CRIMEN Y LOCURA. Araceli Fuentes (Madrid)

Dos crímenes han conmocionado recientemente nuestra sociedad, uno ha sucedido en Córdoba, el otro en Galicia, en uno el padre y en el otro la madre y el padre, han sido acusados de ser los autores del asesinato de sus hijos.

Cuando un crimen no se comete para obtener algún tipo de beneficio, cuando no hay ninguna utilidad en él, la pregunta que siempre existe por la causa surge con más fuerza en tanto que la causa, en estos casos permanece opaca, escapa al sentido común.

Hay crímenes cuya finalidad está en sí mismos, en el hecho de cometerlos y cuya lógica, privada, está ligada a la personalidad de quien los comete. Desde el punto de vista del psicoanálisis el pasaje al acto criminal no puede separarse de la personalidad de su autor.

Si bien no todos los crímenes son cometidos por locos, existe una relación entre el crimen y la locura que debe ser demostrada caso por caso, aunque esta no sea una tarea fácil.

Demostrar la locura de alguien no es sencillo, entre otras cosas, porque la locura es compleja y porque al contrario de lo que se cree, la locura no se percibe a primera vista. Para hacer un diagnóstico de psicosis es necesario conocer a fondo sus mecanismos y los expertos no suelen buscar en una semiología clínica de la palabra lo que pueden ser signos de locura.

La relación del sujeto con la lengua que habita no es lo mismo para todos y en la locura presenta ciertas características. Así, por ejemplo, un enunciado del tipo “un padre debe hacerlo todo por sus hijos” es un enunciado que entra dentro de lo que llamamos el “sentido común”, no nos extraña. Pero, cuando un sujeto que no ha simbolizado la ley, lo toma en su literalidad, lo toma como un imperativo fosilizado e indialectizable que viene a organizar su vida, ese “todo” significa que para él no hay nada imposible, que nada le va a detener en la realización del deber que este imperativo le impone, que nada, ni siquiera el asesinato, funcionará como un límite para él.

Este fue el caso de un famosos asesino en serie que conmocionó a Francia en los años 20 del siglo pasado, el caso de Landrú, sobre el que Francesca Biagi Chaï ha realizado un magnífico trabajo recogido en su libro, “Le cas Landrú” y en el que Charles Chaplin se inspiró para hacer su película, “Monsieur Verdoux”.

Para detectar la locura es importante saber cuál es la relación que el sujeto tiene con las palabras que lo habitan, saber también si para él, la lengua y el cuerpo están articulados. Es decir si sus palabras se articulan con su goce.

Hay sujetos para los que las palabras no tienen ningún peso, ningún eco en su cuerpo, lo que es una señal de que para ese sujeto las palabras y el cuerpo no están anudados. Saber cómo un sujeto dado ha incorporado la lengua común, cuál es su modo singular de estar en ella, su lengua privada, la significación personal que pueda tener, es fundamental para diagnosticar la locura.

Además en esta relación triple entre el sujeto, la lengua, el cuerpo, es preciso situar lo real, lo que en psicoanálisis llamamos lo real diferenciándolo de la realidad, de la que se ocupan los psicólogos.

Localizar los puntos de real que hay en una biografía, en una historia, es fundamental para captar la lógica de un crimen porque es en lo real donde se sitúa el núcleo activo del pasaje al acto en la locura.

Lo real se presenta como lo insensato, lo que está fuera del sentido y lo que el sujeto mismo no puede subjetivar. Tomar en cuenta lo real en cada caso nos permite leer la biografía de alguien de otra manera.

Lo real se presenta como momentos discontinuidad en una biografía, una discontinuidad que el propio sujeto no puede explicar. La locura puede pasar inadvertida, puede permanecer latente durante mucho tiempo y desencadenarse en un momento dado y en circunstancias precisas.

En ocasiones hay signos de que algo le está pasando a un sujeto, pequeños indicios, manifestaciones bizarras, que muchas veces no son leídos de un modo adecuado sino interpretados en un sentido banal.

La posibilidad de la prevención de riesgos pasa por ahí, por esos detalles, que tienen lugar lateralmente, por añadidura, como lo inesperado. Si el sujeto está en tratamiento, entonces tendremos la oportunidad de no conducirlo al agujero. En este sentido, el caso de Landrú es moderno, pues permite escuchar a través de esos elementos, una lógica que va hacía su término.

