¿La muerte del sujeto en el trabajo? Subjetividades contemporáneas y crisis del trabajo. Marie-Hélène Doguet-Dziomba (París)

¿En qué está interesado el psicoanálisis con respecto a la cuestión del sufrimiento en el trabajo? ¿Qué tiene que decir, a partir de lo que hace a la especificidad de su discurso, sobre la crisis actual del trabajo y sus consecuencias para la subjetividad?

Este título que hemos elegido (1) propone una lectura desplazada de hechos sociales graves que adquirieron una difusión de masas [NT], para los que el amo encontró un nuevo sintagma en la lengua eufemística, infiltrada por la de las aseguradoras, que le es propio: los “riesgos psicosociales” (RPS). Se trata entonces de una lectura desplazada, de través, porque ubica precisamente en el centro lo que es reprimido por el discurso del amo, a saber, el sujeto del inconsciente, el sujeto del lenguaje, el sujeto del deseo, el sujeto del síntoma.

Proponemos pues esta pregunta candente: ¿qué deviene el sujeto en la crisis del trabajo? ¿Qué pasa con su deseo, qué pasa con su síntoma? ¿A qué nuevos goces se confronta, qué lugar va a poder aderezar al “duro deseo de durar” que hace al lecho de nuestra realidad de seres hablantes y sexuados? No sabría el psicoanalista ocultar las consecuencias incalculables en términos subjetivos de una crisis que no es otra cosa que una crisis de civilización. Nuestra ética de las consecuencias comienza justamente donde acaba la del capitalista que podríamos ilustrar con las opiniones sin disimulo del expresidente de France Telecom, pronunciadas en 2004 ante doscientos altos empleados y directores, al anunciar el color del plan Next para el siguiente trienio: hacer que se vayan del grupo 22.000 personas sin tener que despedirlas. El mismo artículo cita las palabras dirigidas por un alto empleado a su superior jerárquico: “¡Haremos lo que sea para que te vayas y, si no lo haces, te destruiremos!” (Los inrockuptibles, 22 de septiembre 2010, p. 55).

El trabajo que hacemos en la Asociación SAT desde hace varios años me autoriza a operar una cierta inversión de nuestro título. Podría decir que se trata justamente del hueso, de la traza irreductible de un deseo inconsciente, de la marca singular de un ser hablante o de un parlêtre como lo llamaba Jacques Lacan, lo que se va a tratar de saber reconocer y de hacer reconocer en cada uno de los sujetos que se dirige a uno de los colegas de SAT: una traza, una marca que no sólo no sabría desaparecer en la catástrofe que cada uno de los sujetos ha encontrado en el trabajo, sino que, por el contrario, se afirma en una radicalidad que precipita el encuentro con un psicoanalista, un encuentro que sin duda no habría sido posible sin la catástrofe.

Apostamos pues por un cierto tipo de inversión, y cada uno de los colegas hace lo que esté en su mano para obtener ese tipo de inversión: ahí donde surge una voluntad de destrucción, la que ahora anima al discurso capitalista, el psicoanalista apuesta por la traza del sujeto que la sufre, tomando a su cargo el hacerla legible. A partir de esa apuesta inédita, un nuevo lugar tiene la oportunidad de constituirse para el deseo de un sujeto profundamente deprimido. A partir de esa apuesta, un goce vergonzoso y profundamente mortífero puede, enganchándose a la palabra vivificante de la transferencia, cambiar de valor para el sujeto al que antes aplastaba, y devenir así más “decente”, es decir, más abierto al lazo social, al discurso, justamente ahí donde por el contrario, aquel goce lo aislaba, donde aquel goce “mataba” la palabra.

Me es necesario ahora precisar brevemente lo que el psicoanálisis entiende por “sujeto” o incluso “ser-hablante”, porque se trata de algo distinto al sujeto de los filósofos y por supuesto al sujeto de la psicología académica.

