CUERPOaTEXTO. (Selección 1). Jacques-Alain Miller, Mario Goldenberg, Elvira María Dianno, Liliana Cazenave, Graciela Lucci, Nieves Soria Dafunchio, Samuel Basz, José Fernando Velásquez.

Conclusión de PIPOL V
Jacques-Alain Miller

Nos reencontraremos dentro de dos años en Pipol 6. Y, tal y como sucede hoy, será en torno a una fórmula. El significante que nos ha reunido aquí es el de la salud mental. La cuestión es saber cuál será el significante que le dará continuidad en 2013. Voy a dar cuenta de mis reflexiones a este propósito, en el momento de clausura de este Congreso.

La salud mental, seamos francos, no nos la creemos. Si, no obstante, hemos usado ese término, es porque nos ha parecido que podía mediar entre el discurso analítico y el discurso común, el de la masa. Por eso, el eco que el tema del Congreso ha tenido en la prensa belga muestra bien que este punto de vista estaba bien pensado. Todo el mundo comprende lo que hemos puesto en cuestión. Aunque evidentemente para llegar hasta ahí hemos tenido que obrar con astucia. Hemos ubicado el término de salud mental en una pregunta de la que ya teníamos la respuesta. No, la salud mental no existe; se sueña con ella, es una ficción. A esa pregunta, teníamos nuestra respuesta.

Cada uno tiene su vena de loco y lo hemos testimoniado al ubicar esa vena de locura en nuestra práctica, y no en nuestro paciente sino en nosotros, analistas, terapeutas. Es como una lección que nos hemos dado a nosotros mismos. Una lección que estaría bien no olvidar en lo sucesivo: en psicoanálisis, el caso clínico no existe, no más que la salud mental. Exponer un caso clínico como si fuera el de un paciente es una ficción; es el resultado de una objetividad que es fingida porque estamos implicados aunque más no sea por los efectos de la transferencia.

Estamos dentro del cuadro clínico y no sabríamos descontar nuestra presencia ni prescindir de sus efectos. Tratamos, sin duda, de comprimir esa presencia, de esmerilar sus particularidades, de alcanzar el universal de lo que llamamos el deseo del analista. Y el control, la práctica de lo que se llama la supervisión, sirve para eso: para lavar las escorias remanentes que interfieren en la cura. Pero, desde el momento en que conseguimos borrar lo que nos singulariza como sujeto, entonces es el analizante el que sueña, el que nos sueña a nosotros, su interlocutor, con los rodeos de su fantasma y con la identidad que atribuye a ese interlocutor, que no sabrían no figurar en el cuadro.

En una palabra, eso os obliga a pintaros a vosotros mismos en el cuadro clínico. Es como Velázquez, cuando se representa a sí mismo, con el pincel en la mano, junto a los demás seres con los que puebla la tela de Las Meninas, y que es algo que produce desorientación. Porque está claro que él no se puede situar a menos que sea vea plasmado como dividido. Saben que es un cuadro que llamó la atención de Lacan siguiendo la estela de Michel Foucault. Diría que, en psicoanálisis, todo caso clínico debería tener la estructura de Las Meninas. Y continuaré el apólogo hasta llegar a señalar que lo que nos ofrece el cuadro de Velázquez, el que podemos ver en Madrid pero también en una reproducción, es lo que ve el amo, a saber, la pareja real, pero precisamente un amo que no está representado, que está como esfumado, como desvanecido, como degradado en el reflejo que se perfila al fondo del cuadro; de ese amo no queda sino su lugar, ese lugar mismo al que todo el que llega, cada espectador, viene a inscribirse.

Y bien, diría que pasa igual que en la experiencia analítica, el lugar del amo subsiste ciertamente, pero el amo no está ahí para ocuparlo.

¿Qué queda de la salud mental cuando el amo ya no está? La inexistencia de salud mental en el hombre no ha cesado de ser deplorada por la filosofía. Lo han dibujado como siervo de sus ilusiones, de sus pasiones, de sus apetitos. Lo han pintado fundamentalmente desequilibrado para afanarse por restituirle el orden y la medida.

Antiguamente, a la salud mental se le llamaba sabiduría o virtud. Para establecerla, se la situaba en relación con el amor por el otro, con el amor por el Otro divino. Lo que no era una mala idea porque podríamos decir que la salud mental es una idea teológica que supone la buena voluntad de la naturaleza, una benevolencia que se abría hacia el bienestar y la salud de todo aquello que existe. Sin embargo, basta con recorrer la inmensa literatura a la que acabo de aludir de manera rápida, para caer en la cuenta de que esa salud mental supone siempre algo que viene a dominar una parte del alma, su parte racional o divina. La salud mental tiene que ver, desde siempre, con el discurso del amo y es, desde siempre, un asunto de gobierno. Y es su destino inmemorial el que viene a consumarse hoy día mediante su directa toma en consideración por parte de todos los aparatos de dominio político. El dominio de la parte racional del alma toma hoy día la forma del discurso de la ciencia, y es a través de la ciencia como el amo promueve la salud mental y se preocupa de protegerla, de restablecerla, de difundirla entre lo que se llaman las poblaciones, un término que David Tarizzo hacía resonar de manera potente hace un momento en esta sala.

