Conversación. La Escuela que existe: encuentros y experiencias por venir. Sueños y fantasías

“Hay una enfermedad en la Escuela” fue la invocación que nos sacudió a modo de pesadilla de la plácida somnolencia en la que reposábamos. Un real que nos despertaba a modo del sueño freudiano ¿Padre, acaso no ves que estoy ardiendo?. Y no es que la Escuela estuviera ardiendo, todo lo contrario, se estaba quizá sumergiendo poco a poco, en una narcosis de autocomplacencia. Tras el susto inicial, vinieron los números, que ratificaron el envejecimiento global, tanto de la ELP como de la AMP en su conjunto. Había una correlación entre la Vida de la Escuela y los jóvenes que se acercaban a ella. Digamos que no había jóvenes o que eran muy pocos. Pronto se promovió la Política de Juventud que venía en su auxilio.

Quizá sea demasiado temprano para valorar los efectos de esta nueva propuesta, pero sigue habiendo dificultades para que los jóvenes se acerquen a las sedes y con su trabajo participen en la vida de la Escuela. Para que suceda una Experiencia de Escuela, para que el trabajo de Escuela resuene en la economía libidinal de cada uno, la primera condición es acercarse a ella, participar en ella.

Sin embargo, hay otra cara del sueño psicoanalítico y se articula con la fantasía de una supuesta suficiencia para la práctica, que vendría de una formación reglada en clínica psicoanalítica. ¿Si esto fuera así, qué interés tendrían los jóvenes practicantes en acercarse a las sedes?

Existe una falla en esta fantasía de suficiencia, que es necesario hacerla explotar. Hacerla reventar. Es justamente en el lugar de la soledad subjetiva, ante el acto analítico, que la aportación como muleta técnica desfallece. Esto se puede llevar a control, se puede llevar a un cártel que son instrumentos de la Escuela, pero también puede ser el punto de apoyo para suscitar una formación colectiva en las sedes. La formación que podría aportar la Escuela es precisamente la que va un poquito más allá de la formación técnica.

Es cuando uno se despega de las adherencias grupales de otros discursos que surge la necesidad de Escuela. Justamente la Escuela es un lugar que no se ordena como grupo, sino que se trata de dispersos descabalados1. Dispersos descabalados, “dispersos descabalgados”. Descabalgados de su montura, de supuesto saber. Miembros, dispuestos a redirigir la transferencia que su persona ha recogido, hacia el agujero central de la Escuela. Un uso de la transferencia de trabajo que restaure el filo cortante de la verdad freudiana, que vuelva a llevar a la praxis original el deber que le corresponde en nuestro mundo2.

 

Notas:

  1. Lacan, Jacques. "Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI". Otros Escritos. Paidós. 2021, p. 601.
  2. Lacan. Jacques. "Acto de Fundación y también en Carta de disolución". Otros Escritos. Paidós. 2021, pp. 247 y 337.