Contrariamente a lo que algunos aparentan pensar, el psicoanálisis no sabría reducirse a la búsqueda apasionada del Edipo infantil y ser sordo a la historicidad social y a los otros discursos distintos al suyo. Y mucho menos teniendo en cuenta que el psicoanálisis no tiene por objetivo “el refuerzo del yo” ni su “adaptación” “resiliente” a la “realidad”. Para el psicoanálisis no hay oposición grosera entre el individuo y lo colectivo, entre el “dentro” y el “afuera”; para el psicoanálisis hay, al contrario, una topología “bizarra” vinculada al hecho de que el lenguaje está en el exterior, que las palabras son, de manera primordial, las palabras del Otro. No es posible salir del lenguaje aunque haya lo real en ese campo del lenguaje, ni aunque el lenguaje tenga efectos de goce sobre el cuerpo vivo de los seres hablantes, efectos que van más lejos que el lenguaje mismo.

Llamamos goce a ese bizarro afecto que va del placer al sufrimiento y que es un efecto del lenguaje sobre el cuerpo. En lo que respecta al sujeto del inconsciente es esa parte de nosotros mismos que es representada por las palabras del Otro, una representación que toma valor al respecto del conjunto de las palabras o de los dichos del Otro. Pero ese sujeto, de alguna manera “flotante”, sin sustancia, que no puede ser más que representado, debe tener un agarre para que el deseo tenga un lugar: eso plantea el problema de la identificación. La identificación es fundamental -en tanto es un fundamento, una orientación de goce: si tiene un valor de promesa, un valor de realización por venir, puede tomar también un valor inflexible y feroz.

Pero la identificación es sin embargo precaria, puede ser puesta en cuestión, puede ser sacudida, lo que toca de rebote a las sujeciones del ser. Esa identificación se despliega en las tres dimensiones que Lacan nos ha enseñado a distinguir, lo imaginario, lo simbólico y lo real. Para decirlo de otro modo, la identificación fundamental de un “ser-hablante” se anuda en términos de narcisismo, de ideal del yo y de goce.

Pues bien, esa identificación fundamental del ser-hablante es precisamente la que está en juego en la crisis actual del trabajo, cada vez de manera singular, evidentemente. Porque la crisis del trabajo toca hoy día al valor como tal del trabajo, es decir, a su plusvalía. Ahora bien, lo que el psicoanálisis nos enseña, lo que la clínica de SAT nos muestra, es que hay una “homología” estructural entre el valor de nuestro trabajo y el valor de nuestra identificación fundamental como seres-hablantes. Tenemos una relación con la producción, con el producto, con el objeto, una relación que compromete nuestra identificación de ser-hablantes, en términos de narcisismo, en términos de ideal y en términos de goce.

Para decirlo rápido, podríamos decir que el goce del trabajador estaba antes orientado por la producción; ahora está profundamente modificado por las modalidades de organización del trabajo que apuntan, pura y simplemente, a la disminución de su coste. El saber hacer propio a su oficio se sostiene en un ideal, supone un goce, moviliza todos los recursos de la simbolización y de la invención de un ser-hablante y termina por vincular a un colectivo. No hay ni saber hacer ni goce en un ordenador. El saber hacer, por definición, no puede verse reducido a una suma de “competencias” cifrables y evaluables y esa es la razón por la que el saber hacer sufre ahora los más violentos ataques: no sólo es que ya no sea reconocido sino que se ha convertido en un obstáculo en esta gran desorganización generalizada del trabajo de la que nadie se salva.

Se observa bien que hay un abismo entre nuestra relación singular con una producción y algo que apunta de manera ciega, anónima y por todos los medios, a rebajar el coste de esa producción, llegando incluso a destruir la “fuerza productiva” misma. Ese abismo se muestra cargado de amenazas para el ser-hablante: cuando se toca al valor de nuestra producción, se toca también y de rebote nuestro objeto, y eso trae consecuencias. Incalculables consecuencias a priori, pero que son consecuencias vitales porque tocan profundamente lo que sujeta y anima a un ser-hablante. La ola de suicidios a la que asistimos en la actualidad no es sino su más extrema traducción.

Notas:
(1) Título del Tercer Coloquio de la Asociación Sufrimiento en el Trabajo (SAT) celebrado el 6 de noviembre 2010 en París.

[NT] Se refiere a los acontecimientos ocurridos en France Telecom y a la difusión que los suicidios de empleados ha tenido en los medios de comunicación franceses y europeos.

Traducción de Jesús Ambel, con la amable autorización de la autora.