Crónica: “UN POCO MÁS DE SATISFACCIÓN”: Noche de trabajo en la Sede de la ELP-Catalunya con MARIE HÉLÈNE BROUSSE. Irene Domínguez Díaz (Barcelona)

La noche del 3 de junio, en el marco hacia el próximo Congreso de la AMP, tuvimos en la Escuela a Marie Hélène Brousse en una sesión de trabajo acerca del superyó. Marie Hélène compartió con nosotros un trayecto propio entorno al concepto del superyó abordado desde la enseñanza de Lacan.

Partiendo de sus propios interrogantes, oscuridades, dudas e incluso prejuicios sobre el término, planteó un diálogo entre algunos pasajes del seminario I y XVI de Lacan. No obstante, antes de adentrarse propiamente en ellos, nos trajo a la memoria un encuentro en New York en donde Jacques-Alain Miller apuntó –para desarrollarlo más adelante- cómo la perversión y los efluvios moralizadores merodean siempre muy cerca del superyó y que por eso solemos adjetivarlo de sádico.

Abriendo la sesión -y antes de internarse propiamente en los seminarios- M.H. Brousse nos habló de un texto de 1946 publicado en los Otros Escritos: “La psiquiatría inglesa durante la guerra”. Por un lado, destacó que, allí, Lacan nombra al superyó con los términos de: oscuro, poder y obsceno; y por otro lado, remarcó la diferencia de posición que hubo entre Francia e Inglaterra frente a la objeción de conciencia durante la guerra; la anulación de Francia frente a la conservación de Inglaterra. Lacan hace hincapié en la desmoralizada Francia frente a Inglaterra, que había conservado su moral, para destacar una paradoja fundamental: es precisamente la desmoralización y la docilidad aquello que fortalecen la potencia del superyó. Dirá Marie Hélène: “lo que produce la moral en un ser hablante es desmoralizante, ¿frente a qué? frente al deseo, claramente”.

Una vez introducido el tema vía paradoja de la moral, se adentra por algunos exquisitos pasajes del Seminario I para ir luego a dialogar con el XVI. Del Seminario I va a destacar dos casos clínicos. Primero el comentario que hace Lacan del caso Robert –de Rosine Lefort- conocido por ¡el lobo, el lobo! Caracteriza este grito de “figura simbólica del superyó” y destaca la fórmula: “el superyó es a la vez la ley y su destrucción”. Lacan aquí puso al superyó del lado de la ley simbólica –relacionado más con la palabra, por su dimensión imperativa, que con el lenguaje- pero de una ley sin-sentido, ciega y tirana; de ahí su potencia destructora. Entonces ya en el Seminario I, Lacan utiliza la fórmula “figura feroz” para el superyó, relacionándolo con un traumatismo primitivo fruto del encuentro con palabras sin sentido. Por tanto, la figura del lobo feroz forma parte de un simbolismo del supeyó.

Acto seguido, pasó a comentar el caso clínico de Lacan. Un sujeto acude a verlo con un síntoma de la mano. La atención de Lacan se detiene en lo siguiente: este sujeto, siendo de proveniencia musulmana, rechazaba e ignoraba radicalmente cualquier cosa que viniera de esta cultura y especialmente de la religión. Dicho rechazo circulaba alrededor de la represión de un recuerdo infantil que apuntaba a una acusación de ladrón de su propio padre y que, en la religión musulmana, eso se castigaba cortándole la mano al culpable. Entonces, dice Marie Hélène: “la culpabilidad paterna acciona el síntoma somático”. Lacan dice que este pedazo de ley, este trozo de ley “cortarle la mano” fue aislado y rechazado por el sujeto, y Marie Hélène subraya que esto es lo que quiere decir Lacan cuando dice: “la ley y la destrucción de la ley”.

Para ilustrarlo pone un ejemplo clínico del testimonio de pase de Véronique Mariage en donde su analista aísla una frase -escribiéndola sobre un papel- que tiene consistencia superyoica. El análisis le permitió la separación y caída de lo que había funcionado con esa consistencia superyoica y formaba parte del goce del síntoma. En esta figura de la mano separada del cuerpo podemos ubicar ya una cierta sombra de lo que será más adelante el objeto a. Tenemos por tanto al superyó configurado en un encuentro traumático con lo real: imperativo, voz de mando, imposible de dialectizar e integrar en el discurso.

En el Seminario XVI, Lacan retomará la historia del “lobo feroz” para decir que ni hay un “superyó feroz” ni éste es una instancia psíquica. Comentando los trabajos de Bergler, Lacan elogiará una de sus observaciones: cada vez que Freud hablaba del superyó, cerca estaba el término de Ducharbeitung que podríamos definir, aproximadamente, por el de repetición de goce en la asociación libre; es decir, aquello que vuelve y no para de volver del discurso analizante. Por tanto esta Ducharbeitung es el efecto del superyó.

Lacan siempre trabajó la noción del superyó al lado del de la perversión. En el texto “Kant con Sade” muestra muy bien cómo la ley, tomada de la ley kantiana, sólo tiene como objeto su obediencia, está totalmente despojada de cualquier otro atributo. Por eso la perversión, y más concretamente su modalidad masoquista, le sirvió a Lacan para renovar la versión del superyó.

Lacan destacó que aquello que hace surgir el masoquista, con su obediencia, es la voz de su amo. La voz se erige como pivote fundamental del superyó y es lo que va a permitirle formalizar el objeto a. La voz como objeto hace su aparición en los primeros esquemas del Seminario X en donde escribe al superyó en su lugar; la voz es pues el superyó.

Más adelante, en el Seminario XVI dirá: “la voz, no en tanto soporte de la articulación significante, sino la voz pura, en tanto ella es sí o no instaurada en el lugar del Otro”. Entonces, se trata de la voz como pura emisión sonora sin el significante.

Para ir concluyendo M.H. Brousse destacó que hay una consistencia en el trabajo de Lacan sobre el superyó, pues en todas las facetas que lo presenta, sea congelado, discordante, imperativo,… siempre implicó un corte, algo separado. Entonces acabará formalizando que, por un lado, está la ley y por el otro la voz, pero sin más relación de vecindad que el encuentro traumático. Será el trauma, entonces, el lugar en donde vendrán a unirse las palabras con la voz, tocando un objeto y teniendo este encuentro consecuencias fundamentales en la manera en cómo, para cada sujeto, va a desarrollarse el deseo.

Para terminar, Marie Hélène quiso contar una anécdota de un viaje de Lacan, ya mayor, a los EEUU, en donde él dijo que jamás había que confundir su jouissance con el Enjoy! de Coca-cola. Y así, entre la Coca-cola, la evocación del rock-and-roll de hoy de ayer y de siempre, con el famoso estribillo de los Rolling Stones “I can’t get no satisfaction” -lengua y labios rojos incluidos-, los imperativos del goce, la extensión del mercado de consumo en el discurso capitalista,… fue creándose un clima de entusiasmo que, además de enriquecedor y divertido, dio pie a una amena discusión que se perdieron los que no vinieron.

Y es que, a veces, las exigencias superyoicas que nos llevan a trabajar, nos dejan muy buenos sabores de boca