Crónica: Freud y las Mujeres. Amanda Goya (Madrid)

En el ciclo de Conferencias del NUCEP de este curso destinando al tema: Las Mujeres y el Psicoanálisis, el 29 de noviembre Vilma Coccoz presentó en su conferencia Freud y las Mujeres, una galería de retratos de diferentes mujeres que, una por una, como pacientes, amigas o colegas, enseñaron a Freud trozos inexplorados sobre la experiencia subjetiva, sobre las posiciones femeninas del ser.

En la Introducción, Amanda Goya, coordinadora del ciclo, comenzó planteando la pregunta: ¿Cuál fue la relación del sujeto Freud con las mujeres, la relación del niño, del joven, del marido, del psicoanalista... con las mujeres? A continuación dio algunas pinceladas sobre la importantísima relación de Freud con su madre: la bella, joven e inteligente, Amalia Nathansohn que hizo de su primogénito Sigi su preferido. Con su mujer Marta Bernays, a la que amó con una desenfrenada, posesiva y celosa pasión en los difíciles años de noviazgo, para convertirse con el tiempo en su más fiel compañera, y amantísima madre de sus seis hijos. Con su cuñada Minna Bernays, confidente e interlocutora intelectual privilegiada, de la que caben sospechas de haber mantenido una relación amorosa con Freud. Y finalmente, su hija preferida, la que se convertiría en psicoanalista de niños, Anna Freud, a quien amaba, admiraba y necesitaba como si fuera su propia Antígona, el báculo de su vejez, y con la que cometió la locura de analizarla.

Vilma Coccoz ordenó su exposición en seis puntos:

1) Ellas: las pioneras
En este punto habló del feliz encuentro entre los piquitos de oro -en palabras de Lacan- de las desdichadas histéricas, y el deseo por parte del joven neurólogo Sigmund Freud, de otorgar un valor a esas palabras para extraer de allí la solución de sus síntomas.

Freud siempre ha reconocido un precursor de su trabajo que le abrió las puertas de la terra incógnita, a la cura de las “enfermedades nerviosas” a través de las palabras: el doctor Joseph Breuer. Taking cure llamó Anna O., su paciente, a esta terapia. Breuer y Freud publicaron juntos Estudios sobre la histeria, el primero abandonó espantado la empresa ante los signos de la transferencia. Freud, en cambio, no retrocedió. Y gracias a ello nacería un nuevo discurso, el psicoanalítico y un nuevo deseo, el del analista.

Freud pasaba mucho tiempo escuchándolas, y de ello resultó algo paradójico: que leyó en esas palabras el inconsciente. El inconsciente se lee en lo que se escucha. En la medida en que él se mostraba concernido, las lagunas de la memoria de ellas cedían: los recuerdos explicaban los olvidos. La memoria restituida disolvía los síntomas.

Breuer fue su precursor, pero Anna von Lieben, -de casada, baronesa von Tudesco- fue su instructora (Lehrmeisterin) . Él la bautizó Cäecilie M., de la que dijo Freud: “una mujer de gran inteligencia, con quien estoy endeudado por su gran ayuda para avanzar en la comprensión de los síntomas histéricos”.

El primer historial freudiano lleva el nombre de Emma von N., en los Estudios Fanny Moser, que así se llamaba, provenía de una familia de campesinos a quien los reyes alemanes habían concedido rango de nobleza. “Síntomas y personalidad me interesaban tanto que dedicaba gran parte de mi tiempo a ella y estaba decidido a hacer todo lo posible por su recuperación (…) lo que me contaba era perfectamente coherente y revelaba un grado inusitado de educación e inteligencia.

¿Cuál fue la lección de Emmy? Ella llegó a “dictarle” la regla de la asociación libre al pedirle, cito: “…con un tono quejoso que dejara de preguntarle de dónde provenía esto o aquello sino que le permitiera decirme lo que ella tenía para decir. Accedí”.

Sin olvidar el caso Elizabeth von R, Ilona Weiss, su verdadero nombre: Una triste historia de una joven orgullosa con su anhelo de amor, que padecía dolores crónicos en las piernas y dificultades para caminar.

¿Qué aprendió Freud con Elizabeth?, la vertiente libidinal de los síntomas: “su rostro asumía una expresión peculiar, más de placer que de dolor, gritaba -no puedo evitar pensar que un poco como si se tratara de un cosquilleo voluptuoso…”.

