Crónica: V Debate de Actualidad: Ab-usos del Protocolo. María José Freiría & Laura Canedo (Barcelona)

El pasado 4 de abril tuvo lugar en la Sede de Barcelona de la Comunidad de Cataluña de la ELP, el V Debate de Actualidad. La gran afluencia de asistentes dio cuenta del interés del tema escogido para la ocasión: los usos, pero también los abusos que se hacen de los protocolos, como práctica cada día más extendida y no sin consecuencias.

En esta ocasión contamos con dos invitados, Hebe Tizio y Guy Briole, ambos miembros de nuestra Escuela, y reconocidos también por su extensa labor en el ámbito universitario.

Previo a sus exposiciones, José Castillo presentó la mesa invitando a una reflexión sobre lo que implica el uso del protocolo si su puesta en acto deja cercenada la ética en la que se supone que se sostiene. Así, citó a Lacan en su aportación a las Jornadas psiquiátricas de Bonneval de 1946: “(…) Toda actitud insegura respecto a la verdad sabrá siempre desviar a nuestros términos de su sentido, y estas especies de abusos nunca son inocentes”.

Hebe Tizio, bajo el título “El protocolo y las reglas de la práctica”, hizo un recorrido etimológico del término “protocolo”, analizando a continuación los supuestos sobre los que se asienta su construcción, su funcionamiento y sus efectos.

Algunas preguntas articularon su presentación: ¿Quiénes hacen los protocolos? ¿Para qué? ¿Cuáles son sus consecuencias al ser utilizados como mecanismo de control tanto del sujeto como de quien lo administra? ¿Cuál es su punto ciego que emerge en la política de la evaluación? Contrapuso entonces el protocolo, en tanto práctica ordenada por un conjunto de reglas, a la clínica, en tanto práctica orientada por unos principios. El protocolo, en su afán primero de autenticidad, finalmente sólo se autentifica a sí mismo, y en ningún caso a aquello que se supone que es su objeto de evaluación, especialmente si a lo que se refiere es al sujeto.

Por otro lado, funcionando el protocolo a partir de las directrices del mundo empresarial, en las que la rentabilidad y la buena gestión son objetivos prioritarios, la paradoja es justamente el resto que su abuso produce. Este resto es la mortificación del deseo de cada profesional, que al ser convocado a administrar estos protocolos, ve degradada su práctica clínica y diagnóstica a una pura gestión evaluativa; este resto es también la devaluación del sujeto a puro objeto de evaluación, ya se trate de un estudiante, de un ser que sufre algún malestar, o del profesional mismo que administra los protocolos.

Para concluir, Hebe Tizio formuló la pregunta: Entonces, ¿qué hacer frente al voraz imperativo protocolario? Si las consecuencias de esta práctica son los profesionales abrumados, aislados y deprimidos, lo importante es hacerle frente, oponiendo a esta práctica la resistencia propia del deseo. Se trataría de no dejar de dar cuenta de la eficacia de la práctica bien orientada, de la importancia de la ayuda entre las diferentes disciplinas a fin de elaborar nuevas respuestas, que aboguen por el sujeto y por su deseo, como principios rectores.

A continuación, Guy Briole, bajo el título “La protocolización de la sociedad: una negación del deseo”, presentó algunas claves sobre el origen del protocolo, en tanto práctica que en su empleo científico tiene como objetivo suprimir la subjetividad. Abordó luego su extensión al campo de la regulación social, para poner de relieve las consecuencias de un uso perverso de los mismos, al ser un método diseñado para ser aplicado a la masa, implicando un cercenamiento del sujeto.

Tomó la medicina como un ámbito inmerso en el empuje a la protocolización de la sociedad. Así, el psiquiatra moderno, siguiendo las directrices de la “medicina científica”, el cognitivismo y la lógica de gestión, abandona la clínica y el manejo de la transferencia en provecho de la automatización evaluativa del malestar y la universalización de prescripciones y, con ello, el sufrimiento particular del sujeto. De esta forma, el profesional queda a disposición de la sociedad mercantil y en perjuicio de una política de las particularidades.

De esta forma, bajo el imperativo de lo experimentalmente cuantificable y reproducible, donde el médico adviene protocolizado, no hay lugar para el enfermo, sino para la enfermedad. Pero en esta pasión por la igualdad, en la que todos serían medidos por la misma vara, lo que retorna es la queja y la falta imposibles de protocolizar; malestares que insisten en lo social.

Por tanto, el psicoanálisis, en tanto práctica bajo transferencia que acoge la subjetividad que rige todo malestar, deviene, si cabe, más relevante, ya sea como clínica o como discurso que permite contrarrestar la vorágine evaluativa.

A continuación tuvo lugar un largo debate de gran interés.

En primer término, se abordó la distancia que media entre los “programas” que se implementaban hace unos años, que albergaban una cierta promesa civilizadora, y que estaban orientados por unos principios, frente a los protocolos actuales como aplicación de reglas al servicio del control.

Otra cuestión fue la verificación en la práctica diaria de los abusos del protocolo y sus consecuencias: la proliferación y cronificación de pacientes, estudiantes y profesionales abrumados, que pierden el gusto por aquello a lo que se dedican, produciéndose bolsas de fijación de goces que no se pueden tratar.

Se esclarecieron algunos puntos de la lógica actual de aplicación de los protocolos, tanto en el campo educativo, como médico, psicológico y social: los protocolos, dirigidos al profesional, al decirle exactamente todo lo que tiene qué hacer en cada caso, vienen al lugar de la formación. Por otro lado, convierten el acto médico en una pura gestión. Su carácter es evaluativo y no diagnóstico, siendo el objeto de evaluación no sólo el paciente, sino también al profesional. Los protocolos son el nuevo nombre de la experimentación que se ha perdido incluso en el campo de la medicina. Es un control de poblaciones desde el punto de vista económico.

Se señaló que cada día deviene entonces más importante la apertura hacia nuevas respuestas, que permitan mantener abierta la fisura por donde asoma el deseo. Todo profesional, regido por la ética de la buena orientación tiene oportunidades para inventar respuestas que invaliden el encasillamiento protocolario, pues es en este punto al cual el psicoanálisis es refractario a dichos protocolos.

Es así también para el psicoanálisis lacaniano, que tiene su propio programa, tal y como recordó Guy Briole: el de reconquistar el campo freudiano, que implica mantener una posición ética respecto a lo que queremos alcanzar.

Una vía más son nuestros Debates de Actualidad, a los que están todos invitados.