Introducción de las masas, la multitud, la muchedumbre y el pánico | Pablo Chacón
La pobreza del mundo es una aparición discrónica. Hace que la gente se encierre en su pequeño cuerpo, que intenta mantener sano por todos los medios, porque de lo contrario uno se queda sin nada. La salud de su frágil cuerpo sustituye al mundo y a Dios. Nada perdura más allá de la muerte. Hoy en día, morir resulta especialmente difícil. La gente envejece sin hacerse mayor.
Byung-Chul Han
En el ensayo ¿Qué es la Ilustración?, Michel Foucault recuerda que para Kant la verdadera minoría es el individuo. Ahora bien, para el psicoanálisis (al menos para el psicoanálisis lacaniano), la idea de individuo es problemática. Pero no sólo para el psicoanalista sino también para Foucault, quien considera que somos subindividuos. Es decir, que el individuo no es el átomo indivisible de la sociedad (y en consecuencia, que la sociedad no es un conjunto de individuos, como pensaba la señora Margaret Thatcher; o más cerca, según un diagrama que compone un principio de organización liberal: un hombre, un individuo, un voto). Jean-Paul Sartre escribe en Huis clos (A puertas cerradas): Je suis une foule (soy la masa). A su vez, Jean-Claude Milner agrega que Sartre podría haberse contentado diciendo hablo, ya que siempre se habla desde la masa, desde la mayoría. De entrada, quien habla es más de uno. Lo deja claro Ludwig Wittgenstein, vienés, como Sigmund Freud: no hay lenguaje privado. Podría decirse también que Sartre quizá hubiera alcanzado cierto contento diciendo soy. ¿Por qué? Porque para Freud no hay tensión, no hay antagonismo entre la masa y el individuo. En Psicología de las masas y análisis del yo escribe un esquema donde todos los individuos, todos los yo, son equivalentes: están hipnotizados por el mismo ideal. En su segunda tópica, Freud engloba al yo en función de un Todo transmitido -subraya Jacques Lacan- por el sociólogo Gustave Le Bon y su teoría de las masas. Empujando las cosas, también podría decirse que decir todo es decir nada, tanto que se podría decir que durante el nacimiento del cuerpo, la cuestión de la totalidad emerge en el seno de un ser que ya no es el mismo. Si hay una cuestión de la totalidad para el vivíparo que abandona el estado fetal, se da por defecto: cuando ya no existe, escribe Pascal Quignard. Una vez en el mundo atmosférico, una vez que el feto se ha vuelto infans, una vez que el cuerpo se descubre sexuado, la totalidad no existe más: se ha hecho presente lo real. Como sea, si bien es cierto que Freud traduce (y trabaja) el concepto foule, que también da título al libro más conocido (de Le Bon), La psychologie des foules, usándolo como un genérico: masas, es porque no existe en alemán, ni en otro idioma, un significante equivalente a foule. Lo que le permite hacer dos movimientos: estudiar la lógica de las masas institucionalizadas (la iglesia, el ejército); y proponer que la figura de la masa aleatoria (la foule, digamos: la multitud, o la muchedumbre, por ejemplo la multitud de la que habla Antonio Negri), por espontánea que sea su emergencia, obedece, más o menos, a la misma lógica. Así, para Freud, la filosofía política carecería de fundamento, ya que el fundamento de la misma estaría en la distinción entre existencia y ausencia de reglas, preceptivas, normativas, artes jurídicas.
La hipótesis de Psicología de las masas… es criticada por Lacan desde sus principios. Lacan piensa que es conveniente partir de la experiencia del no-todo, el aparato de goce de uno, su síntoma, su fantasma, el delirio singular. Es desde ese punto que se puede considerar un uso no masificante de las identificaciones, si es que la identificación es el operador clave de la masificación, que bajo la voz del ídolo induce a una hipnosis, siempre idealizante -tal como lo demuestra Andrea Cavalletti en su flamante Sugestión, pensando el dispositivo fascista casi como un momento de la biopolítica disciplinaria. El poder, hoy, es amable, permisivo, propositivo. El vacío que queda en el lugar del S1 no dura demasiado. Se conoce el desenlace que reinstaura a un padre feroz para volver a poner el objeto a -que había ascendido al cénit- por debajo de la barra. Otra salida es la del saber puesto en el lugar del amo, pasando al cientificismo como religión con la contemplación de la cifra y la voluntad de explicar todo a través de la ciencia. Esa sustitución desemboca, inequívocamente, en una reabsorción de la política en lo administrativo (dice Gil Caroz). Esto es: la llamada gestión. Estamos atravesando ese tiempo. Pero puesto que la tradición filosófica ha puesto el nombre de conciencia al principio de unidad, se entiende que si tachar ese término con el nombre de inconsciente, ajusta la insistencia (en lo más secreto), de ser varios, durante el tiempo que se pase hasta comprenderlo, el sujeto podrá escucharse a sí mismo, pero no será todavía un ser hablante sino un infans.
