BIBLIOGRAFIA RAZONADA (3) X JORNADAS ELP. Comisión Referencias Bibliográficas: Julio González, Gracia Viscasillas, Luis Seguí.

MADRID
20 Y 21 DE NOVIEMBRE DE 2010
Círculo de Bellas Artes Sala de las Columnas

TEXTO: JACQUES-ALAIN MILLER. UNA REPARTICIÓN SEXUAL. CAPÍTULO XIV. EL PARTENAIRE-SÍNTOMA. PAIDÓS 2008, por José Rubio

En el apartado titulado El goce de cada sexo, en la página 314, J.-A. Miller dice lo siguiente, cito: Las estructuras de la sexuación tal como las dispuso Lacan, fueron hechas especialmente para permitir articular el goce propio de cada sexo. Voy a hacer un comentario, entre otros posibles, de esta frase que me parece clave para situar la relación que, hay y no hay, entre lo masculino y lo femenino.

En realidad esta frase, para mí, ha sido la respuesta a una pregunta que me surgió muy pronto respecto al tema de las Jornadas: ¿En qué consiste lo masculino? Puede parecer una pregunta de parvulario en la escuela lacaniana, puesto que sabemos de sobra la respuesta a partir de las fórmulas de la sexuación, pero llegar a esa respuesta en el Seminario XX supuso, en la enseñanza de Lacan, un importante viaje, que consiste a este respecto en diferenciar F de S de A tachado, encontramos en el Seminario XXIII en página 121 el siguiente comentario de Lacan: “En mi seminario Aún formulo una protesta, que había olvidado totalmente, pero sobre la que algunos se preguntan qué significa, contra la confusión del S de A tachado con la función de phi. No digo j minúscula, sino F mayúscula, es una función, como implica lo que indiqué, a saber –existe un x para que esta función, $x Fx. es negativa” .

La pregunta por lo masculino se plantea sobre el fondo de la no relación sexual, donde la cópula no es la correspondencia entre los dos sexos. Es decir que no hay correspondencia ni complementariedad entre le lado macho y el lado hembra, cada posición sexuada del ser de lenguaje no se constituye respecto del otro sexo, sino respecto a un tercero: el lugar del gran Otro. El hombre se dirige a la mujer, no por ser mujer como tal, sino por representar aquello que le falta a sí mismo como sujeto de goce, bien le llamemos el falo, o más concretamente, el objeto pequeño a.

Primero, Lacan -lo vemos expresamente en el Seminario XVIII-, define lo masculino y lo femenino respecto al significante fálico (semblante), por lo tanto la cuestión consiste en cómo definir dos posiciones sexuadas a partir de un solo goce significante, lo masculino como el que tiene (+), lo femenino del lado que no tiene (-). Con esto todavía no se ha llegado, en la elaboración lacaniana, a lo que indica Miller en la cita anterior: articular el goce propio de cada sexo, para ello hay que diferenciar el goce fálico de la existencia de Otro goce, la cuestión no es simple.

Veamos cómo lo plantea Lacan en ese momento de viraje, en el Seminario XX en la página 93 dice: “Ese goce que se siente y del que nada se sabe ¿no es acaso el que nos encamina hacia la ex-sistencia? ¿Y porqué no interpretar una faz del Otro, la faz de Dios, como lo que tiene de soporte el goce de la mujer? Como todo eso se produce gracias al ser de la significancia, y como ese ser no tiene más lugar que el lugar del Otro que designo con A mayúscula, se ve el estrabismo de lo que ocurre. Y como también se inscribe allí la función del padre por referirse a ella la castración, se ve que con eso no se hacen dos dioses, aunque tampoco uno solo”.

La cuestión es que en un mismo lugar –la estructura significante- se produce una diferenciación al nivel del goce, por un lado la función del padre pero además, por fuera d ela castración, otra existencia se hace presente, e ineliminable. Es un problema teórico de primer orden, problema que Lacan lo formula así: con eso no se hacen dos dioses, aunque tampoco uno solo. El lado macho se sitúa en el goce del Uno (estructura del Todo), el lado hembra se sitúa como goce Otro (estructura del Uno No es Todo). Por lo tanto cada ser sexuado tiene su propia modalidad de goce, no hay relación sexual entre los sexos, el goce es goce –según su modalidad- del cuerpo que cada uno tiene.

Al mismo tiempo que decimos esto, a otro nivel –relación de objeto- se produce una relación entre los sexos, es importante que situemos, dentro de la modalidad autística estructural del goce de cada posición, la abertura a la relación sexual con el otro sexo. Creo que esta diferencia es clarificadora, me refiero a distinguir el modo de goce propio de cada sexo, donde se comprueba que no hay relación sexual, diferenciarlo del teatro de los sexos, donde por mediación del semblante se producen encuentros sexuales con el otro sexo tomado como forma de objeto apropiado al modo de goce. Miller, un poco más delante de la cita antes transcrita, dice: ¿Qué indican estas dos formas distintas –de goce? (...) un sexo va a buscar en el otro, la forma que impone a su objeto (...) hay dos objetos: el objeto fetiche y el objeto erotómano.

Es clarificador, por ejemplo sobre lo que plantea el texto de presentación de las Jornadas acerca de la crisis de identidades masculinas respecto a lo femenino actual. Más allá del falo, si se puede hablar así, la relación entre los sexos se produce en primer lugar si la mujer accede a sostener el objeto pequeño a del fantasma masculino, y el hombre se presta a hablarle de amor. Y también se requiere que, a nivel estructural, en el discurso contemporáneo se descomplete el lugar del Otro: a // S(A) y F // S(A). No obstante, esto daría pie a otra lectura razonada.

