Body Book, Semanario de las X Jornadas de la ELP (5). Elvira Guilañá, Xavier Esqué, Enric Berenguer, Juan Pundik.

El cuerpo en Schreber
Elvira Guilañá

Schreber, en el cap. XI de las Memorias, escribe: Casi no existe un solo miembro u órgano de mi cuerpo que no haya sido transitoriamente dañado por algún milagro, ni un solo músculo que no haya sido tironeado mediante un milagro para ser puesto en movimiento o paralizado. (1)

Su cuerpo, objeto de los rayos divinos, sufre los efectos de los milagros contrarios al orden cósmico, que dañan, destruyen, y de los acordes al mismo, responsables de la emasculación, de su transformación en mujer en el proyecto de creación de una nueva estirpe.

Es un cuerpo vivido en una dinámica de destrucción y regeneración asumida con total indiferencia, ya que no pone en juego su supervivencia, con la salvedad de los milagros que afectan a los órganos del pensamiento, y por lo tanto a su relación con Dios. Lacan en De una cuestión preliminar... considera los fenómenos de cuerpo en la psicosis como un efecto de la falta de metáfora paterna sobre lo imaginario, en la regresión tópica al estadio del espejo y el desdoblamiento de la pareja narcisista resumidos en la frase -soy el primer cadáver leproso y llevo un cadáver leproso- (2).

Fragmentación y restauración imaginarias i (a) mediante la erotización de la imagen, patente en la escena en que Schreber se mira en el espejo con el torso desnudo cubierto de adornos femeninos (3), en su articulación a la producción delirante de ser la mujer de Dios.

Posteriormente con la distinción entre sujeto del significante y sujeto del goce (4), Lacan precisará que en la paranoia el sujeto se sitúa como objeto de goce del Otro. J.-A. Miller (5) retoma esta distinción destacando que la relación de Schreber con el Otro viene marcada por el goce tanto en el sufrimiento como en la voluptuosidad. En la compulsión a pensar, vemos un Otro que lo obliga a ser siempre sujeto del significante para poder ser objeto de goce. Con el pensar en nada se retira el goce, la voluptuosidad e irrumpe el alarido, muestra del desgarramiento subjetivo y corporal.

A su vez, subraya que si bien los fenómenos del cuerpo desbordan la dimensión de lo simbólico, se inscriben en la matriz lógica del inconsciente a partir de las operaciones de alienación/separación (6).

Si en la neurosis la emergencia de la pulsión responde a la constitución de lo reprimido, en la psicosis en el lugar de la alienación tenemos la forclusión y en el lugar de la separación, los fenómenos del cuerpo, es decir la pulsión no domesticada, que no se articula al objeto a, que emerge en lo Real.
De esta emergencia en lo Real da testimonio Schreber en sus Memorias.

Notas:
1-. D.P.Schreber, Lesiones a la integridad corporal mediante milagros, Memorias de un enfermo de nervios, Ed. Sexto-piso, Madrid, 2008.

2-. Ibid., p.193.

3-. Ibid., p.317.

4-. J. Lacan, Presentación de la traducción francesa de las Memorias del Presidente Schreber, en Intervenciones y textos 2, ed. Manantial.

5-. J.-A. Miller, La experiencia de lo real en la cura psicoanaltica, Bs.As, ed. Paidós 2003

6-. J.-A. Miller, Conversation sur les embrouilles du corps, Ornicar? 50, Ed.Navarin, Paris, 2003

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Nota sobre el cuerpo y las psicosis ordinarias.
Xavier Esqué

La última enseñanza de Lacan permite considerar el cuerpo como un montón de piezas sueltas (1)

Es la pregnancia de la imagen y de la forma la que nos proporciona la idea de unidad del cuerpo. El psicoanálisis nos enseña que el cuerpo no es un dato primero y que el ser viviente, el organismo, no es idéntico al cuerpo. Para poder apropiarnos del cuerpo, para poder decir -tengo un cuerpo-, para que el cuerpo se constituya subjetivamente es preciso, antes que nada, aprehender una imagen del mismo.