Pero ¿qué es el fantasma? Contrariamente a la relación sexual, que no existe, el fantasma se escribe bajo la forma de la articulación entre el sujeto dividido por el significante (digamos: por el inconsciente) y el objeto a, que representa el goce.
Escribe Eric Laurent: “Decir que el sujeto se contabiliza en la operación misma del fantasma donde él se capta en su desaparición, es definir un funcionamiento de la psicología de las masas distinto de la identificación positiva a un rasgo tomado del Otro, como Freud lo definió en la psicología de las masas de su tiempo, anticipando en los años veinte lo que sería el funcionamiento de los partidos totalitarios de los años treinta”.
Pero Freud está más cerca, en este punto, de Elias Canetti (o Elias Canetti de Freud), que cualquiera de los dos de Lacan.
Laurent: “Esta dimensión de la cosa se hace evidente cuando se revisa la experiencia del sujeto femenino. Lacan encontró una manera de presentar la originalidad de la relación femenina con la identificación. Dijo que las mujeres no tienen la misma tendencia a la identificación narcisista que los hombres porque pueden ser el síntoma de otro cuerpo. Esa alteridad es abierta por el desplazamiento del objeto, punto crucial de lo que Freud aisló como una de las particularidades del Edipo femenino. Ergo, las mujeres no tienen la misma relación que los hombres con la experiencia de la identificación y del Todo. Cuando (Jacques-Alain) Miller habla de la feminización del mundo, esa dimensión aparece cada vez como un componente de las políticas del todo, sea en la multiplicidad de los modos de vivir la pulsión, o en el pasaje de los derechos humanos a los derechos uno por uno, que implica una desacralización de lo universal”.
En la actualidad, el ideal parece haberse pluralizado, pero eso no impide que el proceso sea el mismo. Lo que se percibe es una decadencia del ídolo. El psicoanalista Juan Pablo Lucchelli, quien junto a Fabián Fajnwaks, entrevistó a Milner para dar forma a Claridad de todo, un libro de conversaciones, precisa en una comunicación personal: “Es notable que en 1936, Lacan haya diagnosticado una decadencia de la imago paterna, al tiempo que en el campo de la estética, Walter Benjamin hablaba de una pérdida del aura o una decadencia del aura, afectada de muerte por los sistemas de la reproducción técnica (esta cuestión tendrá múltiples consecuencias, desde el pop-art al arte contemporáneo, el arte extremo, etc.). En ambos casos, se trata de una crisis de la imagen (la imago, el aura)”.
¿Y por qué razón? Porque el poder de la imagen aumenta, reproducida al infinito -la fotografía, el cine. Si por un lado el individuo se confunde con la masa, por el otro, lo que Lacan llama el ser hablante y Freud, el ello, no soportan esa confusión.
La estructura del deseo centrada por Lacan sobre el sujeto en tanto que no es el falo, se separa radicalmente de aquello que emerge de la tragedia de Edipo. Se sitúa por fuera de las referencias al Nombre del Padre, y por fuera de las referencias al orden simbólico. Más exactamente, esta estructura del deseo es lo que produce un desorden en lo simbólico, una agitación de lo real y una preeminencia contemporánea de la imagen, o si se quiere, de lo imaginario. En el carnaval de las identidades y las identificaciones, el psicoanálisis descentra a ese sujeto, concentrándose en la aporía del ser para el goce.
Lacan define al Uno del goce que se repite en el horizonte de la experiencia analítica: no obedece a las leyes de la repetición significante, tampoco a la lógica del fantasma. Esa repetición compone un universo sin ley, sin necesidad, que Lacan pensó como encuentro con la contingencia. De esto trata la agitación de lo real. No del imaginario del movimiento browniano que obedece a las leyes de la mecánica estadística sino del encuentro de los cuerpos con la contingencia del goce que introduce la consideración del sinhtome.
Laurent: “Esta diferencia del régimen de la subjetividad a partir del sujeto como corte que no tiene un lugar, que no tiene otra relación que con el agujero, nos permite definir un nuevo régimen de la psicología de las masas, un nuevo régimen del lazo social a partir de las particularidades del deseo humano. La relación del sujeto con el corte y el vacío está fuera del sentido, pero como dice Lacan, puede contabilizarse. Es precisamente porque el objeto surge en una dimensión de No-Uno, que podemos tener relación con él.
Todo sujeto es no uno… Si el deseo sirve de índice al sujeto hasta el punto de que no puede designarse sin desaparecer, diremos que, a nivel del deseo, el sujeto se cuenta.
“Es lo que en el seminario XIX, Lacan denomina el Uno de existencia lógica, correlacionado con el goce”.
“El nuevo régimen del lazo social que se define a partir del fantasma nos permite dar cuenta de la posibilidad de un cálculo posible que no se hace a partir de la identificación, sino del momento de pérdida del sujeto”.
