Crónica: “Amor, maltrato y dependencia”. Mar Arias Sarmiento. (León)

Comenzar una conferencia, donde el público en su mayoría era ajeno al psicoanálisis, nombrando el aforismo de Lacan “No hay relación sexual”, que “el sexo, aunque algunos aspiren a ello, no es la cosa más natural del mundo, que pasa por un artificio y es algo que hay que inventar”, dejó a muchos asistentes un poco pegados al respaldo de la silla.

Enmarcada en el ciclo de conferencias de la Biblioteca de Psicoanálisis de Castilla y León, con una afluencia de público que llenó el aula Paraninfo de la Universidad de León, precedida por una gran expectación generada por las palabras de Manuel Fernández Blanco publicadas en varios artículos de la prensa local con frases como: “la expresión más radical de dependencia son ese 30% de hombres que se suicidan tras asesinar a su pareja” o ”la mayor dependencia de la mujer es que espera obtener un signo de amor de su pareja, lo que en ocasiones la aboca a situaciones de maltrato”.

Ya el título de la conferencia fue motivo de comentario, unir “Amor, maltrato y dependencia” fue la forma de romper con la creencia ya generalizada, no sólo en el público de la calle, de muchos profesionales también, de las formulas difundidas en la sociedad: “él es el culpable, es un maltratador o ella es masoquista”. Manuel Fernández Blanco, animado por huir de explicaciones simplistas, protocolos de intervención universales, fue hilando en su exposición una visión que para muchas personas asistentes fue reveladora, muchas preguntas quedaron sin respuesta, muchas manos levantadas a la espera de una aclaración que no pudo ser por falta de tiempo.

Dividida fundamentalmente en dos bloques, con la calidad y la calidez a los que ya nos tiene acostumbrados, Manuel Fernández Blanco realizó una reflexión sobre los tres conceptos del título de su conferencia “Amor, maltrato y dependencia” y la articulación entre ellos.

Desgranó, en primer lugar, el marco general para encuadrar la violencia más común, y para ello comenzó hablando de las condiciones por las que pasa el amor y como cada uno se vincula amorosamente de forma diferente.

Hay una violencia estructural derivada del encuentro con lo sexual en todos los seres humanos puesto que ese encuentro se produce sin el auxilio de un saber establecido, por eso aparece como intrusivo y es traumático, por no saber qué hacer con eso.

En este momento hizo participar al público pidiéndole que piense en cómo fue para cada uno el primer encuentro con la sexualidad, y como, si lo piensan, verán que dejó su marca indeleble en el conjunto de su vida sexual, que es lo que conocemos como fijaciones sexuales. Éstas están presentes en las condiciones con las que cada uno va a abordar al otro, sea cual sea la elección sexual; el partenaire sexual tiene que reunir algún tipo de condición particular, según su fijación para que pueda ser elegido: para que nos atraiga alguien tiene que ser “nuestro tipo” .

Así, las condiciones de amor son particulares al ser gobernadas por el objeto de goce particular de cada uno y, por tanto, el amor funciona como velo de la condición de goce particular y aliado de la ignorancia por la razón estructural de creer que dos hacen uno. Cuando creemos querer todo del otro, en realidad queremos un rasgo que es lo más íntimo de nuestro propio ser de goce, de algún modo un fetiche. Ese rasgo se nombra más desde la injuria que desde el amor, cuando aparece el insulto es un momento fundamental para captar lo que realmente, más allá del velo del amor, representamos para el partenaire.

Lacan, en el Seminario Aún, dice que no se conoce amor sin odio, e inventa la palabra odiomamoramiento. El odio, una de las tres pasiones del ser, la pasión más lúcida, toca el núcleo del ser, del ser de falta del sujeto que le lleva a dirigirse al Otro para buscar su complemento de ser, su ser de goce, su partenaire-síntoma. El acceso a ese Otro de cada uno, es diferente según el modo de estructuración subjetiva:

Desde la posición más típicamente femenina: Lo que garantiza su ser en el fantasma es ser el complemento del Otro, sentir que la necesita, ser el objeto que le falta al Otro. Si el hombre se presenta desde la completud narcisista, la violencia se desata y el odio aparece, así como la ternura aparece cuando muestra la castración. Pero si de esta falta se hace cruzada, condena a la insatisfacción, se instala así en el fetichismo de la falta confundiendo la verdad con la falta y esto puede acabar en el estrago. Se interesa por obtener el signo de amor de Otro lo que constituye la condición para su goce, se interesa por ser la elegida, de aquí la afinidad del goce femenino con la posición erotomaníaca y el estrago que para la mujer puede tener la ausencia de amor.

Desde la posición más típicamente masculina: Es no poder mostrar o reconocer ninguna falta, no puede mostrar ningún deseo porque sería equivalente a admitir una falta. El auténtico signo de amor es, decía Lacan, “dar lo que no se tiene”; para un hombre es más fácil responder en el orden de la demanda, intenta degradar el deseo del Otro a la demanda. Huye del amor particular, le resulta más cómodo amar a la humanidad que a una mujer; puede amar cuando el objeto de amor no está presente y vivo, es decir, pidiéndole su falta, algo que no soporta. Es un goce que intenta anular lo particular, lo diferente, bastarse consigo mismo, no necesita al Otro. Elige una realidad muerta donde nadie le pide ni le cuestiona nada y puede gozar, en soledad, de sus fantasmas.

