UN CUENTO: Y tú, ¿sueñas? Iván Ruiz (Barcelona)

La muerte de mi abuelo Ramón congeló mis recuerdos en una imagen sospechosamente diáfana: sus libros, ordenados según el capricho de sus inquietudes, se arrinconan en los estantes o reclaman el primer lugar en su escritorio. Fuera, está el velatorio. Cuando entro, veo el ataúd vacío. Sólo se encuentran algunos papeles llenos de letras que no sé leer. En este momento pienso que tengo que escribir algo.

Nada hacía pensar que podía tratarse de un sueño si no fuera porque nunca se me permitió entrar en su despacho ni ver su extensa librería. Tampoco pude estar en su funeral, pues me encontraba lejos de su Francia natal. Lo había soñado, entonces.

Sí recordaba, sin embargo, su tono ceremonioso cuando se me acercaba durante la comida de los domingos y me decía: ¿Qué, chico, has soñado esta noche? No recuerdo de dónde surgían tantos sueños ni como hacía para recordarlos, pero lo cierto es que muchos de los que soñaba iban dirigidos a él. Me gustaba explicárselos. Había algunos sencillos, de los que expresan con claridad un deseo lleno de consciencia; también algunos complejos, en los que el deseo se encontraba pero no era lo suficientemente noble como para reconocerlo de entrada; y otros, algo más inquietantes, que permitían identificar restos de vida del día anterior pero que se perdían en una desfiguración enigmática de mis referentes más habituales y cada vez más elaborada. Una vez el relato del sueño llegaba a su final, cualquier desconcierto por su sentido lo resolvía mi abuelo: cada elemento tenía un significado, insistía, y el sueño, en su totalidad, escondía un deseo inconsciente. No había nada más que decir.

Pasados los años, el más que decir se convirtió en el impulso de las conversaciones con él. Serio pero afable, de una edad ya trabajada, el hombre que me escuchaba mientras explicaba mis sueños estirado en el diván me pedía que le hablase más de lo que había soñado: Y usted, este sueño, ¿con qué lo relaciona? , me preguntaba.

No podría decir que fue breve ni fácil, pero el trayecto con él, que me llevó donde estoy ahora, cuando te escribo estas líneas, empezó y concluyó con el mismo sueño. El ataúd vacío me llevó al inicio a encontrar un lugar en mi vida para la figura de mi abuelo por lo que había sido, pero también a leer, y a entender, cada una de las letras que el sueño convertía en enigmas. Las letras... eran todas aquellas que se habían convertido en palabras y que determinaban obstinadamente mi historia.

Al final, hecha la narración de mi vida quedaba lo que estaba ya desde el inicio, en el sueño: Ramón, pero también Roman, la palabra francesa para decir narración. Es mi oficio ahora, escribo novelas como si de sueños se tratase. Y tú, ¿sueñas?