Es preciso que la imagen corporal se añada al organismo. Ahora bien, esta imagen es significantizada, es decir, que el niño la captura en el campo virtual del espejo siempre y cuando el simbólico funcione, siempre y cuando el simbólico ocupe su lugar. Como señala Lacan, el cuerpo de lo simbólico debe ser incorporado, y eso no es una metáfora (2).

Así se constituye el cuerpo imaginario, campo privilegiado del yo y de sus identificaciones.

Por tanto, si tenemos un cuerpo es gracias a la dimensión simbólica del lenguaje, es el significante el que recorta el cuerpo, aunque el ser que se sostiene en ese cuerpo no lo sabe (3).

Sin la inscripción en el lenguaje no se puede decir -tengo un cuerpo-. Es decir, que en el mismo momento en que el cuerpo nos es otorgado por el lenguaje también es mortificado. Tener un cuerpo es al precio de cierta mortificación. El significante mortifica, corpsifica, produce un vaciamiento de goce. No obstante, ésta no es la única función del significante, puesto que el significante también es causa de goce, (4) es productor de goce, o sea que el significante inyecta goce al cuerpo.

De ello se desprende que un síntoma en el cuerpo no siempre es susceptible de ser interpretado por el significante, como una conversión. En la psicosis no tiene el estatuto de formación del inconsciente, es decir, no tiene el estatuto de mensaje cifrado del inconsciente, sino que puede tener incluso para el sujeto una función de nominación. Dicha función de nominación del ser del sujeto puede hacer del síntoma un práctico condensador de goce.

Por otra parte, los acontecimientos de cuerpo, en las psicosis ordinarias, suelen tener un carácter más discreto. En la clínica, observamos con frecuencia cómo alrededor de ellos se organizan algunos fenómenos extraños, estilos de vida particulares, invenciones, que de alguna manera permiten enganchar y anudar los tres registros. De ahí la importancia en la experiencia analítica con la psicosis de mantener una fina conversación sobre estos localizados acontecimientos de cuerpo. Eso sí, sin la más mínima pretensión higienista, sino tratando más bien de normalizar su rareza.

Hay que entender que el acontecimiento de cuerpo puede brindarle al sujeto psicótico una consistencia imaginaria, siempre provisional, y más o menos precaria, según el caso, ante la pendiente natural del cuerpo hacia el desmembramiento, en piezas sueltas.

Notas:
1-. Miller, J.-A., Piezas sueltas, Curso de la Orientación lacaniana 2004/05, inédito.

2-. Lacan, J., Radiofonía, en Radiofonía y Television, Ed. Anagrama.

3-. Ibid.

4-. Lacan, J., Aún, Seminario XX, Ed. Paidós

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El cuerpo: el semblante y lo que no deja de no escribirse.
Enric Berenguer

En el Siglo XXI, no es que no haya simbólico. Hay mucho. Sobra. Otra cosa es bajo qué modalidades trata de tocar un real que lo oriente, le dé algún peso, lo solidifique o al menos lo haga un poco más espeso. También, bajo qué modos fracasa en el intento, pues de eso se trata en el síntoma –aunque éste, en su fracaso, dejará una huella que para un buen lector se presta a ser leída.

En otro tiempo se recurría más a la treta de lo prohibido, que hacía, como podía, figura de imposible. Tal equivalencia la calificó Lacan de astucia, cuando habló del amor cortés, que hace como si prohibiéndola pudiera haber La mujer. Pero no es de eso de lo que se trata en un análisis, ni de todo lo contrario.