Se piensa que la ciencia concuerda con lo real y que el sujeto también es apto para concordarse con su cuerpo y con su mundo como haría con lo real. El ideal de la salud mental traduce el inmenso esfuerzo que hoy día se hace para llevar a cabo lo que llamaré una "rectificación subjetiva de masas" destinada a armonizar al hombre con el mundo contemporáneo, dedicada en suma a combatir y a reducir lo que Freud nombró, de manera inolvidable, como el malestar en la cultura.

Desde Freud, ese malestar ha crecido en tales proporciones que el amo ha tenido que movilizar todos sus recursos para clasificar a los sujetos según el orden y los desórdenes de esta civilización. Ahora es como si la enfermedad mental estuviera por todos lados; en todos los casos, lo psy se ha convertido ya en un factor de la política. A lo largo de los últimos años, en los países que interesan a este Congreso, el discurso del amo ha penetrado de manera profunda en la dimensión psy, en el campo llamado de lo mental. El acceso a los psicotropos está ya ampliamente conseguido y la psicoterapia se expande en sus modos autoritarios. Se trata siempre de un aprendizaje del control.

Este dominio, que ayer escapaba en gran parte a los gobiernos, es objeto ahora de regulaciones con exigencias cada vez más grandes. Eso va paralelo al reconocimiento público del psicoanálisis pero con la intención, aunque sea desconocida para sus promotores, de desvirtuarlo.

Sin embargo, por pequeña que sea su voz en el estruendo contemporáneo, el discurso analítico hace objeción y no carece de potencia. La potencia del discurso analítico viene, de entrada, de que es desmasificante; y a medida que la masificación se extiende y crece, crece también la aspiración a esa desmasificación. La exigencia de singularidad de la que el discurso analítico hace un derecho está de entrada porque procede uno por uno. Diría que eso lo hace acorde con el individualismo democrático que difunde la civilización contemporánea. Se hablaba antiguamente de "indicaciones para el psicoanálisis" cuando se pensaba que se podían seleccionar a los sujetos en función de su aptitud clínica para el discurso analítico. Ese tiempo ya pasó. Hoy día, ser escuchado por un psicoanalista equivale a un derecho del hombre. Le toca al psicoanalista arreglárselas con eso y modelar su práctica con respecto a lo que se le requiere.

El psicoanálisis acompaña al sujeto en lo que éste plantea como protestas contra el malestar en la civilización. Para la ocasión, se hace acompañar de lo que de mejor tienen el humanismo o la religión. Cualquiera sabe hoy día que encontrará en el psicoanálisis una ruptura con las órdenes conformistas que le apremian por doquier. Cualquiera sabe que si acude al discurso analítico, este discurso se pondrá en marcha para él solo: para él, el Uno solo, como decía Lacan, separado de su trabajo, de su familia, de sus amigos y de sus amores. Lo que el sujeto encuentra en el psicoanálisis es su soledad y su exilio. Sí, su estatuto de exiliado al respecto del discurso del Otro. No es el Otro con una A mayúscula el que está en el centro del discurso analítico, es el Uno solo.

Lacan, sin duda, comenzó a ordenar la experiencia analítica por el campo del Otro, pero fue para demostrar que, en definitiva, ese Otro no existe, no más que la salud mental. Lo que existe es el Uno solo. Un psicoanálisis comienza por ahí, por el Uno solo, cuando uno no tiene más remedio que confesarse exiliado, desplazado, indispuesto, en desequilibrio en el seno del discurso del Otro. En un análisis, se busca un otro del Otro que, esta vez, uno tenga el placer de inventar a su medida, otro supuesto saber lo que atormenta al Uno solo. Por eso, nosotros sabemos que este Otro está destinado a disiparse, a desvanecerse hasta que sólo quede el Uno solo; instruido ya sobre lo que le atormenta, esclarecido como decimos, sobre el sentido de sus síntomas.

¿Diría pues que, al término de la experiencia analítica, ya no soy incauto al respecto de mi inconsciente y de sus artificios? Y eso porque ¿el síntoma, una vez descargado de su sentido no por eso deja de existir aunque bajo una forma que ya no tiene más sentido? Daré un paso más en la ironía en la que me he comprometido si digo que esa es la única salud mental que soy capaz de conseguir. Supone, precisamente, que advenga al campo en el que lo mental se haya desvanecido para dejar desnudo lo real. Para alcanzar ese campo, ese campo último, hay que haber franqueado lo imaginario, lo mental de lo imaginario. Lo mental de lo imaginario está siempre condicionado por la percepción de la forma del semejante. Es esa la unidad fundamental. Evito el chiste "funda-mental" porque no se traduce a todas las lenguas. Esta es la unidad fundamental que Lacan ilustra con el estadio del espejo.

