Autismo y escuela. Una aproximación al tema en Galicia. Luz Fernández García y Nuria García Landin (Vigo)

La mayor parte de la comunidad educativo-terapéutica en Galicia contempla el autismo como un Trastorno generalizado del desarrollo, que no se enmarcaría dentro de las psicosis, y que se diagnosticaría desde el comportamiento observable del niño.
Lo que se oferta hoy en Galicia a un niño con autismo, a grosso modo, es:

En las etapas de la infancia que abarcan el período de escolarización primaria, hay muchos niños autistas escolarizados en centros ordinarios, sean públicos o concertados, prácticamente todos con un EPT (Especialista en Pedagogía Terapéutica) que se hace cargo de todos los niños con necesidades educativas especiales del centro. Algunos de estos centros cuentan con un aula específica y un EPT para mayores.

Un número también considerable está escolarizado en esta etapa en centros específicos, sean de educación especial o de autistas.

El diagnóstico de autismo, en la inmensa mayoría de los casos, se realiza a partir de una primera alerta que suele partir de la escuela. Los padres acuden al pediatra. Éste, normalmente se abstiene de diagnosticar y generalmente deriva al niño a los servicios de paidopsiquiatría y psicología clínica infantil donde se realiza un estudio que comprende desde la anamnesis, hasta aspectos conductuales, atendiendo de manera especial a los niveles generales de desarrollo. A partir de la confirmación del diagnóstico se hace la recomendación correspondiente. Esta pasa en todos los casos por abordar el tema de la escolarización. En esta etapa de la infancia, son los padres los que tienen la atribución legal de decidir dónde quieren que su hijo sea escolarizado: centro ordinario, en régimen de integración, integración combinada, o centro específico.

En cuanto a la elección del tipo de escolarización, al quedar en manos de los padres pasa de ser una decisión meramente escolar a entrar en juego con todo su peso, las fantasías, expectativas y anhelos respecto a ese hijo. De alguna manera al aceptar un centro específico, una integración combinada, incluso en ocasiones cualquier atención particularizada dentro de un centro ordinario, aparece como que algo cierra: cierta expectativa de normalidad para su hijo. Como si esa elección confirmase de manera definitiva que esa expectativa no se va a cumplir. Sería en algún sentido como tirar la toalla.

Tal y como está planteado, la elección depende del diagnóstico. Sin embargo, todos hemos visto niños nombrados como autistas con o sin lenguaje, con hiperactividad y sin ella, con alteraciones cognitivas o por el contrario niños considerados de altas capacidades. Por lo tanto, se trataría de pensar en cada niño particular.

En esos casos donde los síntomas son más sutiles, más difusos, y dada la amplitud que alcanza el “espectro autista”, el diagnóstico conlleva el riesgo de revelar, destapar -impidiendo todo secreto, toda subjetividad- un “nuevo niño”, un niño clasificado, sujeto a un orden más allá del que él mismo se impone, ofreciendo un mundo más rígido que el suyo o, por el contrario, considerándose el proceso de socialización como parte de la función de la escuela, no se respeten sus tiempos, su necesidad de un espacio propio, o un aislamiento -muchas veces elegido- apaciguador para él.

Aunque hiciéramos pedagógicamente la mejor de las elecciones, aquella que nos llevara al mejor de los resultados evaluables, el éxito o el fracaso de un niño no debería medirse por los resultados reflejados en un boletín escolar; un niño no es sólo un alumno, es más que un objeto de aprendizaje.

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