Jóvenes en acoso. José R. Ubieto. (Barcelona)

Los recientes sucesos en Francia han puesto de nuevo sobre el tapete el fenómeno de la violencia como una de las manifestaciones sociales ligadas a los jóvenes.
Un fenómeno que nos impacta en primer lugar por su sinsentido, ¿cómo se pueden quemar coches y destrozar bienes en la propia comunidad? No hay razones “instrumentales” que lo expliquen, no aparece, de entrada, el beneficio inmediato, su utilidad, tan cara a la subjetividad moderna.
Tiene más bien el aspecto de un gesto inútil, excesivo y autodestructivo. En ese sentido se asemeja a lo que el psicoanalista Jacques Lacan llamaba el goce, algo distinto al placer que reconocemos como tal. Este goce parece atentar contra el vínculo, contra toda forma de eros y de lazo social.
Es sabido que la incertidumbre, la falta de un saber sobre lo que (nos) ocurre es una fuente viva del malestar e induce por tanto a estados de angustia, de desorientación de los que se suele salir (cuando no queda uno en impasse) por la vía de agarrarse a una certeza, poco cuestionable, que trata de ubicar en el exterior aquello de nosotros mismos que se revela insoportable.
¿Cómo nombrar el malestar de esas masas de jóvenes desarraigados, habitantes de una periferia, en los márgenes de un sistema que les propone soluciones falsas como es sustituir el ser (ser algo en su vida futura) por el tener precario de los gadgets contemporáneos (drogas, coches, móviles,..)?
¿Cómo en definitiva se hace uno hombre o mujer, se construye su identidad social y sexual, en tiempos de globalizacion? Sin duda tiene sus costes personales y el primero es que la formula es la propia de la postmodernidad: háztelo tú mismo (Do it yourself) sin el apoyo de unos ritos tradicionales, ya en desuso.
Eso comporta algunos afectos como son la prevalencia de la angustia por encima de los vínculos clásicos, de la culpa y la vergüenza al Otro. Algunos datos de actualidad así lo muestran: la precariedad sociolaboral de una generación que en el mejor de los casos alcanza los 1000 euros como retribución, el aumento de las urgencias hospitalarias por intoxicación de drogas, la emergencia de los fenómenos de violencia en la escuela, la comunidad y el propio ámbito familiar. Last but no least, algunos estudios sociológicos recientes no dejan de insistir en la crisis de la identidad sexual como un hecho relevante entre los adolescentes, tanto por lo que hace a la crisis de la masculinidad como por los nuevos estilos viriles de las chicas.
Nuestros sujetos jóvenes se encuentran así, acosados por su propia falta de ser y sin brújula eficaz que les oriente, a pesar de vivir en una civilización más localizada que nunca (GPS, Navegadores viarios,..). La “generación red” y unisex tiene serias dificultades para encontrar un lugar donde incluirse (socialmente) y reconocerse como ser sexuado.
El anything is impossible pesa como una losa en la subjetividad de estos jóvenes que no encuentran más referencia que la del logo mudo o tatuado en el cuerpo. Nadie vive sin poderse nombrar de alguna manera y es allí donde la nominación del Otro: “sois gentuza, escoria”, los fija a un destino de deshecho, de tierra quemada.
No es una respuesta aislada, fruto de un mal momento. Es quizás la expresión de algunas peligrosas tendencias de criminalización que se benefician de una cierta impotencia colectiva y una fascinación por la escena "violenta". Guiliani y Bloomberg, alcaldes de Nueva York, son algunos de los adalides de esa tolerancia cero de la cual apenas nos ofrecen otros datos que los de una ciudad limpia, sin back door.
¿Qué otras formas de tratamiento de este goce destructivo tenemos?Seguramente deberíamos tomarnos en serio la angustia como signo de la desorientación del sujeto en su relación al Otro (pareja, padres, comunidad) y no cerrar esa pregunta con el recurso a categorías que "representan" al individuo al tiempo que anulan su particularidad. En esa “gentuza” hay muchas vidas y biografías que merecen otra dignidad.
Quizás también nos conviene promover respuestas institucionales para tratar ese malestar pensadas en clave colectiva y no sólo como estrategias individualistas.
Hay una utilidad pública en la que los psi también podemos colaborar, como ya hacemos de múltiples maneras: en nuestra presencia en las instituciones de las redes públicas de salud, educación y atención social, y también en las propias, donde podemos impulsar proyectos que aborden esas situaciones especialmente vulnerables. También en el debate social poniendo énfasis en la deconstrucción de esas categorías pret-a-porter (jóvenes emigrantes violentos) que actúan como resortes segregativos de los que en ellas son incluidos.

Josè R. Ubieto (Barcelona)