Para Aristóteles, el alma es la unidad supuesta de las funciones del cuerpo y ésta es la que nosotros traducimos en la experiencia del espejo como un alma especular. Se encuentra siempre transitada por una tensión esencial en la que se intercambian sin cesar los lugares del amo y del esclavo. En el estadio del espejo arraigan a la vez la prevalencia del discurso del amo y su paranoia territorial, que hacen del yo una instancia grosera de delirio que no sabría reducir ninguna rectificación autoritaria. Pero, sin embargo, para alcanzar el campo que llamo "campo último", también hay que atravesar lo simbólico y lo mental de lo simbólico. Lo mental de lo simbólico es la refracción del significante en el alma especular. A esa refracción es a lo que se llama el significado. A ese significado esencialmente huidizo, nubloso, indeterminado, metonímico y susceptible sin duda de dar lugar a metáforas y efectos de significación, se le puede llamar el pensamiento.

Su pensamiento, el mío, tiene su rutina, gira en redondo, se le reprime, retorna. Se dice que es el inconsciente cuando se lo descifra y entonces se dice, en el desciframiento, que se alcanza una verdad. Pero, ¡atención, se trata siempre de sentido, es decir, de mental, de ideas que os hacéis! Por eso Lacan ha unido con un lazo esencial la verdad con la mentira. El campo último al que me refiero está más allá de la mentira de lo mental. La parte más opaca de lo que Freud llamaba la libido se descubre precisamente ahí. Ese sentido de la libido es el deseo. El deseo está articulado a lo simbólico; se desprende de los significantes como siendo sus significados. Enloquece el alma especular, anima los síntomas. Sin embargo, un análisis introduce una deflación del deseo, que se desinfla y se estaciona como sucede con ese semblante que llamamos el falo y que sirve para pensar la relación entre los sexos.

Pero, tanto el deseo como la relación sexual son verdades mentirosas, mentiras de lo mental. Debajo del deseo, una vez atravesada su pantalla fantasmática hay lo que no miente sin que sea una verdad. Es lo que llamamos goce. El deseo es el sentido y el semblante de la libido, su mentira mental. El goce es lo que de la libido es real. Es el producto de un encuentro azaroso del cuerpo y del significante. Ese encuentro mortifica el cuerpo pero también recorta una parcela de carne cuya palpitación anima todo el universo mental. El universo mental no hace sino refractar indefinidamente la carne palpitante a partir de las más carnavalescas maneras y también la dilata hasta proporcionarle la forma articulada de esa ficción mayor que llamamos el campo del Otro.

Comprobamos que ese encuentro marca el cuerpo con una traza inolvidable. Es lo que llamamos acontecimiento de cuerpo. Este acontecimiento es un acontecimiento de goce que no vuelve nunca a cero. Para hacer con ese goce hace falta tiempo, tiempo de análisis. Y sobre todo, para hacerse con ese goce, sin la muleta, la pantalla y los artificios del inconsciente simbólico y sus interpretaciones. Por eso hablamos de que se trata del inconsciente real, el que no se descifra. El que, por el contrario, motiva el cifrado simbólico del inconsciente. Ese cuerpo no habla sino que goza en silencio, ese silencio que Freud atribuía a las pulsiones; pero sin embargo es con ese cuerpo con el que se habla, a partir de ese goce fijado de una vez por todas. El hombre habla con su cuerpo. Lacan lo dice, el ser hablante por naturaleza. Pues bien, ese cuerpo que no habla pero que sirve para hablar, ese cuerpo como medio de la palabra, es justamente el que se empareja, en rigor, con la salud mental que no existe. Si la salud mental no existe es porque el cuerpo gozante, la carne, excluye lo mental al mismo tiempo que lo condiciona, lo enloquece y lo extravía. Si el hombre ha inventado la relación sexual es para velar el horror de esa carne recorrida por un estremecimiento que no cesa y que es lo que es, como decía Angelus Silesius: sin por qué.

A ese "hablar con su cuerpo" lo traiciona cada síntoma y cada acontecimiento de cuerpo. Ese hablar con su cuerpo está en el horizonte de toda interpretación y de toda resolución de los problemas del deseo. Lo sabemos, los problemas del deseo pueden ser puestos en forma de ecuación; lo sabemos desde Lacan, que se esforzó por hacerlo. Y esta ecuación tiene, sin dudas, soluciones, que son lo que Lacan llamó el pase.

Sin embargo, el goce a nivel del inconsciente real no sabría ser ubicado en una ecuación y permanece insoluble. Freud lo supo antes de que Lacan lo anunciara. Hay siempre un resto con los síntomas. Por eso no hay un final absoluto para un análisis, que dura tanto como lo insoluble siga siendo insoportable. Se acaba cuando el hombre encuentra ahí una satisfacción sin más.

Hasta aquí pues lo que he podido extraer, torturándome los sesos, de una reflexión sobre la inexistencia de la salud mental; hablando con propiedad, lo que se empareja con el significante es "hablar con el cuerpo". Es posible que este asunto sea muy difícil para PIPOL VI, ustedes dirán. Pero si es así, no teman, encontraremos otra cosa. Espero, pues, sugerencias.