2) La garganta de Irma
Freud consideraba que La interpretación de los sueños contiene la pieza más importante de sus descubrimientos.(1): propone el sueño como la vía regia hacia el inconsciente, y en la solución del enigma del fenómeno onírico cifró la necesaria labor preliminar para resolver “los más intrincados problemas de la psicología de la neurosis.” (2). Ese trayecto de elaboración doctrinal refleja su experiencia personal pues aporta muchos de sus propios sueños. El segundo capítulo de la Tramudeutung está dedicado al sueño de Irma.

En el desciframiento de este sueño de Freud es posible localizar un momento de atravesamiento de la pantalla imaginaria del fantasma, hasta que se confronta a la garganta de su paciente, a “un real sin ninguna mediación” que trae consigo una “descomposición espectral del fantasma” al decir de Lacan. En medio de la mayor cacofonía, Freud tiene agallas, -se deja guiar por la linterna del superyo-, indaga sobre su propia culpabilidad (…)” (3). La garganta de Irma aparece como el agujero del Otro, de lo simbólico, y aproxima esa voz del superyó que le dice “eres culpable” a lo incógnito del goce femenino que él ha pretendido explorar al tratar la histeria con la hipótesis de que su causa era el goce, la insuficiencia del goce. Allí verá surgir la fórmula trimitelamina, algo fuera del sentido, un nombre de lo real del sexo, una escritura de lo imposible de escribir. Así se inaugura el discurso analítico, la práctica de un saber nuevo como un lazo social inédito que gira en torno al gran secreto revelado por el psicoanálisis, el gran problema de la vida: la relación sexual no se puede escribir.

Es la lección que Freud aprendió del discurso histérico cuyo “mérito es mantener en la institución discursiva la pregunta por lo que constituye la relación sexual, a saber, cómo un sujeto puede sostenerla o, al contrario, no puede sostenerla.” (4).

3) Dora: la lógica del error
Llama la atención que Freud decidiera publicar este caso, como primer caso de psicoanálisis, fragmentario e interrumpido por un error suyo. El sentido común pensaría que lo más convincente, a la hora de presentar un nuevo método terapéutico, hubiera sido mostrar un caso concluido, happy end. Pero la ética analítica responde a una lógica severa, Freud nos da el ejemplo, los analistas progresamos tomando en consideración las dificultades.

Dora -Ida Bauer- padece una serie de síntomas histéricos y refiere la causa de su malestar: quiere que su padre ponga fin a la relación con la pareja de los señores K. Su padre mantiene relaciones íntimas con la señora y usa a su hija como objeto de un odioso intercambio (la entrega al galanteo del señor K) para facilitarse los encuentros con su amante. Freud no duda de la autenticidad de estos hechos, y no pretende cambiarlos. Operando lo que Lacan denomina una inversión dialéctica, y guiado por la tesis de que un reproche es signo de un autorreproche, convoca la responsabilidad subjetiva: ¿Cuál es tu parte, le dice, en el desorden del que te quejas? El análisis comienza con la respuesta de Dora, que aporta el primer desarrollo de la verdad: la situación se ha sostenido con su consentimiento activo durante años.

Freud ordena el trabajo analítico realizado con la joven en torno a dos sueños que revelan la posición del sujeto en la estructura: el atolladero subjetivo constituye la traducción de una problemática edípica, causa inconsciente, reprimida, de los síntomas.

En su último encuentro con Freud, Dora había hablado de una neuralgia facial descifrada como el efecto de su identificación a K a quien le había propinado una bofetada como respuesta a la frase, origen de la gran crisis de reivindicación de Dora: mi mujer no es nada para mí a la que hay que es preciso agregar ¿si su mujer no es nada para usted, entonces, qué es usted para mí?

El modo histérico de resolver el problema del goce a través de la identificación inconsciente al deseo del hombre y en el mantenimiento del enigma femenino en la forma de la Otra mujer.

4) Sidonie, la joven homosexual: la lógica de la decepción
Sidonie Csillag fue conducida a Freud por su padre, preocupado por las consecuencias del provocador comportamiento de su hija, que mostraba sin pudor sus inclinaciones por una Dama. Un intento de suicidio enlazado a esta situación había obligado a los padres a ser un poco más tolerantes. Freud acepta estudiar el caso durante un tiempo para evaluar si era posible realizar un análisis. La jovencita acepta ver a Freud porque no quiere disgustar a sus padres pero le deja bien claro que no tenía ninguna intención de cambiar su orientación sexual. Si era necesario, recurriría a la mentira, llegaría incluso a casarse, como lo habían hecho algunas de sus amigas (entre ellas, la Dama) con tal de no renunciar a su elección homosexual.

