El Superyó a medida: sobre el nuevo orden simbólico en el siglo XXI*. Entrevista con Eric Laurent (París)

@gente: El debate epistemológico en el siglo XXI incluye nuevos saberes, pregunto: ¿Con qué saberes los futuros psicoanalistas tendrán que aprender a dialogar y cuáles serian sus contribuciones?

Eric Laurent: El debate epistemológico para el psicoanálisis no es un debate que suceda en el cielo de las ideas. Es un debate crucial para la práctica del psicoanálisis en sí misma. El psicoanálisis puede dialogar con ciertos saberes que tengan en cuenta el inconsciente como dimensión esencial para una experiencia psicoanalítica, pues dependiendo de la concepción que se tenga del inconsciente, es posible dialogar con ese o aquél saber. Cuando Freud se dio cuenta de que el psicoanálisis tenia una parte ligada a la neurología y a la biología de su época, pudo dialogar a su modo con la neurología, y ese diálogo se llama “Proyecto de una psicología para Neurólogos”. Luego dialogó con la biología, y su modo de dialogar con esta fue describir algo hasta entonces completamente desconocido por la biología y que él llamó de “más allá del principio del placer”. Es decir, que él se dirigía a esos saberes, neurología, biología, pero para hacer surgir algo que era absolutamente desconocido en estos campos. O sea, la neurología conoció ese principio de la psicología que incluía el desplazamiento de la representación de las palabras, e igualmente la biología pudo conocer esto que era completamente extraño para su época, a saber, la pulsión de muerte.

Actualmente, en la biología, se habla del proceso de muerte de células de un modo radicalmente nuevo con la noción de apoptosis. La apoptosis, que significa una muerte celular programada, es considerada como uno de los mecanismos cruciales del organismo para la conservación del viviente, pero, nada de eso tiene relación con la pulsión de muerte. Aunque la apoptosis saque a la luz una especie de saber ya inscripto en el organismo, la pulsión de muerte es algo completamente distanciado de este saber. Y Lacan, con su modo de leer Freud, agregó que ese rasgo, que estaba presente en el “Proyecto”, no tenía relación con la física, tal como Freud pensaba, pero que respondía a otras leyes, como demostró la practica del psicoanálisis, y que se trataba del significante. Que se trataba del significante y también de un agujero. Un agujero en el significante, pero también un agujero en el cuerpo. Claro que una vez que tomamos las cosas de esa manera se promueve-una subversión entre el psicoanálisis y esos saberes.

Es realmente importante hacerles entender a los biólogos que lo real de ellos sobre la muerte es diferente de la pulsión de muerte y de la dimensión subjetiva. Del lado de los lingüistas, es importante demostrar que algo hace obstáculo en el lenguaje, y que la idea de una lengua sin equívocos es un sueño que ellos no consiguieron realizar.

Yo diría entonces que nuestro diálogo con los saberes, inclusive con las neurociencias, con las ciencias que se agarran a aquello que se puede decir con el significante, es en el sentido de hacer valer los objetos que llamamos de irreductibles a ese tipo de aproximación científica. Es esa la meta del psicoanálisis. Así como las ciencias del lenguaje se centran en la lengua, así como las ciencias de la lógica se centran en lo real, así como las ciencias clínicas se centran en la singularidad radical del síntoma, nuestro diálogo busca apuntar a nuestra irreductibilidad. Naturalmente, no implica en contentarnos con una especie de aislamiento benigno, satisfechos con nuestra particularidad. Tratase más bien de saber cómo demostrar nuestra posición, en la medida en que los saberes siempre se desplazan. Eso impone que debemos informarnos, pero informarnos de tal modo que podamos siempre hacer surgir lo que hay de irreductible en los fenómenos que componen el campo del psicoanálisis, fenómenos que no pueden ser abordados por ningún otro saber.

Hay, con mucha frecuencia en el psicoanálisis, inclusive porque muchas veces los psicoanalistas no están de acuerdo sobre como colocarse delante de los nuevos saberes, una tentación de hablar a partir del discurso de moda. O sea, en sintonía con el discurso dominante en determinado momento. Cuando la física fue dominante en una época hubo la tentativa de algunos psicoanalistas de incluir la cibernética para intentar resolver los problemas del psicoanálisis. En el momento actual, son las neurociencias que surgen como campo de saber dominante, y entonces surgen los psicoanalistas que tratan de crear el neuro-psicoanálisis, intentando copiar los modelos de las neurociencias. Así como, cuando la biología hizo sus avances, un tal Hartmann trató de reducir el psicoanálisis al contexto de la psicología general. Todo eso nos muestra cuál es la mala manera de dialogar. No se trata de tratar de entrar en la psicología general, en la neurología general o física general, se trata, para nosotros, precisamente de demostrar que en la civilización los saberes se acumulan, se substituyen, se desplazan, una vez que la civilización misma está en constante transformación y siempre hay nuevos problemas para ser solucionados.