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SOSTENER UN DESEO VIRIL, por Mª Eugenia Insua

Tratándose de sexualidad ir a Freud, es camino obligado. Tras la lectura de cuatro textos freudianos propuestos en la Bibliografía razonada de las IX Jornadas me ha parecido que hay un hilo que los atraviesa, tomando la expresión de Lacan, “un hilo conductor que los perfora” podríamos nombrarlo “de las dificultades de sostener un deseo viril”. Primero el texto de 1910, “Sobre un tipo especial de elección de objeto en el hombre”, Freud concluye que algunos hombres eligen a una mujer “ligera” para “redimirla” o “salvarla” y eso la hace equivalente a “hacerla su madre” si ponemos esta conclusión en relación con un texto del 33, “Femineidad”, podemos también leer que “solo la relación con el hijo procura a la madre satisfacción ilimitada, la más acabada (...) el matrimonio mismo no queda garantizado hasta que la mujer ha conseguido hacer de su marido su hijo y actuar con él como madre”. La garantía del funcionamiento la sitúa en una posición de hijo frente a las demandas de una madre. Sueño edípico de Freud.

En el texto de 1912 “Sobre una degradación general de la vida erótica” la dificultad de sostener un deseo viril la situará en relación a la supervaloración de la mujer, o al excesivo respeto hacia ella.

En el texto de l9l7, “El tabú de la virginidad”, la dificultad masculina vendría dada por la “envidia, hostilidad y venganza” hacia el que la desfloró. El tabú de la virginidad estaría justificado por el temor a la mujer que vendría de la mano de “ser debilitado y castigado por su feminidad” y así “incapacitado para la hazaña viril”.

Virilidad unido a hazaña, es lo que ya venía anunciado en los anteriores, pero es en el texto de l927 “Fetichismo” donde expondrá más claramente este asunto del arduo esfuerzo. El fetiche muestra ser una denegación lograda de la falta de pene en la mujer. El fetichista logra lo que a otros les cuesta grandes esfuerzos. ¿Por qué es difícil sostener un deseo viril? ¿Cómo lograr salir airoso pasando por el trance de la amenaza de castración? Berenguer ante esta cuestión avanza: “en el niño, la creencia en el pene de la madre es extensiva de la creencia en el valor fálico del propio miembro... la caída de aquel semblante que es el falo imaginario de la madre, corre el peligro de dar al traste con la creencia del hombre-niño del valor fálico de su miembro...lo difícil es esta pérdida coordinada de dos creencias enlazadas. ¿Cómo hacer si ya se sabe que el falo era una ilusión, cuando gozar con el miembro supone cierto tipo de creencia en el falo? La masturbación infantil celebra esa coexistencia”. La propuesta de Berenguer, entre otras, es no hacer de la madre una y toda, sino acceder a otro uso de su emblema de goce, pasando por la contingencia, por el deseo y por el goce Otro.

Lo viril se situaría en este riesgo de pasar o no pasar por ahí, aceptar el riesgo de la contingencia, o como apunta Ana Lía Gana, iría pareja con “no reclamar un goce para sí y pasar por el goce Otro”.

La virilidad sería no sentirse amenazado por la castración del Otro, no sentirse amenazado por el goce de la mujer, lo que permitiría una cercanía con el propio deseo, sin pedir permiso, sin temor a la venganza, capaz de la hazaña pero sin la necesidad de salvar ni redimir al Otro. Esto también puede ser el final del recorrido de un análisis, que no deja de ser una hazaña, donde la virilidad, articulada a la ética del bien decir, se encarnaría en la enunciación.

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LOS HOMBRES Y EL AMOR: AL FINAL DEL ANÁLISIS, por Patricia Tassara

El amor ideal
Una de las funciones del amor, es velar lo real. Cuando cae el velo, y adviene el desamor, el agujero del Otro se hace patente, la angustia hace su aparición mostrando la inexistencia del Otro y el agujero que se pretendía velar en su nombre.

“El amor es un laberinto de malentendidos cuya salida no existe” (l). El amor vela la relación sexual que no existe. Esto no significa que dos amantes no puedan intentar deshacer malentendidos con la palabra, pero cuando desconocen que el verbo no cubre la diferencia ineludible entre ambos, el goce del partenaire puede tornarse insoportable, haciendo de ese amor una ilusión que les conduce al estrago.

El amor ideal es ciego de esa diferencia. Dice Lacan: “En el amor hay que aprender indefinidamente, la lengua del otro, a tientas, buscando las claves siempre revocables” (2). Indefinidamente..., es decir, que esas claves nunca se encuentran, están perdidas estructuralmente o en todo caso, cuando se cree encontrarlas, éstas cambian, no son las que creíamos haber hallado, porque han quedado sin efecto o deslucidas. Es el engaño en el que se puede caer con el amor pasión. Si “el amor no es estático, se mueve de lugar” (3), el amor ideal pretende la fijación, siempre fallida. Un hombre algo inquieto, decía de su mujer mientras ella sonreía: “¡Ella es siempre como una caja de sorpresas! ¡Nunca sabes por dónde saldrá!”. Las sorpresas no siempre son agradables, pero de alguna manera él consentía a la tyché, a no hacer Uno. Si la naturaleza del amor es la movilidad, eso hace que se tenga que inventar.

Si el amor no cambia de lugar, no muta, no inventa ni crea, entonces es fijeza, repetición y angustia. Es el encuentro con: “otra vez lo mismo” “no cambia nunca”, “siempre igual”, “me aburre”. La invención que da lugar al deseo siempre particular, es lo que hace a un amor más digno.

Si en la historia, el amor sintomático es satisfacción, en la obsesión el amor es imposible. Ellas hablan del amor, se esfuerzan en ser amadas, se preocupan cuando no encuentran los signos de amor en el partenaire. Ellos no saben si son capaces de amar, si amaron alguna vez, o se preguntan si las aman cuando solo pueden amar en otro lugar.

