En el fundamento de la realidad social está el lenguaje. Clara Bardón (Barcelona)

Titulo así estas notas para abrir algunas líneas de reflexión acerca de la frase, tomada del texto de presentación de PIPOL 4 de J.-A. Miller, en el apartado “Operación verdad”. J.-A. Miller añade el siguiente comentario que se refiere a una cita de J. Lacan en el seminario Aún (pág. 55): “Entendamos por ello la estructura que emerge de la lengua que se habla bajo el efecto de la rutina del lazo social. Es la rutina social la que hace que el significado pueda atesorar sentido, ese sentido que está dado por el sentimiento de cada uno de formar parte de su mundo, es decir, de su pequeña familia y de todo lo que gira alrededor”.

Partimos de la idea de que la realidad social es el lenguaje, que está ahí antes de la aparición del sujeto quien lo toma a partir de lo hablado por los otros y también de que la estructura del lenguaje como tal implica unas normas sintácticas y gramaticales, que existe una matriz fonemática para cada lengua, las palabras recogidas en el diccionario, los usos compartidos de determinadas expresiones. Es el lenguaje en tanto lengua hablada que vehiculiza una norma que sirve para comunicarse y establecer esa rutina social.

Pero hay también otro nivel del lenguaje, a partir de lo que entendió cada uno de esa lengua del Otro que produce las investiduras particulares de cada uno y que da lugar a un uso privado de la lengua con un acento singular, propio, que no sirve a la comunicación, en el que nadie da a una palabra el mismo sentido que el otro y, por tanto, no está articulado a un saber que pueda ser compartido sino al goce del sujeto.

Por ello, para que el sujeto pueda sostenerse en el lenguaje y ser representado por él, es preciso que esté articulado en un discurso que instale las coordenadas simbólicas, es decir, que el significante debe estar articulado a otros significantes produciendo un saber e incluir de alguna manera al goce del sujeto. En el discurso, además, se sitúa el sujeto en una determinada posición. Es desde esa posición en el discurso como el sujeto puede representarse mediante el lenguaje frente al Otro y puede hacer lazo social.

Estar en un discurso permite orientarse en el mundo con respecto a lo qué hay que hacer para arreglárselas con el cuerpo, en la relación con los otros; sitúa al sujeto para responder ante determinadas situaciones, da un lugar desde donde dirigirse al otro.

La realidad psíquica implica que lo simbólico y lo real estén anudados por lo imaginario para que se produzca el sentido (fabricado entre lo simbólico y lo imaginario) que pueda ser compartido con los otros. En ocasiones, lo imaginario que permite que las palabras puedan decir las cosas, está desanudado y se producen fenómenos de lenguaje con un acento de singularidad: ideas fijas con un sentido particular, intención de significación inefable, desorganización de la sintaxis, significantes nuevos o con una significación nueva y, en general, expresiones de la lengua corriente que para el sujeto tienen un uso particular, una significación nueva y no están articulados en un discurso.

La realidad psíquica es lo que permite también, para cada sujeto, poner el mundo en orden, es lo que hace que cada uno esté más o menos ubicado en su cabeza y en su cuerpo, lo que permite experimentar los pensamientos como propios y no producidos en el exterior y vividos como ajenos.

Hay sujetos que, al estar fuera del discurso, deben desplegar un considerable esfuerzo de invención para realizar un uso del cuerpo y tener un funcionamiento en lo social que parezca ordinario, son anudamientos precarios en sujetos que tienen, por ello, una conexión frágil con el otro y son más vulnerables ante las diversas dificultades y avatares que se encuentran en la vida. En tales circunstancias, el vacío de significación los sume en la perplejidad y la necesidad de inventar significaciones nuevas y singulares que les permitan llenar ese vacío en la significación. Este desorden, por fuera del discurso comporta a su vez un desorden libidinal porque está afectado el sentimiento y el sentido mediante el cuál el sujeto se une a la vida.

Para estos sujetos se trata de inventar, fuera del discurso, un referente que pueda servir para producir respuestas particulares que engloben de una u otra forma el goce, le pongan límite y produzcan un sentido. Inventar algo que le pueda servir para sostener, aunque sea mínimamente, esa rutina social es algo del orden de una pragmática, como señala J.-A. Miller en el texto citado, es del orden del “saber-hacer con”, del saber “arreglárselas con”.

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