Crónica*: ¡Consumir! Un imperativo del sujeto. Guy Briole (Barcelona)

Bajo el título Una vida de Consumo, el TyA inició el curso 2009/10, cuya presentación corrió a cargo de Eugenio Díaz que destacó que la vida de los sujetos de hoy día está atravesada por el empuje al consumo de todo tipo de gadgets. Empuje al consumo que fragiliza e intoxica los lazos sociales, separando al ser hablante de su condición de ciudadano, lo que le convierte en un individuo consumidor pero a la vez consumido por los objetos mismos.

Es el “todos consumidores” que afecta al rincón más íntimo de la subjetividad, es decir, a las condiciones de satisfacción y a la construcción de relatos que faciliten el lazo a la vida. Lo que Eric Laurent denomina “horizonte autístico y mortífero del goce”.

El discurso analítico, alejado de la queja por tal situación, intenta desvelar la lógica que subyace a los efectos del capitalismo global, para situar sus consecuencias, al mismo tiempo que busca ayudar a “soportar la angustia de ser tragados por la pulsión de muerte”.

Vidas de consumo -precisó Eugenio Díaz-, pluraliza el título de un libro de Zygmunt Bauman (1) que será una referencia en la investigación de este curso del TyA-Barcelona, yendo desde el desvelamiento de la lógica de nuestra época, a lo cotidiano de las vidas atravesadas por los nombres más diversos de las adicciones. Poniendo al descubierto en la exploración del caso por caso las imposibilidades coyunturales y estructurales. Puesto que explorar las imposibilidades es la condición misma de una práctica –el psicoanálisis-, que pretende ser desegregativa.

Punto en el que presentó y dio la palabra a Guy Briole que comenzó su excelente exposición, “¡Consumir! Un imperativo del sujeto”, haciendo referencia a la lectura del libro de Z. Bauman, mencionado más arriba, señalando una articulación topológica en forma de ocho interior entre los productores y los consumidores. Siguiendo con la topología -señaló-, vemos que el que elige producir es también consumidor de consumidores, no puede existir solo. Y al revés, el que elige consumir no puede hacerlo sin los productores. Así, lo que aparece de entrada es la alienación del anudamiento forzado entre productores y consumidores.

Planteó que lo que se nos presenta como una soledad generalizada, consecuencia de un individualismo y de un goce autístico, tiene otra vertiente paradojal: la soledad del goce moderno es una modalidad particular de relacionarse.

La vida moderna, consumidora de tiempo, no posibilita que un objeto exista como objeto deseado. Los objetos están aquí para saturar una oralidad desencadenada y tapar la falta, la castración, es decir, el deseo.

Formuló luego la pregunta: “¿Todos adictos? ¿Una toxicomanía generalizada a la cual no podrían tampoco escapar los psi?” La producción de psi especializados en la lucha contra las adicciones específicas se amplía: desintoxicación del ordenador, de la televisión, de las salas de juego, del tabaco, del sexo, del trabajo, del estrés, de la comida, de los hombres, de las mujeres, de las vacaciones, de la Web… Se trata de hacerse objeto de consumo ineludible, finalmente consumir del consumidor. Al final, nos encontraremos aquí con el coach personal, escolar, profesional, de deportes, de empresa, de decoración interior, de sexualidad, de vida…

Y marcó una cuestión a tener en cuenta: El sujeto moderno nace actualmente lesionado: la ¡fármaco-dependencia! Y paradójicamente, cuando el sujeto sitúa la causa de sus síntomas fuera de él, no es un sujeto libre y responsable, sino un sujeto sometido a una relación particular con la pérdida y la alienación. El sujeto libre es el que soporta su causa.

Ante tal panorama, Briole nos planteó qué proponer desde el psicoanálisis que no sea un objeto de consumo más, ya que hoy el psicoanalista está también en la lista infinita de los objetos de consumo

Vidas de consumo
La pregunta anterior la abordó por dos vías: una situación encontrada en una novela y un caso de su práctica clínica con el cual planteó algunas preguntas.

“Mi vecino” es una novela de Milena Angus, en la cual una mujer joven solitaria imagina un suicidio perfecto que la liberaría de la pesadez de su vida. Diversas situaciones en la que su hijo establece un diálogo con una vecina y una pesadilla respecto del padre, lo transforma de ser un niño como una modalidad de objeto vivo intercambiable, una mercancía, a un niño clásico, edípico.

Mediante el relato de un caso, nos presentó a un consumidor desde hacía 20 años de drogas duras, e ilustró cómo estas se sustituyen, en la abstinencia, por otro tipos de consumo: consultas (médicos, enfermeras, asistentes sociales, dentista, deportistas, psicólogos, psiquiatras, nutricionistas, etc.), reuniones (por la mañana, en el día, por la noche) siempre como una necesidad de consumir la presencia de otros. La agenda de este paciente siempre esta llena de todas estas citas, no debe dejar un solo espacio. Se trata de consumir “de todo”, todo lo que es ofrecido a consumir. Entonces, nada lo limita. Consumir es la palabra-amo.