Espejos y distancias
Lo imaginario del amor es el amor narcisista que busca complementarse. Es la ilusión de Aristófanes que creía encontrar la mitad de su naranja. Es el amor “a los tríceps”, un amor autoerótico en el que copulan con la propia imagen que les devuelve el espejo. Otros lo hacen con las múltiples imágenes de internet: eróticas, de singles que buscan supuestamente “una amistad”. Internet es la manera de colocar el goce del Otro a distancia segura. Estas distancias sintomáticas son fáciles de observar en las infinitas horas de trabajo, en puestos de trabajo a largas distancias de casa, en las reuniones interminables, vidas en casas separadas en la misma o diferente ciudad, son nuevas formas de mantener el amor, en tanto se ama más a la distancia y también de evitar la proximidad del goce Otro que lo haría trastabillar el delicado equilibrio sintomático.

El amor simbólico, hace suplencia al “no hay” de la relación sexual. Crea lazos simbólicos, lazos sociales, compromisos, matrimonios, noviazgos, familias. Semblantes de lo que no tiene nombre que permiten a los sujetos encontrar un lugar en el mundo. Las dificultades para dar palabras de amor, quizás entrarían también en ese terreno.

El odio
El amor real es el amor ligado a la pulsión de muerte, al estrago, a la repetición y a la fijación. Este no es el amor síntoma sino el amor estrago. Es el amor alienante, simbólicamente débil, que aleja al Otro. Es el amor vivido como obturación, ahogo y que puede fácilmente transmutarse en odio, un odio basado en el temor al goce del Otro, al Otro femenino, porque el no-todo los inquieta. Y si reprimen el odio, entonces las reducen al modo de gozar fetiche, como forma de alejarse del peligro. En el peor de los casos, lo actúan con el golpe. Creer que cuando se ama no se odia, es la manera de taponar con el ideal la dimensión del odio siempre presente. Por ello, es fundamental que el análisis permita al sujeto abordar esa dimensión hasta sacar un saber de él.

El amor con condiciones
El amor incondicional, es otro nombre del amor ideal. El amor incondicional es velo de un amor condicionado por el fantasma. Es el amor que pone condiciones al otro para que se ajuste a su libreto fantasmático conduciendo al apego e incluso al masoquismo. Son los casos en los que escuchamos los infructuosos intentos del sujeto para “cambiar” al partenaire, desconociendo que “Eso que se rechaza es lo que ha motivado su elección” (4). En todo caso, de lo que se trata es de hacer del amor, un amor con condiciones pero para ello, es necesario haber llegado a cernir cuál es la propia condición, qué ha sido el sujeto para el Otro. Al no ser ignorantes del propio fantasma, y cernir el circuito pulsional que encierra, se podrá amar más dignamente, consintiendo a un amor no-todo, disimétrico, incompleto, con un punto de sinsentido, un amor que tenga en cuenta lo real.

Recorridos particulares: el pase
Revisando los testimonios de AE masculinos, descubro algunas soluciones particulares en aquellos que han abordado este punto a cielo abierto. ¿Cómo se ama después del pase? “Un análisis transforma la pasión amorosa en decisión sobre el deseo. De la misma forma que se transforma la pasión de la ignorancia en un deseo de saber” (5). Mauricio Tarrab habla de la transformación de la pasión por un deseo decidido.

En el Seminario Aún, Lacan escribe: “El amor al ser una pasión puede tener como consecuencia la ignorancia del deseo. Dicho estrago resulta de la sustitución de la angustia en deseo”. El deseo es clave para entender los entresijos del amor. Cuando falta la falta adviene la angustia indicador de lo real. El amor pasión es entonces aquél que nada quiere saber sobre el deseo, ese tercero siempre presente en la pareja, prefiriendo la ignorancia y la cobardía. Todo depende del arreglo que hagan con el falo, con la castración. Ignorar esta terceridad, conduce indefectiblemente al estrago amoroso. Es común constatar, los diversos síntomas de las parejas en relación al manejo del dinero. Ellas reivindican la igualdad, la semejanza, quejándose del “no tener”, incluso de sentir la pérdida de amor como una castración, o de sufrir de soledad en tanto la confunden con una falta de amor o la equiparan al abandono cuando creen que una mujer sola es una mujer abandonada. Ellos se quejan del amor en términos de temor a la expropiación, miedo a la pérdida fálica, miedo a que el amor les haga perder su posición viril, su goce propietario.

En el testimonio anteriormente mencionado, verifico que para ese sujeto, el amor tiene la función de un nuevo anudamiento en la medida que la posición del sujeto deja de sostener su ser de gocesentido asegurado en su fantasma. Para él el amor fue una forma de tratar la inexistencia del Otro, de allí su función de nudo. Tratar esa inexistencia no equivale a taponarla. El amor ideal, su cuento de incondicionalidad, es lo que da consistencia al ser del sujeto. Por esta razón, puede intentar retener, aunque sea a partir del sufrimiento, al Otro, haciendo de ese Otro el lugar que asegure su funcionamiento pulsional: “retener al Otro, haciendo del Otro un agujero donde soplar” (6). Pero ¿qué sucede cuando el partenaire ya no funciona para asegurar la exigencia del goce? Esto deja al sujeto ante el agujero. ¿Qué solución encontrar para no ser tragado por él, para no abandonarse a la pulsión de muerte?

