Crónica: Sufrimientos actuales. Carmen Orúe. (Sevilla)

El pasado viernes 17 de Enero, Amanda Goya, inauguró el ciclo de conferencias que bajo el título genérico sufrimientos actuales, se desarrolla en la Sede de Sevilla de la ELP, con una conferencia titulada “La depresión un mal de nuestro tiempo”.

Dividió la Conferencia en tres puntos, para comenzar hablando del término depresión en el sentido de su evolución histórica. Término que aparece como melancolía ya en Hipócrates; Freud hablará del desamparo radical del ser humano como algo absolutamente consustancial a él. Y por último concluyó que el término depresión es absolutamente moderno, ligado a la incidencia del capitalismo.

Realizó una referencia a Agamben, quien, en su libro Estancias, dice que la depresión vuelve a ser un pecado vinculado a la ética del trabajo porque el deprimido con su desgana viene a atentar contra el imperativo de producción y rendimiento que promueve el sistema, y en este sentido, la depresión definiría la preocupación del amo de que todo marche como corresponde para sus intereses.

Al igual que en la época de Charcot y Freud fueron las histerias el síntoma por excelencia, hoy se puede hablar de que el síntoma por excelencia es la depresión, al punto que la OMS predijo, que en el año 2020, sería la primera causa de invalidez, convirtiendo a los médicos en agentes de la salud mental, dedicados a hacer rellenar cuestionarios, a tomar entrevistas estandarizadas, a distribuir medicamentos, de acuerdo a un baremo, creando usuarios del medicamento.

Lacan, siguiendo a distintos autores pero fundamentalmente a Espinoza, se inclina por el término tristeza y dirá que se trata de una falla moral, la falla del bien decir, es una expresión acuñada por Lacan, que es el decir que resuena con el saber inconsciente del sujeto, el que de alguna manera se promueve en la experiencia analítica. Hace pues de la tristeza un asunto de saber, un asunto epistémico. El sujeto se pone triste cuando no puede poner en resonancia el significante y el goce, es decir, cuando la palabra verdadera no acude, por eso, considera que la tristeza es como una especie de saber fallido y por eso a ello le opone el saber alegre.

En cuanto a la clínica psicoanalítica, se intenta en primer lugar, definir cuál es la estructura del sujeto, establecer un diagnóstico que oriente en principio sobre la dirección de la cura, y examinar el modo de implicación de este en el afecto depresivo del que se queja, es decir, si se trata de una posición que se extiende a lo largo de toda su vida, o si se trata de algo coyuntural. Se interroga el estatuto de los fenómenos depresivos, su alcance ético, es decir, si el sujeto ha cedido ante el deseo, si se ha sustraído ante alguna pérdida, o si más bien se trata de una salida desesperada ante un imposible de soportar.

En la neurosis se trataría de un impasse del deseo, mientras que en la melancolía no se trata de deseo, sino, en todo caso, del dolor de existir en su estado puro, en su estado más salvaje. Pero, en el momento en que un sujeto deprimido puede comenzar a hablar de lo que le ocurre, hay que decir que una posibilidad se abre para él, la posibilidad, precisamente, de interrogar el deseo que lo habita y que permanecía amordazado por la depresión.

Segundo punto, lo tituló la bipolaridad, otro término que según Amanda Goya hace mucho ruido, junto con el término depresión. Cada vez más se escucha en todas partes la figura del bipolar.

Comentó la conferencia impartida por Vilma Cocoz, en el Ciclo de conferencias de Madrid, y que la tituló “Bonjour tristesse, Adieu tristesse”, que remite a la novela de Francoise Sagan donde la no elaboración de un duelo por la muerte de un ser querido, hará que se instaure en el sujeto la tristeza, y en este sentido, es necesario investigar qué es lo que el sujeto ha perdido con ese objeto, qué significaba ese objeto para él.

El título de la conferencia de Vilma, señaló, tenía la virtud de oponer la tristeza a la alegría, es decir, de presentar un par de significantes que señala precisamente una alternancia, un ir y venir de la tristeza, algo que comprobamos en la clínica. En efecto, sobre todo en la clínica de la melancolía, donde el sujeto padece una alternancia extrema de sus estados de ánimos que se deslizan desde la depresión hasta la manía, y viceversa, en intervalos irregular de tiempos.

Basándose en esta observación, Krepelin inventó, justamente, una entidad a la que llamó, psicosis maníaco depresiva. Él le adjudicaba a estas psicosis un carácter endógeno pero registró muy bien estas alternancias en los afectos.