Bajo la figura afable y acogedora, pero firme en la orientación, el analista posibilita para este sujeto que su despacho se convierta en un lugar diferente para él. El analista hasta hace poco no podía hacer mucho más que sostener el marco de las sesiones. Y el sujeto necesitaba poner a prueba este espacio, con multitud de aparentes cambios de última hora, o inconvenientes, intentando así controlar la transferencia, también difícil de soportar ya que toda separación generaba en el paciente una fuerte angustia y el temor de ser rechazado.

Ahora, de vez en cuando abre otro espacio, el de sus relaciones con sus padres y el de su imposibilidad actual de enamorarse de una chica. Sería su pérdida, dice. Piensa que debe mantener su “libido en un bajo nivel”, si no, el riesgo es la invasión de un gran vacío en el cuerpo que habría que llenar con urgencia. Reconoce ahí el lugar de las drogas. Alrededor de este vacío central y del trauma, el analista lo acompaña en un camino de palabras, siempre con paciencia y sin prisa, pero también, siempre firme en su orientación-

En el siguiente punto Hacer de la adicción un síntoma, Briole comentó que la cuestión actual relativa a la pertinencia del psicoanálisis en las adicciones es la de saber si una conducta de adicción vale por un síntoma. La respuesta no es universal sino que se debe considerar al caso por caso. Además la instalación de una relación es siempre difícil, ya que lo que está en juego en el encuentro con el analista es que el sujeto dependiente entre en un discurso más allá de los significantes absolutos de la dependencia. Es, -señaló-, sin duda, lo más problemático.

Otro interesante apartado fue el de El toxicómano y las instituciones. El toxicómano en las instituciones, molesta. Pero que el toxicómano use las instituciones como las drogas, no lo hace menos dependiente de ellas. Lo que suceda en el recorrido de cada institución importa para su porvenir. Así, el encuentro con un analista tiene su importancia; a veces determinante.

Las ambigüedades de la demanda al analista
El toxicómano -el alcohólico también- puede dirigirse al psicoanalista. Viene hablar, pero, ¿qué pide? Este punto particular de la demanda se aclara con otro: el toxicómano como el alcohólico saben. Y ya que saben, para el toxicómano, su demanda al analista sería que confirmara lo bien fundado de sus propios enunciados. Es aquí que el analista no debe responder, a riesgo de saturar, tapar, cerrar lo que, en esta demanda, podría tener una oportunidad de transformarse en una interrogación sobre el toxicómano mismo.

Guy Briole señaló tres escollos en el abordaje clínico de los llamados toxicómanos:

El primer escollo es que su conducta no hace síntoma para él. Incluso puede mantenerse en esta paradoja que consiste en pedir ser liberado de un hábito que lo satisface mucho más que lo hace sufrir. El tóxico siempre está ahí. Nunca falla en su función y, además, no pide nada. No hay que olvidar que el tóxico no habla, satisface.

El segundo escollo consiste en que hay que tener en cuenta que para unos, la relación adictiva es una respuesta, -encontrada por un sujeto-, a un impasse, y la adicción objeta a la castración. Para otros, en la psicosis, funciona como suplencia al fallo simbólico.

El tercer escollo toca al estatuto social de la toxicomanía o del alcoholismo: Hacerse representar por estos significante da un estatuto a un sujeto que no siempre es el del rechazo. Recordándonos que el toxicómano es poco propenso a tomar los desfiladeros de la palabra. Algo lo lleva más hacía la satisfacción inmediata.

¿Una apertura?
El toxicómano, como el alcohólico, puede dirigirse al analista. ¿Algo se le escaparía?, por ejemplo, del lado de su alienación al tóxico. Que no sea consciente de eso, incluso que lo niegue, no quiere decir que no sea una pregunta para él. Es frecuentemente por este sesgo que podremos suscitar un abrochamiento transferencial. Así, nuestra pregunta fundamental es la de saber si la posición inicial del toxicómano, su ser mismo de toxicómano, puede modificarse.

Concluyendo con una pregunta y una observación fundamental: ¿Hay una posibilidad para él de fiarse de un Otro y someterse a los riesgos de la palabra? Podremos, solamente, verificarlo en el uno por uno de los pacientes, es cierto, pero también en el uno por uno de la implicación del deseo de cada uno de nosotros.

Notas:

1-. Bauman Z., Una vida de consumo, Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2007.

* Conferencia pronunciada en el TyA -GRUPO DE INVESTIGACIÓN EN TOXICOMANÍAS Y ALCOHOLISMO- Vidas de consumo

Responsables: Luis Miguel Carrión, Eugenio Díaz, Horacio Dobry

Próximas reuniones: 16 de diciembre, 18 de enero, 15 de febrero, 15 de marzo, 19 de abril, 17 de mayo, 14 de junio

Horario: 19:30 hs.

Inscripción: Se requiere inscripción para participar (80€ anuales), libre para inscritos en actividades de la SCB. Tel. 93 412 14 89

* Crónica de José Manuel Alvarez