Situar las circunstancias y la lógica del desencadenamiento es fundamental en la investigación de un crimen, cuando este está cometido por un loco. En los asesinatos mencionados más arriba es difícil explicar que tales crímenes no hayan sido fruto de un pasaje al acto asesino cometidos por personas locas o en las que la locura se desencadenó en un momento dado, no obstante esta hipótesis habría que demostrarla en cada uno de los casos; además, en el de la niña asesinada en Galicia es necesario explicar también cómo se produce la complicidad entre los padres, cuál es la lógica de este anudamiento que les lleva a cometer semejante acto.

Saber que estatuto tiene para el asesino aquel a quien mata nos dará una pista sobre porque se cometió ese crimen. ¿A quién mata el criminal?, es el título de un libro escrito por nuestra colega Silvia Tendlarz, que toma precisamente esta orientación. En cualquier caso, la personalidad del criminal es inseparable del crimen. El psicoanálisis no contempla la posibilidad de afirmar la cordura de un criminal separándolo de su acto asesino.

La lógica que subyace al crimen en la locura no es inteligible por el sentido común. ¿Cuando la madre de la niña asesinada declara que lo sucedido no le interesa a nadie, no está diciendo que la lógica de su acto es una lógica privada que nadie entiende?

Cuando interrogaban a Landrú, este desconocía sus actos y con gran superioridad estimaba que para las ocho condenas que había recibido él no había hecho ningún mérito, según él habrían mal interpretado sus actos comerciales regulares, tomándolos como estafas o como abusos de confianza, pero no se trataría más que de una diferencia de interpretación pues para él solo la experiencia personal, privada e incomunicable, es univoca, todo lo demás es equívoco, o sea que depende del modo cómo se interprete.
Cuando le interrogan sobre la desaparición de las mujeres que ha asesinado, cuyos objetos personales han encontrado en su casa de campo, él se ampara en un sistema solipsista del que no es dueño pero del que tampoco puede salir. No se defiende con el sistema como haría un perverso sino que el sistema es el mismo: “soy acusado de algo increíble, la desaparición de ocho mujeres, (...) pero ellas antes de conocerme querían dejar Francia, después de estar conmigo se fueron, no es una desaparición sino un desplazamiento...
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Al no estar articulado por la ley, la única ley que funciona para Landrú es una ley privada “hacerlo todo para sus hijos”. Bajo este imperativo actúa, desconectado de la ley simbólica, Landrú entrando en una zona en la que la muerte no es perceptible para él y es por eso por lo que no reconocerá nunca haber matado a nadie. A partir del momento en que la ley es una ley privada, el sujeto obedece a esa ley por fuera del mundo.

No se trata de perversión porque eso no se produce en el interior de una voluntad, estamos en el campo del significante y de los efectos del significante sobre un sujeto. El sujeto está preso en esta lógica y quizá no se puede resistir a ella, sin embargo, cuando se trata de un sujeto que está en tratamiento es distinto porque entonces puede darse la posibilidad de intervenir. Para eso es preciso alguien escuche el malestar, no como algo banal sino como un índice de un posible pasaje al acto.

En la psicosis el pasaje al acto es una cuestión de ser y de necesidad, y eso puede llegar hasta arrancarle la vida al otro para sentir la vida en sí. Pero no se trata de perversión, no se trata de un acto que el sujeto ejerce voluntariamente para gozar de eso.

La atribución subjetiva del acto es un problema en la psicosis en la medida en que el sujeto psicótico rechaza la culpabilidad. Como lo subraya Freud ya en 1895, en su “Manuscrito H”, el psicótico rechaza la culpabilidad. Él rechaza, dice Freud, el reproche, que hace del sujeto del inconsciente un culpable, incluso un acusado. Él acusa, al contrario, al otro de la falta, él no la toma a su cargo, la pone a cuenta del otro.

Aquel al que nosotros llamamos un paranoico está en la posición subjetiva del acusador, no del acusado. Esto no impide que en ciertas ocasiones, de modo oblicuo, alusivo, pueda obtenerse del sujeto, una confesión.

En cualquier caso de nuestra posición de sujetos siempre somos responsables, esta es la posición del psicoanálisis que no exime a nadie de su responsabilidad subjetiva, incluso cuando lo real se presenta del modo en que lo hace en la psicosis, el sujeto es responsable de su respuesta.

Para concluir esta breve reflexión, retomaré la idea de Jacques Lacan de que la pena por el delito cometido, debería estar orientada a conducir al sujeto que lo cometió a responsabilizarse de su acto.

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Notas:
1-. Biagi Chaï, Francesca, “Le cas Landru”.

Bibliografía:
-. Lacan, Jacques, “Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología”, Escritos. Paidós editores.
-. Revista Quarto, nº71, « Le pousse au crime »