Crónica: “La pregunta por la feminidad y sus destinatarios de ayer y hoy”*. Dolores Castrillo (Madrid)

En este ciclo de conferencias, organizado por Amanda Goya estamos tratando de abordar los cambios que la época de la globalización, esto es de la extensión del capitalismo a escala planetaria, está produciendo sobre las relaciones sexuales y amorosas de los sujetos y sobre su modo de gozar. Abordé esta cuestión a partir de dos preguntas: ¿contribuye la modalidad de goce instaurada por el discurso contemporáneo a la aproximación entre hombres y mujeres, o por el contrario profundiza el abismo que los separa desde siempre, abocando a los sujetos a un estilo de vivir, a un modo de gozar, cada vez más solitario? Y, por otra parte ¿hay algo en el modo de gozar de los sujetos que pudiera considerarse como singularmente femenino, y contribuye nuestra época, dicha de la liberación femenina, a dejar un espacio abierto para que esta diferencia se manifieste o por el contrario, la globalización, que a todas partes exporta un mismo modo de consumir, un mismo modo de habitar, un mismo estilo e vivir, promueve también entre los sexos un modo Standard de gozar?

Para responder a estas cuestiones comencé por destacar a través de una breve alusión a la historia de la histeria, desde Hipócrates a Freud y Lacan, que la feminidad es ante todo algo que hace pregunta. ¿Cómo se remodela en la actualidad la pregunta histérica por la feminidad? Mi planteamiento fue que la civilización actual contribuye a hacer olvidar esta cuestión. Hoy el sexo lejos de estar prohibido, es pregonado como un artículo de consumo “¡hay que gozar sexualmente!”, pero no se dice en qué identidad sexual ese goce se juega.

Junto a este imperativo de goce tenemos fuertemente instalada en las sociedades contemporáneas la promoción de lo unisex en todos los órdenes, desde lo imaginario, con el desplazamiento sobre los hombres de la moda femenina, hasta el modo de goce. En un mundo donde se borran los cánones anteriores de la diferencia sexual ¿qué lugar queda para la pregunta histérica sobre la identidad sexual? En un sentido, todo tiende a hacerla olvidar, pero hay que matizar que a pesar de todo la histeria existe hoy y aunque sus síntomas han cambiado, su forma es reconocible en varios aspectos.

A través de una viñeta clínica mostré que es bastante frecuente, por ejemplo, que la pregunta histérica por ¿qué es ser una mujer?, se precipite en el síntoma de la anorexia, si bien lo hace bajo una forma distinta al síntoma clásico como mensaje a descifrar. De tal modo que la pregunta ¿qué es ser una mujer?, en una especie de rechazo del saber, más que elaborar algo inédito sobre la feminidad, toma su forma del modelo Standard contemporáneo y se lanza sobre la delgadez como equivalente de la feminidad. Este componente identificatorio del síntoma no objeta a su valor singular, sólo deducible por el psicoanálisis. Pero para que la pregunta sobre la feminidad que puede encarnarse, entre otros, en el síntoma anoréxico, aparezca como tal, es necesario que su destinatario sea un psicoanalista. Otros destinatarios posibles a los que la anoréxica se dirige hoy, el medico especialista en nutrición, el psiquiatra, el terapeuta cognitivo-conductual no verán en esta enfermedad más que un trastorno de la alimentación, síntoma pues a domesticar, a veces por métodos no exentos de cierto sadismo, pero no a escuchar ni tratar de descifrar.

A continuación, expuse cómo para Freud no se es mujer sino que en todo caso se deviene mujer a través del Edipo y la castración. Pero la complejidad del Edipo femenino nos muestra que para el propio Freud el acceso a la feminidad era algo sumamente problemático, tanto que su famoso “¿qué quiere la mujer?”, podría traducirse así: el Edipo hace al hombre pero no a la mujer. De todos modos, pese a su confesión final de que lo que quiere una mujer es un enigma indescifrable, Freud pretendió establecer una identidad para la mujer basándose en lo que el descubrió en el inconsciente de sus neuróticos, el cual no va mas allá de la oposición masculino = no castrado, femenino = castrado. Las tesis de Freud fueron criticadas, no sin justicia, por los movimientos feministas. Pero otra cosa diferente es si la crítica al falocentrismo del feminismo logra escapar a la lógica fálica o sólo cambia su figura e incluso la acentúa.

