Los límites de lo educable. Araceli Fuentes. (Madrid)

Recientemente dos chicas muy jóvenes han sido violadas por dos grupos de muchachos también muy jóvenes.

Esto ha sucedido en Andalucía pero podía haber ocurrido en cualquier otra parte. Esta mañana, paseando por un pueblo del noreste de Madrid vi a un chica preadolescente que era empujada por otro joven, probablemente amigo suyo, al mismo tiempo que le dirigía algunas palabras que a mis oídos sonaron vejatorias. Me quedé mirándolos, pensé que ahí ya estaba el germen de esa violencia que los psicólogos se ofrecen rápidamente a educar, sin ningún pudor. Quiero decir sin el pudor necesario del que sabe que hay límites para lo educable.

¿De dónde surge ese odio hacia lo femenino que está presente desde tan pronto en nuestros jóvenes?
¿De dónde surge el odio a lo femenino y por qué?
¿Este odio a lo femenino es exclusivo de los hombres?

El psicoanálisis nos enseña que el neurótico siente cierto odio inconsciente hacia el ser femenino, a pesar de sus declaraciones de amor con las que pretende negarlo. La razón de este odio se debe a que el ser femenino escapa en parte a la subjetivación, a lo que puede ser conocido. El sexo femenino es insaciable para cualquier sujeto atrapado en el lenguaje y, en gran medida, escapa a la significación fálica. El goce específicamente femenino es un goce que escapa a las palabras, extraño incluso para la mujer que lo siente; un goce radicalmente Otro, inquietante, capaz de suscitar desconfianza y hostilidad. Goce inconcebible que se me escapa por lo que lo temo y lo odio.

Jacques Lacan en su seminario “La Ética del psicoanálisis” constata que “un sujeto puede envidiar en el Otro, sea hombre o mujer, hasta llegar al odio y a la necesidad de destruir aquello que no es capaz de aprehender de ninguna manera”. Ese real que escapa explica el odio del neurótico por el goce femenino.

El psicoanálisis en la medida en que no niega lo real y sabe que lo real es ineducable, es la única experiencia que puede permitir a un sujeto, sea hombre o mujer y siempre con su consentimiento, llegar a analizar su odio inconsciente hacia las mujeres, lo que puede cambiar bastantes cosas.

No es esta la solución habitual del neurótico, pues el neurótico se caracteriza por fetichizar a la mujer; lo que Freud llamó la “degradación de la vida amorosa” le permite al neurótico separare de lo real del goce femenino y alejarse del peligro del odio, pero su solución fracasa en la medida en que a un odio sucede otro odio para mejor velar el anterior.

Lacan en el seminario “De un discurso que no fuera del semblante” dice lo siguiente: “Para que un racismo se constituya (…) no hace falta ninguna ideología,…(para eso) es suficiente con un plus de gozar”. La consecuencia, nos decía Patrick Monribot, está clara: fetichizar el cuerpo de una mujer, hacer de él un plus de gozar en el fantasma, es suficiente para alimentar un racismo anti-mujer.

Así pues, una mujer es el blanco de un doble proceso: por una parte, es el objeto de horror que el goce femenino produce, en tanto que goce real, por otra, en tanto que fetiche, puede alimentar un racismo particular. ¿Qué solución nos queda? Quizá la posibilidad de un nuevo amor, un amor que no enmascare lo imposible de la relación sexual.

Lacan en “Los no incautos yerran” evoca “una recuperación amaestrada de goce” a partir del amor, a partir de un nuevo amor que sepa hacer con el agujero de la no-relación, que sepa bordearlo sin taparlo. En todo caso no hay una receta, y cada uno tiene que encontrar su solución particular, solución que tiene siempre sus propios límites y que implica un saber hacer que necesita de un continuo hacerse.

Seguramente para los que creen en la reeducación este camino es largo y costoso, y además no es una solución aplicable para todos. Podemos darles la razón, pero en todo caso será la razón con la que pretenden continuar negando el agujero de lo real; y sabemos que negar las cosas nunca ha sido un método eficaz para hacerlas desaparecer, eso es sólo un juego de niños.