bajo una lectura lacaniana, esta protesta de tope, –resistencia obstinada del narcisismo viril en el hombre y reivindicación fálica en la mujer–, puede ser considerada como un síntoma de interrupción del análisis, en tanto se puede leer como límite inducido por una transferencia paterna. Un límite relativo a la suposición de un Otro consistente a quien se atribuye los poderes de la omnipotencia y que se sostiene del rechazo a la castración. No obstante, tal como lo conceptúa Freud, se trata de un obstáculo que no depende de la dirección de la cura. Son protestas que se revelan como el revestimiento imaginario de un real imposible de simbolizar.

En estas dos salidas distinguimos lo inanalizable4 y lo incurable. Lo que hace la diferencia entre estas dos posiciones es la destitución del sujeto supuesto al saber que Lacan llama lo incurable y que no es sino la división misma del sujeto. Donde ya no se trata de impotencia sino de imposibilidad. Que el goce de la relación sexual no es que esté prohibido u obstaculizado por personas o circunstancias desdichadas, sino que es imposible en tanto falta el significante de L/a mujer que haría posible inscribir la relación sexual.

No hay L/a mujer dice Lacan. Pues en el inconsciente no hay representación de lo femenino por lo que no hay un universal que las represente: no hay un todas las mujeres sino una por una.

J. A. Miller da del aforismo, la relación sexual no existe, una definición muy clara en su seminario sobre el Uno, cuando dice: “No hay relación sexual en lo real. En primer lugar porque en lo real lo que impera es el Uno, no el dos. La relación sexual sólo florece en el ámbito del sentido y Dios sabe que sus significaciones son equívocas y variables.”5

Lacan en La lógica del fantasma6 dice que hay, “una incapacidad estructural en toda Bedeutung para cubrir lo que concierne al sexo”. Y “la esencia de la castración -añade- es lo que esta relación de ocultación y de eclipse, se manifiesta en esto: que la diferencia sexual no se soporta más que de la Bedeutung de algo que falta bajo el aspecto del falo”.

La palabra, marcando el cuerpo, imprime modos de gozar diferentes para cada sujeto; lo que hace imposible la complementariedad sexual. Es por lo que Lacan dice: “Hay el amor” que permite este lazo. Si desde el goce no hay lazo con el otro hay no obstante una manera de hacer lazo: a través del amor que permite al goce condescender al deseo. Y si se puede soportar esa diferencia es como lo dice Lacan, por la interpretación del sujeto que ve en el otro, su pareja, lo que le falta como exponente del falo. Una significación, en todo caso, supeditada al fantasma.

Pero también nos dice Lacan, que llegado el momento de concluir, aún es posible un nuevo amor que se conecta con la imposibilidad, que se sostiene ya no en el fantasma de complementariedad, sino en la inconsistencia y que por lo tanto es sin garantías. Sin el ideal de hacer Uno.

Para recapitular y terminar sobre ese horror a lo femenino que afecta tanto a hombres como a las mujeres, punto irreductible del final freudiano, citaré a Gil Caroz en su texto, “Decidir el deseo. Perlaboración o decisión: ¿podemos separarnos del goce?7

“Freud describe el periodo que precede al final de un análisis como un estado de guerra. El sujeto, que ha hecho la vuelta de todas sus repeticiones, se encuentra frente a lo que Jacques-Alain Miller ha llamado el hueso de un análisis, es decir un goce ligado al cuerpo e irreductible. (…) Para Freud, esta agravación del goce antes del fin del análisis no es un obstáculo. Más bien al contrario. Esta presencia del “enemigo” es necesaria ya que no se puede vencer al enemigo si no está presente. Entonces empieza el último combate del análisis que Freud llama la perlaboración. Un cuerpo a cuerpo con el goce, sostenido por la transferencia, que acabará, cabe esperar, no en una desecación del goce, sino en un anudamiento sintomático. De hecho, en el hueso de una cura, Jacques-Alain Miller nos disuade de la esperanza de ir hasta el final del goce. El goce no se reduce a cero. Sólo se desplaza. Si el goce desinviste el fantasma, investirá el síntoma, y esto sin duda por una decisión, más o menos insondable, pero no sin el trabajo duro y molesto de la perlaboración8.

Propongo, dice G. Caroz, que el goce desinvestido del fantasma e investido en el síntoma como partenaire es una superación del binario sexual hombre-mujer. El sujeto construye entonces un goce que no es ni todo fálico, ni todo Otro. Es un goce singular al sujeto que regula su relación con el partenaire-síntoma.”

 

Notas y bibliografía:

  1. Miller, Jaques-Alain. Marginalia de Milán, Rev. Uno por uno, nº 37.
  2. Freud, Sigmund. Análisis terminable e interminable. O. C., Vol. XXIII, Amorrortu, p. 252.
  3. Ibid., pp. 253-254.
  4. Utilizo “inanalizable” en el sentido que el mismo texto Freud, p. 222, hace referencia respecto a las críticas que se escuchan en la comunidad analítica sobre alguien que “no fue analizado hasta el final”, bajo la idea de un final que implique una “normalidad” ideal.
  5. Miller, Jacques- Alain. Seminario El Ser y el Uno, Lección del 9 de marzo 2011. Freudiana 76, p. 20.
  6. Lacan, Jacques, El Seminario libro 14, La lógica del fantasma, Lección del 11 de enero de 1967, Inédito.
  7. Caroz, G. Decidir el deseo. Perlaboración o decisión: ¿podemos separarnos del goce?, Ponencia leída en la mesa redonda de las Jornadas ELP, Barcelona, 24-25 de noviembre 2018, ¿Quieres lo que deseas? Publicado en El Psicoanálisis 34 bis.
  8. El término “perlaboración” corresponde a la traducción particular del término alemán durcharbeiten. No tiene esta misma traducción en castellano en la versión de Amorrortu, en la que aparace como “reelaboración” y como “elaboración” en la versión de Ballesteros. Es un término que Freud utiliza en dos textos concretamente. En “Recordar, repetir y reelaborar”, de 1914, en el volumen XII, p. 157, y en “Inhibición, síntoma y angustia”, de 1926, volumen XX, p. 149.