ENTRE LA ESFINGE MUDA Y LA VOZ DEL POETA: LA CONVERSACIÓN DE LA HUMANIDAD. Por Pablo Villate (Bilbao)


Monumento a las Víctimas del Holocausto, Berlín.

Cuando Fernando Bárcena tomó la palabra en la presentación de su libro La esfinge muda. El aprendizaje del dolor después de Auschwitz, nos propuso entender ese encuentro en la Biblioteca del Campo Freudiano de Bilbao como parte de La conversación iniciada en los bosques primitivos, (M. Oakeshott) en la que la voz del poeta es la más amigable, la más conversable. Convocó a Rilke, Pessoa y a un poeta no muy conocido, Manoel De Barros, que escribió: “Una palabra está naciendo en la boca de un niño. Más atrasada que un murmullo, no tiene historia ni letras. Está entre el croar del arrullo y las palabras”.
De manera muy precisa Mónica Marín acababa de situar su libro como una obra en defensa del sujeto y de la vida, que interroga el cultivo de la humanidad y afronta el intento de destrucción (realizada y representada por Auschwitz) de lo que constituye lo humano de la especie.
El texto de Bárcena señala la posibilidad de encontrar un sentido a través del relato que nuestra vida y nuestro dolor pueden promover y Marín subrayaba que la importancia del cuerpo es en tanto cuerpo parlante (ser hablante -parlêtre-) mostrando, como fuerte punto de encuentro, que sólo existe dignidad si la condición humana no se reduce a la inmediatez de la biología. Ubicó así la obra de Bárcena en sintonía con la propuesta lacaniana de los años 1950-70 cuando Lacan señalaba -frente a nociones del aparato psíquico como vuelto sobre sí mismo, psicología del yo o lo que hoy en día se presenta como terapias cognitivo conductuales- que el encuentro con la verdad surge más del diálogo e intercambio que de la soledad.
Fernando Bárcena nos brindó francamente algunas determinaciones de su obra. Quiso hablar de eso porque ese horror sigue existiendo de formas distintas -África subsahariana, campos de indocumentados en Malta, incluso la dimensión de control que la pedagogía puede tomar fueron asuntos señalados al respecto en la conversación-, porque él mismo necesitaba una poética del comienzo y porque encontraba esta misma necesidad entre muchos hijos de judíos que apuntan a la magnitud moral desde la que proponen plantearse el presente junto a sus contemporáneos sin necesitar sentirse excepcionales.
Para Bárcena, Hannah Arendt anticipaba las tesis de la biopolítica de Foucault al señalar el auge de lo social entendido como una sustitución de la acción espontánea por la acción normativizada, y el relato de Primo Levi sobre el encuentro entre Hurbinek y Henek -ver www.blogelp.com del 2 y del 11 de enero de 2006- se constituyó para Bárcena en una situación educativa ejemplar que se muestra radicalmente en que no es colonización de las almas sino hacer emerger la palabra del otro, no dictarle la palabra.
Este fue uno de los puntos más tratados en la conversación llegando a dar un vuelco, convirtiéndose en algo aún más complejo, al añadir la función de la que Henek se encargaba en Auschwitz (ver La tregua, de Primo Levi), ejemplo terrible de lo que P. Levi llamó “zona gris” (zona de excepción normalizada donde indistintamente los verdugos son victimas y viceversa, donde todo es posible y consecuentemente todo da igual, decidir no parece tener sentido y ser decente puede ser lo más indecente), verdadera producción de los campos. Por eso la intervención de Luís Alba desde el público relanzó la conversación al proponer que, en el pequeño Hurbinek, Henek pudo ver su propio enigma personal, el interrogante que cuestionaba su posición en la zona gris como adolescente integrado en el campo. Y en este sentido la posibilidad de que Celan y Kertész estén, como Hurbinek, en posición de enigma para el lector, para testimoniar ponen su libra de carne. Lo cual quizás eleva, aún más, el grado de la operación de humanización que Mónica Marín explicó -¿cómo se humaniza el recién nacido?-, convertir el grito en llamada, convirtiendo el enigma planteado por los testigos en llamada para quienes habitan el mundo después de Auschwitz. Y quizás se entienda así la aparente contradicción que Fernando Bárcena sostiene cuando dice que el testimonio no es ejercicio de embellecimiento sino acontecimiento poético.

Pablo Villate (Bilbao)

(NOTA DE LA REDACCIÓN: Este POST forma parte de la serie dedicada a la intervención del Profesor Bárcena, autor de La esfinge muda. El aprendizaje del dolor después de Auschwitz, el pasado día 12 de enero en Bilbao en el Ciclo "Deportados. Testimonio y Trasmisión", organizado por la Biblioteca del Campo Freudiano de Bilbao.)