Podemos avanzar en la elucidación de este punto en el testimonio de Sergio Caretto (7) en el que “Fare la cacca per l´Attro”, darle al Otro el objeto anal, se revelaba como el semblante del amor ideal, ofreciéndolo diligentemente a la demanda del Otro, ese objeto al que había estado primariamente identificado. De esta manera, ocultaba el odio hacia el Otro pero también hacia sí mismo. Cuando cae el semblante al amor ideal -no sin sufrimiento (8)- al haberse vaciado del deseo, puede cernir que esa era la forma perfecta para hacerse expulsar por el Otro sino que también descubre la condición de elección amorosa, en la que el color morado condensaba amor y muerte. Seguramente en las próximas jornadas Sergio nos transmitirá algo más acerca de cómo la separación de la defensa permite acoger mejor la contingencia de lo real.

Mauricio Tarrab ha situado el amor como nuevo anudamiento, por el que logra hacer de “su partenaire de siempre”, otra mujer. Esto es diferente a reducir una mujer al objeto que conviene al fantasma. Podemos decir entonces que ellos han transmitido que solo a partir de un drenaje del goce y la consecuente separación de su significación, ese goce, ahora vaciado, se transmuta en un nuevo régimen que anuda de manera distinta: amor-deseo-goce y partenaire sinthome. Son soluciones particulares que han encontrado estos hombres para bordear el agujero del goce del Otro.

Notas

(l) J.-A. Miller. Entrevista a Jacques-Alain Miller. “Amamos a aquel que responde a nuestra pregunta: ¿Quién soy yo?”. Registros. Tomo Blanco. Amor y psicoanálisis. Colección Diálogos. Año l0, 20l0.
(2) J. Lacan. Seminario l8. De un discurso que no fuera del semblante.
(3) Alicia Arenas. “El amor nómade”. Registros. Tomo Blanco. Amor y psicoanálisis. Colección Diálogos. Año ñ0, 20l0.
(4) Hebe Tizio. X Conversación Clínica del Instituto del Campo Freudiano. Tres preguntas a Hebe Tizio.
(5) Mauricio Tarrab. “El reverso del amor y una solución a la angustia”. Jornadas de la ELP en Málaga.
(6) Ibíd.
(7) Sergio Caretto. “L´uomo retto”. Testimonio presentado en el VII Congreso de la AMP. París, 20l0. Publicado en la Revista de la ECF Nº 75.
(8) “Nello stesso periodo cadde il vestito dell´amore ideale: la moglie, dopo tre anni di matrimonio, congedò Ergi perché insoddisfatta del loro rapporto di coppia. Disperazione, vuoto di senso, vertigine e angoscia. Eppure Ergi aveva seguito anche qui le orme del padre sposandosi alla sua stessa età e con gli studi ancora in corso e portando all´altare la donna che era stata la sua animatrice in parrocchia e con la quale aveva consumato le sue prime esperienze amorose. Fare l´uomo Retto conduceva il soggetto, ancora una volta, all´espulsione. Gli ci volle tempo per cogliere come un amore concepiito sull´ideale non poteva che svuotarse in breve tempo del desiderio, rendendole un legame ripetitivo e privo di vita”.

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REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA IX JORNADAS ELP, por Iván Ruiz

Los discursos sobre la identidad homosexual muestran cada vez un nuevo forzamiento entre la igualdad y la diferencia. El combate por el reconocimiento se desplazó de la inserción del homosexual en la cultura, pasando por el tercer sexo propuesto por Genet, hasta la inclusión en el terreno político de un nuevo modo de afirmación del síntoma social de la homosexualidad: el gay. Los impasses producidos por esta identificación colectiva en una comunidad de goce han hecho que, muy rápidamente, aparezca un nuevo significante que prima de nuevo el reconocimiento sin tener que cuestionar cualquier funcionamiento particular del fantasma de la homosexualidad. Se trata del queer. El orgullo gay ha tomado la forma en los Estados Unidos y en Inglaterra de un debate alrededor de la queer-nation. Al gay, que afirma su diferencia, se opone el queer, que es capaz de ocupar de manera exitosa las mismas funciones sociales que cualquier otro ciudadano. El debate que queda abierto, entonces, es el de la voluntad de fundirse en la norma.

Gran parte de los estudios queer actuales contribuyen a este debate aunque es posible encontrar autores que critican esta voluntad de hacer nación a partir de un estándar identificatorio. Un claro ejemplo es Leo Bersani, profesor de la Universidad de Berkeley, desde su último libro, Homos (l), publicado en castellano por Manantial en l998, y que es citado con interés por Eric Laurent en una de las clases que, junto a Jacques-Alain Miller, dictó en el curso El Otro que no existe y sus comités de ética (2), del año l997.

Laurent subraya que “en nombre de esta nueva norma, el queer puede ostentar sus opiniones políticas de derecha o de centro derecha, y pretender borrar o abolir la diferencia. Se quiere reencontrar en el curso de la historia los momentos en que la homosexualidad era considerada no sólo cosa reconocida, ejemplos tan conocidos y complejos de la homosexualidad griega y árabe, sino de una legitimidad igual y simétrica a la heterosexualidad” (3).

El libro de Bersani parte de la desconfianza del autor hacia la “elaboración y transformación de ciertas preferencias eróticas en un “carácter” -en una especie de esencia eróticamente determinada- que nunca son una empresa científicamente desinteresada” (4). Para el autor, las diferentes formas de esencializar la homosexualidad caen bajo la sospecha de esconder intereses políticos y de control social. Sus argumentos se apoyan en los estudios de Foucault sobre sexualidad y política y se ayudan de las investigaciones de Freud, en concreto de los “Tres ensayos sobre una teoría sexual”. De hecho, el interés, que tampoco escapa a Bersani, de este texto es que Freud rechaza desde el inicio la hipótesis instintual de Westphal de l870, describiendo entonces la homosexualidad en términos de identificaciones y de elección de objeto.