Por otra parte, la teorización de Freud sobre la feminidad también ha sido cuestionada dentro del propio psicoanálisis. Jacques Lacan estigmatizó con el termino de escándalo de discurso psicoanalítico la incapacidad del mismo para pensar lo propio de la feminidad y el forzamiento freudiano que no supo hacer otra cosa mejor que medir a las mujeres por el mismo rasero que al hombre.

Proseguí la conferencia con un recorrido por las elaboraciones de Lacan sobre la feminidad desde su primera etapa de 1958 hasta sus formulaciones más innovadoras de 1972. Me detuve en las fórmulas de la sexuación, donde Lacan trata de determinar la pertenencia sexuada no por las identificaciones, como es el caso del Edipo, ni por la elección de objeto, sino por el modo de goce. En ellas Lacan no plantea una esencia de lo masculino y lo femenino, la anatomía no es el destino pues cada cual “elige” en la sexuación de que lado se posiciona, si bien hay que matizar que esta libertad no es desde la indiferencia, pues aunque el sujeto tiene libertad para posicionarse del lado hombre o mujer, el significante fálico está ligado a la anatomía y el sujeto no tiene libertad para no medirse respecto a la anatomía. Recordé que para Lacan pueden ser llamados hombres los sujetos que se sitúan del todo en el modo de goce fálico mientras que pueden llamarse mujeres aquellos sujetos cuyo goce es doble, dividido, no todo fálico. Una parte de su goce se localiza alrededor de la función fálica, según las modalidades del complejo de castración femenino, pero otra parte queda sin poderse simbolizar ni localizar por el falo, no se inscribe en el inconsciente ni puede ser nombrado pero no obstante se experimenta. En tanto que la función fálica es la función de castración, de pérdida de goce operada por la lengua, los sujetos neuróticos tanto hombres como mujeres caen bajo ella.

Sinteticé en unos cuantos trazos la radical diferencia entre estos dos modos de goce. El goce fálico es esencialmente limitado, finito, insuficiente, es sintónico con el significante y como él, fragmentado, contable que se presta al más o al menos. Es correlativo a una falta de gozar, es siempre insuficiente, funda el imperativo del superyo del que se alimenta la culpabilidad y exige siempre más y más. En cuanto al otro goce que Lacan considera especifico de la posición femenina, es otra cosa radicalmente diferente que el goce fálico y no es complementario del mismo sino suplementario. Para acentuar la diferencia entre estos dos goces y la no complementariedad entre ellos de la que deriva lo imposible de la relación sexual, recordé que Lacan se refiere a la pareja del idiota y de la extática. El idiota, que aunque crea gozar de la mujer en realidad goza a solas de lo Uno, notablemente de su órgano. La extática, al contrario, que goza no se sabe dónde y no se sabe de qué, de un goce deslocalizado cuya causa le escapa. El goce femenino es un goce sin medida, infinito, por el que el sujeto se encuentra sobrepasado y como abolido en el Otro. Puede angustiar por su falta de marco y referencia. De ahí la frecuencia de la histeria en las mujeres que buscan identificarse al hombre, más que afrontar un goce sin marco y sin límite. Es un goce que no da seguridad y que no identifica como el goce fálico, de ahí la necesidad de hacerse identificar por el amor.

Estas dos formas de goce dan cuenta también de la forma en que a cada sexo se le impone su objeto. Del lado hombre, el partenaire no es el Otro sexo sino el objeto fetiche, el objeto que no habla, inerte, objetalizado. Del lado mujer, se exige por el contrario un Otro que hable, un Otro que pueda pronunciar la palabra de amor y es que si el amor tiene tanta importancia para una mujer, es posiblemente por el estatuto innombrable de su goce.

Seguidamente retomé la cuestión de cual es el impacto de la civilización contemporánea sobre el goce. La respuesta puede plantearse en estos términos: la era de la globalización promociona un mismo modo de consumir, un mismo modo de habitar, un mismo estilo de vivir, en definitiva, un mismo modo de gozar, igualmente ofrecido a todos, hombres y mujeres, que es el modo fálico de gozar, contribuye en este sentido a redoblar el olvido, la forclusión del otro goce, y tiende a instalar por todas partes el reino de lo Unisex, así como un modo esencialmente solitario de gozar. El goce fálico no tiene su campo solamente en el ámbito del erotismo entre los sexos, sino que soporta el conjunto de la relación de los sujetos con la realidad. La realidad de los sujetos contemporáneos es la realidad tejida por el discurso capitalista en su alianza con la técnica.