Volviendo a Espinoza, concibe a la ética como un camino de curación para las enfermedades del alma, entre las cuales sitúa a la tristeza como un afecto fundamental del ser humano. El enunciado de la Proposición número cuatro del libro sobre la ética, dice: El mejor remedio para los afectos, consiste en hacer intervenir en el desarrollo de la vida afectiva, los procedimientos del conocimiento racional. Es por ello que interesa a Lacan, porque para Espinoza todo afecto es correlato de una ignorancia del sujeto que está cegado por sus pasiones, por eso él busca una lógica de la afectividad, para romper con esta ignorancia, con esta opacidad de dónde proceden los afectos. Para Espinoza se precisa pues, de una explicación causal de los afectos que nos retrotraiga hasta sus fuentes que no son sino, las relaciones con el otro, con el alter ego. Él observa que esto se caracteriza por una alternancia de fases, por la oscilación de esos modos extremos que son la alegría y la tristeza, el que está triste experimenta sentimientos de abatimiento y rebajamiento de la propia estima.

Siguiendo esta orientación Espinozista, para Lacan de lo que se trata precisamente, es de que los afectos hayan su causa en el inconsciente, en la implicación que los significantes inconscientes tienen respecto de las manifestaciones afectivas, por eso, en el dispositivo analítico se le piden razones, se le invita a hablar de qué es lo que lo tiene triste y a este procedimiento, Lacan lo denomina verificar el afecto, es decir, establecer de qué constelación de palabras, de significantes, de fantasma procede el afecto depresivo.

El tercer punto lo tituló “Las píldoras de la felicidad”. En este apartado abordó por una parte el papel del psicoanálisis en cuanto al funcionamiento del cerebro, dejando claro que no nos compete este aspecto puesto que aunque la química del cerebro pueda intervenir más o menos en la producción de este tipo de sentimientos, siempre es a espaldas del sujeto, el sujeto queda excluido.

Por otra parte, abordó la problemática de la medicalización, mientras que el análisis invita al sujeto a producir un saber sobre la causa de lo que le produce sufrimiento, en este caso la tristeza, desde la psiquiatría actual, sin embargo, a los sujetos deprimidos hoy se les propone píldoras, medicación, sin más problema que abrir el DSM-IV, buscar los síntomas y aparece el medicamento, sin ningún tipo de conversión. Todo ello se debe, en primer lugar, a un abandono total y completo de la subjetividad, en provecho de lo que se puede observar, de lo que se puede medir, de lo que se puede cuantificar, lo que implica el triunfo de una definición de lo normal y de lo patológico, sobre todo, a partir de un consenso de expertos que se orientan fundamentalmente por la estadística.

Entonces, con la prescripción masiva de psicofármacos para todo uso, las neurociencias no hacen sino, retrasar, renegar lo que en términos lacanianos llamaríamos lo incurable de la estructura. El hecho de que no todo tiene remedio en la existencia, que no hay píldora de la felicidad que nos rescate de lo que Heidegger llamaba por ejemplo, -una expresión retomada por Lacan-, el ser para la muerte y que luego Lacan le agrega el ser para el ser.

Trocar, hoy en día, la melancolía en depresión, responde a una política de mercado en donde están en juego las grandes corporaciones médicas y los grandes laboratorios de medicamentos, porque en realidad, los estados de tristeza existen en todas las personas, pero si de esto se hace un diagnóstico clínico de depresión, no estaríamos lejos de concluir que la depresión sería la enfermedad por excelencia del género humano. Desde el momento en que la psiquiatría se convierte en un expendedor de moléculas, y el enfermo acude al médico a buscar la receta, derivamos en un auténtico mutismo del síntoma, permaneciendo de esta forma amordazado, y donde el uso masivo del medicamento, cortocircuita su demanda.

Este cortocircuito permite eludir la puesta en palabra de una queja que podría implicarlo en aquello que le sucede. De esta manera se promueve una suerte de tratamiento sin el otro, es decir, sin la mediación de la palabra que se dirige al otro esperando encontrar una verdad sobre su goce reprimido. Todo ello se hace en beneficio de un lazo entre el sujeto y el objeto que puede generar una cierta dependencia confortable, en el mejor de los casos.

Concluyó diciendo que el psicoanálisis no se opone a la prescripción como tal. Si hiciera esto, estaría en una posición arcaica y absurda, incluso peligrosa porque hay casos en los que la necesidad del medicamento se impone para crear las condiciones mismas del trabajo del sujeto, a lo que se opone sin duda el psicoanálisis, es a un uso estandarizado del medicamento según unos ítems de normalidad previamente establecidos.