Crónica: La sexualidad no es algo natural. Miguel Ángel Garrido (Madrid)

Con este título tuvo lugar la tercera del ciclo de conferencias del Nucep, (Madrid) vertebradas alrededor de una cuestión crucial, cómo ha de posicionarse el Psicoanálisis en la época de la globalización.

En este curso 2009/10, las conferencias se ocupan de los llamados por Jacques Lacan en 1964 “los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis: inconsciente, repetición, pulsión y transferencia”, cuatro pilares en los que se sostiene el edificio epistémico del psicoanálisis.

Amanda Goya, coordinadora de este ciclo de conferencias que cumple ya su quinto año, planteó en su introducción que si hay pulsiones en los seres hablantes es precisamente porque la sexualidad no es algo natural, aunque lo que escuchamos decir hoy en día es todo lo contrario: que la sexualidad es algo natural. Pero este enunciado tan extendido en la cultura hedonista de nuestros días, no es más que un permiso al goce, con el que se pretende enfatizar que la sexualidad no es algo malo, que es posible gozar sin culpa, contrariamente a los que nos quisieron hacer creer nuestros mayores. Y aunque su intención pueda parecer muy loable, sobre todo en una cultura que proviene de una feroz represión sexual, hay que decir que peca tanto de ingenuidad como de ignorancia, porque desconoce precisamente que la sexualidad en los seres que hablan, ha perdido irremisiblemente su relación con la naturaleza.

Miguel Angel Garrido, miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, desarrolló ampliamente el tema de esta tercera conferencia.

Publicamos una reseña de la misma.

La vida natural, se aloja y se perpetúa a través de los cuerpos que aseguran su reproducción. La vida animal nos muestra que hay un saber en esos organismos que les sirve para sobrevivir. El comportamiento animal esta condicionado por un empuje invariable que no conoce dudas.

¿Qué nos diferencia de los animales, cuál es el acontecimiento por el cual esa existencia se hace humana? La lengua.

El niño, grita, lanza un sonido y este sonido es acogido por un Otro primordial, que nombra ese grito. A partir de ahí, ese significante le permite al niño llamar, dirigirse al Otro. Sin embargo el significante se muestra incapaz de atrapar el goce del grito mismo. Este goce del grito no se transfiere en la significación producida. El niño experimenta que algo falta, que el lenguaje siempre deja algo por decir, hay algo que excede, algo que pulsa y que no tiene nombre.

Desde el momento que tenemos que pedir al Otro para satisfacer nuestras necesidades, el lenguaje nos separa definitivamente de lo natural para convertir ese cuerpo biológico en cuerpo pulsional. El lenguaje introduce una perturbación esencial en nuestro cuerpo que nos aleja de lo natural. Esta falta que el sujeto experimenta lo convierte en un ser de deseo que relega la dialéctica de la satisfacción de la necesidad a un segundo plano...

En “Tres ensayos para una teoría sexual” (1905) (1), Freud investiga a través de las perversiones y la sexualidad infantil, las características de la sexualidad humana, las desviaciones en cuanto al objeto y en cuanto al fin sexual. El resultado de tal investigación es que quiebra la noción de instinto.

El animal porta un saber en su naturaleza que le permite una relación fija e innata con un objeto sexual. Para el ser hablante, sin embargo, este saber no existe, lo que le obliga a recorrer circuitos complicados, pues no hay escritura de cómo abordar la relación sexual y así nos encontramos con problemas.

El rasgo distintivo de la sexualidad humana es que está regida por las pulsiones, que difieren de los instintos por ser extremadamente variables y que se desarrolla bajo modos que dependen de la historia de la vida de los sujetos. La pulsión sexual que reemplaza al instinto no tiene objeto ni fin natural y solo secundariamente adviene a los fines de la reproducción.

La pulsión(2), refiere entonces, a la presión especifica que lo sexual ejerce en la subjetividad. Se trata de un proceso dinámico que consiste en un empuje del que el sujeto no puede sustraerse. La pulsión brota de una excitación libidinal corporal que provoca un estado de tensión. La meta es suprimir este estado de tensión procurando obtener un efecto que sea experimentado como satisfacción en la zona del cuerpo concernida.