Pues bien, a cada momento, nuestra contribución es la de mostrar lo que hay de irreductible en la experiencia psicoanalítica y, en especial, de la relación con aquel que el psicoanálisis llamó de parlêtre y de su relación con el goce. Y, de eso, nadie más allá del psicoanálisis, habla. Se trata precisamente de hacer evidente la pertinencia de esos fenómenos y de demostrar que ellos no pueden ser descriptos por otros abordajes a no ser que se haga a través de esa extraña experiencia que es el psicoanálisis y que, a pesar de no ser una ciencia, no puede existir sin la ciencia.

@gente - Aprendemos con Freud que el Superyó condenaba al hombre del siglo XIX a defenderse del goce. Con Lacan, aprendemos que el Superyó exigía del hombre en el siglo XX que gozase hasta el cansancio. ¿Y en el siglo XXI, que nos exigirá el Superyó?

E. Laurent - La diferencia entre el siglo XX y el siglo XXI es que los aparatos de masificación no son, de ninguna manera, los mismos. Los aparatos de masificación del siglo XX eran los de la ciencia laica y estaban bajo el dominio de la política. Ellos provocaron innumeras masacres y pesadillas de las cuales la humanidad despertó con mucha dificultad. Eso llevó a la humanidad a tener que elaborar un cierto número de recursos, de sueños, para remplazar esa pesadilla, pero que acabaron fracasando en el final del siglo XX. Hubo el sueño, tomando prestado el nombre del libro de Fukuyama, un sueño de “Fin de la Historia”, en el que se pensaba que, después de haber pasado por todo tipo de formas políticas, no habría nada más que variaciones de la democracia liberal. De eso resultó una especie de entusiasmo embriagado de los neoconservadores de llevar la democracia a todo el mundo, haciendo guerras, pero que, en el fondo, fue vivido como una especie de sueño de una liberación de algo que nadie sabía muy bien lo que era. La evidencia de un fin de la historia va en ese sentido.

Pero, en el inicio del siglo XXI, pasamos por un evento crucial, los atentados de 11 de septiembre en los Estados Unidos, donde una alarma como la de un despertador despertó al mundo para un nuevo tipo de discurso religioso que podría tranquilamente ser una religión común, pero mostró ser una variante política muy particular, el islamismo radical. Este se coloca como el enemigo del genero humano, al menos de todos los otros, teniendo como única visión reestablecer una nueva humanidad, proyecto naturalmente delirante que sería ella misma reducida a convertir a todo el mundo para ese Islam soñado por un determinado número de radicales. Se trata de la Yihad, la guerra santa, como un instrumento con el cual este objetivo sería alcanzado.

Los atentados mostraron la dimensión del proyecto e hicieron ver a la humanidad que el sueño neoconservador sobre el fin de la historia no iría suceder y que, por el contrario, tendríamos que enfrentar algo como una forma totalmente nueva de la manifestación de la pulsión de muerte. O sea, en el corazón mismo de la civilización surgió una pesadilla de otro orden que apunta hacia una posición absolutamente irreductible. Algo completamente separado de todo el sueño de una humanidad unida en torno de los mismos principios neoliberales y que, en el fondo, mostraron una especie de infantilidad o embriaguez de los sueños creados para la salida del siglo XX.

El siglo XXI trae entonces, por un lado, ese proyecto de separación radical, una humanidad separada del resto de la humanidad y, por otro, una especie de conformismo de masa en las democracias liberales donde el conformismo es hecho a medida. Es esa la paradoja, en cuanto en el siglo XX el conformismo implicaba “hacer como todo el mundo”, ahora, por el contrario, se trata de hacer cada uno a su modo. La paradoja es que cada uno tendrá un tatuaje diferente, pero todo el mundo tendrá un tatuaje, y eso porque lo simbólico por sí mismo ya no basta, entonces es necesario inventar cosas nuevas con el cuerpo. Pero, el hecho de que todos tendrán que inventar su solución particular no deja de ser un modo de conformismo del mundo actual. “¡Márquese cada vez más!”, “¡distíngase de los otros cada vez más!”, “sea el emprendedor de usted mismo, no seas el emprendedor de nadie más”. Es eso la solución a medida. Y eso es una variante del Superyó que es paradójica. Al mismo tiempo en que se exige una distinción absoluta, eso es hecho a partir de un proceso que es común a todos. La experiencia subjetiva en el siglo XXI tiene que tratar con ese Superyó a medida. Y eso no tiene nada que ver con el siglo XX. Vemos como, en este momento, las masas no se reagrupan más en torno del Uno, consecuentemente tienen que arreglárselas con el hecho de que no existe más el centro del imperio. No existe más el Uno, existe lo múltiplo. Y vemos cómo eso afecta, por ejemplo, a las mujeres que pasan a hacer parte de ese todo, o también cuando percibimos ese sueño de un retorno a la religión, presentes en ese o en aquel filósofo, como Sloterdijk, que sueña con formas religiosas nuevas centradas en lo múltiplo, soñadores de una especie de religión a medida para cada uno y que, aún así, haga lazo.