A partir de este punto, el libro Homos se convierte en un interesante diálogo entre el autor y sus lecturas freudianas. Critica las investigaciones etiológicas, que tienden a reducir la noción de identidad a una cuestión muy específica: cómo explicar el deseo sexual desde lo sexual; y recurre a Freud para reconocer en él “al primer pluralizador de la homosexualidad” (5). Advierte del riesgo de hacer de ella un “modelo privilegiado de mismidad” y del intento de estabilizar una identidad, que conduce siempre en sí misma a un proyecto disciplinario, pues dice: “la visión panóptica depende de lograr la inmovilización de los sujetos humanos que estudia” (6).

Leo Bersani reivindica la diferencia fundamental de la homosexualidad. Retorna a Genet, Gide y Proust por su inmoralismo, por su gusto por la traición y por la búsqueda de la marca que constituya una contra-sociedad. La aportación de Bersani es hacer de la homosexualidad, no una nueva identificación sino la posibilidad de pensar algo nuevo: “un sujeto que rechaza la diferencia”, comenta Laurent. Para él, lo que hace falta es hacer una filosofía de lo mismo, y concluye en “el esfuerzo de pensar lo mismo que no consigue ser su semejante. Toda diferencia debería pensar a partir de la imposibilidad de la homosexualidad de ser semejante a sí misma” (7).

Pero para ello, sería necesario que el autor incluyera en sus lecturas el elemento operador de la diferencia en el interior de lo mismo, de lo hetero en lo homo, esto es el concepto lacaniano de goce. Es lo que hace comentar a Miller, en el diálogo con Laurent que se produjo en esa misma clase, que el reconocimiento significante “tiende a borrar cierto número de rasgos fundamentales de la perversión. Y Bersani está ahí para decir: la perversión es la perversión. Al querer normalizarla en la ciudadanía, se pierde el verdadero sentido de la perversión, que es la inmoralidad, la traición, el no respeto a la palabra, lo contrario de la fidelidad –el goce primero” (8).

Homos resulta ser un interesante trabajo crítico que consigue superar las críticas feroces provenientes de otros discursos culturales y estudios de género hacia la supuesta homofobia del psicoanálisis. Sin embargo, lo que persiste es la dificultad de adentrarse en el campo del deseo como pregunta y la constancia del goce como respuesta, una respuesta que ya estaba allí, y que el psicoanálisis propone, en este caso, para el abordaje de la homosexualidad.

¿Cómo reintroducir hoy en este debate estas cuestiones a las que se convoca al psicoanálisis a responder? ¿Es suficiente para los analistas suspender cualquier deseo de normalizar en la función que cumplen para sus pacientes, cuando la perversión clínica –plantea Miller- “pone en cuestión los juicios más íntimos del analista y el punto hasta el cual él mismo ha llegado en la huella del goce sexual”?

Notas

l) Bersani, Leo. Homos, Ed. Manantial. Buenos Aires, l998.
2) Miller, J.-A. Et Laurent, E. El Otro que no existe y sus comités de ética. Ed. Paidós. Utilizamos aquí la traducción existente de esta clase en la revista Freudiana nº 27. Pág. 36, Barcelona, l999.
3) Laurent, E. “Nuevas normas de la homosexualidad”, revista Freudiana nº 27, pág. 36.
4) Bersani, Leo, op. cit. Pág. 15.
5) Íbid. Pág. 123.
6) Íbid. Pág. 15.
7) Laurent, E. “Nuevas normas de la homosexualidad”, op. cit. Pág. 43.
8) Íbid. Pág. 44.

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UN TIPO DE AMOR EN LA NEUROSIS OBSESIVA
(A PARTIR DE LA LECTURA DEL SEMINARIO LAS FORMACIONES DEL INCONSCIENTE Y EL SEMINARIO DE LA ANGUSTIA), por Mercedes de Francisco

I. El deseo en la obsesión

Antes de entrar en el tema del amor es necesario hacer un recorrido sobre el deseo. Y lo primero que abordaremos es la forma distinta de encarar el deseo según se trate de una histeria o una neurosis obsesiva. El deseo nunca puede satisfacerse. Por el propio hecho de ser deseo cada vez que avanza hacia su objetivo, el objeto ha pasado a estar en otro lugar.

El deseo de un sujeto histérico está siempre en relación con el deseo del Otro, con los signos del deseo del Otro y el sujeto obsesivo lo que hace en relación al deseo es defenderse de él.
Si en la histeria el sujeto necesita ver los signos del deseo del Otro para vivificarse, en la obsesión lo que ocurre es que cada vez que el sujeto desea está en juego la desaparición del Otro, está en juego su destrucción.

Jacques Lacan nos muestra que en la histeria se pone de manifiesto el deseo como insatisfecho, una de sus características estructurales. En la obsesión encontramos también algo que caracteriza al deseo para cualquier sujeto: que llevado al extremo –a su realización absoluta- implica la anulación del Otro. Un deseo llevado hasta último término –en el sentido más drástico- implica la destrucción del Otro. El obsesivo, cada vez que se enfrenta con el deseo, en el horizonte se da esa posibilidad, entonces ¿qué hace?: se defiende de su deseo. Se defiende deseando un objeto prohibido o inhibiendo el deseo. Así el deseo aparece como imposible.

II. El fantasma del sádico en la obsesión
Lacan plantea que el fantasma del obsesivo es un fantasma sádico. El obsesivo que se presenta tan oblativo, dispuesto a satisfacer las demandas, cercano, simpático, solidario, filantrópico, encubre bajo ese amor al Otro su fantasma sádico inconsciente. Y para seguir desconociéndolo ese fantasma sádico de destrucción, el sujeto va a hacer todos esos montajes. Por tanto, en la clínica, esto nos debe orientar.

