A-FORO. BOLETÍN ON-LINE nº 5 II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA "Las Servidumbres Voluntarias". Gabriela Galarraga, Juan José Saer.

Madrid, Sábado 11 de junio de 2011. Círculo de Bellas Artes

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PRESENTACIÓN
Paloma Blanco Díaz

Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.
“Blade Runner” de Rydley Scott

Hace algunos meses colgué en Facebook el enlace de youtube que les facilito a continuación www.youtube.com/watch?v=oURDjJoECTk para compartir con mis amigos una escena cinematográfica que me emociona particularmente. Algunos colegas comentaron entonces cuán pertinente era para ilustrar el tema de lo que la evaluación silencia que ahora nos convoca. Recientemente, otro amigo y colega volvió a colgar el enlace y en mis comentarios ya anuncié que iba a usarlo en A-foro: pareció una buena idea.

Cuando recibí la sugerente aportación de nuestra colega Gabriela Galarraga, “La medida de la ciencia”, pensé que era el momento oportuno y que mi comentario bien podía servir de introducción, tanto a su trabajo, como al otro texto que conforma este número, “Genealogía del hombre sin atributos”, contribución del insigne escritor Juan José Saer para El País en 2005. Este pequeño artículo también apunta, con acertada maestría, a los aspectos que hoy nos ocupan. Alude a lo incalificable de aquel atributo que definiría lo más propio de la esencia humana. A esa magnitud sin medida que no es susceptible de ser acotada por ninguna cuantificación, no ha cifra que acote lo real de la sustancia gozante, que caracteriza la particularidad en cada uno de nosotros.

En la tarde del pasado lunes, encontré que Mercedes de Francisco había colgado, por su parte, el enlace en nuestro perfil de Facebook. Este será el número siguiente, me dije.
Roy Batt es el replicante que escoge conservar la vida… de otro, aquel que era su perseguidor, su cazador. Sabe también que es hora de morir y su decisión es que éste sea el último acto de su existencia. Es su acto lo que lo hace humano desbaratando y desmintiendo la validez y fiabilidad de los test evaluativos a pesar de su sofisticación y probada infalibilidad” La cifra de lo humano no la acota ni el más complejo de los indicadores materiales, por más biológicos que sean; es otra nuestra materialidad. Solo el acto que hunde sus raíces en la singularidad irreductible puede dar cuenta de esa cifra, de lo que del indecible se cifra en una decisión.

Blade Runner tiene dos finales; el inicial, el del director, pareció muy inquietante y poco comercial, apuntaba a lo que comentamos, a la pobreza de cualquier sistema evaluativo supuestamente “científico” para dirimir lo humano. En el relato fílmico, los propios sueños pueden ser implantes, así como la misma conciencia de sí; la que distingue a los humanos de las demás especies animales. La frontera es tan porosa, tan difusa, que el propio evaluador puede quedar atrapado en esta indefinición…

El otro final, el comercial, el que primero pudimos ver en la gran pantalla, es más al estilo happy-end, resolución en pareja, el enigma de la caducidad soslayando todo lo demás…

Podríamos decir muchas más cosas de esta evocadora película que seguirían prologando los lúcidos textos que siguen a continuación, pero creo que su lectura evocará aún muchas más.

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Voluntarias.

¡Buena lectura!

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LA MEDIDA DE LA CIENCIA
Gabriela Galarraga

La ciencia se ocupa de hallar un saber en lo Real que lo haga cuantificable, calculable, obediente a su formalización, un Real a su medida. Pero ¿cuál es la medida de la ciencia?

En 1931 Gödel demuestra que toda formalización de la matemática es incompleta. Puede existir una proposición que sea al mismo tiempo verdadera e indemostrable.

Todo sistema formal, susceptible de recibir una interpretación aritmética, comporta al menos una expresión indecidible, nombre de lo Real en la ciencia matemática.

Lo que Gödel demuestra en las matemáticas, la teoría de la relatividad de Einstein y la teoría cuántica de Bohr, lo demuestran en la física que deja de ser una ciencia exacta.

Bohr en su “principio de complementariedad” afirma que el conocimiento incompleto de un sistema es parte esencial de toda formulación de la teoría cuántica.