Así, es posible “diferenciar el lazo social fundado sobre una identificación a un rasgo unario, del lazo social fundado sobre el doble registro del funcionamiento del fantasma. El fantasma es inscripción de la pérdida del sujeto y representación de la perversión fundamental del goce, especialmente del lado masculino. Por lo tanto, en un sentido el lazo social contemporáneo se anuda alrededor de técnicas eróticas que se socializan. El régimen de la psicología de las masas definida por Freud era la manifestación, en el lazo social, de una identificación a un rasgo unario deducido del Nombre del Padre o destacado sobre un amo terrible que encarna el objeto que falta en el mundo, es decir, el falo. En el nuevo régimen, aquel que no se identifica a ningún rasgo unario testimonia de su propia desaparición y escenifica una cierta nadificación de los ideales y los valores establecidos a fin de presentar otro goce. Esto autoriza a dar cuenta de lo que Lacan pone en perspectiva en su ensayo sobre la historia de las relaciones entre el saber y el goce. Esta puesta en perspectiva supone desprenderse de todo sentido de la historia y llegar a pensar que el acontecimiento está ante todo sometido a la contingencia, y no impide que lo que sucede no pueda ser calculable. El cálculo debe pensarse como aquello que opera a partir de la pérdida”.
La opción es de hierro. Para el psicoanálisis del siglo XXI, el zócalo del inconsciente dejó de ser edípico. El Edipo permanece activo pero como una modalidad más entre otras de anudamiento. El saber inconsciente está fundado pobre el Uno del significante (de donde deriva el individualismo de masa). El cambio de paradigma, propulsado por la autonomía de la técnica respecto de la ciencia o de los comités de ética que se supone la regulan, permite deducir la fragmentación del Nombre del Padre, el padre humillado de Paul Claudel, el avance del Eterno femenino, el orden social materializado en los protocolos de los sistemas cognitivistas y hasta el reemplazo del nombre propio por la función o el algoritmo.
“Presenciamos -dice Laurent- la transformación de un orden: las fuerzas del Ideal del Yo han sido dejadas progresivamente de lado en beneficio de las del superyó, de los poderes oscuros del superyó”.
Aparece el goce como tal, el goce no edípico, el goce en tanto sustraído, fuera de la maquinaria del Edipo, el goce reducido al acontecimiento del cuerpo, a sus circuitos de repetición.
Las masas rendidas al ideal, ¿qué diferencia cualitativa enfrentan de cara a un individualismo de masa rendido al consumo, la compulsión, el imperativo superyoico? El malestar en la cultura no sólo es un dato de la cultura. El individualismo de masa no es ahora la masa de Canetti, en la cual los hombres se fugaban del terror o se perdían de soledad en el pánico. El pánico contemporáneo es un desfondamiento subjetivo que también ha encontrado sus placebos.
Entretanto, agrega Lucchelli, la potencia de la imagen hace creer que el individuo y el ser hablante son casi lo mismo. Pues no lo son. El psicoanálisis va a contracorriente de esa tendencia. A través del síntoma, uno se presenta a un analista diciendo Je suis una foule, pero también a través del síntoma, y gracias a un análisis, uno puede decir soy incompatible con la masa, en el sentido del chiste no quisiera ser miembro de un club que me acepte como miembro (que de paso permite, además, eludir la acusación de elitismo cuando las lecturas político-parlamentarias en clave populista aparecen como hegemónicas).
Este corte, ¿podría enunciarse de otra manera, teniendo en cuenta la mutación del estatuto de la guerra desde fines del milenio pasado, representado por la inseguridad, y por la extensión del concepto de excepción permanente? Lucchelli no lo cree.
“Desconfío -dice- de la idea de estado de excepción. Sólo se aplica al jefe de estado quien suspendiendo su función de jefe de estado, no tiene que rendir cuentas al estado. Esto significa que no hace lo que quiere, que su propia función le es opaca, ya que deja de ser jefe. En este sentido, un tsunami o un estallido social, no implica un estado de excepción. El año 2001 conoció dos hechos excepcionales: los atentados de Nueva York y al Pentágono, y la crisis política en la Argentina. No bromeo: para los jefes de estado europeos, lo que ocurrió en diciembre de 2001 en la Argentina es un problema bien real y una amenaza que puede reproducirse en Europa en cualquier momento. Y es así que el hecho excepcional se transforma en lo que estandariza: para el caso de la Argentina, durante mucho tiempo, presidenciable era aquel que podía garantizar que no habría otro diciembre de 2001, y recíprocamente, dejaba de ser presidenciable aquel que no podía garantizar este hecho de excepción”.
La guerra no ha cesado sino que se ha transformado. Se ha aliado a la modernidad y a sus formas contemporáneas, manifestando los trazos de la época que es la nuestra en este principio del siglo XXI: el declive del padre y del nombre en beneficio de la cifra, de las funciones, de los procedimientos estandarizados; en el lugar del Otro, los Unos-solos que modifican el concepto mismo de muchedumbre y de masa. No hay guerra sin discurso. La guerra es una de las modalidades del lazo social y no su contrario. La guerra pertenece a lo que llamamos un modo de gozar y obedece a un imperativo que podemos calificar de superyoico.
Eso por un lado. Por el otro un universo sin necesidad, sin ley, que podría, ¿por qué no?, producir un sujeto que intente escapar de la contingencia. Pero se dirá, quizá, que esa es su contingencia. Y será cierto.