Bo-Bos*. Fernando Martín Aduriz (Palencia)

Cada mes me propongo hallar en el Marais la estela de los BoBos parisinos. Y ellos se me resisten, por lo que restan como imaginación de lo que pueden ser. Y no bastan sus fotos. Al igual que se huele la locura, el olor de estos nuevos personajes de nuestra época puede darnos pistas buenas de su esencia. Como los hippies en su día y después los yuppies, hoy los BoBos, los bohemios burgueses, concentran en su gesto una buena parte de la subjetividad de nuestra época.

Con alta dosis de creatividad, con el halo de lo imprevisible, del ingenio en sus venas, han sabido unir ahora el arroz burgués del dinero amplio. La mezcla de bohemia y de burguesía da un mixto, felizmente bautizado por sus iniciales inglesas: bohemian-bourgeois.

Su anagrama: BoBos, no va a tener buena prensa en castellano. Idiotas no son. Más bien son parte de la misma élite de la que formaron parte tanto los hippies de los sesenta como los yuppies de los ochenta. Son producto a imitar. Lo que al igual que les sucediera a hippies y yuppies, es muy probable que acaben confundidos ora entre sus imitadores, ora entre sus mercancías, entre los objetos que les distinguen del resto de los mortales, y se tendrá que hablar de ‘los primeros BoBos’ para acertar a intuir a quien nos estamos refiriendo.

Estos tipos han nadado desde la cuna en la prosperidad y se han sabido rodear de unos buenos títulos universitarios a lo que han sumado su disciplina de trabajo y su ambición de prosperidad clásico en el retrato del burgués occidental. Por ello la mezcla de bohemia, caracterizada por el desprecio de éxito económico lo que conducía a formas de vida marginales, soñadoras, poéticas, a tiempos empleados en ‘cosas que no sirven para nada’, y de burguesía, experta en cuidarse mucho de la salud monetaria y de la eficiencia en el trabajo da como resultado este híbrido que es el BoBo.

Los BoBos serán imitados por los millones de cazadores de identidad que habitan el mundo nuestro. Sujetos que ansían asentarse en una identidad: a veces se reconocen por la pertenencia a un grupo determinado, a un club de fútbol, a un grupo de enfermos, a un grupo de activistas, o como afectados de algo o parte de un grupo monosintomático. Estos sujetos, ávidos de pescar un disfraz que les proporcione una identidad para presentarse ante el mundo, irán, de seguro a buscar identidad en el colectivo de los BoBos. Colectivo tan atractivo como en su día lo fueron yuppies y hippies, reflejos de cada época. Estos sujetos, cazadores de identidad son mitad imitadores, mitad impostores.

Los imitadores destruyen el original a base de deformarlo. Y los impostores sencillamente lo suplantan, hasta el punto de que son capaces de decir que ellos son en realidad los auténticos BoBos.
Por todo ello, mejor conocer cuanto antes, de cuerpo presente, la realidad de esta estirpe, los primeros BoBos, que aunque suele anidar en la banllieu parisina, se pasea por el Marais.

CAZADORES DE IDENTIDAD
En Palais Royal comienzan a aparecer los primeros Bo-Bos. Se abre una tienda de diseño de vestidos negros. De tres mil eurazos p’arriba. Hay modelos y gente guapa que hacen corrillo, se ríen mucho. Cerca, ojeadores, fisgones y otros que miran: son cazadores de identidad. En Palencia o en París se dan las copias y los originales.

Cazador de identidad: dícese de todo aquel que anda a la busca y captura de una identidad y que por tanto acecha a los otros a la espera de recibir rasgos de personalidad, trozos de modalidad de ser. Una vez radiografiado al otro, el cazador de identidad termina vistiendo, comiendo, pensando como el deglutido, y ello en cambio constante en función de cada moda.

No es un fenómeno extraño a nadie. Al nacer miramos a nuestro alrededor, y…, al igual que los niños la víspera de Reyes frente al escaparate decimos o no, me lo pido. Y así vamos construyendo nuestra peculiar manera de ser, nuestro estilo. En realidad nadie inventa nada. Sólo un análisis puede producir alguna innovación y no siempre es seguro que quien pasa por el diván lleva su análisis lo suficientemente lejos como para captar lo inimitable de sus rasgos mas genuinos.

Copiamos y copiamos. Esto nos debería hacer un poco más humildes, pero nada. Creemos ser el rey de la selva, los originales de los originales, cuando no somos sino una copia más o menos afortunada de los otros, clones en marcha hablando cosas repetidas, vistiendo la ropa que nos imponen los genios de las tendencias y la industria, comiendo más o menos lo mismo, y lo que es peor, pensando más o menos las mismas idioteces.

Identificarse con los otros no es el problema. Seguir los caminos que
otros nos enseñaron no es la cuestión difícil. Lo arduo es saber desidentificarse. Que imitemos a los otros no es problema. Lo absolutamente decisivo es disponer de tiempo para reconocer lo que en cada uno de nosotros es inimitable, pues ahí se encuentra la esencia de nuestra singularidad, nuestras células madre psicológicas.

En la Rue Saint Honoré, mi calle favorita de este París que se apresta a conmemorar su peculiar e imitado Mayo 1968, desfila una fauna de nuevos Bo-Bos camino de su tienda de diseño. Allí encuentran los gadgets del momento a precios de Bo-Bo. Estos objetos, móviles, ordenador minúsculos, relojes, objetos varios, perfumes, adornos, discos de vinilo a la última, son el complemento perfecto a su identidad de nuevos burgueses bohemios.

Entran en Colette, su tienda ad-hoc, repleta de estos objetos a precio de burgués que se enfunda esta nueva bohemia. Y allí que les siguen los cazadores de identidad, quienes no miran a los objetos sino a los compradores, a la caza y captura de un gesto, de una mueca, de una palabra que poder repetir en otro escenario. Los Bo-Bos, indiferentes a su cazador, parecen pensar lo que Truman, y lo que algunos publicistas y politólogos: Si no puedes convencerles, confúndeles.

De momento es fácil diferenciar al Bo-Bo del imitador, el original de la copia. Pero apueste el lector que el tiempo hará que ambos se confundan.

From: http://www.aduriz.blogspot.com/ . Con la amable autorización del autor.