Heisenberg con su “principio de indeterminación”, establece que el azar no es un elemento accidental sino connatural a las leyes físicas, y que es imposible medir al mismo tiempo el movimiento y la velocidad del electrón, real imposible de cercar. Lo que hace para él que la mecánica cuántica invalide la ley de la causalidad, en una exaltación del libre albedrío.

Los descubrimientos de Plank obligan a formular toda ley como una ley estadística, diferenciando la mecánica estadística de la newtoniana. La teoría cuántica desvela que no hay total independencia de los medios de observación con lo observado, cuestionando de esta forma la neutralidad del científico en su aproximación a lo Real.

La noción de causalidad del siglo XIX basada en la suposición de que el acontecer de la naturaleza estaba unívocamente determinado, concepción mecanicista de la causalidad, cambia a un determinismo liviano basado en las probabilidades estadísticas. Se ha demostrado que cuanto más se abarca en el saber, más aleatorio se hace, más escurridizo lo Real. Para Einstein la insuficiencia de saber hace caer en el azar.

Con el siglo XX se produce la detonación de una racionalidad científica, que en una reacción en cadena se expande masivamente en lo social, arrasando a su paso cualquier atisbo de subjetividad.

Del hombre- máquina al Proyecto Cyborg
Desde el siglo XVII hasta mediados del siglo XX la idea de engranajes, pistones, poleas se utilizó para explicar el mundo como un mecanismo de relojería y el cuerpo humano como una máquina

En El hombre-máquina, La Mettrie, seguidor del mecanicismo cartesiano, desarrolla las tesis de la identidad entre funciones psíquicas y estados corporales. Radicaliza la posición de Descartes que consideraba el cuerpo vivo de los animales como máquinas, extendiendo esta tesis también al ser humano. Pero para Descartes el hombre no es una máquina porque habla.

El hombre posmoderno es inconcebible sin la máquina, pero el tránsito de la maquinaria analógica y mecánica a dispositivos digitales e informáticos cambia el paisaje en una digitalización de la realidad.

Actualmente el sueño de la tecnociencia es poder modificar los códigos genéticos a la manera en que los programadores informáticos editan software, convierte la vida en información y la naturaleza en presuntamente programable.

Con la teoría molecular del código genético, la idea del biopoder de Foucault, que se refiere a la administración de la vida, se sofistica a niveles moleculares

Gilles Deleuze en su ensayo “Posdata sobre las sociedades de control”, delata la intensificación de las redes de poder, volatilizadas en redes fluctuantes y flexibles pero sostenidas por las innovaciones tecnocientíficas que intentan no dejan nada fuera de control

Los avances de la biotecnología no solo borran la singularidad del sujeto sino que fusionan al hombre con la máquina, borrando cualquier límite.

El científico británico Kevin Warwick, experto en robótica y cibernética, se ha sometido a delicadas intervenciones quirúrgicas con el fin de implantarse microchips que lo unieran a su ordenador. Dando pruebas de una valentía sin límites, se propuso lo que muy pocos hombre se atreverían: ¡unir su sistema nervioso al de su esposa!

En su afán de perfeccionar al ser humano, la convenció para implantarle otro microchip más pequeño y superficial, con el que garantizar la conexión permanente entre ambos, en una especie de nueva hibridación tecnoorgánica. La conclusión a la que llego fue que “el sexo es íntimo, pero la comunicación entre cerebros lo será mucho más”.(1)

En su sueño de un saber absoluto, intenta taponar la hiancia desde donde el psicoanálisis afirma: No hay relación sexual. Warwick intenta colmar la verdadera falla en lo Real: la relación con el otro sexo no existe como tal, y asienta en ella su fantasía para hacerla existir. Considera que en el futuro se podrá transmitir pensamientos, imágenes, sentimientos sin necesidad de hablar, la pregunta es ¿también sin palabras?

En la actualidad el científico trabaja en la creación del Cyborg, (Cybernetics organism), un ser medio orgánico medio mecánico.

Para ello se ha inspirado en novelas de ciencia ficción, como por ejemplo “El hombre Terminal” de Michael Crichton, en la que se relata la implantación de electrodos en el cerebro.