Traducción: Jesús Ambel
Texto establecido por Yves Vanderveken

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CUERPOS DEL SIGLO XXI
Mario Goldenberg

El parlêtre, como lo ha definido Jacques-Alain Miller su curso El partenaire-síntoma (1997/98), modifica el concepto de $, sujeto representado por un significante para Otro, es sujeto más cuerpo. El cuerpo es un cuerpo que habla y en tanto habla goza, es un cuerpo pulsional, donde el síntoma es acontecimiento del cuerpo. Sin embargo, encontramos en nuestros tiempos nuevas modalidades que no pasan por el inconsciente y que silencian al síntoma. Tanto desde las nuevas formas de violencia, las variantes del consumo y las toxicomanías. La declinación del S1 bajo la forma del Nombre del padre, la caída de los ideales, la elevación al cenit social del plus de gozar, constituyen un impasse ético y a la vez una promoción del superyó como mandato de goce, que no es lo mismo que el síntoma como manera de gozar.

Las nuevas formas de violencia llevan la marca de actos sin sentido como las masacres escolares, o la violencia como diversión, modo de rechazo del lazo social. Hemos asistido en estos últimos años a una serie de actos como Columbine, Carmen de Patagones, Oslo, Virginia Tech, Colorado, Rio de Janeiro, Connecticut, para mencionar algunos, donde se revela el revés del discurso actual, promovido por los mass-media y la industria de entretenimiento (Entertainment). Formas de violencia también, no tan ruidosas, pero que se ponen en juego en los adolescentes, haciendo uso de las redes sociales y los medios tecnológicos.

La confluencia del discurso de la ciencia y el mercado plantea un rechazo del lazo y una prevalencia del plus de goce. Los cuerpos golpeados, intoxicados, medicados, tatuados, cortados, dan un estatuto nuevo al hablante, así como también nuevas identidades a partir del pathos.

El tratamiento de lo real que hace el discurso actual a partir de la evaluación y la normativización, es una combinación del todo vale según las ofertas del mercado y la doctrina inmunitaria de la seguridad.

"¿Dónde están las histéricas de antaño? Las histéricas que le enseñaron a Freud el camino del inconsciente propiamente freudiano", parafraseando a Lacan.

El psicoanálisis tiene que vérselas hoy con otras modalidades de padecimiento que no demandan saber, sino que buscan en las sustancias que proporciona la ciencia o las que promueve el mercado un modo de intoxicar el síntoma, de hacerlo callar.

La operación analítica tiene el desafío de pasar de la Zwang, compulsión, a la invención o la creación singular de la manera de gozar de cada uno. Mi anhelo es que este Encuentro demuestre a la comunidad estas coordenadas de nuestra clínica.

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VIOLENCIA Y DROGAS, NI SEXO NI ROCK AND ROLL
Elvira María Dianno

Sinuosas rectas líneas, punto y trazo grueso entrelazan un alicaído orden simbólico con el rozagante imaginario de pantallas globales impactando directamente sobre cuerpos sometidos a tratamientos que los ajusten a modelos del mercado del diseño: maquillados, medicados, fragmentados, tatuados, botoxeados, saludables cual títeres y marionetas.

Borrar diferencias y marcas de emociones, tiempo, etnias, género, promete y cumple a medias la ciencia en edulcoradas versiones de nudos cuerpos de Agamben.

¿Si el síntoma no es sin cuerpo, qué es un cuerpo sin síntoma? ¿Qué aventurar del axioma cuerpos que hablan? Hablan, gritan, enmudecen.

¿Qué líneas nos permiten abrir camino en la maraña selvática de la ley que impera cuando el orden simbólico se derrumba?

Si lo real se desregula a tal punto que los cambios climáticos sorprenden porque la naturaleza ya no se somete dócilmente a predicciones ¿es lo real lo que cambia o devela lo ya sabido? Ignorábamos a sabiendas que la naturaleza era una lectura de lo real y asistimos al anuncio de su sometimiento a la ciencia -en todas las marquesinas- con sed de dioses. El plano mundo precolombino se revolucionó con más de un viaje y -al borde del agotamiento del que habitamos- nuevas promesas abren expectativas de colonización allende los cielos.

¿Estaremos en las preliminares de la conquista del espacio o en las postrimerías del planeta hundiéndose bajo chatarra y smog?

Mientras crece la creencia en el progreso, un agujero de ozono deja al descubierto un real sin ley y sin semblantes donde la violencia parece pillar por sorpresa una época que se esfuerza en doblegar cuerpos para que el malestar desaparezca, tranquilizándose -en laboratorios legales y clandestinos- con cannabis y antidepresivos y estimulándose con anfetaminas y clorhidratos. Sorprendidos por la ley de la selva, los chivos expiatorios van del talibán a Hollywood, de la Guerra de las Galaxias a Tarantino.

Éste en su film Django, sin cadenas* muestra un cruel y refinado Di Caprio -amo blanco burlado en su buena fe- queriendo refrendar un contrato con un apretón de manos indicando que los contratos escritos pueden romperse si no se involucran los cuerpos. Ironía del director con la ley del Far West que pagaba recompensas por infractores dead or alive. "Mato blancos y me pagan por sus cadáveres", dice el protagonista.