Como dice Lacan, el obsesivo es muy complicado y hay que darle mucho tiempo para que al final llegue a poder enfrentar esta cuestión de la agresividad y del fantasma sádico con el Otro. Y que ese tratamiento de la cuestión le permita tener una vida un poco mejor, un poco menos torturada, porque es un sujeto que se tortura. Y todo esto ¿cómo se sintomatiza? Bajo la duda, bajo la sensación de estar muerto en vida, es decir, la muerte como un elemento fundamental.

Donde hay un agujero fálico, el sujeto obsesivo plantea una condición absoluta.

Este es uno de los puntos también fundamentales para la clínica. Y, en ese aferrarse a esta condición y a esta necesidad absoluta está en juego tapar ese agujero fálico, velar “que hay algo que es imposible entre un hombre y una mujer”. Y, a la vez, mantener intacto ese fantasma inconsciente de destrucción del Otro. ¿Porqué intacto?

Él se defiende de su deseo manteniendo su deseo a raya, tornándolo imposible, haciendo venir al lugar del objeto del deseo cualquier condición necesaria absoluta que no le interesa, para que no se produzca esa destrucción del Otro. Pero todo esto lo desconoce.

III. El deseo de retener
¿Cuál es el objeto pulsional privilegiado en la neurosis obsesiva? El objeto anal, el excremento. Cuando se trata de la época del control de esfínteres ¿qué se produce? La educación del control de esfínteres, tiene que ver con la demanda del Otro, se le pide que retenga, que retenga el excremento.

Pero lo que explica Lacan magníficamente es: “se le pide que retenga, pero al rato, se le pide que lo dé”. No lo puede retener todo el tiempo. El obsesivo, queda en relación a esa demanda del Otro, primero “no la sueltes” y después “suéltala”. Y luego, cuando el niño lo da en el momento adecuado la gente adulta se lo celebra y pasa a tomar el estatuto de don.

Es en este período de lo anal donde se construye el don, la posibilidad del don, por eso, para el obsesivo que está su deseo muy sostenido en este objeto que es el excremento, el tema de la oblatividad es fundamental. ¿Qué va a decir Lacan? Que muchas veces el sujeto obsesivo, con la mujer, la llena de regalos y sobre todo caros ¿para qué? Para eliminar la disimetría, para tapar el agujero, para que este agujero de lo fálico no aparezca. Entonces ¿qué dice aquí Lacan? Muy interesante: “En este vaivén, lo doy, no lo doy, el sujeto entra en la ambigüedad”. Y dice: ¿qué le ocurre al obsesivo? “El obsesivo está conectado con el retener, retener su deseo, retiene su deseo, se sostiene en la retención”. Pero qué pasa con su sintomatología expresada en la compulsión. Lo que trata el sujeto con la compulsión es dejar de lado el deseo retentivo. Estos fenómenos compulsivos son, de alguna manera, un velamiento del verdadero deseo en que se constituyen, que es de retener, retener el deseo, retener el objeto, porque si lo da, si lo expulsa, ese objeto incluso es uno mismo y además supone la destrucción del Otro. Fijaros la importancia de toda esta cuestión para pensar la clínica y los síntomas en el cuerpo.

La cuestión del don en la que el obsesivo está, no le sirve para la relación sexual. Por eso el sujeto obsesivo tiene muchos problemas porque cuando consigue el objeto de su deseo, en ese mismo momento empieza ya a perder su valor. Un hombre que anhela a una mujer, la conquista, la tiene y se acabó.

Es decir que el sujeto obsesivo tiene un problema con lo fálico que está conectado con lo anal, lo anal en este sentido, con todos estos mecanismos de retención, de freno del deseo, etc. Entonces ¿cómo pensar el amor? Porque visto esto, visto esta cuestión de condición absoluta ¿qué tipo de amor para el obsesivo? Lacan dice algo interesante: en realidad lo que está en juego en un momento dado es esta cuestión de lo sucio dentro de la escena.

IV. De qué objeto se trata para el obsesivo en el amor

Y ahora nos preguntamos cuál es la otra cara del objeto excremencial. El otro lado de este desperdicio, es el ideal. Para no decir que es una mierda, para tapar esta cuestión de la podredumbre, de lo sucio, ¿qué se hace? Aparece el ideal para encubrirlo.

Si hemos dicho: que el deseo suyo está retenido en relación al objeto porque significa la destrucción del Otro; que para mantener esa retención y defenderse del deseo se dirige a un objeto prohibido o, si no, lo mantiene como inalcanzable; que su objeto privilegiado es el objeto anal que nos permite explicar la lógica que sostiene su ambigüedad, esta ambigüedad del deseo, si y no, lo doy no lo doy, lo retengo, lo doy, en este enganche con la madre, donde se sostiene el obsesivo; entonces, cuando del amor se trata ¿qué objeto se pone en juego?

El escópico. La mirada y la imagen. Es interesante esto porque el obsesivo encuentra en la mujer que idealiza su propio yo. Es decir que el obsesivo en esa mujer que idealiza está buscándose a él mismo, la imagen de él. Ese salto en el amor ya es un tratamiento de lo excremencial, ya no es esa mierda o recubre de alguna manera su fantasma sádico con lo especular.

En la Dama de Shangay, de Orson Wells, hay una escena, la última escena. Es la historia de una pareja, ella (Rita Hayworth) y su marido un hombre mayor, muy duro, millonario y está Orson Wells, que es un joven que la ama y está cautivado por ella. La voz en off es de Orson Wells contando la historia de él como “la de un pobre tonto, un icauto”. El matrimonio en la escena final se destruye. La última escena es un parque de atracciones donde están, él y ella, frente a un juego de espejos, una sala donde se multiplica la imagen. Empiezan a dispararse el uno al otro pero lo único que se ve es a cada uno disparando a su propia imagen en el espejo. Es una escena magistral para ejemplificar el punto máximo de destrucción en este tipo de amor. Y el que se salva es Orson Wells que la amaba profundamente y que no se retuvo.
¿Qué podríamos ver en esto? Esta manera de amar del obsesivo tiene estas derivaciones. Hay algo de esta especularidad, de esta imagen propia en otro, que al obsesivo le lleva a la actuación del fantasma sádico. A través de este tipo de amor se mantiene y se presenta ese fantasma inconsciente del obsesivo que con tanto empeño trata de desconocer.