La intervención del Otro primordial, -un ser de deseo y por lo tanto equívoco-, determina en gran medida la organización sexual que el sujeto “construye” en una suerte de elección forzada, inventando una respuesta a ese deseo del Otro, que siempre es en parte enigmático. De esta manera la organización pulsional del sujeto con sus elaboraciones fantasmáticas valen como respuesta a esa interrogación sobre lo que el Otro desea de él...

El cuerpo, como vemos, para los seres hablantes no es algo natural, es el resultado de habitar en la lengua, que lo transforma en un cuerpo pulsional. La histeria es un claro ejemplo. Los síntomas histéricos fundamentalmente en el cuerpo, se presentaban como un jeroglífico y confundían al saber médico: Parálisis, cegueras, afonías, no remitían a un saber anatómico hecho de neuronas, músculos, huesos, sino que lo que Freud descubre en la histeria, es una anatomía hecha de palabras, de afectos.

El tratamiento de tales sujetos llevó a Freud a la hipótesis de una etiología sexual. En el corazón del síntoma habitaba una verdad reprimida que habla a través del cuerpo, de los sueños, de los lapsus, de los acto fallidos.

“Esos cuerpos que no obedecían –como dice J.-A. Miller (3)- al saber que estaba en ellos y que podemos llamar natural. Porque el cuerpo es saber y obedece, pero lo que caracteriza a la histeria es que allí encontramos el cuerpo enfermo de la verdad, la represión como rechazo de la verdad, donde el órgano deja de obedecer al saber del cuerpo que está al servicio de la autoconservación para transformarse en un gozarse, con el acento puesto en el autoerotismo. Este no es un placer regulado sino un placer que desborda la finalidad vital que lleva hasta anularla. Porque aquí el placer es transformado en goce y el placer se transforma en goce en el momento en que desborda el saber del cuerpo o cesa de obedecerlo”.

Este cuerpo pulsional porta los acontecimientos de discurso, que han dejado huellas. Tener un cuerpo de hombre no quiere decir que sea un hombre, tener un cuerpo de mujer, anatómicamente, no es idéntico a ser una mujer, es decir, que la anatomía no determina el ser y sobre todo no determina el ser sexuado.

“La anatomía es el destino” resulta ser un des(a)tino, un destino que incluye el (a) objeto “a”, un destino que incluye el goce en su interior. La identidad sexual es por lo tanto, independiente del sexo biológico. La elección sexual no ignora ese goce real que escapa a la anatomía y al lenguaje.

El término lacaniano de “sexuación”, refiere a cómo cada uno se sitúa en relación al falo como significante del goce. Más allá de las diferencias sexuales anatómicas, más allá de las identificaciones imaginarias o simbólicas derivadas de la educación, la familia o el ambiente cultural en el que viva, situarse del lado hombre o del lado mujer tiene que ver con una identificación de goce. Hay una elección del sexo. La sexuación supone no sólo la asunción del propio sexo, sino también la aceptación del sexo del Otro.

Y con el axioma de que “No hay relación sexual”, Lacan formula que en la especie humana no hay relación fija e invariable escrita para ambos sexos que los haga complementarios, no hay pues condición universal de la elección de objeto. Cada uno tiene que inventar un modo de responder a tal imposibilidad, uno inventa lo que puede, inventa su modo de relación con el sexo sin estar guiado por una programación natural...

Los hombres y las mujeres se quejan desde siempre de que no se entienden, el problema es que hay una incompatibilidad entre el amor y el goce, entre el uno del goce y el dos de la pareja.

La degradación de la vida amorosa es el testimonio vivo del “no hay relación sexual”. Un amor que sufre pues aspira a la unión absoluta.

El sujeto en este sentido, siempre está en dificultades con el amor, pues siempre encuentra una falla en el amor del otro. Y cuando se niega esta falla estructural se pasa de lo imposible a la impotencia.

Los amantes, desde esta perspectiva, están condenados a aprender indefinidamente la lengua del otro, a tientas, buscando las claves, siempre renovables. Pues como hemos visto no hay reglas previas por las que guiarse que nos digan cómo hacer con el Otro sexo...

Bibliografía
1- S. Freud. “Tres ensayos para una teoría sexual” O.C
2- S. Freud. “Las pulsiones y sus destinos” O.C
3- J-A, Miller. “Biología lacaniana y acontecimiento en el cuerpo”