¿De qué lado del agujero de ozono leer hoy los episodios de violencia y drogas -sin sexo ni rock and roll- diversos en cada latitud? ¿Es un real que insiste ignorado a sabiendas por amos y refrendado por voluntarias servidumbres, reservado para la crueldad de ambos y de siempre? De esto también da cuentas el film: ni amos sin secuaces, ni todos los amos son blancos. By the way, Tarantino -sacrílego- barra al amo y al KKK.

Fina y gruesa caligrafía escriben sobre dos reales bien conocidos por todos -gracias al psicoanálisis- por sus nombres artísticos: Eros y Thanatos. Desde albores de la Ley se pretende regular cuando odio y amor ponen sus garras sobre el cuerpo de otro sin Otro. Noticias y estadísticas hablan de una feroz bestia desatada haciendo de las suyas y su correlato de justicia por mano propia a la que remiten film y realidad.

Tarantino en su western antiesclavista -comedia de amor al fin y al cabo- de lo único que no da cuentas para nuestras cavilaciones es de las trapisondas de la ciencia al intentar doblegar un real más indómito que Jamie Foxx a los que sólo se ha conseguido enfurecer más.

Entonces ¿qué habla cuando el cuerpo habla, qué del Ello más allá de lalengua?

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* En España estrenada con el título “Danjo desencadenado”. Nota del redactor.

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EL AUTISMO COMO MODELO DE LA CIVILIZACIÓN
Liliana Cazenave

Las palabras y los cuerpos se separan en la disposición actual del Otro de la civilización[1]. En este sentido, el autismo puede pensarse como modelo de esta civilización. En efecto, el sujeto autista en su rechazo de la enunciación impide que el goce se embarque en la palabra, impide que la lengua se corporice y dé lugar a un cuerpo de sujeto.

Eric Laurent[2] propone un caso particular de acontecimiento del cuerpo para el autismo: el encuentro de las palabras con el cuerpo deja en el autismo una huella que no puede ser borrada. El Uno de goce no se borra, se repite solo, sin constituir un significante al que reenvíe. Esta falla en la inscripción de la lengua deja al sujeto sumergido en lo real y amenazado constantemente por el ruido de lalengua que equivoca sin parar. El objeto se impone sin forma sobre el cuerpo del niño autista ya que el agujero en la dimensión de lo real, está forcluído.

Las soluciones sintomáticas de los autistas para estabilizar la relación con el imposible acontecimiento del cuerpo intentan por un lado un tratamiento de las palabras separadas del cuerpo y por otro lado un tratamiento del cuerpo separado de las palabras. En efecto, para silenciar los equívocos de la lengua los autistas efectúan un cálculo de la lengua que toma diversas formas: construyen sistemas de letras, cifras, pensamientos, con los que logran una objetivación del lenguaje. Esta realización de un simbólico sin equívocos les permite mantenerlo separado del cuerpo. En este punto, el sujeto autista parece intentar realizar el ideal de la ciencia actual de poder hablar sin el cuerpo.

Pero, más allá de todo cálculo, el real de la lengua se impone en el cuerpo, el goce retorna sobre un borde. El sujeto autista inventa, con el uso de los objetos autistas, una burbuja de protección cerrada para contener su cuerpo e intentar localizar el goce. En un funcionamiento muy contemporáneo, sustrae su cuerpo de las palabras y del lazo aislándose con su objeto.

El cientificismo actual propone entre otros tratamientos estandarizados para los autistas, la interfaz cuerpo-ordenador. Los proyectos que proponen robots como partenaires de los niños autistas llevan ya más de treinta años. Se programan robots para enseñar lenguaje, jugar y como modelos de comportamiento. En el Centro Kennedy de la Universidad de Vanderbilt crearon un robot que reconoce las emociones a partir de sensores conectados al cuerpo del niño. Para la ciencia el cuerpo puede hablar sin pasar por las palabras. La aspiración es programar un sistema que permita responder automáticamente a las reacciones del niño.

El robot programado, despojado de contingencias y equívocos, se puede acoplar bien a la defensa del autista que evita a toda costa la amenaza que operan la mirada y la voz del Otro. Los niños autistas pueden encontrar en la interacción con el robot la seguridad de poder ejercer el control y dominio sin poner en juego el cuerpo. Pero esta solución robótica reduplica la defensa en lugar de conmoverla y sabemos que esto no alcanza para tratar el real que agita sus cuerpos. La propuesta de un doble robótico como partenaire sólo puede despojar al niño de la dimensión subjetiva.

El analista lacaniano se propone en la transferencia como partenaire del autista, no para eliminar el equívoco de la lengua, sino para conmover la defensa y acompañarlo en la invención de su lengua privada, paso necesario para articular la lengua al cuerpo. Y la transferencia no es interacción de conductas cuantificables, sino lazo del sujeto al Otro.

Notas:
1-. Laurent, Eric, Argumento del Enapol VI: Hablar con el propio síntoma, hablar con el propio cuerpo, www.enapol.com
2-. Laurent, Eric, Lo que nos enseñan los autistas. Revista Lacaniana, Nª13-Año VIII- Nov. 2012.

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EL CUERPO Y LA ORFANDAD DEL OTRO
Graciela Lucci

Nos preguntamos por la clínica de hoy en relación al cuerpo de los niños, escuchamos sus manifestaciones que pueden ser diferentes a las de otra época, sin embargo nos interesa acentuar lo singular de dicha manifestación en cada cuerpo, y no construir una clínica de manifestaciones.

