Body Book, Semanario de las X Jornadas de la ELP (6). Antoni Vicens, José Rubio, Gustavo Dessal, Mercedes de Francisco.

Pasar por el cuerpo, sin prescindir de él.
Antoni Vicens

Podemos considerar que el goce, en tanto no detiene al cuerpo en su camino a la muerte, es real. Irreversible, se arroja a la caída, hacia lo peor. La experiencia de un análisis es la de que esa caída es un circuito, que no salva, pero retorna, como los planetas que creen caer, pero dan vueltas. Suerte que el astro rey es no todo, por tanto como debe compartir el centro de la elipse con el otro centro, que existe sin ser.

La experiencia de un análisis es una escritura del goce, cuando la substancia gozante deviene razón, aunque particular. Al final, se encuentra la soledad del cuerpo. Allá va. El trayecto de escritura que es la experiencia psicoanalítica habrá permitido la carta de amor que prolonga (purloins) el gesto de demanda hacia el vacío del ser, no para llenarlo, sino para hacerlo capital circulante. La órbita deviene mirada discreta; la música de las esferas se hace voz amable.

A ti, lector, a quien supongo tocado por el discurso del psicoanálisis, dirijo lo que mi pincel deja caer. Quiero decirte que, al final de tu análisis, aligerado de la culpa, la mirada y la voz son salvíficas, y no mal de ojo ni maldición. El mal deviene literatura (homenaje a Georges Bataille).

Verás, lector, que el destino no está escrito, aún. El cuerpo se goza, y sus objetos no son la realidad del mundo, ni su orden: son contingencia, amada en el tiempo. Más que obscenos, son sublimes; más que silencio, son discreción. El goce sexual toma su proporción, la de no hacer tratos. Para hoy, el derecho liberal a gozar de todo cuerpo trae consigo una mudez sobre la queja: nada que explicar.

Nuestra clínica se ilustra con una nueva transferencia, de creación: rasgo hasta ahora invisible; trazo que ya puede caer para crear el vacío; rastro que avanza, no para hacer camino, como creía el amado

Machado, no para huir del camino corrido, como pensaba Bergamín, sino para hacer surgir el desierto ante el caminante. Todo esto lo deja el mismo cuerpo, que escribe, sin razón, una nueva razón.

El goce es mudo, femenino; la castración sólo lo trunca en parte, y al precio de hacer un todo insensato. Pero el goce es loco, y sobreviene al cuerpo sin el soporte de ningún discurso establecido. Esto es amor; quien probó el discurso psicoanalítico lo sabe.

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El encanto del cuerpo débil.
José Rubio

Una referencia necesaria es la unidad del cuerpo en la debilidad mental. El aporte del débil, su interés consiste en presentar el fenómeno de la unión corporal. Así como la esquizofrenia muestra la fragmentación, la debilidad inversamente nos presenta la fusión del cuerpo. Es interesante presentar estos dos fenómenos opuestos -la fragmentación en la psicosis y la unión en la debilidad- dado que ambos pertenecen a la clínica de: “... cuando no hay intervalo entre S1 y S2, cuando el primer par de significantes se solidifica, se holofrasea, obtenemos el modelo de una serie de casos”. Es la famosa frase de Lacan en el seminario XI, refiriendo que se trata de las psicosis, la debilidad y los fenómenos psicosomáticos.

Lacan en su seminario de 1972, nos habla del interés de la posición del débil mental, interés que reside en no estar instalado de manera firme en un discurso. A diferencia del psicótico que se define fuera de discurso, el débil está dentro de discurso pero flotando, ambas estructuras subjetivas carecen de intervalo entre los significantes y no obstante los efectos sobre el cuerpo son distintos.

La ausencia del lugar vacío al interior del discurso dificulta la localización del goce significante en el cuerpo, en unos casos se inventa un “lenguaje de órgano” para localizar el goce fuera-de-cuerpo; en la debilidad se borra el fuera-de-cuerpo del aparato de lenguaje, para referirlo al cuerpo como reflejo del organismo. Esta definición del débil: “La suposición que implica el cuerpo es que lo que para el ser hablante se presenta no es más que el reflejo de su organismo”, la propone Lacan en su seminario RSI, y anticipa bien el término tan empleado actualmente de “déficit”, déficit de estructuras o funciones neurobiológicas para explicar indiscriminadamente las alteraciones psíquicas.

La psiquiatría clásica era más precisa en este sentido, pues reserva solo para la idiocia la categoría de déficit, déficit como alteración orgánica sin enfermedad mental propiamente dicha.

