El diván desnuda el inconsciente social | Luis Salvador López Herrero

diva-img01-webEntrevista de Cristina Fanjul.

En su obra Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, Erich Fromm defiende que la sociedad moderna surgió para crear una sociedad sana. Sin embargo, setenta años después, continúa adoleciendo de las mismas patologías que entonces, aumentadas en algunas ocasiones por los efectos de la globalización. Alcoholismo, drogadicción, anorexia, bulimia, depresión, ansiedad... «Nuestra impotencia actual ante las fuerzas que nos gobiernan se manifiesta de la manera más aguda en las catástrofes sociales que, aunque consideradas como accidentes lamentables cada vez que ocurren, nunca han dejado de ocurrir hasta ahora: las crisis económicas y las guerras» La lista de patologías de la llamada sociedad capitalista no ha disminuido desde la muerte del pensador judío.

Me pregunto si toda la patología que sufrimos como sociedad puede ser analizada y, por lo tanto, sanada a través del psicoanálisis, si todo lo que nos ocurre como sociedad tiene su origen en la enfermedad individual o si es precisamente al contrario, si es la sociedad, como el Otro, el que genera la neurosis en el individuo.

¿Se puede? Le espeto al psicoanalista Luis Salvador López, que me responde que no, que la sociedad no tiene inconsciente, que el inconsciente es algo inherente, tan sólo, al individuo. Entonces, mi pregunta es si se puede proyectar o, dicho de otra manera ¿no es posible que esa fuerza, esa lógica ‘invisible’ pueda contagiarse como un virus? El experto me explica entonces que la manera de pensar del psicoanálisis con Lacan está articulado con el malestar de nuestra época, que el valor del ‘caso por caso’ manda, pero desvela, sin embargo, que puede hacerse una reflexión sobre de qué manera el malestar individual puede dar forma al malestar social.

Para centrar la conversación: ¿Podemos sentar en el diván a las grandes dolencias de la sociedad actual? ¿Podemos conducirlas hacia una terapia que las reconozca, que las diagnostique, que las cure? Y, otra vez, que no, y es que no porque el inconsciente es personal e intransferible: «No existe el inconsciente social, lo que existe es un gran mito, palabras que circulan en nuestra mente y que quieren dar una imagen de lo que atrapa a los españoles». Son palabras que pueden curar pero que también son capaces de hacer enfermar. «Hay palabras, pasión, por ejemplo, fanatismo, por ejemplo», enumera Luis Salvador, que considera que ser español es un verdadero mito, «pero, al final, desde el punto de vista social, no tenemos por qué vernos identificados con él». Le interrogo entonces acerca de si la historia nos transforma como sociedad y, si es así, en qué momento la historia en España comenzó a ser contemporánea, dónde se paró el reloj y comenzamos a repetirnos. Medita: «La sociedad española es una sociedad atrasada. La sociedad de consumo marca un tipo de patología distinta a la agrícola-industrial, que no está suficientemente desarrollada», explica el psicoanalista, que advierte de que España accedió a la sociedad de consumo de manera tardía. «La necesidad de tener que quemar etapas demasiado deprisa llevó a que durante la transición se sufriera, por ejemplo, la plaga de la drogadicción». Es decir, le interrumpo, según el psicoanálisis, la operación se produce al revés. «Sí, podría decirse que es un molde social lo que ejerce determinados efectos sobre el individuo». Luis Salvador López me informa de que en Europa y en Estados Unidos hubo una época en la que se relacionaba la droga con un camino para abrir la mente. Junger, por ejemplo, investigó el LSD. «El problema es que aquí ocurrió todo tarde, parecía que perdíamos el tren de la modernidad y se hizo de manera abrupta, lo que supuso una pérdida enorme de capital humano».