Intentaremos transmitir a partir de una viñeta clínica, la intervención de un analista y sus efectos, frente a un acting que se presenta bajo la forma de un desborde pulsional en el cuerpo.

Una niña de siete años, es presentada por los padres, bajo la forma contemporánea de "niña tirana".

Parece una época signada por la orfandad de padres, con poco resto para hacer frente a los "no" que la niña les presenta.

Luego de episodios nocturnos, entre los padres en donde abundan gritos y algún cachetazo, se golpea la cabeza contra la pared.

Parece una niña abandonada a sus propios impulsos. La analista propone que, si alguna noche se siente mal, puede llamarla a su celular.

La niña hace uso de esta intervención. Una noche en medio de una crisis, la llama. Se transforma el impulso?golpe en llamado, ofreciéndose el analista como un Otro, que aloja en transferencia la pulsión, a partir de una intervención, que como tercero se diferencia del estatuto especular de los padres.

La pulsión agita el cuerpo simbólico-imaginario de esta niña, que con su acting, dice más de lo que sabe, poniendo en escena lo que el Otro no aloja.

Es interesante ubicar el movimiento que va desde el golpe como un efecto de la lengua que es además afecto, al llamado, el cual posibilita incluir lo pulsional en lo síntomal. Podemos pensar en una suerte de enunciación en el llamado.

Si bien la norma fálica organiza su cuerpo, es singular la manera en que ella responde con una angustia deslocalizada, que a través de sus excesos e insistencias, genera rechazo en el Otro y a la vez lo consiste.

Los efectos de la intervención del analista producen un acotamiento de goce, comienza a anudar en transferencia una dimensión del deseo más allá de las exigencias.

En otro momento de la cura: se enoja con la mamá porque tardó mucho en ir a contarle un cuento; se enfurece y golpea la almohada. Disminuye el tono de voz y dice: "No es lo mismo que golpearme yo".

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LAS NUEVAS NOMINACIONES Y SUS EFECTOS EN LOS CUERPOS
Nieves Soria Dafunchio

El psicoanálisis enseña que yo, cuerpo y realidad son construcciones convergentes, imposibles sin la mediación de lo simbólico. La pregunta que me causa en vistas a nuestro próximo Encuentro es acerca de los efectos de la declinación de la nominación paterna y la emergencia de nuevas nominaciones sobre los cuerpos.

Si bien encontramos anticipaciones desde el comienzo de la enseñanza de Lacan, es sobre el final de la misma que nominación y anudamiento se vuelven conceptos indisolubles, equivalentes. Lacan establece la nominación edípica como un anudamiento borromeo entre los tres registros, por un cuarto anillo, de modo que ningún registro queda directamente implicado en relación con otro. Cuando éste es el tipo de anudamiento, el cuerpo es una construcción que se sostiene de una función eminentemente simbólica, que media entre el cuerpo imaginario y el cuerpo real.

En esa mediación hay lugar para el acto de palabra, corazón de la intervención analítica, ya que el goce corporal está íntimamente atravesado por un orden simbólico flexible, aunque no extensible.

Las nuevas nominaciones, por el contrario, hacen más presentes las dimensiones imaginaria y real del cuerpo, planteando una dificultad para la intervención analítica, a cuya modalidad clásica a veces los nuevos sujetos parecen impermeables.

En un extremo encontramos el nombrar-para, un tipo de nominación que en los años '70 (en su seminario Les non dupes errent) Lacan señala como prefiriéndose cada vez más a la nominación paterna. Se trata de un tipo de nominación para la cual generalmente basta con la madre, quien designa un proyecto para el hijo, encerrándolo en un orden de hierro. Lacan indica que en estos casos lo social toma prevalencia de nudo. Su correlato clínico son cuerpos rigidizados en una nominación que localiza el goce sin flexibilidad, y que da lugar a las tribus monosintomáticas propias de la época, nominaciones anónimas que tienen un efecto de ser, de anudamiento: anorexias, bulimias, obesidades, adicciones, TOC, panic attack, fobia social, etc.

En la práctica con estos casos la pregunta que emerge es cómo equivocar la rigidez de la nominación propiciando a la vez un entramado simbólico más amplio para que el sujeto pueda realizar un nuevo anudamiento prescindiendo de aquél. Cómo conseguir con el corte y el empalme operar a la vez equivocando y orientando una nueva trama.

En el otro extremo encontramos nominaciones lábiles, nominaciones imaginarias que deslizan, que se hacen presentes bajo la modalidad de un goce disperso, vacío, en el centro de la experiencia analítica de estos sujetos. Sujetos errantes, en los que no es posible encontrar ningún efecto de ser fuerte, tampoco de deseo, sujetos que declaran no saber qué quieren en distintos ámbitos de sus vidas. Se trata de sujetos que son sucesiva o simultáneamente polisintomáticos, presentando una estructura polimorfa, cuyo correlato es un cuerpo que no cae en ningún lugar.