Entonces, una gama de pensadores diferentes trata de profundizar la paradoja de un lazo que contenga, al mismo tiempo, lo múltiplo. Y eso es, sin duda, una forma del Superyó en el siglo XXI que hace con que cada uno vaya en dirección a su plus de goce sin poder apoyarse en los discursos ya existentes.

@gente - ¿Cuál es el futuro para los niños sometidos a los imperativos de las evaluaciones escolares y científicas?

E. Laurent - Esa pregunta es crucial, pues los niños son el futuro. Los niños responden con una sensibilidad y vivacidad extremamente fuertes a esos cambios en la civilización. Es muy impresionante constatar el peso de la educación, el peso del saber que se impone, de modo cada vez más pesado, a la juventud. Lacan inventó la expresión astudé para los estudiantes sometidos a esa forma de aprendizaje en que el saber es reducido a su utilidad, un saber reducido a su aparato útil, a lo que es útil para los padres, quiero decir, a la economía, al aumento de las riquezas. La ciencia no es más la ciencia fundamental, la de los ingenieros que hace cortes, que permite encontrar soluciones, una ciencia que no se mezcla con las suposiciones de saber. Esa ciencia, cuando surgió en el siglo XVII, sacudió la religión. La creencia no fue más lo que era antes, es lo que Pascal llamó de silencio de los espacios infinitos. Dios se calló. De todas formas, eso acabó. Hoy vemos, con los ingenieros de las tecnociencias, que despunta un movimiento contrario y el en que hay una recrudescencia de la religión. Surge el sueño de religiones nuevas. Por ejemplo, los científicos que se ocuparon de la bomba atómica en Pakistán son místicos. Ellos creen en un dios particularmente feroz para quien la bomba atómica no es nada más que uno de sus instrumentos. Así, los fundadores de la investigación de la bomba atómica pakistaní pudieron leer en el Corán que las tempestades de brumas escritas en los textos sagrados eran previsiones de los efectos de las explosiones atómicas. Por otro lado, el uso, por el aparato del estado, de la educación para direccionar el aprendizaje para suplir sus necesidades de técnicos de alto nivel a cualquier precio, no deja de tener consecuencias. Tenemos como ejemplo el hecho de que en Harvard, en los cursos de medicina o física, más de dos tercios de los alumnos que consiguen entrar son originarios de los países asiáticos. En países como Corea del Sur, los alumnos desde los seis años comienzan a llenar los cuestionarios de los exámenes de admisión de Harvard que ellos harán diez años más tarde Y ellos son entrenados con un método y una disciplina de hierro. Esos casos son particulares, pero la lógica de fondo permanece, el mundo entero está entrando en ese nuevo régimen del saber. ¿Y qué es lo que se constata? Constatamos una extraña mutación en los jóvenes de nuestra humanidad. Si veinte años atrás los niños iban a la escuela, en el momento actual ellos comienzan a desarrollar síndromes y trastornos de atención que hacen que estén permanentemente agitados. A tal punto que, en determinados locales de América, un tercio de la población de jóvenes es sometida al uso de Ritalina o Concerta por sufrir de agitación. Esa mutación es, en efecto, un extraño fenómeno. ¿Por qué esos niños que, hace apenas treinta años, conseguían ir a la escuela y no eran consideradas agitados, ahora son diagnosticadas como hiperactivos? Ciertamente los niños siempre fueron agitados. Fue por eso inclusive que los ingleses inventaron el deporte. Inventaron el deporte como forma de permitir que, por la mañana, los jóvenes pudieran ir a la escuela y, a la tarde, pudieran enfrentarse agresivamente entre sí. El fútbol fue inventado para eso en Inglaterra. El problema es que el fútbol se tornó un instrumento para el business global, y vemos, con el escándalo actual de la FIFA, que ese instrumento pasó completamente al dominio del capital envolviendo enormes cuantidades de dinero...

