Deseo de un hijo versus deseo ilimitado de un hijo

Texto presentado en el Espacio preparatorio de Pipol 10 de la Comunidad de Valencia de la ELP.

 

El tema de Pipol 10, “Querer un hijo. Deseo de familia y clínica de las filiaciones”, nos invita a pensar que significa el deseo de un hijo a la luz de la época actual. Nos impulsa a interrogarnos desde nuestra experiencia clínica; los casos que enseñan de estas nuevas formas que se nos presentan hoy muy complejas y variadas, introducidas por los cambios de discursos, por los avances de la ciencia, por la declinación del orden simbólico, etc.

Si bien merece la pena analizar una por una estas causas o motivos, muy relevantes por cierto, no voy a ponerme en ello; quiero llevar esta reflexión por otros derroteros.

Una de las cosas que compete al psicoanálisis es analizar e incluir en nuestro quehacer clínico los efectos introducidos por estas incidencias, estos cambios. Por ejemplo, Lacan dirá en su Seminario 19 “el psicoanálisis no es ciencia, sino que se ocupa de los efectos de la ciencia”1.

Son esos efectos los que llegan a las consultas y testimonian del trazado de goce que se hace presente en los nuevos síntomas que vamos observando.

Hablar entonces del deseo de un hijo nos introduce en cuestiones difíciles de analizar porque, en primer lugar, desearlo de manera consciente no nos dice nada en términos psicoanalíticos; no nos garantiza en absoluto que haber decidido tener un hijo sea el buen motor de seguir en esa dirección. Tampoco sabemos si quedar embarazada sin “desearlo” indica falta de deseo; por el contrario, nos dice quizás algo de un deseo inconsciente que provocó esa dirección. Aunque más no sea que para luego interrumpirlo.

El lugar del deseo, entendido por supuesto como deseo inconsciente, siempre es con consecuencias; sobre todo porque la lectura actual que hacemos del deseo deviene otra. En principio no es puro, nunca lo es y en segundo lugar porque en esa trama de deseo siempre se cuela el goce que nos habita. Goce que en primer lugar es efecto de un trauma y que indica siempre una relación desde el estrago; nada nos libra del estrago… aunque en algunos casos este resulta más pernicioso que en otros.

De alguna manera hay que poner por tanto siempre en tensión el lugar del deseo y lo que entendemos como voluntad de goce; aquello que incita en el mejor o peor de los casos, bajo una modalidad fantasmática o no, a ubicar los objetos de los que se nutre. Una extensión del objeto pequeño a, que viene a “empujar”, muchas veces no con los mejores destinos; por ejemplo, el “deseo de maternidad”.

La versión ilimitada del objeto puede ser una cuestión también a pensar.

Hace ya varios meses salía en el periódico una noticia de una pareja, que a través de embarazos subrogados había llegado al premio Guinness, al récord de cantidad de niños y proyectaban llegar, si no me equivoco, a los 100.

Esto me convocaba a la pregunta del niño número, que no se diferenciaba del otro más que en el punto de ser uno más en la serie… claramente niños objetos, niños Unos, porque ¿qué lugar para introducir la diferencia entre ellos? ¿Qué deseo concernido en cierto amor los hizo existir?

Me sirve mucho este ejemplo porque da cuenta de que, en este caso, el deseo pareciera no estar en juego sino más bien al servicio de una pura impulsión al goce.

Pero sin ir demasiado lejos, la clínica verifica con más frecuencia que antes que la modalidad de niño objeto irrumpe cada vez con mayor fuerza. Tal vez como una respuesta paradigmática a este cambio de época, al avance de la ciencia y a la declinación del nombre del padre, como nombraba al inicio, bajo la forma de predominancia de objeto; mejor dicho, de objeto de consumo.

¿Dónde queda entonces esto que enunciaba Lacan de manera contundente en la “Alocución sobre la psicosis del niño”?: “Toda formación humana tiene como esencia y no como accidente, la de refrenar al goce”2.

Pareciera ser que poder refrenar el goce resultaría cada vez más complicado, o por lo menos pensar que lo ilimitado del goce estaría tomando bastante mayor relevancia respecto a su incidencia, por ejemplo, en las nuevas filiaciones. Una cuestión a tener en cuenta en este tema que estamos trabajando.

Analicemos el devenir de un niño en el deseo de los padres, a partir de lo que nos muestra Lacan en “Dos notas sobre el niño”3.

Empezaré por algo que dice hacia el final de este texto; es en relación a la palabra función, en tanto que Lacan resalta que lo que hace al funcionamiento de los padres es la de posibilitar una transmisión de “un deseo que no sea anónimo”, en tanto condición que permitiría la constitución subjetiva de ese niño o niña a venir.

Es decir, algo de la filiación, del derecho de reconocimiento a dicha relación, entonces, debería ponerse en juego; la filiación como transmisora de un deseo, más allá de la aportación biológica, que sabemos no es del orden de lo necesario para entender dicha filiación.

Alojar ese reconocimiento es en gran medida lo que mostraría lo que podría advenir de la subjetividad de ese nuevo ser en el mundo. ¿Lo podríamos llamar deseo de reconocimiento como nos enseñó Lacan de manera temprana?

