Ciencia sin raíces, sudores sin fruto*. Jesús Ambel (Granada)

Quiero comenzar por dar las gracias a los que han organizado estas Jornadas. Sostener la apuesta por la subjetividad en estos tiempos, en este marco de trabajo con la enfermedad mental, hace posible decir que se trata de un grupo de “imprescindibles”, como diría Bertolt Brecht. Permítanme, no obstante, que dedique esta intervención al profesor D. José María López Sánchez, al que tenemos sentado ahí en la primera fila, en reconocimiento a su perseverancia en sostener la importancia del psicoanálisis en la formación de los profesionales. Su trabajo ha sostenido el deseo clínico de muchos de los jóvenes que llena hoy esta Sala. Lo saludo por ello con afecto y respeto.

Hay voces que comparan la magnitud de la crisis de 1929 con la crisis actual. Tal vez por esa razón el título de mi intervención está tomado de un poema de Lorca, titulado “La aurora” incluido en su libro “Poeta en Nueva York” de 1929. En ese poema memorable, el poeta esclarece, dibuja, colorea, deslinda, ennoblece e ilustra lo que son las consecuencias de una crisis para el ser hablante y es de ahí, de ese punto preciso en el que dice que en aquella crisis se daban “sudores sin fruto” en un marco estructural de “ciencia sin raíces”, del que voy a partir. Retomo así el trabajo que mis colegas de la orientación lacaniana vienen haciendo con ese poema, un trabajo del que esta ponencia es deudora. (1)

Veamos entonces cómo podemos seguir las metáforas lorquianas hasta ponerlas en conexión con nuestro trabajo con las enfermedades mentales contemporáneas.

“Sudores” podemos pensar que remite a trabajo y “sin fruto” remite a insatisfacción. Tenemos pues un trabajo que no produce satisfacción, algo que ya nos sitúa en el eje del trabajo que hoy les traigo. Por otra parte tenemos “ciencia sin raíces”. Y aquí hemos de ser prudentes. Les propongo adentrarnos en esa cuestión espinosa de la mano de Martin Heidegger (2) y de Jacques Lacan (3), en sendos textos del año 1950. Sergio Larriera y Jorge Alemán, mis colegas de la ELP, han dedicado a la conversación entre el filósofo y el psicoanalista una fructífera y encomiable tarea de esclarecimiento (4).

En esos textos que les digo encuentro que lo que podemos entender por “ciencia sin raíces” son muy precisamente y para comenzar, los problemas de la relación humana con la técnica, tal y como los plantea el filósofo y los problemas de “distinción [en la clínica] entre lo objetivo y lo subjetivo”, tal y como los plantea el psicoanalista.

Tenemos así por un lado, el temor del filósofo acerca de que el ser humano quede tan hechizado y deslumbrado por la técnica que “el pensar calculador” se llegue a convertir en “el único válido y practicado” (y les ruego que retenga el término “único”) de manera tal que, por una parte, nuestra “relación con la cosas se encuentre desprovista de sentido” y, por otro lado, “caigamos en relación de servidumbre con él”. Y, a renglón seguido, encontramos la preocupación de Lacan que le lleva a plantear que “esa obra común de la ciencia” pueda llevar [al sujeto contemporáneo “en su trabajo cotidiano”], a olvidar “su existencia” y a desconocer “el sentido particular de su vida”.

Llegados a este punto, retomo el tema de la crisis.

Cuando hablamos de crisis, ¿de qué estamos hablando y que, además tenga que ver con los profesionales? ¿Cuáles serían, a mi entender, las coordenadas y la lógica de la crisis actual? Gérad Wacjman, psicoanalista y especialista en arte contemporáneo, en su reciente libro sobre L´oeil absolu (5) dice que se trata de una “mutación sin precedentes […] en la historia de la humanidad”. Una mutación que, señala, “está cambiando nuestro mundo, nuestro cuerpo y nuestro ser mismo”.

Una mutación pues. A este respecto voy a seguir a Marie-Hélène Brousse, psicoanalista parisina, miembro de la Ecole de la Cause freudienne cuando nos esboza una traducción posible a lo que hemos llamado “mutación”. Su tesis es radical: “A partir de los años treinta (vean que habla de los años en los que, precisamente, se escribe el poema lorquiano), el orden simbólico ha cambiado definitivamente, sin que ese cambio se haya manifestado de manera inmediata en el campo de las instituciones y de los discursos” (6). La tesis es fuerte: lo que ha cambiado es el orden simbólico, es decir, el orden que rige las significaciones, es decir, los diferentes elementos que permiten dar sentido a una actividad determinada, como por ejemplo la nuestra.

