“EL OBJETO DEL SIGLO” de Gérard Wajcman*. Irene Domínguez Díaz (Barcelona)

“El objeto del siglo” -obra psicoanalítica de un valor muy particular- nos brinda una aventura de lectura apasionante. Escrita en un estilo fresco, vivo, desde un deseo que se da a ver, imposible de esconder, su autor empieza proponiéndonos un concurso para pensar, no solamente el arte, sino como éste interactúa, dialoga y piensa nuestro siglo. Su trama se despliega a partir de preguntas cortas, pero nada simples, que le permiten un constante vaivén: del concepto del arte a sus rupturas, de la idea de objeto al sujeto supuesto saber, del ver al mirar, del velo a lo real, del dar a ver a una cierta verdad del mundo, etc.

El autor elige dos obras del inicio del siglo XX, Rueda de Bicicleta sobre un taburete y el Cuadrado Negro sobre fondo blanco, de Duchamp y Malevich, más que para interpretarlas, explicarlas o describirlas, para utilizarlas como palancas desde donde dar cuenta del giro que supuso la entrada en la modernidad. Un cambio sin precedentes que transformó la forma de mirar, de ver, de mostrar, de querer decir del arte y que inseparablemente han dejado sus huellas en la subjetividad del siglo. Parece difícil poder sacarles más jugo, poder añadir algo más. Apoyado en pequeños y casi imperceptibles puntos de partida, como el principio rector: “para pensar hace falta un objeto”, Gérard Wajcman nos acompaña en su ejercicio de pensamiento. Utiliza dos objetos del arte para pensar el objeto mismo, el objeto a. Destaca de la Rueda de Duchamp y los ready-made su proceso de creación: sacar un objeto de la cadena de producción del mercado, un objeto industrial, despojándolo de su utilidad y llevar a cabo, mediante un acto artístico, una transformación profunda del mismo. Inutilidad del objeto de mercado, que resulta muy útil para el arte.

Arte del siglo que apuntaría a lo real: insuflar vacío al objeto, vaciarlo -que no es hacer el vacío en él-, proponer nada para ver, enseñar algo de la verdad del mundo, librarse de la representación más no del objeto, tomar las obras como aventuras del pensamiento, pensar el valor de la firma como acto, proponer a la obra, el artista y el espectador como surgidos de un encuentro,... son algunos de los caminos por donde nos acompaña la lectura de este libro.

El recorrido acaba donde empieza, sin que eso implique sentar cátedra de ninguna verdad. Si el objeto ganador del concurso “el objeto del siglo” es “la destrucción sin ruina” en unos tiempos que desafían a la memoria incluso a través de las políticas de su recuperación histórica; la ética de lo visible nos proporciona, al final, la posición irreductible del deseo. Porque el acto artístico, la creación, las obras-del-arte son inseparables del acto de pensar el mundo, de su dar a ver -a veces ocultando- algo de la verdad de nuestros tiempos.

Pero, ¿en qué puede esta obra interesar al tema de nuestro próximo encuentro PIPOL? Lo que a primera vista podría pasársenos por alto es que este riguroso trabajo de Gérard Wajcman, este estudio pormenorizado que bordea incansablemente la categoría misma del objeto en psicoanálisis, es un formidable instrumento clínico. Pensar el objeto es, de alguna manera, preguntarse por el sujeto, puesto que el objeto es aquello éxtimo a él, su más íntima exterioridad, su más externa intimidad.

La pregunta que comanda el encuentro sobre la existencia de un concepto pesado, redondo, que se pretende sin fisuras como el de “Salud Mental”, podríamos ponerlo en serie con una de las respuestas que da Gérard Wajcman: “El Arte no existe”. Pero si el Arte con mayúsculas (como la Salud Mental con mayúsculas) no existe, existen las obras-del-arte lo que implica que ninguna tiene valor de ejemplo y que deben ser consideradas en sí mismas. Así como que ninguna teoría del arte puede ser más que teoría de las obras, a cada obra su teoría. Podemos extraer de aquí exactamente la posición de la clínica en psicoanálisis: ningún caso tiene valor de ejemplo, sólo hay clínica del caso por caso. Por tanto no hay la Clínica, la Salud Mental, estándar, buena, la que sería la medida de lo normal, sino que la orientación debe sustraerse del interior de la lógica de cada caso.

Pensar los movimientos en los que un objeto deviene obra-del-arte nos sirve también para pensar en las construcciones que cada analizante, que nosotros como analizantes, realizamos en los análisis. Acto artístico y acto analítico comparten esta potencialidad de transformación de los objetos: insuflando vacío, enigmatizando, tomando la nada como objeto, dando a ver, ocultando, bordeando lo real, inutilizando,... son operaciones que -como en el arte- la clínica de hoy toma en cuenta como resortes fundamentales.

Los recovecos que recorre este libro disuelven cualquier idea de que los ámbitos de las disciplinas humanas habitan en parcelas perfectamente definidas y aisladas las unas de las otras. De alguna manera Wajcman brinda homenaje al nacimiento del psicoanálisis que sólo fue posible gracias a la interrogación sobre la subjetividad, sin separarla del contexto de su tiempo. Sujeto y contexto social están puestos en una relación moebiana indisoluble de la que Freud ya daba cuenta, por ejemplo, en el “Malestar en la Cultura”.

Aquí concluyo estas líneas recomendando efusivamente la aventura que implica leer esta obra de indiscutible originalidad y valor singular como obra-del-psicoanálisis.

* “EL OBJETO DEL SIGLO”, Gérard Wajcman. Amorrortu Editores.