Por otra parte, no busca la falta en el Otro sino el defecto en el Otro; en un primer tiempo busca valorar a una mujer para pasar inmediatamente a buscarle un defecto y así poder despreciarla, sólo de este modo puede desear a una mujer, ya que el deseo obsesivo pasa por su anulación. Por un al que tiene que seguir un no. Esta inversión ya fue subrayada por Freud cuando define al obsesivo como un autosuicida, ya que trasforma los impulsos eróticos en impulsos agresivos hacia el objeto, produciendo una auténtica sustitución del amor por el odio.

Por todo esto, el desencuentro, el malentendido y a veces la violencia, resulta inevitable entre los sexos, pues se organiza a través de está dialéctica donde, por un lado, no se puede admitir ningún deseo, más interesados en sus objetos, más ligados al tener; y por otro lado, se necesita que el deseo del Otro aparezca, mujeres esperando el signo de amor, más ligadas al ser. Esto explica los sacrificios y privaciones que puede llegar a hacer una mujer por amor, así como los efectos devastadores que puede tener de la pérdida del amor.

La imposibilidad de la proporción sexual condiciona la violencia del amor, nos condena al odioenamoramiento; a capturar, en la injuria, lo más íntimo de su ser. Esto nos aproxima al fenómeno del racismo, al racismo del amor, a la violencia, a no soportar en el otro lo más íntimo de nosotros mismos. A relaciones sostenidas en el odio, en el odioenamoramientos, que son las más duraderas.

Posteriormente, Manuel Fernández Blanco fue detallando cómo en el ser humano la biología no marca el destino sexual. Es la lógica de la posición masculina regida por la uniformidad y la lógica de la posición femenina, -la mejor garantía contra aquella-, y cómo, en este sentido, sería muy esperanzador lograr que lo femenino pasase a ser un factor de la política.

En la segunda parte de la conferencia abordó las situaciones que caracterizan a la violencia de género.

Jugando con el equivoco de la lengua, que sólo la escritura aclara, entre el amor mal tratado y el amor maltratado, abordó el asombro de profesionales de ámbitos diferentes cuando las mujeres retiran las denuncias o reinician la convivencia con sus agresores. Estas mujeres que consideran su amor mal tratado cuando la ley, para evitar que sean maltratadas, no les permite unirse con sus maltratadores. Es lo que ha provocado que se interpreten estas situaciones con una posición masoquista en la mujer, cuando si nos referimos al masoquismo como práctica perversa, no encontramos “material de observación” en las mujeres, siendo el masoquismo femenino un fantasma masculino.

La dependencia en estas mujeres está en una demanda de amor inconsciente permanentemente decepcionada, por eso insiste en pedir lo que nunca obtiene, esperando que la próxima vez sea diferente. Se instala en una posición permanentemente decepcionada; de esta forma buscando lo diferente se repite siempre lo mismo. Así, la separación es imposible, la ley inoperante, las campañas publicitarias y los protocolos de intervención generales, estériles. Lo que la ayudaría a no perdonar todo, es deshacer el vínculo inconsciente que mantiene con quien responde a su demanda de amor con el maltrato.

Del lado del hombre maltratador que, después del feminicidio, “la mate porque era mía”, acaban suicidándose, “no puedo vivir sin ella”, constituye la expresión de dependencia más radical. Matándola a ella, en ese instante la verdad se hace presente, ha eliminado lo que sostenía su existencia, algo frecuentemente adelantado por muchos de ellos como un anticipo profético “la mato y luego me mato yo”. El asesinato, más calculado y preparado, se acomete con más vacilación que el suicidio, lo que implica que la propia vida nada vale sin la que ha arrebatado. Es la expresión de dependencia infantil más radical.

Es difícil, en una sociedad infantilizada como la actual, encontrar un adulto que ejerza y se responsabilice de su vida; esto lleva a una dependencia que se manifiesta en el auge de las patologías más regresivas. Esta dependencia se acentúa en las relaciones de pareja y la manifestación más extrema es la imposibilidad de aceptar perder a esa persona, son hombres-niño incapaces de asumir una pérdida o un abandono; no pueden, en sentido literal, vivir sin ellas, y es por eso que al asesinato le sigue el suicidio como la expresión de la dependencia más radical.

El sociólogo francés Alain Touraine ha analizado el considerable cambio del lugar de la mujer en la sociedad actual: siendo las que piden un mayor número de divorcios no pensando tanto en lo sufrido como buscando una vida más satisfactoria, utilizando más la sexualidad como elemento de construcción de su identidad, combinando sexualidad y placer con la vida pública.

Finalizó su conferencia diciendo que frente a lo pulsional, -imposible de educar-, no sirven protocolos generales de tratamiento que no tomen en cuenta que detrás de cada mujer maltratada hay una historia particular, al igual que de cada hombre maltratador. Las respuestas estandarizadas condenan a menudo a la cronificación y a la repetición, porque sin abordar la particularidad no es posible salir de la repetición.