Diríamos de alguna manera que, si hay cierto grado de reconocimiento, cabría un lugar posible para distinguir lo que resulta singular, significante fundamental que denotaría la diferencia como advenimiento de lo más íntimo; pudiendo ser esto alojado en el propio marco familiar.

A partir de aquí, podríamos pensar las declinaciones de dicho reconocimiento; en una dirección que empezaría desde este reconocimiento, que incluiría dicha diferencia, hasta la falta de la misma. Ciertamente una brújula que nos ayudaría a analizar sobre las características (si se puede decir así) del deseo que lo ha constituido.

Las contingencias de la vida de una familia tienen también su vertiente importante. Un niño bien avenido puede convertirse en mal avenido; eso habría que estudiarlo caso por caso.

Las garantías estarían por verse… es sin garantías; ya volveré a ello.

Volviendo al texto de Lacan, nos dice al inicio que el síntoma del niño viene a responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar. Sabemos que lo sintomático responde a un modo de goce que marcaría el rasgo habilitador de un funcionamiento, generalmente no muy ventajoso cuando se está demasiado enredado en él, pero que a la vez podría constituirse en una solución.

Sin embargo, Lacan es muy contundente en ello; dependerá del lugar en el que el niño esté tomado en dicho síntoma.

Mencionará dos modos fundamentales:

  1. El niño síntoma puede venir a representar la verdad de la pareja familiar, lo que resultaría más viable la intervención.
  2. Cuando el síntoma del niño está tomado por la madre, es decir, involucrado directamente en el fantasma materno.

Señalando algo esencial: cuando el deseo de la madre no tiene mediación, “el niño quedará expuesto a todas las capturas fantasmáticas, saturando la falta de la madre”.

El niño objeto del fantasma de la madre toma el relevo, deviniendo más compleja la intervención. Esa no separación con la madre, borraría la hiancia necesaria para constituirse como sujeto de deseo.

Sabemos que la falta de mediación simbólica es un mal de nuestra época; pero sería interesante poder explorar (y en eso el tema de Pipol nos anima) a las diferentes formas nuevas que adquiere esta modalidad de dificultad.

Las soluciones que el parlêtre encuentra son vastas y a veces permiten cierto relevo a la ausencia de lo simbólico; diría entonces como pregunta ¿qué de esas soluciones permitirían cierta renovación, cierta nueva respuesta a ese “estar tomado” en el fantasma? O ¿qué modos de “remiendos” simbólicos- imaginarios podría añadirse dando juego a otras posibilidades?

Pero también incluiría la pregunta ¿cómo en estas nuevas familias y nuevas formas de filiación, operaría el deseo cuyo empuje a modos de goce incita a veces a lo peor?

Es relevante aclarar que siempre hay una dimensión de goce puesta en juego, pero depende de si está inscripta o no en la vertiente fálica; sabemos que una parte del goce nunca lo está, pero la parte concerniente a lo que denominamos función fálica es esencial.

El juego de estas modalidades de goce, tomadas o no por la significación fálica, daría su validación respecto a la economía del deseo y goce, puesto en rodaje para ese deseo de tener un hijo.

La brújula sería pues la siguiente: un lugar para ese niño en el deseo del Otro, para lo que pondríamos en relevancia la problemática fálica. La posibilidad de poder despejar el deseo de la madre, función que compete al padre, al padre simbólico por supuesto, permitiría a un niño producir una respuesta respecto a lo que él es para ese Otro; dando lugar a su propia construcción fantasmática o, por el contrario, habría la posibilidad de un niño en su estatuto de objeto de goce, capturado en ese lugar, con poco margen de maniobra.

Lo que quisiera resaltar es que en la constitución subjetiva siempre está el interrogante respecto a que objeto es uno, en el deseo del Otro. Es decir, la cuestión estaría en el enigma que representa este ser de objeto en la economía libidinal del Otro.

Remarco el lugar del sujeto como objeto porque es parte de la estructura subjetiva ubicarse como tal, esa es la paradoja. Pero el problema fundamental reside en la dificultad que existe, cuando no se entra en la dialéctica que supone dicho enigma, de estar concernido como objeto.

Cuando no existe tal dialéctica, la captura es del orden de lo insondable y el niño queda atrapado en la rigidez fantasmática de la madre y es entonces cuando se vuelve claramente un objeto.

Se trataría aquí de lo ilimitado del goce puesto en juego, en ese deseo de hijo, que borraría toda apuesta a cierta articulación que ciertamente alienta el deseo.

Entendido bajo el manto de puro goce podríamos pensarlo como un deseo ilimitado, fuera de toda barrera, todo límite. Un goce Uno, que excluye al Otro; sería el goce del Uno sobre el fondo de la inexistencia del Otro. De esta forma entonces, no habría cabida para el deseo.

Siguiendo esta idea, cabría señalar que la manera en que un hijo ha sido deseado dará cuenta entonces del nudo traumático en el que ha sido traído al mundo. Trauma ineludible con el que se enfrentará todo parlêtre, es su condición de existencia. Confrontado a ese momento, el parlêtre estará de cara a lo vivo de la lengua y el cuerpo y a veces sin posibilidad de agujerear este real del lenguaje.

