El factor humano, Manuel Fernández Blanco (La Voz de Galicia) // El trauma de lo imprevisto, José Ramón Ubieto (La Vanguardia)

 

El factor Humano

Manuel Fernández Blanco

Artículo en La Voz de Galicia

El fiscal de Marsella, Brice Robin, parece tener claro, tras escuchar las grabaciones guardadas en la caja negra del avión, que Andreas Lubitz, el copiloto del Airbus de Germanwings siniestrado en los Alpes, estrelló el aparato de modo consciente y voluntario. Este hombre tenía 27 años. Según las grabaciones, conversó tranquilamente con el comandante del vuelo al inicio del viaje. A partir del momento en el que el comandante le recita el plan de vuelo previsto, hasta aterrizar en Düsseldorf, entra en silencio y sus respuestas pasan a ser lacónicas. Cuando se queda solo en la cabina, clausura el acceso, no responde a los pedidos imperiosos de que facilite la entrada y corta toda comunicación. Conservando una respiración serena, no entrecortada ni angustiosa, hace descender el avión durante varios minutos para cumplir «su misión» de estrellar el aparato. Digo «su misión» porque un acto así, realizado con esta aparente serenidad, solo puede responder o bien a un acto terrorista (lo que no parece ser la hipótesis más probable en este caso), o bien a un trastorno mental grave. No podemos pensar en un acto suicida sin más, ya que aquí no era solo la propia muerte lo que se buscaba, sino también la de los pasajeros y demás tripulantes. Por eso este acto responde a un designio de otro tipo, donde el delirio o la venganza, o las dos cosas, pueden estar implicadas.

Se han apresurado a contarnos que Andreas Lubitz había pasado sin problemas todos los exámenes psicotécnicos para ocupar su puesto, aunque se menciona una baja prolongada, durante su período de entrenamiento como piloto, de la que no se han explicitado las causas. Vemos cómo aquí la compañía aérea se apresura a aplicar, al factor humano, el mismo criterio que al control técnico del aparato: todo estaba en regla según los protocolos. También ahora se dirá que, según los controles establecidos, este ser humano no podía fallar. En la época de la evaluación generalizada, y del control técnico de objetos y personas, sorprende que lo imprevisible sea rebelde a cualquier técnica. Entonces decimos que es ilógico.

Pero lo real siempre es lógico y, si alguien capaz de un acto así, superó todas las pruebas de idoneidad es que se cree más en los tests que en una correcta evaluación clínica y personal. Es impensable que alguien capaz de un acto de esta envergadura no diera algún signo de alarma. Tal vez el test no lo detectó, pero es que ahora se confía más en el cuestionario que en la escucha, la observación del sujeto y el conocimiento de su biografía.

Hace unos días Ariel Shocron, jefe del departamento técnico del Sindicato Español de Líneas Aéreas (SEPLA), declaraba en una entrevista en V Televisión que los pilotos eran, cada vez más, gestores de sistemas informáticos, y que eso iba en detrimento del entrenamiento en el arte de pilotar, que puede salvar vidas cuando la tecnología falla. También, en el ámbito de la evaluación llamada psicotécnica, cada vez más, el arte, la sabiduría de la exploración psíquica del ser humano, se delega en tests y en cuestionarios. Pero ningún test alcanza lo más particular y enigmático de un ser humano.

 

 

El trauma de lo imprevisto

José Ramón Ubieto

Artículo en La Vanguardia

La muerte de un ser querido implica siempre una pérdida dolorosa y requiere de un duelo posterior. Cuando esa pérdida es anunciada por signos previos de enfermedad o envejecimiento, ese duelo se realiza con antelación y eso permite a cada uno hacerse poco a poco a esa ausencia. Lo cotidiano incluye ya ese vacío y muchas actividades se realizan sin esa persona, enferma o incapacitada.

Lo verdaderamente traumático es cuando surge el acontecimiento imprevisto y la pérdida se produce bruscamente como es el caso de la catástrofe aérea. Aquí además se trata de una filial de una de las aerolíneas de mayor prestigio. Nadie espera que eso ocurra y por tanto el sentimiento de alerta, que podría estar activado en otras circunstancias, aquí no nos previene de lo imprevisto.

Cada familia, cada persona vinculada a alguna de las víctimas del accidente, tendrá que enfrentar el sinsentido más brutal de este suceso. Lo traumático, decía Lacan, es esa ausencia de sentido, es lo real cuando se presenta bruscamente y en su estado puro: sin palabras que expliquen lo que no tiene sentido.

La perplejidad es la primera reacción subjetiva ante la irrupción de un acontecimiento traumático, sea un accidente, una catástrofe o una pérdida brusca (muerte, ruptura). A partir de allí el sujeto inventa significaciones para tratar de explicarse lo sucedido y recuperar su locus control: se buscan culpables, antecedentes, teorías que justifiquen lo sucedido y nos proporcionen alguna orientación para seguir viviendo.

Hoy, en la sociedad del riesgo, lo traumático adquiere nuevas formas y empieza a ser también aquello que emerge fuera de la programación, de manera imprevista, aquello con lo que no contábamos. Y no lo hacíamos porque en nuestra sociedad, organizada a partir del dominio de la ciencia y las nuevas tecnologías, todo parece previsible y calculable.

Colectivamente, y particularmente, buscaremos en los próximos días explicaciones para ese vacío de sentido. Explicaciones técnicas, meteorológicas, de posibles fallos humanos o atentados terroristas. Para las familias explicaciones sobre las razones concretas de ese viaje, sobre las alternativas posibles que no se dieron, tratando de volver al momento antes del accidente. En cualquier caso ninguna de ellas logrará taponar el enorme agujero que se ha producido en la vida de muchas personas.

Hará falta un tiempo para hacerse a esa ausencia, un tiempo para que cada uno reconozca en sí lo que ha perdido, aquello que ya nunca más será para ese ser querido y aquello que esa persona le aportaba y que muchas veces sólo la pérdida real permite reconocer. No será un tiempo corto y sin angustia. Dependerá también mucho de los duelos aplazados que cada uno tenga. En la vida a veces no registramos, afectivamente, las pérdidas. Evitamos el duelo y lo reemplazamos por sustitutos: otros embarazos cuando se pierde un hijo, nuevas parejas tras una ruptura, hiperactividad profesional tras un fracaso laboral. Esos duelos no realizados se reactivan cuando surge una nueva pérdida y es entonces, a posteriori, cuando el dolor silenciado toma cuerpo de diferentes maneras.

Tras una tragedia como la de los Alpes, cada uno de los afectados habrá aprendido, de la manera más radical, que lo imprevisto forma parte de la vida y que la fragilidad del ser humano es que en un instante puede perder aquello que más quiere, que en la vida no existe la garantía ni el riesgo cero.