Contra el relax*. Fernando Martín Aduriz (Palencia)

Leo las declaraciones de un dueño de gimnasio elogiando sus instalaciones y poniendo un ejemplo que refuerza sus tesis: el otro día un cliente salió tan relajado de la sauna que se olvidó a un hijo dentro. Bien. Es el momento del elogio del relax. Pero mi pregunta es cómo justificar el relax generalizado.

Podemos encontrar excepciones. Y muy didácticas. Un amigo gallego me contó la historia de una amistad, médico como él. Desahuciado por una enfermedad degenerativa no muy clara, saturado de fármacos impotentes, decide en un último intento acudir a un especialista newyorkino, armado con el arsenal de sus corticoides. El especialista le quita los frascos, le receta no más pastillas y le pide que se marche a un complejo hotelero cercano, muy tranquilo, y le pide que tras quince días, vuelva a consulta. Eso le salva la vida para estupefacción de sus familiares, y ahora transcurren sus días en una playa gallega. Se sabe de los efectos perniciosos del estrés en los organismos, otra cosa es que podamos escribir su lógica.

Pero el binomio excesos-relax, el par que se usa con fruicción por ejecutivos y que se ha extendido por doquier, de tal suerte que el fin de semana se ha entronizado como lo que da sentido al resto de la semana, y se vive para llegar al fin de semana, ese par lleva implícito, si se lee entre líneas, el programa de la ignorancia. Además implica una pérdida de vida, la anulación de un tiempo, el de cada mañana, el de saborear un atardecer cualquiera, independientemente de la fecha del calendario. Y si bien es verdad que algunos necesitan relax por motivos especiales de su trabajo, no es aceptable que todos, absolutamente todos y en todo momento, precisen del relax. Es más, habría que ir contracorriente del latido de la época e ir contra el relax. Porque ¿de qué se quieren relajar? ¡Si algunos no dan palo al agua! ¿Todos al relax?

Quieta non movere era una divisa política que inauguró un premier británico, allá por el XVIII. «No hay que tocar lo que está tranquilo». Se trataba de no agitar, de mantener las cosas idénticas, de seguir una política de las cosas. El poder siempre ha querido que todo el mundo esté relajado. Cuando no adormecido, con pan y circo, anestesiado. Cuanto más relax, mejor. Los índices de lectura por los suelos, mientras que las audiencias televisivas crecen exponencialmente: todos hipnotizados frente a la imagen conveniente. La imagen que permite seguir durmiendo.

Unamuno hablaba de inocular una locura cualquiera, mientras a su lado se escuchaba el socorrido ¡que inventen ellos! Mientras, nosotros relax. El curso de la historia ha deparado un nivel educativo, cultural e intelectual que es el que es. Y mientras tanto, relax. Valeriana para todos.

Hay que decir que no es el programa del vecino ilustrado. El programa del relax da la espalda a la acción. El programa del relax vacía las asociaciones y los movimientos colectivos, hunde los grupos de estudio, y deja como espacios de otro tiempo las librerías, a la par que convierte las bibliotecas en salas de estudio para épocas de exámenes.

Relajarse, hasta el punto de dejar olvidado al hijo en la sauna, es idéntico a olvidarse de querer saber, a apostar por la ignorancia como objetivo último del programa del relax. Me acuerdo de la novela de Pierre Rey, cuando narra la anécdota de Lacan espetándole a un periodista que le entrevistaba: ¡Estoy fascinado por su ignorancia! Es cierto, el relax y la ignorancia fascinan.

* Publicado en DIARIO PALENTINO. Columna "Vecinos Ilustrados". Con la amable autorización del autor.