Como clínicos sabemos bien que si cambia el orden simbólico cambian muchas cosas en la vida de los sujetos y de la civilización en su conjunto. Para Heidegger se trataría de un cambio en lo que llamó “las representaciones cardinales”, que son las que “trasladan al ser humano a otra realidad”. Es decir, que lo que la mutación en el orden simbólico produce es, nada más y nada menos, que un cambio en lo que los sujetos que vienen a vernos entienden por realidad. Llamo también la atención sobre el hecho de que la psicoanalista diga que “el cambio” no se haya producido de manera inmediata: y lo digo porque tanto Heidegger como Lacan supieron observarlo y razonarlo apenas comenzado el cambio, la mutación, en el orden simbólico.

Ha cambiado el orden simbólico, de acuerdo, sigamos para ver hasta dónde nos lleva esa tesis.

En opinión de Marie-Hélène Brousse, “el orden simbólico en la actualidad ya no responde a lo Uno que funda y hace jerarquía”. No tengo tiempo en esta ocasión de comentar las consecuencias actuales de este hecho crucial tan importante para entender, por ejemplo, la crisis actual de “confianza” en las figuras contemporáneas que tendrían que soportar la autoridad. Las doy por observadas en la clínica de los sujetos y en la clínica de la civilización.

El orden simbólico actual, prosigue Marie-Hélène Brousse, estaría sometido “a lo múltiple, a la cifra y a los objetos técnicos” (las pequeñas letritas, como ella las llama). Retengan por un momento a qué está sometido el nuevo orden simbólico: a lo múltiple, a la cifra y a los objetos técnicos. Retengan a continuación que el nuevo orden simbólico está sometido a la cifra. Sí, a la cifra, a la cantidad, al número. ¿Consecuencia inmediata? La realidad se piensa como matemática y el sujeto como objeto, como número, como cosa.

Heidegger lo llamaba: “el pensamiento calculador”. Lacan lo dice de otra manera: “el hombre pierde su sentido en las objetivaciones del discurso”. O también: “la enorme objetivación constituida por la ciencia [nos] hace olvidar la subjetividad”.

Ochenta años del poema de Lorca, sesenta años de los textos de Heidegger y de Lacan que comento, podemos preguntarnos por lo que tenemos ahora.

Lo voy a plantear con la delicadeza con la que Wacjman responde a esa misma pregunta. Para él, el cambio, la mutación no se ha llevado a cabo en secreto. Y sin embargo, en su opinión, “no la vemos con distinción y en toda su amplitud”. No aparece como “una sombra amenazante, ni un complot, ninguna conciencia la ha pensado y ninguna potencia oscura la aplica”. Y, sin embargo, ochenta años del poema de Lorca, sesenta años de los textos de Heidegger y de Lacan, sí que pienso que podemos decir que el cambio, la mutación, se ha producido ya. Es un hecho.

Para mí que ya está claro que “el pensamiento calculador” del que hablaba Heidegger es ya casi “el único válido y practicado” y la “enorme objetivación” de la que hablaba Lacan casi ha hecho que nos olvidemos de la subjetividad.

Bernard-Henry Lévy, filósofo y ensayista francés es de la opinión (7) de que en la actualidad se extiende, como un reguero de pólvora, la concepción (véase la entrevista con Antonio Damasio (8) de hace unos días en EL PAIS) de que “el hombre es calculable, exacto objeto de medida, alma y cuerpo a la vez, sufrimientos psíquicos y físicos en el mismo sentido, reducida toda la aventura del pensamiento, y más allá de ella la de la subjetivación, a una maquinaria reconstituida con circuitos sin misterio alguno; una especie de hermenéutica alocada, fundada en la utopía de un sentido total, sin resto, purgado de toda nuestra cuota de sombra, de opacidad, de sinsentido”. En opinión de Bernard-Henry Lévy, vivimos ya en la época en la que ha triunfado “la transformación del sujeto en objeto”. El triunfo, para decirlo de otra manera, “de ese hombre sin cualidades que había anunciado Robert Musil” (9).

De esta manera, entre tanta tiniebla, ¿qué nos queda?

Digámoslo con Heidegger: su propuesta era “decir «sí» al inevitable uso de los objetos técnicos y […], a la vez decirles «no». Una actitud a la que llama la “serenidad (Gelassenheit) para con las cosas” y “la apertura al misterio”.

Digámoslo con Lacan, cuando en este texto del año 1950, toma partido por “la subjetividad creadora”. Una subjetividad que para él “no cesa de militar para renovar el poder nunca agostado de los símbolos en el intercambio humano”. Una subjetividad para la que resulta abrasiva la tiranía de “medir al hombre “normal” por la estadística”. Una subjetividad que no se deja “observar en las imágenes de las circunvoluciones de las distintas áreas cerebrales”. Situaciones éstas que le recuerdan “la enajenación de la locura en la que el sujeto más que hablar es hablado…” y también las denuncias de Hegel cuando hablaba de “filosofía del cráneo”.

Voy finalizando.

