El GENIO DE GENIE. Por Anna Aromí (Barcelona)


Genie y la alegría

La noticia llegó en los primeros días de este verano: Gennie Lemoine había muerto. Por la nota de su hija supimos que la enfermad no le había hurtado el tiempo para despedirse de la vida y de los suyos. A nosotros, ahora, nos toca despedirnos, y agradezco al Consejo de la Ecole de la Cause freudienne la invitación para poner algunas palabras al lado de esta pérdida. Aunque triste por el acontecimiento, las palabras que me vienen no son tristes. Algo tenía Gennie que siempre traía una alegría con ella. Era firme, podía ser categórica –y lo era a veces-, pero nunca la abandonaba un fondo claro en su mirada, en su palabra. De Gennie no me parece posible decir “nos ha dejado”, al menos no en el sentido habitual que se da a esta fórmula; si ella se ha ido no es orfandad lo que queda, porque nos ha dejado collares de recuerdos, tesoros enhebrados en sus libros.

Gennie y Paul Lemoine vinieron a Barcelona desde el año 1979 hasta bien entrados los ochenta para sostener la formación de incipientes psicoanalistas que entonces éramos algunos. Nunca se les escuchó hacer existir un psicodrama que no fuera psicoanalítico, neta su filiación lacaniana. Con ellos se aprendía en acto el atractivo cautivante del estadio del espejo, la habitación del sujeto entre enunciado y enunciación, los poderes desencadenantes del deseo...

Los Lemoine y España

Los Lemoine venían a una España anterior al desembarco del Campo Freudiano, precediendo su llegada. Por desembarco entiendo el inicio del Seminario del Campo Freudiano, ocurrido en Barcelona en el año 1985. Era la época llamada “de los Grupos”, un tiempo pre-escuela que algún día tendremos que escribir, al fin y al cabo fueron los días de una formación inicial, si se puede decir así. Ahí fuimos alumbrados una generación, o más, de psicoanalistas que hoy somos Escuela.
Gennie y Paul Lemoine fueron de esos viajantes pioneros, con otros colegas de la École como Rosine y Robert Lefort o Esthela Solano, que venían a impartir formación en “psicoanálisis con niños” abriendo nuevos caminos en España. Gente espléndida, viajeros del Sur, generosos hasta en su curiosidad. Nunca turistas.
La historia de la escuela en España está trenzada con la generosidad de esos viajes primeros y los muchos que vinieron después. Era la generosidad de una época que creía en las causas, y que llamamos transferencia. Se me ocurre ahora que no es extraño que la ELP sea una escuela de viajeros: así estaba inscrito en sus preliminares. Queda por ver qué marcas dejarán nuestros pasos.
Con un estilo de transmisión viva, los Lemoine dejaron su huella; los participantes de los grupos de formación en psicodrama psicoanalítico venían de los lugares más diversos: Valencia, País Vasco, Galicia, Navarra, Andalucía... En Barcelona se organizó una filial española de la SEPT (Société d’Études du Psychodrame Pratique et Théorique). Lo recordábamos estos días con Magda Bosch, colega y amiga de atravesar años de crisis y rupturas, con ella y con otros colegas hoy no inscritos en la Escuela, nos cupo la satisfacción de formar parte del comité encargado de la puesta en marcha de la SEPT (momento en que los grupos, incluidos los terapéuticos, estaban en pleno auge) y también del de su liquidación (para disolverse en la recién creada EEP).

Las virtudes de estallido de las sociedades analíticas

Pero la transmisión más honda de Gennie Lemoine no pasó solamente por los grupos de psicodrama o por sus trabajos sobre la feminidad (o la moda, el teatro, la filosofía), ni siquiera por su visión crítica de la política y las instituciones analíticas. De ella es el dicho “en el mejor de los casos, una sociedad analítica se define por sus virtudes de estallido” [El grito, 1980], sabía de qué hablaba, habiendo vivido la disolución de su escuela por Lacan, entre otros momentos cruciales de la historia del psicoanálisis. Pero si siempre sostuvo una posición crítica -y apasionada-, su apuesta nunca la apeó de lo esencial, su lugar era la Escuela. Lo que ella transmitía con todo esto es la posibilidad de un lazo auténtico entre el discurso y el deseo, entre el psicoanálisis y la vida. Ese era su genio. Por eso, a Gennie Lemonie solamente la puedo recordar joven. Por eso, y porque la recuerdo en unas Jornadas del Campo freudiano, tan vivaz, con sus zapatos de bailaora flamenca, rojos con lunares blancos. Inolvidable.

Anna Aromí (Barcelona)