En lo que concierne al goce el discurso capitalista instaura un cambio fundamental: el goce antes prohibido se ha convertido hoy en un imperativo. Hay que gozar de todo, sin descanso, cuanto más mejor. El sistema de producción capitalista puebla el mundo de esos objetos producidos por la técnica que Lacan llama objetos plus de goce, los cuales vienen a cumplir la misma función que los objetos pulsionales ubicados en el cuerpo: tratar de colmar la falta de goce constitutiva del sujeto sin lograrlo nunca por completo, de tal modo que cuantos más objetos se producen, más se renueva la falta de gozar y así la máquina de la producción gira y gira en una circularidad que no tiene fin.

Por otra parte, a nuestros cuerpos mismos se los mantiene como una máquina de producción: dietética, gimnasia, estética, no son solo debidos al narcisismo sino imperativos de goce que dan cuenta de una capitalización del cuerpo que redobla los imperativos del superyo. El goce fálico en tanto limitado y contable alimenta el imperativo del superyo: es necesario gozar más y más, nunca es bastante. En este sentido, el capitalismo redobla el imperativo superyoico del goce fálico hasta cotas nunca vistas. Por otra parte, las mujeres, antes, sólo podían conseguir el falo por el marido o los hijos, pero ahora los sustitutos de la falta fálica se han multiplicado: el poder, el saber, el dinero, la serie inagotable de objetos plus de goce que engendra la civilización…

Las arenas de la competición fálica se han abierto para las mujeres en todos los campos y por eso puede hablarse de un efecto unisex generalizado. La promoción de lo fálico unisex en el mundo contemporáneo no implica que se pueda reducir del todo el otro goce. En cierto modo, cuanto más se intenta imponer el modo Uno de gozar, más ese otro goce opaco toma existencia, retornando a veces balo las figuras de lo peor...

Pero de lo que no cabe duda es de que la civilización del capitalismo ha cambiado radicalmente la realidad de las mujeres, aunque no forzosamente para su felicidad: la culpabilidad y el superyo del goce fálico, que Freud consideró como el causante del malestar en la civilización y que él situaba principalmente del lado masculino, afecta ahora a las mujeres tanto como a los hombres. No se trata obviamente de objetar el derecho de las mujeres a todas estas nuevas posibilidades de realización del goce fálico, pero sí de constatar que a nuevas posibilidades, nuevos síntomas.

Así la mujer contemporánea se ve atravesada por una tensión interna al falicismo, que es su división entre la manera tradicional de realizar este goce fálico: el marido, los hijos, la belleza, una manera que sin duda arrastraba consigo muchas servidumbres y los nuevos modos de realización del goce fálico con su exigencia superyoica: el éxito profesional, económico…, esa tensión que se suele nombrar como la dificultad de conciliar la vida profesional y afectiva, o que aparece en esas quejas de las mujeres que se sienten extenuadas porque tienen que realizar su falicismo en demasiados campos a la vez -el ideal de la Superwoman- y sienten que no llegan, que no cumplen suficientemente con las cada vez mayores exigencias del superyo. Por otra parte, síntomas que antes eran patrimonio de los hombres como la escisión entre el amor y el deseo sexual, o las inhibiciones, no se los ahorran ahora las mujeres.

Para finalizar aludí a la ética del solterón, que es la expresión que Lacan utiliza para traducir el atrincheramiento masculino en el goce del Uno fálico. Es una ética verdaderamente apropiada para caracterizar ese modo de goce solitario del hombre moderno con el objeto técnico, el cual propicia que el cuerpo pueda gozar a solas pudiendo prescindir por completo del otro cuerpo, del partenaire. En no pocos casos este modo de goce es preferido a cualquier otro. Y en este sentido en este mundo nuestro poblado de los objetos que la industria impone como sustitutos de goce, la ética del solterón no es sólo una especialidad masculina, también algunas mujeres se adhieren a ella.

Pero una mujer si lo es, no es toda en el goce fálico y el otro goce, lo innombrable de su goce femenino llama al amor. El amor, aunque nunca cumple su promesa de completud, ni asegura, antes al contrario, un destino feliz libre de estragos, acaso sea lo único que nos quede para hacer frente a las soledades contemporáneas.

* Extracto de conferencia pronunciada por Dolores Castrillo, el 31 Marzo 2008, en el NUCEP, dentro del ciclo: "La sexualidad en la era de la globalización" coordinado por Amanda Goya.