La lección de la homosexual femenina es sustancial respecto a la transferencia: en primer lugar detecta un claro interés intelectual pero una ausencia total de emoción, que no hay afecto: “qué interesante”, como si visitara un museo. Esto lo pone en guardia: en sus producciones oníricas ella se mostraba heterosexual, tenía hijos… Freud decide interrumpir las sesiones y le indica que en caso de querer continuar lo haga con una analista mujer.

El final del historial freudiano lo deja bien claro: “el psicoanálisis no está llamado a resolver el problema de la homosexualidad”.

El psicoanálisis, afirma Freud sólo devuelve la capacidad de elección. Pretender cambiar a un homosexual es tan absurdo como pretenderlo con un heterosexual, cosa que no se intenta por razones prácticas.

Quizás, después de todo, Freud hizo bien en no pretender la continuación de ese análisis. Al cargar la falta sobre sí y sugerir que Sidonie fuera a ver, si lo deseaba, una analista mujer, admitió su impotencia. Ella tuvo la suerte de encontrarse con un analista que no juzgó su elección, ni se opuso a ella, lo cual, en vista de la capacidad ejecutiva que demuestra durante el juicio de la Dama, fue favorable para el sujeto. (5)

5) Ellas: analistas, amigas, colegas
Uno de los capítulos más interesantes de la historia del joven movimiento psicoanalítico ha capturado la atención de escritores y cineastas: concierne a las relaciones entre Jung y Freud, y más concretamente, en el mal llamado triángulo formado por ellos y una mujer fascinante, Sabina Spilrein.

Ella había nacido en el seno de una rica y cosmopolita familia judía en Rusia. Su padre le había respaldado en su intención de estudiar Medicina. Llegó a Zurich en 1904 para inscribirse en la facultad y al poco tiempo fue ingresada a causa de una gravísima crisis, en el hospital más famoso de Europa para el tratamiento de las enfermedades mentales: la clínica Burghölzi. Allí toparía con Carl Gustav Jung, quien intentó tratarla con el método freudiano pero acabó enredado con ella en una relación amorosa. Gracias a la intervención analítica de Freud, Sabina lograría superar el estrago de una relación ocasionada en un abuso del vínculo transferencial, se analizaría y se convertiría en una prestigiosa analista.

En 1911, con sólo vieintiseis años Sabina Spilrein se convertiría en la única mujer de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Sus contribuciones sobre la destrucción y la autodestrucción constituyeron un anticipo de la tesis freudiana sobre la acción de la pulsión de muerte. Atraída por la Revolución Rusa se trasladó a Moscú donde desarrolló una potente actividad como analista y docente. Ella y su familia morirían víctimas del régimen estalinista en 1941.

Cuando Lou Andreas-Salomé llegó a Viena para estudiar psicoanálisis tenía cincuenta y un años de edad. Era una mujer llamativa, espléndidamente femenina, de cabello espeso y ondulado y ojos azules. Según ella, Viena desempeñó “el más conmovedor episodio de su destino femenino”. Su fama le precedía: era creadora de numerosas heroínas ficticias, muchas de ellas aclamadas como ejemplos de la “nueva mujer”. También era conocida por su estudio de las heroínas de Visen, y por la primera monografía sobre Friedrich Nietzsche. Las amistades de Lou formaron parte de un conjunto de celebridades europeas: además del citado filósofo, el poeta Rilke, la feministas Helene Stöcker y Frieda von Bülow, los escritores Wedekind, Hugo von Koffmanstahl, Artur Schnitzler y un largo etcétera.

Esta “niña mimada de la fortuna”, como la llamaba Freud, obtuvo su confianza para que éste depositara en su manos el análisis de su hija Anna, a la que no lograba separar de un arraigado complejo paterno. El análisis con Lou levantó las inhibiciones de Anna, pero no logró objetar el deseo de ésta de consagrarse a Freud y al psicoanálisis: quizá porque Lou consideraba la dedicación abnegada como la expresión más elevada del amor femenino.

Hasta el final de sus días fue gran amiga de Freud. Su reconocimiento y valoración quedan patentes en su libro Aprendiendo con Freud. En su Obituario leemos lo que él pensaba de ella: “Claramente sabía buscar en la vida dónde están los valores”. Quienes la conocieron tuvieron ocasión de comprobar la autenticidad y la armonía de su naturaleza “pudieron descubrir con asombro que todas las fragilidades femeninas y tal vez la mayor parte de las fragilidades humanas le eran ajenas o habían sido dominadas por ella en el curso de su vida”.

