El Cuerpo como mercancía. Por José R. Ubieto (Barcelona).


“El gran espectáculo de los donantes” es el último (?) reality show, manufacturado por la factoría holandesa Endemol (productor de Gran Hermano). Su tema: una mujer, Lisa, de 37 años y aquejada de un tumor cerebral incurable, cederá su riñón a uno de los tres candidatos, pacientes renales, que deberán competir para conseguirlo. Parece que la donante nominará al candidato elegido con la ayuda, ejemplo de fusión entre democracia participativa y telefonía móvil, de todos los telespectadores que envíen un SMS con sus preferencias.

El debate está servido y Ronald Plasterk, ministro holandés de Enseñanza, Cultura y Medios de Comunicación (genetista de profesión), ya ha puesto el grito en el cielo por lo que considera algo “indeseable y poco ético”.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Sabemos que el bienestar, meta política siglo XX, se formula desde entonces tomando como referencia el cuerpo y sus estados saludables. Y es por eso que asistimos al nacimiento de esa nueva pareja que forman hoy el cuerpo y el individuo, dejando de lado los ideales que disciplinaban anteriormente ese cuerpo, el principal el sufrimiento como áscesis religiosa.

El hombre está capturado por la imagen de su cuerpo, el cual adquiere peso por la vía de la mirada; es a través de esa mirada que el cuerpo alcanza ese estatuto sobrevalorado. Su adoración se convierte en la consistencia más sólida del ser hablante. Los cuerpos se exhiben en una pasarela permanente, a veces como cuerpos musculados y/o bellos, otras como cuerpos sufrientes, anoréxicos.

Hoy vivimos en la hipermodernidad donde tenemos un nuevo paradigma del cuerpo como mercancía, cuyas partes se intercambian o permutan al amparo de un mercado negro del tráfico de órganos, reforzado por las manipulaciones genéticas alentadas por el progreso de la biotécnica. El cuerpo es tomado por su valor de equivalencia y no por su valor de uso, integrándose, como objeto transaccionable, en el régimen universal del hiperconsumo. Es otro objeto más que añadir a nuestro particular catalogo de productos a adquirir.

El psicoanalista Jacques Lacan anunciaba ya en 1963 la “extensión inminente, probable, ya iniciada de los injertos de órgano” , posible ahora por la conjunción de la producción humana y su tecnología, y el estatuto que tienen los órganos del cuerpo como objetos cesibles, pedazos separables y suplentes del sujeto.

Esa condición de mercancía del cuerpo, su carácter fragmentario y por tanto separable e intercambiable es ya una realidad cotidiana que anuncia un futuro reflejado en diversas producciones culturales como la película “La Isla” (USA, 2005) o en la novela de Kazuo Ishiguro “Nunca me abandones” y radicalizado por diversos proyectos, entre ellos el body art, en todas sus formas posthumanas y cyborgdianas que van del carnal art al cutting art.

Pero donde se aprecia mejor la función del cuerpo como fetiche y el lugar privilegiado del objeto mirada es el proyecto Human Visible (HV), la cartografía digitalizada más completa del cuerpo humano. Una realización del sueño vesaliano que toma dos cadáveres, el de un convicto y una mujer muerta de infarto, para dar cuenta imagen a imagen de cada parte del cuerpo humano. Estas partes (imágenes virtualizadas) pueden ser a la vez cortadas, movidas, ensambladas o articuladas de cualquier manera. HV es la concreción ideológica de la ilusión de alcanzar lo Real por la representación. Una mirada, corte a corte y guiada por la cibernética, que atraviesa cada poro de la piel objetivándolo. Es la epopeya del hacerse mirar, verse en continuo.

José R. Ubieto (Barcelona).