Crónica: “Cuando en la psicosis los órganos hablan solos”. Dolores Castrillo Mirat (Madrid)

Si la primera intervención del ciclo de conferencias introductorias al psicoanálisis dedicadas al cuerpo, que están teniendo lugar en el Nucep, estuvo centrada en las perturbaciones que aquejan al cuerpo de los sujetos histéricos, en esta segunda, a cargo de Gustavo Dessal y cuya presentación realizó Amanda Goya, tuvimos ocasión de escuchar hasta qué punto la experiencia del cuerpo que puede padecer un sujeto psicótico es peculiar, sensiblemente diferente de la de aquellos sujetos que habitan otras estructuras, pese a que en todas ellas se trata del hecho fundamental de ser cuerpos marcados por el lenguaje.

Como Amanda Goya resaltó en su sintética y clarificadora presentación ya el título de la conferencia de Gustavo Dessal, “Cuando en la psicosis los órganos hablan solos” es inquietante y nos evoca lo aterradora que puede ser la experiencia del cuerpo en las psicosis, un cuerpo que no sólo se fragmenta sino que en una suerte de metamorfosis antropomórfica sus órganos se independizan.

¿Qué puede hacer un psicoanalista ante un sujeto que sufre este tipo de fenómenos? Amanda Goya nos recordó que aunque Freud -el inventor del método psicoanalítico- afirmó sin vacilar que éste no era apto para ser aplicado a sujetos psicóticos, sin embargo, lejos de desinteresarse por las psicosis, se dedicó a desentrañar la especificidad de su mecanismo en relación a otras estructuras y su célebre escrito basado en las memorias del presidente Schreber sigue siendo una fuente inagotable de estudio para las psicosis.

Lacan, por su parte, decidió que no había que retroceder ante la psicosis aunque el tipo de escucha no podría ser en modo alguno del mismo orden que en las neurosis. No se trata de la escucha de un inconsciente para interpretarlo, porque esto acentuaría el riesgo de un desencadenamiento, se trata de una escucha donde el analista se ubica como auxiliar del sujeto psicótico para acompañarle en su búsqueda de un elemento estabilizador que pueda permitirle compensar su psicosis y sostenerse en la vida.

Por su parte Gustavo Dessal, en una intervención donde se iban entretejiendo en un fino equilibrio las aportaciones teóricas, diversos casos clínicos e, incluso, algunas evocaciones de sus experiencias más personales, comenzó haciendo referencia a la diferente manera en que el lenguaje afecta al cuerpo en la histeria y en las psicosis.

Aún cuando la integridad imaginaria del cuerpo se ve afectada por el síntoma de conversión, y aún cuando el sujeto histérico experimente en relación a su cuerpo el sentimiento de defecto o de desacomodación, su yo encuentra el modo de subsistir a través de ciertas identificaciones. Y es que, a diferencia de lo que no sucede en las psicosis, los neuróticos sí han incorporado en su estructuración subjetiva un símbolo fundamental: el falo. Un símbolo que en una bella metáfora Gustavo Dessal definió como aquel que resulta decisivo para introducir al ser hablante en la dimensión de la humildad, lo que en nuestro lenguaje más técnico, denominamos la castración, la cual afecta de diferentes maneras al varón que experimenta la vanidad del tener, o a la mujer que experimenta la privación. Pero en ambos casos se trata de una pérdida irreversible que nos constituye como seres enredados en la palabra.

Ahora bien -precisó Gustavo Dessal- si el neurótico ha sido marcado por el lenguaje, en la psicosis el lenguaje ha dejado la huella de una devastación. Una devastación que podemos decir que tiene su origen en la incapacidad de los sujetos psicóticos para preservar la dimensión de un cierto olvido, de una cierta ignorancia que es condición necesaria en la vida corriente de los seres humanos. A veces en la vida corriente atisba la dimensión de la Otra Cosa, como sugirió Gustavo cuando evocó el juego en que de niño se entretenía mirando fijamente un objeto cualquiera y éste iba perdiendo su carácter familiar, volviéndose ligeramente extraño hasta tener la sensación de que el objeto le miraba a él. Este sencillo juego infantil hacía surgir lo que normalmente está oculto detrás de nuestra representación del mundo, detrás de esas ficciones cotidianas que nos vuelven soportable la vida: el hecho de que somos objeto de la mirada del Otro. Este hecho de estructura, el de que somos hablados y mirados desde todas partes, es lo que el neurótico, gracias a ese mecanismo de defensa primaria que es la represión, consigue “olvidar”, mientras que muchos sujetos psicóticos viven bajo la sensación pavorosa de ser vigilados, escudriñados, atravesados por la mirada del Otro.

La psicosis nos ofrece así la posibilidad de captar la condición del hombre en toda su crudeza, despojada de las defensas de las que el neurótico corriente dispone. Y nos permite por tanto sostener, como afirmó Gustavo Dessal, que la normalidad es un mito moderno, mientras que lo patológico no es más que una declinación del infortunio universal de la condición humana. El organismo humano en tanto tal está perturbado por la lengua y debe encontrar en el martirio del significante el elemento que lo rescate. Lacan denominó Nombre del Padre al símbolo que debe ser introyectado por el sujeto para encontrar una mínima acomodación entre el sentido y el goce, de manera tal que esta perturbación del lenguaje no sea la pura y cruda devastación como es el caso de las psicosis.

Con independencia de que a lo largo de su enseñanza Lacan fue introduciendo variaciones substanciales a su teoría del Nombre del Padre lo cierto es, afirmó Gustavo Dessal, que esta ausencia de simbolización está en el origen de las psicosis y que se traduce en los dos grandes órdenes de fenómenos que encontramos en la locura: los que afectan al lenguaje y los que testimonian de una grave perturbación en la vivencia del cuerpo.

Así en las psicosis comprobamos que del mismo modo que el lenguaje se descompone y las palabras se ponen en movimiento por sí mismas de forma autónoma e incontrolable, el cuerpo también cobra una independencia insoportable, las funciones se rebelan, y los órganos hacen su aparición descomponiendo la forma y la representación del cuerpo.

A través de un caso de parafrenia Gustavo Dessal ilustró con gran claridad cómo en una mujer que padecía una actividad alucinatoria constante, la mortificación de las voces ejercía al mismo tiempo un tormento en su cuerpo sistemáticamente azotado, penetrado y despedazado por la invasión de los mensajes del Otro.

Si Freud postuló que en las psicosis el delirio constituye un movimiento de curación es, prosiguió Gustavo Dessal, porque sirve a los fines de restablecer el sentido. Pero es en las formas paranoicas donde el trabajo del delirio demuestra su mayor eficacia, en tanto consigue también mantener una cierta integridad de la forma corporal. Mientras que la esquizofrenia se caracteriza por una inhibición de las propiedades re-significativas del delirio, lo cual entrega al sujeto no sólo a una mayor desestructuración alucinatoria del lenguaje, sino también a la disolución de la identidad corporal.

Después de su abordaje del delirio como intento de curación, Gustavo Dessal concluyó su intervención aludiendo a cómo en algunos casos de psicosis es el cuerpo el que, lejos de convertirse en un colapso subjetivo, logra, a través del síntoma psicosomático, cumplir una función de “amarre”, como si la lesión permitiese localizar y fijar en el cuerpo el goce desbocado.