Un lugar aparte en el estudio de Freud y las mujeres merece Marie Bonaparte. Sin entrar en detalles de su apasionante vida, sólo destacaremos algo que parecería predestinarla a ser la salvadora de las valiosísimas cartas de Freud a Fliess. Con sólo dieciséis años se vio mezclada en una aventura con el secretario de su padre. Sus cartas fueron motivo de chantaje por parte del susodicho y su mujer. Cayó en una depresión y aparecieron una serie de síntomas que fueron considerados como propios de la histérica aristocrática. “En la cultura creada por los hombres, las mujeres no tienen lugar, la libertad, la felicidad que deberían tener, me siento una oprimida” escribía. Freud la consideraba un “diablo de energía”.

A ella se debe que Freud pudiera terminar sus días en Londres. Hizo todo lo que estaba en sus manos para salvar a más de 200 judíos, pero sus esfuerzos por rescatar de las fauces nazis a las cuatro hermanas de Freud fueron vanos y ellas murieron en los campos.

Eugénie Sokolnicka, Maryse Choisy, Helen Deutch, Jeanne Lampl de Groot, Rut Mack Brunswick, Eva Rosenfeld, forman parte de la diversísima serie de mujeres extraordinarias que se analizaron con Freud y se convirtieron en analistas destacadas, que participaron de la vida cultural y política allí donde se instalaron a ejercer su práctica.

Una mención destacada merece el capítulo inicial del psicoanálisis en Inglaterra, protagonizado en el ambiente de vanguardia que liderara el grupo de Bloomsbury y la élite de Cambridge. En 1913 se fundó la Sociedad Psicoanalítica en Londres, con amplia participación de mujeres y cuya impronta femenina se impuso en la escena psicoanalítica hasta la irrupción de Jacques Lacan.

Joan Riviére y Alix Strachey, traductoras de Freud, dos personalidades tan distintas como notables, también se analizaron con él. La primera, luego de un sonado fracaso con Ernest Jones, nos enseña mucho del proceder freudiano. Cuando Jones la derivó a Freud admitió que era el peor de sus fracasos. Freud responde a su carta (Jones la presentaba como de “un narcisismo colosal”, una sádica perversa) en estos términos: “La señora Riviére no me pareció tan siniestra como usted la ha pintado. Según mi experiencia, no hay que rascar muy profundamente la piel de una llamada mujer masculina para sacar a la luz su feminidad.” Seguramente el caso de la autora del texto canónico sobre La mascarada femenina, contribuyó al debate de los años 30 convocado por Freud sobre la sexualidad femenina. Ella le obligó a reconocer una equivocación doctrinal sobre el valor del complejo de Edipo en la mujer y la revisión respecto al problema del superyo femenino, a partir de la investigación del fantasma de fustigación, en el que Freud incluye el caso de su propia hija.

6) Tributo a Freud
Así se conoce también el hermosísimo libro de H. D. Doolittle, Escrito en la pared. Ella fue a ver a Freud en marzo de 1933 porque padecía una pérdida de orientación artística y el temor a un colapso personal.

El peculiar relato de su análisis con el Profesor Freud le sumerge a uno en las aguas del lenguaje, en la evocación de las palabras que, de forma apenas perceptible, van tomando forma en una red sutil y preciosa que lo sustenta: el consultorio de Freud, sus efigies antiguas, el análisis de sus experiencias alucinatorias, para ella, signos de lo oculto, para él, indicios peligrosos de una hecatombe mental. Allí donde ella encontraba dioses (gods) él distinguía bienes (goods). Y en medio de ese fructífero malentendido Freud reconoce que nunca había estado en contacto con una mente tan espléndida. Usted es poeta, admitía admirado.

Conocida por haber inaugurado junto a Pound el movimiento imaginista, los escritos de H.D. posteriores al análisis, como Helena en Egipto, la muestran en un reino visionario que incentivaba su trabajo.

Ellas, una a una, conquistaron una enunciación propia, y aunque siguieran fieles al psicoanálisis, en muchos casos sostuvieron diferencias importantes con los postulados freudianos, llegando incluso a favorecer posiciones críticas, incómodas, o dudosas tesis, que Freud respetó siempre, aunque evidentemente no las compartiera.

Notas:

1-. S Freud. “La interpretación…”Obras Completas. RBA. Pág 348
2-. Pág. 411
3-. Lacan. Seminario I. Paidós Buenos Aires. 1980
4-. Lacan. Seminario XVII. Paidós Buenos Aires. 1992. Pág. 98
5-. La biografía presenta una descripción pormenorizada del proceso judicial contra la baronesa Leonie por parte de su marido, Albert Gessman, alegando un intento de homicidio. Según este relato el arrojo y la inteligencia con la que actuó Sidonie, así como su declaración ante el juez fueron fundamentales para su liberación de un largo período de querellas que acabaría con su traslado a Berlín.