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JACQUES-ALAIN MILLER. “EL FLECHAZO DE ADÁN Y EVA”*. LOS DIVINOS DETALLES. PAIDÓS, 2010, por Marcelo Curros

En esta clase J-A. Miller irá a buscar el divino detalle en los textos sagrados, donde lo divino adquiere una especial relevancia, dejándose guiar por los comentarios de Rashi sobre el Pentateuco para hacer una relectura de los textos freudianos sobre la vida amorosa.

Tomará en el tema del flechazo que Adán tuvo por Eva, al que califica de primer flechazo de la historia.

Se va a detener en la interpretación de Rashi sobre lo que dice Adán en el Génesis, “Ésta, esta vez...” (l), palabras que enuncia en el momento que conoce a Eva y a partir de estas palabras de Adán, Rashi deducirá que Eva no había sido la primera en tener un encuentro con Adán, sino que “ya había mantenido relaciones con todos los animales salvajes y domésticos” (2). En este punto Miller destaca que Adán no había experimentado satisfacción alguna hasta que conoció a Eva y que ese encuentro también le trajo algo de tranquilidad. Y también que la sexualidad masculina comienza por la perversión.

Esto permite a Miller guiado por Rashi, leer el encuentro de Adán y Eva como una elección de objeto en sentido freudiano, donde lo determinante es lo que tienen en común, este “aire familiar que es lo que está según Freud, destinado a constituir, para todos, los impasses de la vida amorosa” (3).

Continúa con el ejemplo de los “Tres ensayos...” aludiendo a la idea del prototipo de toda relación amorosa y repara en una frase que Freud dice “...un niño saciado adormecerse en el pecho materno (...) este cuadro sigue siendo decisivo también para la expresión de la satisfacción sexual en la vida posterior”. A partir de este punto retomará el tema de la elección de objeto y sus condiciones, problemática que atraviesa el texto.

Aborda el ejemplo del fetichismo que trabaja Freud, el brillo en la nariz y que Miller nos aclara que más bien se trataría de una “mirada” en la nariz y destaca que aquí Freud utiliza el mismo término que emplea cuando se refiere al amor, que es “condición”, condición de amor, condición fetichista, lo que implica una condición sine qua non. La importancia de ésta es que “domina la elección de objeto, la determina” (4).

El texto nos muestra la importancia clínica de este detalle, el punto de banalidad con el que se presenta se debe a que es un desplazamiento, “... la única nariz interesante en este asunto es la que se encuentra debajo de las faldas” (5).

Este pene al que se hace referencia no es un pene cualquiera, es el pene que no existe, lo que nos permite siguiendo a JAM hablar aquí de falo porque no se trataría del órgano.

En relación al ejemplo del fetichismo destaca las dos lecturas que podemos hacer del mismo, si destacamos el hecho de que se pueda ver, que se trata de un brillo, es un objeto, pero también muestra su lado significante porque se trata de un hecho, de un hecho de dicho.

La lectura de JAM nos despeja como todo el tema gira alrededor del falo, de una falta. En la relación amorosa se trata de reencontrarlo en calidad de objeto perdido y en el fetichismo podemos decir que es un objeto que se encuentra, se trata de mantener la existencia del pene pero desplazada.

Por esta razón aunque Freud destacará durante algún tiempo que la satisfacción oral era la clave de la relación amorosa, en lectura del texto que hace J-A. Miller se puede apreciar como la cosa gira alrededor de una falta y que es la precisa razón por la que Freud puede enunciar una ley que es la ley de elección de objeto, “El encuentro del objeto es propiamente un reencuentro” (6).

Por medio del concepto de condición se pregunta por el equivalente en Freud de la causa del deseo en Lacan, y nos dice que no hay nada mejor que lo denominado por Freud como condición de amor, condición susceptible de ser fetichizada. Cuando Lacan se refiere al deseo habla de condición absoluta y absoluto “... quiere decir separado, que se vale solo, y que esto es sine qua non; hace falta eso, si no no hay nada que hacer” (7).

En el último punto del capítulo destaca el interés que muestra Freud por las condiciones que determinan esa elección de objeto, lo que causa esa elección. Freud llevó adelante esta investigación en los “Tres ensayos...” y es de donde se desprende que esta elección está seriamente forzada porque existe un determinismo desde el inicio que llamamos sujeto, la cuestión no se vincula a lo biológico.

Nos va a mostrar cómo tanto la libido, el placer y la satisfacción, son huellas del goce en Lacan que podemos encontrar en Freud y como estas se presentan con una particularidad que no es tan evidente, como puede suceder entre la satisfacción y el amor. Muy al contrario de lo que podemos suponer, cuando hay satisfacción nos alejamos del terreno del amor, y es el punto que nos señala Miller que Freud captó, que cuando aparece la satisfacción el efecto que se produce sobre la libido es mas bien deprimente. Si hay satisfacción sexual, ésta va acompañada de una reducción de la estimación sexual del objeto.

Usando los términos de Lacan, JAM nos dice que esto “(...) evoca el pasaje, el metabolismo, o la trasmutación, del goce en significante” (8). Mostrando y remarcando que el amor está directamente vinculado a la demanda.