Sin embargo K. Warwick afirma “no quiero identificarme con él porque creo recordar que era un psicópata asesino, pero yo lo leí como un libro de ciencia y lo encontré tremendamente emocionante” (1)

En Kant con Sade, Lacan dice “De los imprevisibles quanta con que tornasola el “átomo amor-odio” en la vecindad de la Cosa, de donde el hombre emerge con un grito, lo que se experimenta después de ciertos límites, no tiene nada que ver con aquello que se sostiene el deseo en el fantasma, que precisamente se constituye por esos límites” (2)

Desde el ideal cientificista sin límites, se fustiga con pruebas hasta hacer surgir el grito que al mismo tiempo sofoca, para no escuchar lo más particular y verdadero que tenga que decir.

Notas:
(1) Entrevista con Kevin Warwick, en Eureka, 13.5.2011.
(2) J. Lacan, Kant con Sade, en Escritos, vol 2 Siglo XXI, Méjico, 14º ed. 1987, p. 766

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GENEALOGÍA DEL HOMBRE SIN ATRIBUTOS
Juan José Saer

(desde http://www.elpais.com/articulo/semana/Genealogia/hombre/atributos/elpeputec/20050101elpbabese_16/Tes)

Un ser sin cualidades ni características particulares. Así es el célebre protagonista de la monumental e inacabada novela de Robert Musil El hombre sin atributos, una metáfora de la quiebra del Imperio Austrohúngaro y de la frágil condición moderna. Con todo, esa misma condición puede rastrearse en lo que algunos maestros budistas del siglo IX llamaban el "hombre verdadero sin situación", un ente marginal y carente de esencia fija y de definición cerrada.

Un día, a mediados del siglo noveno, en el noreste de la China, en el monasterio que dirigía Lin Tsi, el maestro de la secta budista T ch'ang (en japonés zen, ambas pronunciaciones locales del sánscrito Dhyâna, "meditación"), subió a la cátedra y dictó la más célebre de sus lecciones: "Sobre vuestro conglomerado de carne roja hay un hombre verdadero sin situación, que sin cesar entra y sale por las puertas de la cara. ¡A ver qué opina de esto alguno que no haya hablado todavía!'. Uno de los monjes salió del grupo y preguntó cómo era el hombre verdadero sin situación. El maestro bajó de su banco de meditación y atrapando al monje e inmovilizándolo, le ordenó: '¡Dilo tú mismo, dilo!'. El monje vaciló. El maestro lo soltó y dijo: 'El hombre verdadero sin situación es un montoncito cualquiera de excremento'. Y se volvió a su celda".

La expresión "un montoncito cualquiera de excremento" es en el original mucho más cruda y, para su publicación en este diario, ha sido sustituida por la presente, que aparece en otra versión de esta misma escena. El eminente sinólogo francés Paul Demiéville, traductor en 1977 de las Lecciones de Lin Tsi, comenta así la brutal comparación, que resulta todavía más sorprendente cuando sabemos que también se la utiliza a menudo para designar a Buda: "Toda definición del hombre verdadero sólo puede ser impropia, vil, sucia, puesto que por definición es lo que escapa a toda definición".

En lo referente al hombre verdadero sin situación, el profesor Demiéville ofrece el comentario siguiente: "La expresión hombre verdadero deriva directamente de los filósofos taoístas de la Antigüedad, aunque también haya sido utilizada para designar a Buda y al Arhat (el santo liberado) en las primeras traducciones chinas de los textos búdicos. La palabra situación se aplica en el vocabulario administrativo a la situación de un funcionario en la jerarquía oficial. Como esa jerarquía incluía a toda la élite social, que era la única que contaba en la antigua China, un hombre sin situación era un ente marginal, carente de estatuto, una entidad indeterminada. Es más o menos en el sentido de Lin Tsi que el novelista austriaco Robert Musil, que se interesaba tanto por Lao Tsé poco antes de su muerte trágica en 1942, concebía a su héroe como un hombre sin características particulares, Der Mann ohne Eigenschaften (El hombre sin atributos en la traducción castellana)".

