El despertar sexual de la adolescencia. El sexo después de la pornografía. Maricel Chavarría* (Barcelona)

Sorpréndanse cuanto quieran ante algunas conductas sexuales de la actual generación de adolescentes. ¿Practican un sexo mecánico? ¿Se relacionan unos y otras con actitudes machistas? Sin ánimo de disparar las alarmas, es útil recordar cuánto educan las telenovelas. Y no digamos la pornografía. Imágenes de cuerpos fragmentados y en pleno coito circulan como descargas rápidas por las pantallitas de los móviles. ¿Hay que rasgarse las vestiduras? ¿Está en juego la salud sexual de las nuevas generaciones? Depende. Siempre nos quedará la educación erótica.

La pornografía es una industria en expansión: genera más de 40.000 millones de euros y, según la revista Forbes, la consumen 250 millones de personas. Los estudios realizados sobre sus efectos arrojan resultados dispares, desde los que advierten que puede aumentar la violencia sexual por imitación hasta los que pretenden que puede disminuirla por catarsis, al calmar los deseos con la masturbación.

Hoy está asumido que el porno no es censurable siempre que se trate de imágenes legales, grabadas con la conformidad de actores adultos. Aun así, preocupa que esa representación del sexo llegue a púberes sin criterio formado que asisten a sus primeras pulsiones sexuales en el seno de una sociedad tecnológica e hiperconsumista. ¿Qué idea del sexo y las relaciones obtienen?

"Ninguna. No hay argumento. En su lugar hay sensación de hastío porque no hay deseo", sostiene Francesc Vilà, de la Asociación Mundial del Psicoanálisis y especialista en salud mental de la infancia y la adolescencia. "Necesitan de cualquier acontecimiento que les permita preguntarse qué quieren los demás de ellos, volver a considerar al otro como un enigma en lugar de esa política de consumo hasta la desmesura que les deja extenuados y en la que no se practica sexo hasta el placer de eyacular sino hasta el hartazgo", asegura. Si bien el deseo se manifiesta en el mirar, esos chavales han reducido mirar y ver -"que es lo cómodo", apunta Vilà- a lo mismo. Y en medio, el drama de la erección.

"En los años 60 se creyó que acabar con la represión nos liberaría sexualmente, pero se ignoró qué era lo que vendría luego: sexo más hard, más mitos, más hastío, mayor desinterés por el otro y, por lo tanto, más autosexo. Tanto la represión religiosa -añade el psicoanalista- que piensa que todo es una guarrada, como la liberación progresista, que dice que todo es natural, tienen un contrario: se trata del obstáculo de lo sexual, aquello que rehuimos, pues la sexualidad es un problema en sí, un laberinto humano". En este sentido, Vilà asegura que no funciona ni prohibir ni prohibir prohibir. "Y si no tenemos en cuenta las limitaciones de la imagen corporal, acabaremos en un deshumanismo".

La actual adolescencia conjuga dos fenómenos que parecen opuestos pero que son dos caras de la misma moneda: por un lado, la mitificación de la pareja romántica y, por otro, el comportamiento mecanicista en el sexo. "Nos interesa saber qué hacemos con la piedra sexual. No podemos limitarnos a culpar de todo a la prohibición moralista. Cada generación debe resolverlo a su manera, encontrar una ética factible para dar una solución a la tensión entre sexo y amor", prosigue Francesc Vilà. "El problema es cómo se va a articular el deseo, el goce y el amor en la gente que empieza. Y sin herramientas".

Si se analiza a grandes rasgos, buena parte de la actual producción pornográfica audiovisual dirigida a heterosexuales consiste en lo mismo: unos preliminares reducidos a felación y cunilingus, seguidos de coito vaginal más coito anal, para acabar acaso con una eyaculación sobre el rostro de la actriz. Aunque se mantienen los mitos de Don Juan y/ o la puta,los cuerpos quedan reducidos a fragmentos y la persona desaparece, afirma Vilà. Y todo ello es rodado con gran preocupación por enfatizar la dimensión de los genitales.

El sexo parece condenado a sufrir la suerte del hiperconsumo y las leyes de la economía del mercado: rendimiento, rapidez, competencia... La precocidad de las relaciones sexuales se revela especialmente en las niñas, apuntan los analistas. Los medios rosa arrojan sobre los adolescentes un cinismo y una crudeza que rompe con los tabúes de la generación precedente. El sociólogo Gilles Lipovetsky describe el imaginario sexual de esta generación de jóvenes como el reflejo de los clichés y los imperativos de conducta que proclaman los negocios y los deportes: y habla del estallido del goce, de la inconstancia, la inestabilidad, la fragmentación pulsional...

"El problema no es el consumo de porno sino que la pornografía se convierta en una concepción del mundo", señala el filósofo Joan-Carles Mèlich, doctor en Ciencias de la Educación y profesor de Filosofía y Antropología de la Educación de la Universitat Autònoma de Barcelona. "Vamos hacia un mundo más pornográfico en el que, bajo el argumento de que hay que informar, se publicitan imágenes explícitas de forma repetitiva hasta banalizarlas. Y llega un momento en que esas imágenes generan un efecto de anestesia, produciendo indiferencia en el espectador. Eso es lo que puede acabar produciendo la pornografía: indiferencia respecto a lo que la imagen representa. La pornografía acaba matando el deseo en favor de la satisfacción rápida e inmediata".

Por su parte, Vilà concluye que la verdadera dialéctica no se halla tanto entre sexualidad y sentimientos sino entre sexualidad y obscenidad. Pero ¿a qué llamamos obscenidad? "A reducir al otro a una cosa. Esto es quitar la dignidad humana, escenificado públicamente algo que se realizaba en la intimidad. Es importante poder hablar de ética cuando hablamos de sexualidad, de lo contrario, el discurso sobre las relaciones y el amor es cada vez más analfabeto. Y así no hay manera de relacionarnos, porque incluso la simple relación carnal parte de argumentos. Si hay cero argumentos, se trata de cosificación y de violencia".

* Artículo aparecido en La Vanguardia, el lunes, 4 de febrero de 2008