En la práctica con estos casos la pregunta que suele plantearse es cómo introducir una orientación que posibilite un tejido de lo simbólico que sostenga el cuerpo y haga agujero localizado, alejándolo de la pura dispersión de lo real, cómo orientar la cura en una función efectiva de nominación.

Me interesa la investigación alrededor de estas intervenciones analíticas que, lejos de la ortodoxia clásica pero muy cerca de la precisión que posibilitan la lógica y la topología, nos obligan vez a vez a reinventar el acto de palabra.

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EL AIRE, COMO OBJETO, HACE AL CUERPO CON EL QUE SE HABLA
Samuel Basz

En el corpus clínico de la medicina, el cuerpo habla. No solo en los signos que se obtienen del organismo, sino en la indagación semiológica que incluye un instrumento mayor: el interrogatorio. No deja de ser una solicitación al paciente para que hable; pero se trata de una demanda orientada a objetivar los síntomas del cuerpo, es decir a reducirlos –como conviene a la exigencia de cientificidad- lo más posible a su núcleo fisiopatológico.

Otras prácticas sociales (artísticas, adivinatorias, ideológicas, psicoterapéuticas) construyen, cada una a su manera, un código que permite saber qué es lo que dice el cuerpo que habla.

En el psicoanálisis el cuerpo no es un cuerpo que habla, pero quien habla en un análisis no lo hace sino con el cuerpo.

Y es aquí, precisamente en su articulación con el hablar, que conviene considerar al aire como objeto pulsional.

Objetando las objeciones de Jones, apoyando las intuiciones de Otto Rank en "El trauma de nacimiento"; valorando el significado fundante del ruaj, Lacan, especialmente en los últimos cursos del Seminario sobre la angustia, no deja de indicar la pertinencia objetal del aire.

Es necesario considerar su estatuto metapsicológico como núcleo real del Yo –corporal-, y económico como objeto pulsional referido a un borde libidinal específico, para poder dar razón de que si el parlêtre no habla sin el cuerpo es al precio de producir al aire como objeto.

El lenguaje, en tanto estructura, es un verdadero aparato de goce que instala un régimen regulatorio con el que interviene a lalangue. Inscriptas en ese régimen, las cuerdas vocales vibran de placer trabajando para el amo estructurante…

La ganancia de satisfacción del ejercicio de lalangue es un resto irreductible que acompaña toda emisión de palabra. Toda emisión de palabra es pulsional en tanto hay satisfacción en la alteración, en la interrupción, del ritmo respiratorio basal (en silencio y en reposo), que necesariamente acompaña el hablar.

Ese ritmo respiratorio, intervenido por el ejercicio efectivo de la palabra hablada, es la condición de estructura para que ese ritmo esté disponible para ser afectado por lo simbólico y lo imaginario.

El suspenso del thriller, el del jugador en el casino, el de la espera de una inminente interpretación del analista, el suspenso ligado al diálogo amoroso, testimonia del estatuto del aire como objeto (en el suspenso se "corta el aliento").

Las fantasías de emparedamiento, la excitación sexual con apnea provocada, las claustrofobias, las descargas satisfactorias del bostezo, los fantasmas de ahogo, el suspiro, el aliento vital, el soplo vital, el uso del ahogo en las prácticas de tortura, la angustia concomitante de la disnea y la disnea concomitante de la angustia… siempre implican, para el psicoanálisis, acontecimientos de cuerpo.

El aire, captado en su condición de objeto es un resto de la operación metafórica por la que el organismo es sustituído por el cuerpo, y se inscribe como objeto de angustia haciendo que el hablar, la emisión de voz, no emerja sino de un cuerpo libidinal.

Este es el cuerpo que el sujeto puede tener, el cuerpo con el que se habla y se goza donde los acontecimientos de cuerpo pueden no ser una variable dislocada y tormentosa del organismo.

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SOBRE EL DEBATE FILOSÓFICO–CIENTÍFICO ENTORNO AL CUERPO QUE HABLA
José Fernando Velásquez

Recientemente Barack Obama anunció que su gobierno invertirá más de 3 mil millones de dólares en la próxima década en el proyecto que busca mapear a escala celular la actividad del cerebro. El propósito del proyecto es entender a fondo "las causas de las acciones humanas y, desde luego, conquistar el premio gordo de la neurociencia: comprender la conciencia".(1)

La reflexión sobre las manifestaciones corporales que se implican en las acciones de un ser humano encuentra inmediatamente una referencia a la ciencia neurológica. No hay nada más natural para un ser humano que su cuerpo y sus realidades por crecimiento, enfermedad, sexualidad o muerte. El debate filosófico sobre el cuerpo y lo llamado "mental" puede plantearse como una pregunta: ¿cómo es posible explicar los fenómenos psíquicos o subjetivos a partir de estados y acontecimientos corporales?

