Feminicidio

Introducción al texto de Manuel Fernández Blanco

El primer texto de la serie1 finaliza evocando el amor.

En su texto, “Feminicidio”, Manuel Fernández Blanco analiza detalladamente el problema de la violencia del amor maltratado en nuestra civilización actual. ¿Por qué le resulta tan difícil a una mujer salir de una relación de maltrato? Si, como indica Lacan el masoquismo femenino es tan solo un fantasma masculino, ¿qué es lo que lleva a una mujer “a participar con indulgencia en dicho fantasma cuando adivina que es un punto frágil de su hombre”?2 ¿Por qué el odio al goce femenino lleva a un hombre hasta la violencia extrema y al asesinato de su mujer?

Manuel Fernández Blanco encuentra en Lacan las claves para entender esta modalidad del racismo.
Este segundo texto de la serie aporta varios elementos de reflexión sobre el tema “Mujeres en psicoanálisis”, pero no menos sobre el de “Discordia entre los sexos”, temas de las próximas jornadas de la  ECF y de la ELP  respectivamente.

Notas:

  1. Enjambres de  Anna Aromi publicado en el Blog de la ELP el 11 de septiembre de 2019.
  2. Cf. Caroline Leduc, Co-Directora con Omaïra Meseguer de las 49 Jornadas de la  ECF «Mujeres en el psicoanàlisis», el 16 y 17 noviembre del 2019. S’arracher in La dépêche des J49. n°40, 10/09/2019.

Adela Bande-Alcantud, psicoanalista, miembro de la Escuela de la Causa freudiana, París.

Feminicidio

Según los datos publicados por el Consejo General del Poder Judicial, durante el año 2018 se presentaron 166.961 denuncias por violencia de género en España. Siete de cada diez sentencias fueron condenatorias. Se solicitaron, ese año, 45.045 órdenes de protección, de las que se adoptaron 31.550. En 2018 fueron asesinadas por sus parejas o exparejas 47 mujeres en España. Fue la cifra más baja desde que hay registros oficiales. Pero, en lo que va del presente año (hasta agosto), han sido asesinadas ya 40 mujeres. De estas 40 mujeres, 32 no habían presentado denuncia.

Cuando se aborda el tema de los malos tratos a las mujeres en la relación de pareja, nos encontramos con situaciones aparentemente incomprensibles. Son fenómenos destacados por los profesionales que se ocupan de este tema desde ámbitos diferentes: médicos, psicólogos, jueces… En general, lo que más sorprende es el número tan importante de mujeres que deciden retirar las denuncias realizadas contra sus agresores, o simplemente perdonarlos, para reiniciar la convivencia con ellos. En un número importante de casos, en los que se denuncia, las mujeres maltratadas ya lo habían sido con anterioridad, lo que revela la dificultad de muchas mujeres para salir de una relación de maltrato. Esto ha dado lugar a una versión más en la que a la mujer se la difama, en el sentido lacaniano: “[…] on la dit-femme, on la diffâme”1. La versión más extendida de esta difamación es la que alude a un posible masoquismo por parte de estas mujeres.

En el amor maltratado lo que está en juego es la destrucción de toda posición de sujeto abocando a la posición de objeto. Esto es lo que en ocasiones ha llevado, también en el campo del psicoanálisis, a subrayar la vecindad del masoquismo y la posición femenina. Cuestión, ésta, que encontramos en el mismo Freud quien, en su artículo de 1924 sobre El problema económico del masoquismo, se refiere al masoquismo como una manifestación de la feminidad. Pero, hay que precisarlo, como una manifestación de la feminidad en el hombre. El propio Freud aclara en este artículo que tiene que limitarse a estudiar la perversión masoquista en el hombre “por razones dependientes del material de observación”2. Todo hace suponer que, si nos referimos al masoquismo como práctica perversa, no encontramos “material de observación” en las mujeres. Jacques Lacan califica directamente al masoquismo femenino como un fantasma masculino, con toda la equivocidad del término, se nos ocurre decir, si atendemos a la tesis de Freud.

La posición sexual clásica de la mujer era la de prestarse a la perversión polimorfa del hombre, lo que la conduce a la mascarada3 y en ocasiones al sin límite, al estrago, cuando lo ilimitado de las concesiones que puede hacer para un hombre “de su cuerpo, de su alma, de sus bienes”4, no encuentra el límite por la ausencia del signo de amor. Lacan nos dice en Televisión, que lo que hace de límite al sin límite del sacrificio de una mujer por un hombre, es precisamente la obtención del signo de amor: “Por lo cual, del amor, no es el sentido lo que cuenta, sino precisamente el signo […]. Y es precisamente ahí donde está todo el drama”5.

El discurso dominante en la civilización actual, organizado por los ideales de igualdad, produce efectos en la relación entre los sexos. Cuando la mujer ya no es el objeto, el hombre no tiene el auxilio de la potencia que le garantizaba la posición femenina en el fantasma. Si la mujer no es objeto, es sujeto, y el encuentro entre los sexos père-versamente orientado, se torna problemático. La mujer sujeto suscita en muchos hombres la inhibición, la infantilización, o el odio. Lo que da lugar a la demanda desesperada, por parte de algunos hombres, para que la mujer les confiese el secreto de su goce.

Esto aboca, más allá del malentendido, a la violencia. Como nos recuerda Lacan en el Seminario VIII, en ocasiones lo sexual solo puede reintroducirse de modo violento6. Por eso, en los casos de violencia contra la mujer, a la agresión sigue con frecuencia el sexo. Son hombres que interrogan violentamente a la mujer para que les revele el ser de goce que esconden en su vientre. Para que les confiesen su goce enigmático. Confesión que nunca será suficiente. Lacan nos dice que “esto se desarrolla a lo largo de la línea […] propiamente sadiana, por la que el objeto es interrogado hasta las profundidades de su ser, solicitado para que se muestre en lo que tiene de más oculto […]. ¿Hasta dónde puede el objeto soportar la pregunta? Quizás hasta el punto en el que se revela la última falta en ser, hasta el punto en el que la pregunta se confunde con la destrucción misma del objeto”7. A la destrucción del objeto sigue, con frecuencia, el suicidio del hombre que, eliminado el objeto, ya no puede sostenerse un minuto más en la existencia porque “funda todo este fantasma sobre la base de su propia eliminación”8. Sobre la eliminación de su ser excremental.

Vemos como Lacan nos da las claves, ya en 1961, que nos permiten entender, más allá de las explicaciones estereotipadas, la violencia contra la mujer y el feminicidio. Al llamarle feminicidio, apuntamos a que lo que se busca eliminar, en la mujer que el hombre asesina, es precisamente su deseo y su goce como mujer. Ese goce que la hace otra, incluso para ella misma.

El odio masculino se dirige a ese goce femenino que no puede ser dicho, contado, contabilizado. Un goce que resulta enigmático para el hombre que exige su confesión. El sadismo, y la violencia sexual, acompañan a este interrogatorio que no tiene límite, porque ninguna confesión sería suficiente. No tiene límite porque es la feminidad misma, el goce femenino, el que resulta intolerable. Por eso la interrogación confina con la destrucción de quien encarna ese goce que no se deja reducir al universo masculino. Precisamente por esto, porque lo que se destruye es lo femenino irreductible a la lógica fálica, se trata de feminicidio. Por eso mismo podemos pensar el feminicidio, en su dimensión de lo insoportable de que el otro goce de modo diferente, como una de las mayores expresiones del racismo, del racismo del goce.