Respecto del flotar del débil y su unidad corporal, presentaré un fragmento clínico. Se trata de un joven atendido en una institución para débiles, su nivel cognitivo es alto, sabe leer, escribir, contar, realizar operaciones básicas, etc., pero tiene una imposibilidad enigmática. Se manifestó claramente cuando en una tarea laboral tenia que poner 25 piezas en una caja y cerrarla. No tendría que haber ninguna dificultad en realizar la tarea dado que sabe contar sobradamente, pero contadas las 25 piezas, era incapaz de saber que efectivamente habían 25 y cerrar la caja. Repetía indefinidamente la operación y siempre lo mismo, llegado el momento no podía asegurar que habían las 25 piezas que acababa de contar y empezaba a contar de nuevo. Necesitaba que otro le aprobara, por él mismo no podía saber si habían las 25 piezas que efectivamente había. Este es el fenómeno clínico, puede contar las 25 piezas, pero no puede “saber” que hay 25 piezas contadas.

¿Qué nos enseña este fragmento clínico del débil? Para que alguien pueda saber que ha contado un número determinado de piezas, necesita estar separado de la operación significante, requiere un punto exterior para localizarse y diferenciarse en los cálculos que realiza. Esta misma dificultad de no saber lo que cuenta, la encontramos en los famosos casos de los débiles geniales, que son capaces de calcular con una exactitud asombrosa pero no pueden asegurarlo, no pueden saber que es cierto. El sujeto flota. Y también muestra la unidad del cuerpo, el sujeto no toma distancia del goce del cuerpo y se funde en esa sopa de significantes. Esto abre interesantes cuestiones acerca de si podemos hablar en el débil de “tener” un cuerpo y sus dificultades para hacer síntomas.

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Cuando el cuerpo no habla en voz baja.
Gustavo Dessal

Inter faeces et urinam nascimur, dice San Agustín en su infinita sabiduría, lo que significa que estamos tan próximos a la inmundicia que conviene no olvidarlo nunca, pues para nada es imposible volver a ella. ¿Y qué nos dice por su parte Freud? Que una de las teorías sexuales infantiles más comunes es la del parto fecal, o sea, que ante la dificultad para comprender el mecanismo de nacimiento, el niño elabora la teoría de que los bebés nacen por el ano. ¡Qué sutil es la barrera que separa lo precioso de lo inmundo, el más amado bien del desecho!

La madre, divinizada por los mitos del cristianismo, el discurso social y los fantasmas del neurótico, es calificada de “desnaturalizada” cuando en lugar de entregarse a los cuidados protectores propios de su oficio, espanta nuestra conciencia con la noticia de que ha ahogado a su pequeño, o lo ha arrojado a la basura. Como psicoanalistas no necesitamos apelar a la idea de una degeneración aberrante, sino que sospechamos que esa mujer no ha podido investir al niño con las envolturas del deseo, es decir, significarlo con el símbolo del falo, el símbolo del gran Eros universal.

¿Cómo asumir la existencia de ese ser que ha salido de ella misma, emergiendo del horror informe de su propia existencia? Desprendiéndose de él, no ha hecho más que intentar en vano arrancar de sí misma, de la experiencia atroz de su despedazamiento vital, la vivencia aniquilante de una cosa que no pudo alojarse en el marco pacificador del amor y el sentido. El deseo de la madre le concede al hijo el valor de un juguete erótico, símbolo imaginario con el que remediar su privación, siempre y cuando en su inconsciente se haya establecido esta ecuación que hace del niño el equivalente del don que a ella le ha sido negado, y que constituye un punto decisivo en el Edipo de la mujer.

El psicoanálisis ha venido a revelar que en la génesis de la psicosis interviene un mecanismo que altera profundamente la estabilización de la palabra y el cuerpo, que entrega al sujeto a la hemorragia del sentido y a la despersonalización de su imagen, y lo condena a una errancia en el flujo implacable del lenguaje. Entre el sujeto y su semejante ya no existe ni distancia ni diferencia, ni empatía ni compasión, la agresividad se vuelve dominante, y el deseo del Otro, en su doble sentido, se convierte en el signo de un goce siniestro y malvado, ya sea que se manifieste en el mundo exterior o en el interior de un cuerpo cuyo goce mortal se ha vuelto irrefrenable. Así, el crimen pasional del paranoico, o el filicidio, son en definitiva variantes de esa automutilación por medio de la cual el psicótico busca desprender de su cuerpo el horror de un goce que, en los casos más desesperados, puede empujarlo incluso al suicidio. Lo cierto es que en algunos casos de psicosis, lejos de convertirse en el escenario del colapso subjetivo, el cuerpo es lo que por el contrario oficia de punto de fijación, o “punto de almohadillado”, como lo dice Lacan, sirviendo a los fines de mantener una estabilidad que puede ser precaria, o por el contrario bastante eficiente.