De la mano del poeta, de la mano de filósofos, literatos, pensadores y, por supuesto, de clínicos y de psicoanalistas, digo que bajo criterios de falsa ciencia, el uso indiscriminado de cuestionarios y de argumentos de evidencia científica como único modo de discernir la semiología psicopatológica, hay un intento de erradicar la subjetividad en el campo médico-sanitario.

Con esa ayuda y junto a ellos, sigo diciendo que en la actualidad, en nuestra disciplina se impone cada vez más un sesgo cuantificador que crea una profunda desconfianza en nuestro saber clínico como profesionales, un saber clínico acumulado desde Kraepelin que palidece frente a las exigencias de un sistema evaluativo y de gestión que se muestra irresponsable, haciéndonos rellenar cuestionarios y elaborar estadísticas, como si la epidemiología fuese la nueva conciencia de nuestro mundo y la cifra el nuevo dios oscuro al que adorar.

Esta es, en mi opinión, la causa del malestar de los profesionales, el origen de la crisis actual en los profesionales. No es necesariamente penoso que exista crisis en los profesionales. Siempre la ha habido y siempre hemos encontrado maneras de arreglarnos con lo que estaba en juego en cada época histórica. Lo preocupante ahora es que “la cifra” como nueva consigna, el tener que escuchar que nos digan que “sólo se puede mejorar lo que se puede medir”, nos perfila un porvenir únicamente cuantitativo que supone, por estructura, una gran pobreza de pensamiento. Freud lo llamaba “miseria psicológica”, según nos recuerda el psicoanalista Jacques-Alain Miller a propósito del triunfo contemporáneo del “reino de la cantidad” (10) y de sus efectos de “conformismo” para los profesionales, obligados a la cuantificación a lo bruto, al control, a la domesticación y a la rutina.

Otro autor recomendable a estos efectos es Jean-Claude Milner, lingüista, filósofo y ensayista francés, que ha escrito un libro fundamental para entender lo que nos está pasando que lleva por título “La política de las cosas” (11). En esas cincuenta páginas de educación para ciudadanía, Milner aboga por “defender la libertad de pensamiento” en nuestro campo y “una vuelta a los fundamentos”. Para este autor que les comento, la psiquiatría está atravesada desde su aparición por dos tipos de demandas: la que tiene que ver con el sufrimiento y la que tiene que ver con el control. La gestión irresponsable y la evaluación a ultranza dejan, de hecho, prosigue Milner, “el sufrimiento librado a su suerte” cuando la opción que triunfa es la vertiente del control.

Nos urge por ello continuar manteniendo en el corazón del ser hablante el enigma que lo constituye. Por fortuna, el sujeto no siempre calcula con tino su función de utilidad. La poesía y la clínica están ahí para recordárnoslo.

Era Lorca el que, en el mismo poema que les traigo, decía lo que sigue:

“Los primeros que salen comprenden con sus huesos
Que no habrá paraíso ni amores desojados;
Saben que van al cieno de números y leyes,
A los juegos sin arte, a sudores sin fruto”

“Ciencia sin raíces”, “sudores sin fruto”, en el “cieno de números y leyes”, el sueño de la razón postmoderna del que los profesionales que trabajamos con la enfermedad mental estamos llamados a despertar. Pueden, en este sentido, contar con los psicoanalistas de la orientación lacaniana para las batallas por venir.

Gracias.

(*) Ponencia presentada en las XIX Jornadas de Encuentro de Equipos de Salud Mental de Andalucía, celebradas en Dos Hermanas (Sevilla), los días 18 y 19 de noviembre de 2010, con el tema general de “Crisis y cambio. Otra mirada”.

Notas:
(1) Naveau, L., Ciencia sin raíces, Editorial Universidad de Granada, 2009.
(2) Heidegger, M., Serenidad, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1994
(3) Lacan, J., “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, en Escritos I, Siglo XXI, 16 edición, 1990, p. 227-310
(4) Alemán, J., y Larriera, S., Lacan : Heidegger. El psicoanálisis en la tarea del pensar. Miguel Gómez ediciones, Málaga, 2010
(5) Wajcman, G., L´oeil absolu, Denöel, Paris, 2010
(6) Brousse, M-H, Brainstorming, inédito. http://www.causefreudienne.net/psychanalyse-et-politique/2010-09
(7) Aflalo, A., L´asssassinat manqué de la psychanalyse, Éditions Cécile Defaut, París, 2009 [Véase el Prólogo de Bernard-Henry Lévy]
(8) EL PAIS Semanal, nº 1.780, domingo 7 de noviembre de 2010. “El explorador del cerebro. El neurocientífico Antonio Damasio responde a sus interrogantes”.
(9)Musil, R., El hombre sin atributos, Seix Barral, 2007
(10) Miller, J-A, Los divinos detalles, Paidós, Buenos Aires, 2010, p. 222
(11) Milner, J-C., La política de las cosas, Miguel Gómez ediciones, Málaga, 2007