En la exacta referencia que antecede, hay un solo error: la muerte de Musil fue tal vez prematura (tenía 61 años) pero no trágica. Su mujer, Martha Marcovaldi, la cuenta así en una carta: "Después de una mañana tranquila, pasada en parte en su mesa de trabajo y en parte en el jardín, subió la escalera que conducía al baño diciendo: 'Voy a darme un baño antes de almorzar'. Y mientras se desvestía, durante un ejercicio físico o simplemente a causa de un movimiento brusco fue derribado por un ataque. Unos minutos después de que subió, abrí la puerta del baño para llamarlo y lo encontré sin vida. Era imposible admitir que estuviese muerto, a tal punto parecía vivo con su aire de sorpresa irónica en la cara".

¡Qué bien le cuadra esa muerte al discreto mentor del hombre sin atributos! Morir, podría decirse, en plena salud, y experimentar no temor sino una sorpresa irónica ante la irrupción imprevista de la muerte, es tal vez la confirmación irrefutable de sus teorías. Porque el hombre sin atributos es aquel que, desembarazándose de todas las convenciones, las posturas sociales, los contenidos intelectuales o morales, las máscaras identitarias, los sentimientos y emociones calcados de los que difunde el medio ambiente, la sexualidad canalizada por los diques de lo socialmente permitido, volviendo al grado cero de la disponibilidad, construirá su vida oponiéndose a todo automatismo y a todo lugar común de la inteligencia, de la vida afectiva y del comportamiento.

En el Imperio Austrohúngaro declinante, agobiado por las pomposas pretensiones de la Corte y por las constantes reivindicaciones del archipiélago de pequeñas y grandes naciones y culturas que lo componían, ser un hombre sin atributos, reivindicar sólo la propia disponibilidad, sin previas adhesiones obligatorias a supuestas causas, sagradas o no, a determinadas normas de conducta, dictadas de una vez y para siempre y destinadas a regir la sucesión de generaciones fugitivas, supuestamente idénticas unas de otras, representaba no una forma de egoísmo o una manera de volverle la espalda a la realidad, sino una sana desconfianza hacia lo consabido, lo no reflexionado, lo impuesto por la inercia aplastante del mundo.

Musil nació en una pequeña ciudad austriaca en 1880. Destinado a una carrera militar o científica, poco a poco fue abandonándolo todo, a pesar de perspectivas prometedoras en sus otras actividades, para dedicarse enteramente a las letras. Y aunque escribió varios magníficos relatos, una obra de teatro, algunos ensayos minuciosos y un apasionante diario íntimo, podría decirse que también abandonó la literatura entregándose por completo a la redacción de El hombre sin atributos, novela que le llevó casi treinta años de su vida y que quedó inconclusa. Los únicos dos volúmenes que publicó en vida, en 1930 y en 1933, tuvieron un gran éxito de crítica pero no se vendieron, el segundo sobre todo, cuya aparición coincidió con la llegada de Hitler al poder. Musil, que estaba en Berlín en ese momento, emigró primero a Viena y después a Zúrich y a Ginebra, donde vivió en la miseria hasta su muerte en 1942. En 1938, los nazis incluyeron sus libros en la lista de obras "indeseables y nocivas" y las prohibieron en Alemania. Pero en el año 2000, una encuesta entre los principales críticos literarios de Alemania demostró que una importante mayoría de entre ellos consideraba El hombre sin atributos como la más importante novela del siglo XX escrita en alemán.

Ulrich, el protagonista, no tiene nada de un aventurero o un sensualista que quisiese gozar indefinidamente de nuevas experiencias a la manera de los decadentes de finales del siglo XIX. Es un espíritu racional, sistemático, amable y jovial. Su vida transcurre en el marco de una banal existencia burguesa. El único acto verdaderamente transgresivo es su relación amorosa con su media hermana, que, a medida que avanza la novela, va transformándose en el elemento simbólico de una vida sistemáticamente dirigida a trascender las convenciones exorbitantes que el mundo impone a los individuos.

El hombre verdadero sin situación del enérgico maestro Lin Tsi, retorna entonces inesperadamente en nuestro tiempo en la gran novela de Robert Musil. Pero, en otro registro, también podrían representarlo a su manera esas hilachas de hombres que son los personajes de Samuel Beckett. En todo caso, está presente en las reflexiones actuales sobre la crisis y el estatuto del sujeto, y en la desconfianza de algunos hacia todas aquellas ideologías que exaltan, sin mayores precisiones, los méritos discutibles del concepto de identidad.