Varias han sido las escuelas de pensamiento en este punto: uno de los fundamentos es Descartes quién concibió lo mental como una entidad cuya naturaleza es el pensamiento y todo lo demás para él es sustancia material. Este dualismo material es lo que Gilbert Ryle denunció como "El dogma del fantasma en la máquina": el alma o la mente inmaterial (el fantasma) que vive en el cuerpo, controla los mandos del cuerpo material (la máquina).(2)

Contrario a la posición dualista de Descartes, la mayor parte de la ciencia contemporánea ha optado por una explicación monista: el fisicalismo insiste en que también la mente, las ideas y los afectos o emociones deben inscribirse en el ámbito de lo físico, afirmando que los fenómenos psíquicos son idénticos a los hechos y a los procesos cerebrales, y creen así arrebatar a la filosofía su dominio especulativo sobre la conciencia del hombre. El sistema nervioso se interpreta como si fuese un sistema computacional complejo que transforma información en estados bioquímicos y celulares, el que a su vez altera el sistema produciendo neurotransmisores y nuevas proteínas, y también modificando los estados funcionales como el sueño, la ansiedad, el ánimo. Esta corriente ha llegado a la especulación como la de suponer que los seres humanos podemos ser mejorados de manera artificial, dejando de lado la educación y el soporte social. También se llega al reduccionismo como aquel al que nos tienen acostumbrados ciertos científicos a los que se les da lugar en titulares de prensa como "Tenemos la felicidad programada en el ADN",(3) "Se descubrió el gen de la pereza", o "El homosexual nace". Parecen nociones ingenuas que se difunden y se ponen a circular en el discurso social aumentando la consideración biologista de la naturaleza humana, mientras que algunos entusiastas tratan de encontrar en alguna parte del cerebro, el lugar de la conciencia.

Spinoza por su parte sostuvo que el dualismo se refiere no a las sustancias sino a las propiedades: a un mismo sujeto pueden atribuírsele propiedades mentales y físicas, pero estos atributos son diferentes y los términos para analizarlos no son intercambiables. Esta es la base del humanismo. Lo que se resalta es el carácter subjetivo de una experiencia, el "modo" determinado para que ese individuo, diferente a otro, subjetive una situación dada. Damos por sentado que otros disfrutan de una vida interior de pensamientos, afectos y satisfacciones muy parecidos a los nuestros, pero dos personas pueden reaccionar o experimentar de manera singular una misma percepción. Un ejemplo de ello es lo estético: cada ser hablante, a su modo, tiene acciones determinadas por una concepción estética singular. Lo emocional se acomoda a parámetros que también están más allá del modelo genético o neuronal. Los humanistas, como los positivistas también caen en el extremo de considerar que además de nuestra "naturaleza natural", tenemos una "naturaleza sobrenatural".(4)

Al debate filosófico contemporáneo se sumó Alan Turing, el padre de la informática, y otros defensores de la Inteligencia Artificial, quienes sostienen la tesis de que la tecnología se puede volver autónoma, de que las computadoras debidamente programadas desarrollan una forma de mentalidad inteligente que a su vez genera su propia realidad, tal y como nos lo recreó la película The Matrix. Otros, por el contrario, como John Searle, consideran que por más sofisticado que sea una computadora ella no deja de ser un manipulador de signos esencialmente sintáctico, pero que no puede comprender la dimensión semántica. En esta perspectiva del debate nos preguntamos en forma especulativa: en la Matriz, ¿dónde queda el cuerpo pulsional?, ¿qué lugar para el acontecimiento sintomático?

El contexto social contemporáneo es particularmente similar al descrito en The Matrix: el mercado emite sus cantos de sirena y el sujeto queda atrapado en la fatalidad. Cualquier experiencia, sentimiento, emoción, pertenencia, tiene un precio que alguien hoy está dispuesto a pagar; la evolución nos ha conducido a ser el "animal consumidor compulsivo" y por el mecanismo de selección natural, los individuos que son más consumidores serán aquellos capaces de pasar más genes a la siguiente generación en detrimento de otros menos eficaces.

A medida que más nos adentramos en ese real sin ley, lo que observamos es que surgen nuevos síntomas en ese "animal consumidor", síntomas que parecieran no poder ser interpretados por el mismo sujeto. Lo que vemos es que en muchos casos contemporáneos, el síntoma no es un síntoma propio, sino de Otro. El síntoma acontece no en la Matriz sino que los sujetos prestan sus cuerpos para que el síntoma de la Matriz se inscriba en ellos. Los cuerpos del maltrato, los cuerpos de las sobredosis, los cuerpos expuestos al riesgo, los cuerpos del síntoma que no habla como las fibromialgias, los cuerpos consumidores de medicamentos sin los cuales están literalmente condenados a la incapacidad, etc.

Nuestra participación en este debate se orientará por una pregunta: ¿Cómo estas consideraciones se ven re-direccionadas a partir del concepto psicoanalítico del goce del llamado parlêtre?

Notas:
1. Revista Arcadia, Nº 90, 15 de marzo al 11 de abril de 2013, Semana S.A., Bogotá, p. 12.
2. Dupré, B., 50 cosas que hay que saber sobre filosofía, Ariel, Madrid, 2010, p. 33.
3. Diario El Tiempo, el 23 de febrero de 2013.
4. Botero, J., "Nuestra naturaleza", Revista Arcadia, Nº 90, 15 de marzo al 11 de abril de 2013, Semana S.A, Bogotá, pp. 18-19.