De todos modos, volviendo a la cuestión de la juventud actual, el problema es que no se sabe más de qué modo es posible conversar con esa generación. Por un lado ellos, los jóvenes, se agitan y, por otro, se deprimen. Es notable, especialmente en los países asiáticos las estadísticas de suicidio entre los jóvenes. Así como, por otro lado, crece de modo impresionante en esos países el rechazo de ir a la escuela. Las llamadas fobias escolares, que anteriormente eran fenómenos marginales de la educación, se tornaron fenómenos de masa en determinadas regiones. Hoy encontramos jóvenes capaces de pasar meses sin salir de casa. Ese fenómeno de masa, que no por casualidad tiene un nombre japonés Hikikomori, marca el peso de las exigencias sobre la juventud asiática. Tenemos, por lo tanto, en la juventud actual, la presencia de fenómenos absolutamente inéditos que van de la agitación hipomaníaca a la depresión y el suicidio, y que son la reacción de esa juventud sometida a un régimen inédito en la historia.

Cuando sabemos el éxito que obtuvo en las librerías, en los Estados Unidos, el libro Tiger Mom, en el que una joven exitosa en Harvard considera la educación frenética e implacable que dio a sus hijos como la verdadera solución para la educación, vemos, en efecto, la manera como surge la receta para una educación suicida.

@gente – La palabra “orden” está presente en el título del próximo congreso de la AMP. Esa palabra está presente en la bandera de Brasil –Orden y Progreso– y tiene la influencia directa del positivismo de Auguste Comte. Por otro lado, la palabra orden está presente también en la nomenclatura de Linneo para explicar la jerarquización del ser vivo. Hay igualmente una ambigüedad de la palabra orden, tanto en portugués como en francés, que quiere imponer algo –dar una orden– e igualmente organizar. ¿Por qué entonces la elección de la palabra orden si vivimos en el mundo del desorden?

E. Laurent - El positivismo, precisamente, quiso salvar un determinado número de cosas, él es también una religión laica. Auguste Comte, en su delirio religioso, hizo de su imperativo “Orden y Progreso” algo especialmente delirante. De todos modos, el orden siempre tuvo como opuesto el caos. Dicho esto, no se debe ceder a la tentación de condenar todo y cualquier desorden. En el fondo observamos que hay un discurso actual de los nostálgicos del orden del siglo XX. “¡Ah, qué nostalgia de los tiempos de la religión, de los tiempos en que todavía creíamos en el padre!”, o sea, del tiempo en que todavía creíamos en algo mientras que ahora reina solo el desorden. Muy bien, no es de eso que se trata. Nosotros tenemos que tratar con un orden aún más terrible que se impone. Nosotros tenemos un nuevo orden que es impuesto, no solo por los nostálgicos del orden, sino también por las tentaciones securitarias que están en todas partes. Tenemos que tratar con un orden policial que, en nombre de la lucha contra el terrorismo, en nombre de la guerra contra la guerra, viola de todos los modos posibles las libertades públicas.

Los nostálgicos del orden son diferentes en los Estados Unidos, en Europa o en América Latina, pero las tentaciones de imponer el orden y la vigilancia están en todos ellos, inclusive en las democracias liberales. Ya no se trata más de las tentaciones fascistas y neo-fascistas del siglo pasado, cualquiera que sean las de los años treinta o las de los años setenta en América Latina. No es más de eso de lo que se trata. Estamos sometidos a la vigilancia absoluta, a un ojo absoluto, para servirnos de una expresión del libro de mi amigo Gerard Wacjman, como única garantía posible para una vida en común, y eso sobre un orden de hierro. Un orden de hierro que es ejercido a partir de las pantallas y múltiples cámaras que fijan esa mirada e invaden nuestra existencia. Todo eso forma parte de las condiciones que determinan nuestra relación con el goce y con el Superyó en el mundo actual.

Finalmente, para responder a la pregunta sobre cuál es el orden en el siglo XXI, yo diría que seria rechazar los semblantes del caos para hacer surgir las nuevas formas de orden requeridas por la sociedad de la vigilancia. Y nuestro modo de pensar esa sociedad de la vigilancia es demostrando que hay una sociedad del síntoma. Es el síntoma que organiza el mundo, y eso es para cada uno.

Eso es posible precisamente por el hecho de que el síntoma no es un caos. El síntoma no deja de tener una relación con aquello que hace la unidad de nuestro mundo. Es lo que Lacan quiso decir con el no-todo. El no-todo es una forma de organización de nuestro mundo. Una forma paradójica que tenemos que demostrar.

*Entrevista a cargo de la revista Agente Digital número 7 de La EBP Sección Bahia. http://agente.institutopsicanalisebahia.com.br/entrevista.html