Retomando a Freud en “Tres ensayos...” con respecto al tema del sexo para el psicoanálisis nada está establecido. La elección de objeto se realiza independientemente del sexo del objeto para ambos sexos y tiene la misma libertad. Es más tarde que se presentan las restricciones, de donde se desprenderá la condición de amor. El amor que sienten los hombres por las mujeres no se nos presenta como una evidencia nos dice JAM, más bien esto se presenta como un problema.

El capítulo termina con el matema de la condición freudiana de amor, la cual se presenta con dos vertientes, la vertiente causa y la vertiente saber. JAM lo escribirá a sobre S2. Y se preguntará por quien está dividido el sujeto, ¿por el significante o por el objeto? Pregunta que podemos comenzar a responder con un párrafo que encontramos en la pág. 52 “.(...) Freud comienza su investigación sobre la vida amorosa, a saber, que precisamente hace falta otro hombre. He aquí un tipo de condición de amor –que la mujer sea la de otro- susceptible de restringir la libertad de elección, una vez que quedó fijada en la relación con el otro sexo.

Desde el punto de vista $ también quiere decir que como sujeto del deseo no sabe la causa de su deseo” (9).

* Clase del 8 de marzo de 1989

Notas

(l) Jacques-Alain Miller. “El flechazo de Adán y Eva”. Los divinos detalles, Paidós, Buenos Aires 20l0.
(2) Íbid. Pp. 36.
(3) Íbid. Pp. 38
(4) Íbid. Pp. 43.
(5) Íbid. Pp. 43.
(6) Íbid. Pp. 46.
(7) Íbid. Pp. 47.
(8) Íbid. Pp. 50.
(9) Íbid. Pp. 52

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EL HOMBRE CUBIERTO DE MUJERES, por Eugenio Castro

Este libro, esta novela de Pierre Drieu La Rochelle es el último libro que Lacan cita en sus seminarios, en D´Ecolage (ll de marzo de l980).

Dice Lacan que “El hombre cubierto de mujeres” es el mote que le pusieron sus compañeros de la Sala de Guardia de Sainte Anne. No sin razón porque allí lo visitaban las dos mujeres que tenía entonces; “no tenía más que dos (mujeres) como todo el mundo, para ocuparse de mí, y discretamente les ruego creerlo”. Esas dos mujeres eran Marie-Thérèse Bergerot a quien dedicó su tesis doctoral y a la que nombraba como “Princesa” y Olesia Sienkiewicz, “Agua Fresca” con un punto de andrógina (a la que Lacan en una carta la pone en masculino), ex-segunda esposa de su camarada Drieu que según se dice estaba encantado con que Lacan fuera su amante pues él ya estaba con Victoria Ocampo. Drieu había sido camarada de Lacan en la época en que sendos habían coqueteado con “Acción Francesa” de Charles Maurras.

La novela de Drieu publicada en l925 contiene gran parte de lo que Lacan más tarde le llevó a su paradigma de la no relación de proporción sexual entre el hombre y la mujer. Lacan se nombra a sí mismo como “El hombre cubierto de cartas” haciendo referencia al montón de cartas que le enviaron cuando la disolución de la Escuela. Lacan toma a los psicoanalistas como a las mujeres, una por una puesto que en su acto los psicoanalistas funcionan como una mujer, como causa de deseo. Conociendo tan bien a las mujeres y sus imposibilidades, podía ocurrir que algunos analistas se le escaparan de la lista.
Leerán en esta novela cómo un hombre, Gille, pasa de mujer en mujer cuya condición erótica tiene que ver con la degradación (“ese estrago perpetuo que la mujer lleva en sí”) y con un objeto fetiche que es el seno que causa su deseo. Es un deslizamiento de mujer en mujer sin quedarse con ninguna porque como lo dice la viuda Finette “tú las quieres tener todas”. Gille parece un analizante que trata de encontrar en sus recuerdos infantiles las marcas de su elección erótica. Es como si hiciera un pase avant la lêttre. Gille no encontraba suficientes las mujeres que encontraba: “Desde el fondo de mi infancia, he deseado a la mujer ... la mujer es la bisagra, esa pieza esencial en la economía del hombre, es el nudo profundo entre la tierra y el cielo”.

Su deslizamiento de mujer en mujer es de donde viene la palabra lapsus, del verbo latino “labor” (Labor, laberis, lapsus sum). Tanto lapsus repetido, tanto deslizamiento, tanto resbalón con las mujeres que se capta cómo se convierten las mujeres para él en un síntoma y hasta en un sinthome porque mal que bien se las arregla bastante bien teniendo dos a la vez. No ha dejado a una y ya tiene la segunda. Hombre en fuga por no encontrar-La.

Gille es un obsesivo dubitativo y clarividente que dice: “yo sé el daño que debo infringirme para hacerme amar” o “... las mujeres en marcha hacia mí en la sombra de la habitación no las alcanzaré, no las sobrepasaré”. De su amante Jacqueline dice “esta mujer ha sido mi madre, me agarró de mí mismo tan fuerte que viví que nunca antes había existido”. En sus brazos ella cree que yo me arredro y que gozo como ella misma pero yo me asusto ante ese vaso cerrado en donde el mundo se abisma y se convierte en no-ser (néant). Si esto no es el no-todo femenino que venga Dios y lo vea. “Gille no podía creer que Jacqueline, como Dios, fuera una y múltiples”.

Todas estas maravillas podréis leer en esta novela que, más allá de los semblantes de nuestro tiempo de hombres aturdidos, nos muestra el meollo mismo de la imposible relación entre los sexos y nos pone en la vía de hacer el duelo por el macho perdido en occidente. Los que lo añoran todavía lo pueden encontrar en Méjico y quizás en Sicilia bajo la forma de “i padrón”.