Ciertos síntomas psicosomáticos, muchos de ellos especialmente graves, logran cumplir una función de “amarre”, como si la lesión permitiese localizar y fijar en el cuerpo el goce desbocado. Así, por ejemplo, una grave insuficiencia tiroidea le ha posibilitado a una mujer construir un delirio hipocondríaco que organiza su mundo, los cuidados de su cuerpo, y los lazos sociales. La medición y vigilancia de sus niveles de hormona le asegura una prevención de las crisis de angustia y las descompensaciones del humor. Su vida laboral, sentimental, amorosa, sexual, todo se “explica” mediante los vaivenes de las curvas hormonales. Ella puede además “percibir” el nivel hormonal de cualquier persona, como si se tratase de un código que le resulta transparente, y de este modo regular sus propias actitudes y expectativas hacia los otros.

Hace algunos años, vino a verme un señor interesado en comenzar un análisis. Se trataba de un hombre de mediana edad, con una exitosa trayectoria profesional en el rubro de la economía, y que al parecer gozaba de un feliz matrimonio y unos hijos sanos y excelentes. Ante un estado de bienestar tan envidiable no pude menos que preguntarle por el motivo de su consulta, respondiéndome que movido por su constante curiosidad y ambición intelectual había realizado un master de psicoanálisis en la Universidad. Como el estudio de esta disciplina se le antojaba apasionante, consideró que había llegado el momento de complemen-tar la formación teórica con -según sus propias palabras- “la experiencia de la transferencia”.

No conforme con esta razonable explicación, persistí en interrogarlo larga y cuidadosamente, hasta conseguir que, casi en un susurro, me confesase el extraordinario proyecto que lo mantenía absorbido: una tesis doctoral que reflejaría la revelación que lo había transformado. Tras un breve silencio que nos mantuvo a ambos en vilo, añadió que estaba a punto de comunicar al mundo que el inconsciente tiene su localización anatómica en el estómago. Al cabo de una hora, nos despedimos en un clima de gran cordialidad. Le resultó muy atinada mi observación de que en modo alguno necesitaba un análisis. Mi pregunta: ¿Cree usted que la Humanidad estará preparada para una verdad semejante?, lo había conmovido al extremo de concluir que lo mejor sería mantener su descubrimiento en secreto, para lo cual confiaba plenamente en mí. Ignoro lo que habrá sido de él, y espero que su estómago, o su inconsciente, o ambos, todavía sigan en su lugar.

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Amor y cuerpo.
Mercedes de Francisco

Cuando pensé como articular el tema del cuerpo con el amor, rápidamente me vino a la mente el seminario XX de Jacques Lacan, Aún. Y para hacer este breve comentario dirigí mis pasos al capítulo del Barroco primero y después al de la Carta de Almor.

Lo que encuentro en este Seminario nunca me decepciona, en todo caso me inquieta. Me inquieta porque el saber y la comprensión se vuelven a poner en suspenso, pero a la vez, vuelve a causar mi deseo. Sabemos la importancia de las palabras de amor, y sabemos además que estas palabras afectan el cuerpo. Incluso, como nos lo hace ver Lacan, ese cuerpo lloriquea y esto ocurre cuando le “pisan a uno el pie corporal, imaginaria o simbólicamente” y se pregunta la relación de esta afectación con el hecho de precaverse contra lo imprevisto, desapareciendo, esfumándose, tachándose; en clara alusión al sujeto tachado.

En el seminario Aún, Lacan nos habla de la carta de almor, conjunción entre alma y amor. Y nos podemos preguntar porqué el alma cuando en realidad queremos ver como participa el cuerpo en el amor. En un recorrido nada lineal y en permanente referencia a Aristóteles, Lacan nos da una definición de alma que incluye al cuerpo: el alma son los pensamientos sobre el cuerpo. Y cuando se trata de pensamientos estos se sostienen en el lenguaje. Es por ello que la afectación del cuerpo tendrá como vehículo las palabras que con su carga han organizado nuestros pensamientos sobre ese cuerpo que portamos y lo han constituido imaginaria y simbólicamente. Entonces, se ama con el alma, es decir, con el fantasma que constituye la realidad humana, es así como entra en juego el cuerpo en el amor. Son esas palabras sostén de los pensamientos sobre nuestro cuerpo las que nos llevarán a amar al otro.

En todo este desarrollo magistral nos va llevando Lacan a comprender que el pensamiento filosófico, así como el de cada sujeto apunta a dejar de lado lo que introduce la cópula, la existencia del cuerpo de la mujer, que en palabras de Margarite Duras es un cuerpo que se trazó alrededor de un vacío. Sobre esto la palabra hace mutis. Y la mujer tampoco se libra de amar con el alma, lo que la lleva en el amor al impase de la histeria, a hacer de hombre. Cuando participa el cuerpo de esta manera en el amor, se trata de lo “homo hasta la empuñadura”, de lo mismo, donde esa diferencia queda fuera, lo que lleva permanentemente a un impase.

En la experiencia analítica se habla todo el tiempo del amor, pero se trata de transformar ese bla, bla, bla, con el que hemos construido nuestra alma, en un decir que logre evocar, hacer resonar, algo de ese cuerpo abierto que también habita el mundo.

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