¿De quién es el arte: de Antonio de Felipe o de Fumiko? | Santiago Gerchunoff
Que las pinturas de Antonio De Felipe nos parezcan horribles no debería impedir que planteemos las reflexiones filosóficas que la disputa sobre su autoría puede implicar. El affaire Fumiko-De Felipe contiene, en efecto, -además del dulce matrimonio entre kitsch cultural y corrupción política-, algunas preguntas difíciles sobre la naturaleza de la obra de arte y de la creación artística.
El caso: un pintor famoso, -cuyas obras han sido compradas a altos precios por instituciones públicas-, es acusado por su ayudante de no haber participado de hecho en la producción de la mayoría de las pinturas que firma y vende. Según Fumiko Negishi, la ayudante despechada, si no fuera por ella y su trabajo silencioso, las pinturas de Antonio De Felipe no podrían existir. Según el artista De Felipe, Fumiko era sólo una obrera que llevaba a cabo la parte tediosa de las obras (¡pintarlas de principio a fin!), pero la clave, lo importante, las “ideas” (lo que las hace únicas al fin y al cabo) eran de él.
No sabemos si el juez que atienda a la demanda de Fumiko lo formulará de este modo, pero la pregunta que aparece aquí es nada menos ¿en dónde reside la autoría de una obra de arte? ¿Lo más importante, lo más propio de una obra de arte es la idea que la impulsa o su realización material, efectiva?
Concepto vs. Realización o idealismo contra materialismo
Estilizando el caso se podría decir que la posición de De Felipe implica una concepción “idealista” de la obra de arte y la de Fumiko (que dice que “la pintura ya habla por sí misma, aunque no tenga concepto”) una concepción “materialista”.
A favor de Fumiko encontramos por ejemplo al filósofo y sociólogo Richard Sennett. En su ensayo El artesano, Sennett analiza la historia de la transición del taller del artesano medieval (producción colectiva y anónima) al estudio del artista moderno (producción individual y firmada) y afirma que “en términos prácticos no hay arte sin artesanía: la idea de una pintura no es una pintura”.
También en esta línea materialista pro Fumiko se pueden encontrar argumentos en otras artes más allá de la pintura. Se cuenta que un día el pintor Edgar Degas le dijo al escritor Stéphane Mallarmé: “Tengo una idea magnífica para un poema, pero no creo que sea capaz de desarrollarla”, a lo que Mallarmé respondió: “Mi querido Edgar, los poemas no se hacen con ideas, sino con palabras”.
Que la idea de una pintura no es una pintura y que los poemas no se hacen con ideas, sino con palabras, parecen ser convicciones de sentido común, por eso, el escándalo develado por EL ESPAÑOL pone inmediatamente al público a favor de Fumiko. ¿Habrá alguien a favor de De Felipe?
Pintura conceptual y música silenciosa
A favor de la posición “idealista” de De Felipe sería tentador apoyarse en los pilares teóricos del arte plástico contemporáneo, para el cuál “el concepto” es, en cierto sentido, ya la obra misma o lo más relevante de la obra. Pero el ejemplo de idealismo artístico más radical, el fanatismo más grande por la “idea” como núcleo de la obra de arte no lo encontraremos en Marcel Duchamp o Andy Warhol sino en el gran músico americano Raymond Scott.
Ray Scott fue director de orquestas de swing y entre los años 30’ y 60’ compuso cientos de obras musicales para cine y publicidad. Pero además fue uno de los grandes renovadores de las técnicas de grabación en estudio e inventor y pionero (junto a Bob Moog) de la actual “música electrónica”. El interés de Scott por la innovación no era solo un hobby, estaba dirigido por su obsesión idealista: consideraba que había que eliminar todas las interferencias materiales entre la mente del artista (entre su idea) y la mente del oyente.
Desde el gusto personal de los arreglistas que dan la forma final en que la composición va a ser grabada, pasando por la falibilidad de los músicos que interpretaran, hasta el criterio individual de los ingenieros de grabación que se encargarán de registrarla y editarla, la obra está sometida a infinitas distorsiones que alejan lo que el oyente acaba escuchando de lo que el compositor originalmente “tenía en la cabeza”. En 1949 Scott expresó su sueño de ciencia ficción de la música ideal:
“Algún día, quizás en los próximos 100 años, la ciencia perfeccionará el proceso de transferencia de pensamientos del compositor al oyente. Ya se han perfeccionado dispositivos para grabar los impulsos del cerebro. En la música del futuro, el compositor se sentará sólo en el escenario y simplemente PENSARÁ una concepción idealizada de su música. Sus ondas cerebrales se recogerán por medio de equipamiento mecánico y serán canalizadas directamente dentro de las mentes de sus oyentes, sin pasar por ningún espacio que distorsione la idea original.”
Esta música del futuro, perfecta, pura, librada de toda materialidad distorsionante, sin músicos ni instrumentos musicales, sería, hay que decirlo, una música silenciosa. No es difícil imaginar a Antonio De Felipe enamorado de este ideal aplicado a su arte: una pintura donde sus ideas se manifiesten puras, sin necesidad de pasar por ninguna mediación material, sin pasar por el tedio de tener que pintar, desechando toda interferencia física, sin necesidad de pinceles, pinturas o manchas en las manos, y sin necesidad, por supuesto, de ninguna Fumiko Negishi.
Fuente: El Español.