¿Puede hablarse de determinismo social? Y el experto regresa otra vez al principio, al individuo, para asegurar que hay muchísimos factores que tienden a determinarnos: factores familiares, sociales, biológicos... y, por supuesto, el inconsciente. Pero ¿y el sujeto? «Siempre tenemos que rescatar el punto de libertad y es por eso que todos podemos cambiar, con lo que la sociedad también puede hacerlo». Luis Salvador destaca que nos gusta pensar que la sociedad avanza hacia mayores cotas de felicidad, pero sostiene que este forma de ver la realidad no deja de ser una «esperanza». «Sabemos que estamos en un momento de cambio, en un interfase hacia otra cosa», me explica y, tras reflexionar unos segundos defiende la idea que la encrucijada siempre se ha dado: «El malestar es inherente a todas las épocas. Lo que cambia es el tipo de malestar». Y lo intento de nuevo: ¿Cuándo se inicia ese malestar en nuestro país? ¿Comienza con los Reyes Católicos o lo hace cuando desaparecemos como idea imperial? ¿Cómo nos influye la autoridad católica, el atraso científico, la tardía llegada de la industria en nuestro inconsciente como sociedad? Luis Salvador López defiende que nuestra manera de relacionarnos con el mundo como españoles nunca ha ido con el ritmo de la historia, pero rechaza que todo ello, a pesar de «cabalgar en cada uno de nosotros», esté en el inconsciente. Así que llegamos a la pregunta: ¿qué es el inconsciente? El inconsciente se pregunta por la sexualidad y por la muerte y es lingüístico, es un efecto del lenguaje, por lo que es genuinamente humano. No existe inconsciente social sino discurso social y el inconsciente del sujeto es siempre un efecto del Otro. Para que yo lo entienda, por favor, le suplico. Y Luis Salvador regresa al punto de partida para explicarme que lo social forme parte del Otro como discurso; lo social es así uno de sus componentes. «El inconsciente de uno se forma a partir del discurso del Otro y es más complejo que lo social», dice. Añade que el Otro del lenguaje es la estructura de la que forma parte lo social como discurso, es aquello que introduce en el sujeto las palabras que vertebran un significado. «De ese modo la captura del niño por el Otro del lenguaje y el discurso que forma parte de él, tiene como efecto la aparición del sujeto del inconsciente». O sea, le interrumpo, que estamos hechos de palabras, y él me aclara que estamos estructurados a través de las palabras que nos anteceden. «El malestar humano, psíquico, tiene así como causa principal, no propiamente lo social sino más bien el lenguaje que horada al ser viviente, introduciéndole las preguntas básicas existenciales: el sexo y la muerte; cuestiones para las que el lenguaje no tiene una respuesta plena, total y absoluta». Y el psicoanalista sostiene que es así que el marco social puede influir en el malestar humano pero no es su causa originaria, sino tan solo el envoltorio de significado, la vestimenta que da color y forma a todo ese sufrimiento, efecto de la estructuración del inconsciente a partir de un lenguaje que nos invade y nos obliga a convivir con un sin sentido de fondo.

Pero, si el lenguaje pudiera sanarnos por completo...

«Al lenguaje le falta un elemento para ser completo, pero eso forma parte de cada uno de nosotros. Verá, el lenguaje intoxica y hace sufrir. Todas las lenguas modernas tienen que ver con nuestro malestar. Asi que lo que nos interesa a los psicoanalistas es que el lenguaje ya estaba allí y es la fuente de nuestro malestar».

Y, si nos enferma, también puede sanarnos, le replico. El psiquiatra precisa que sí, que si el inconsciente está estructurado como un lenguaje y atravesado por las palabras y dichos que provienen del Otro, es cierto entonces que nuestro malestar se estructura mediante todos esos vocablos que tratan de responder a una pregunta enigmática, que no tiene una respuesta absoluta: el Edipo. «Si las palabras son la causa del malestar, entonces son también el posible instrumento de curación».

Trato de recapitular toda la conversación, intentando esquematizar las líneas generales de todo lo que hasta ese momento hemos concretado. Y es entonces cuando le propongo que me explique si hay patologías, como el alcoholismo, por ejemplo, o como la anorexia que pueden ser explicadas como enfermedad social. Luis Salvador López precisa que la sexualidad es una especia de empuje que condiciona nuestras vidas, una pulsión, que es una especia de híbrido entre lo psíquico y lo físico. «Esto no es algo que venga codificando genéticamente», sostiene. «Cuando lo social, como todos los fenómenos de la sociedad de consumo y de la imagen, se articulan con el inconsciente, pueden surgir problemas como esos por los que usted me pregunta».

El psicoanalista me explica, por ejemplo, que en ocasiones si la insatisfacción producida por el encuentro del niño con el pecho materno coincide con la presión social, se puede crear un molde donde aparecen la bulimia o la anorexia. «Ocurre lo mismo con la pulsión por la muerte. ¿Por qué hay personas que necesitan acercarse tanto a la muerte a través de los deportes de riesgo?, se pregunta, para reflexionar acerca de esa tensión entre la pulsión sexual y la de la muerte. «A veces, parece que todas esas personas tratan de buscar el equilibrio inestable de la muerte, una batalla perdida de antemano»...

Fuente: Diario de León.