El cuerpo acusa hoy más quizás, o al menos de otro modo, la distancia entre: un lado por el que se presta a ser soporte de semblantes diversos (sexuales o asexuales, de moda, de clase o desclasamiento, de deseo o de rechazo, de brillo o de miseria, de juventud eterna o decadencia), y otro lado por el que se presta a encarnar, en vano, un modo de imposible que ya no puede ser el de lo prohibido. Entre lo uno y lo otro, el nudo no puede darse, se trata de líneas que no se encuentran.

Así, el cuerpo biológico hace figura de imposible. Imposible ser o hacer, imposible dejar de ser o dejar de hacer, imposible tener o no tener. Todo ello con el supuesto beneficio de librarse de la culpa. Los signos de augurio que otrora se leyeron en el poso del café o en el vuelo de las aves, hoy se quisieran leer en el genoma, como si allí, de entrada, lo que no cesa de no escribirse estuviera desde siempre escrito. De este modo, lo verdaderamente imposible, lo que no deja de no escribirse, no aparece, al quedar velado por una falsa letra que hace como que lo escribe.

Por supuesto, esta anulación delirante de lo imposible no se queda ahí. Y el mismo discurso que dice encontrar en la letra biológica el destino de los seres hablantes, que señala la barrera infranqueable que separaría, por ejemplo, a los verdaderos hombres de las verdaderas mujeres, tiene que dar de inmediato un paso más: de leer en los genes, pasará a escribirlos. Igual que ya ha pasado de leer en los cuerpos el destino sexual o vital, a modificar su partitura. Se encuentra así ante una paradoja irresoluble, o más bien la produce, paradoja encarnada de un modo no exento de peligros: como cuando en ciertas prácticas de maternidad asistida se toca, desde el cuerpo, el último significante del que hasta hace poco se decía que era certísimo: el de la madre.

En una vuelta más de la espiral, ya que no es un círculo que se cierre, el cuerpo que el sujeto habita se le vuelve de nuevo extraño. No encuentra en él signo de certeza alguna. Lo real le ex-siste y no cesa de no escribirse. Lo que a él le queda es el vértigo, el pasaje al acto, o una repetición que no encuentra dónde detenerse.

La vía del síntoma, con el análisis, es bien distinta. Supone, no un ser ni un estado, sino un acontecimiento del cuerpo, tal que en su contingencia vale como respuesta de lo real. No puede inscribirse en ninguna forma de universal, no genera ninguna clase de individuos ni ordena modalidades de goce como quien clasifica estilos de vida. En él, lo que se lee y lo que se escribe quedan en el dominio de lo singular.

Leerlo exige renunciar a un para todos demasiado acorde con las regularidades que la mirada tiende siempre a encontrar en los cuerpos.

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Estamos hechos de palabras.
Juan Pundik

La antropología ha intentado caracterizar el salto cualitativo que nos apartó del mundo animal mediante distintas denominaciones.

Homo erectus porque nuestra especie se distinguió al erigirse sobre sus extremidades inferiores, para poder así liberar las manos. Con ello sus individuos pudieron dedicarse a despejar la corteza terrestre, cubierta por las nieves y los hielos del pleistoceno, la segunda glaciación, que impidió la supervivencia de las especies animales y vegetales. De este modo iniciaron la agricultura y la ganadería en esas zonas liberadas del obstáculo de hielos y nieves. Por primera vez una especie animal desafió las leyes de la naturaleza que se definen por adaptarse o perecer.

El homo erectus no se sometió, ni se adaptó. Se rebeló, abandonó su animalidad, dejó de obedecer y pertenecer a la naturaleza y a sus leyes, se apoderó de esa naturaleza, la utilizó y la puso a su servicio para construir su propio habitat, el de la cultura. Homo faber porque se vio obligado a abandonar su ocio perezoso y concupiscente para comenzar a ganarse el sustento con el sudor de su frente.

Para ello tuvo que hacer, se vio obligado a trabajar. Homo sapiens porque el trabajo lo obligó a desarrollar su inteligencia y a crear y a transmitir su experiencia y sus conocimientos. Un individuo solo no podía con todo ello, tenía que ser una tarea de equipo. La unión hizo la fuerza.