Su posición en tanto objeto de goce dependerá también del tratamiento que pueda hacer de la lalengua que ha recibido; pudiendo o no adoptarla como propia.

Con ello estoy haciendo hincapié en la potencia del deseo y de goce que ha operado, en todo niño que ha sido hablado desde antes de nacer; en la experiencia subjetiva de los padres, su relación al deseo y por ende al fantasma.

Un deseo que estará encarnado en las palabras que precedieron y abrazaron a ese niño, percutiendo en su cuerpo como parlêtre; es decir como “hablanteser

La respuesta del niño también deviene de ello.

Como nos señala Lacan en el seminario 24: “la familia es el lugar del aprendizaje por inmersión de la lengua materna o lengua familiar…”4. Frase por cierto enigmática, pero esta inmersión a mi entender sería el baño de palabras, sería la transmisión señalada al principio de este texto, donde algo de cierto deseo vivificante tuvo que hacer su entrada, a modo de golpeteo de palabras, de “incidencia” para que algo fundamental de ese niño, pueda advenir de la mejor manera.

En la web de Pipol 10 aparece una entrevista que recomiendo leer, hecha a un ginecólogo consultor, doctor en biología, Jean Reboul5 que dice muchas cosas interesantes respecto a la posición de la ciencia en el lugar de “todo es posible” y la relación a las mujeres con problemas de fertilidad. Es autor de varios libros, entre ellos uno llamado De la clínica de la infertilidad a la cita con el deseo; título muy sugerente porque advierte ya de la tensión entre deseo de niño y la pareja fertilidad- infertilidad.

Bien, entre las cosas que señala destaco ésta:

“Es cierto, el goce tiene efectos destructores en el impulso de vida, al proporcionar la ilusión de que todo es posible… la posición de fallo se expresa en una mujer, en la situación de infertilidad, cuando el goce prima sobre el deseo. Los casos clínicos hoy, como ayer, me enseñan todos los días en su singularidad. Algunos que -en el libro- califico de atemporales por la modernidad que expresan, siempre me sorprenden cuando los evoco… la impotencia no es lo imposible…y la ilusión del todo, colma el lecho del deseo de niño. Ella lo obstaculiza al matar el deseo mismo…y eclosiona el goce.”

Para finalizar quisiera traer una referencia que ha hecho Domenico Cosenza en una conferencia titulada “La filiación entre deseo y goce”6. Domenico citaba una referencia del Seminario “La identificación”, sobre las razones que llevan a la humanidad a tener hijos. Es una alusión que hace Lacan, como muchas veces conocemos en sus modos de tirar la piedra que, en pocas palabras, enuncia una idea de una riqueza indiscutible.

Nos dice así: “… la primera razón de ser… para el nacimiento de un niño, es que se lo desee y nosotros conocemos bien el rol de esto”.

Y más abajo dirá: “… hacer observar la relación constituyente afectiva en todo destino futuro, supuestamente a respetar, como el misterio esencial del ser a venir, que haya sido deseado y por qué”7.

No hay duda que el deseo ocupa su lugar central, su plaza dependerá de la fantasmática de la pareja parental; pero que no olvidemos, en el mejor de los casos, articulado a cierto espacio para el amor.

El ser de sujeto deviene cuando algo de esto ha operado y efectivamente como nos enseña Lacan es un misterio. Un misterio donde la experiencia de la vida y la muerte estará siempre danzando en un baile entre el deseo y el goce; lo que nos convoca sin duda, a la falta de garantía.

Es sin garantía que se afronta la experiencia de traer a este mundo un niño; aunque la ciencia intente lidiar con lo imposible. Podrá haber niños a medida quizás, pero después de todo: “Ser o no Ser”, esa es la cuestión; esa es la cuestión concerniente al deseo.

Lacan hará un precioso juego de palabras entre nacer (naître) y no ser (n’être).

Sabemos que un niño puede nacer, lo que no podemos adelantar ni garantizar, es si tendrá su lugar de pleno derecho como sujeto, como sujeto deseante.

A partir de aquí, tocará inventar con lo que dispone. Siempre habrá, en el mejor de los casos, un psicoanalista para acompañar esa invención.

Notas:

  1. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 19, …O peor. Paidós, Buenos Aires, 2012, p 139.
  2. Lacan, Jacques. “Alocución sobre la psicosis del niño”. Otros escritos. Paidós, 2012, p. 384.
  3. Lacan, Jacques. “Dos notas sobre el niño”. Intervenciones y textos 2. Manantial, 1988.
  4. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 24, L’insu que sait de l’une-bevue s’aile a mourre. Clase del 19 de abril de 1977. Inédito.
  5. Reboul, Jean. “De la clínica de la infertilidad a la cita con el deseo”
  6. Consenza, Domenico. “La filiación entre deseo y goce”. Conferencia celebrada en Granada el 23 de abril de 2021.
  7. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 9, La identificación. Clase del 28 de marzo de 1962. Inédito.