Esa unión requería acuerdo, comunicación, organización, distribución del trabajo, aprendizaje y esfuerzo, surgió entonces la amalgama que le iba a dar su característica diferencial definitoria, el lenguaje. El ser humano se constituyó en un ser de lenguaje, en un parlêtre, como nos lo enseñó Jacques Lacan. Un lenguaje esencialmente distinto del lenguaje animal: el lenguaje simbólico. Ya no se trataba de signos fijos e inmutables. Representó una conquista que lo iba a transformar radicalmente.

La naturaleza pasó a ser un objeto, una materia a ser trabajada y elaborada por el humano.

Y este pasó a estar constituido por significantes, por palabras, reguladas por la metáfora, la metonimia y la equivocidad. Que son las que le permitieron la ironía, el chiste, la broma, la mentira, las palabras de amor, la poesía, la literatura, el arte, la tecnología y la ciencia, pero también el inconsciente, la pulsión, el goce, la enfermedad y el síntoma, todas características de lo humano. Lo imaginario es un efecto del significante y lo real es lo imposible de ser dicho. Para poder abordar toda esta complejidad del parlêtre los psicoanalistas solo tenemos escucha, palabras y silencios.

Esta historia filogenética de la especie podemos verificarla diariamente en el proceso de desarrollo ontogenético de la prematura criatura humana, que va a repetir, durante sus dos y medio primeros años de vida, el recorrido de sus ancestros. Va a nacer como un pequeño animalillo incapaz de otra cosa que succionar la teta de su madre, berrear como un cordero e intentar incorporarse a ese nuevo medio, una vez perdido ya definitivamente, el del paradisíaco y placentario medio líquido del útero materno. Tendrá que comenzar a conquistar progresivamente su estatus de homo erectus, el de homo faber y el de homo sapiens para llegar a manejar toda la riqueza del lenguaje simbólico y transformarse, ahora sí, en un ser humano, en un ser parlante, un parlêtre. Para constituirse en un ser hecho de palabras.

El pecho, la boca, los ojos, los oídos, la nariz, el pelo, las manos, los pies, el ano, los genitales, el estómago, el hígado, los riñones, el cerebro, los pulmones, los huesos son palabras.

Estamos hechos de palabras. Y porque estamos hechos de palabras las palabras nos enferman y las palabras nos curan. Esa es la inmensa capacidad de cura de la que está dotado el psicoanálisis. Para ello se requiere de la presencia de un psicoanalista, un artista que ha hecho de la palabra un arte muy particular e instrumental. Lo ha logrado trabajando durante largos años tumbado en el diván de otro psicoanalista, quién a su vez, previamente ha adquirido ese arte tumbado en el diván de otro psicoanalista y así podríamos ir retrocediendo hasta llegar al primer diván el del gran artista Sigmund Freud creador de todo este arte.

Cáncer, colon irritable, infección de orina, úlcera duodenal, asma, fibromialgia, osteoporosis, eczema, tumor, hiperactividad, déficit de atención y trastorno obsesivo compulsivo también son palabras. Lo cuestionan quienes condenan a sus pacientes a la hipoteca de ingerir medicamentos durante toda su vida. Medicamentos que algunas veces alivian, pocas veces curan, pero muchas veces cronifican pero no curan.

Sobre todo esto y otros temas similares nos reuniremos, para intercambiar palabras, en Zaragoza, en el mes de noviembre, en las X Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano.

Acceda aquí a la bella publicación on-line, se sorprendrá:
http://www.elp-debates.com/semanarioxjornadas/semanario/index.html#/1/

NO OLVIDAR A RAFAH NACHED, psicoanalista encarcelada en Siria. FIRMA por su LIBERTAD en rafah.navarin@gmail.com