Arriesgar un saber no instituido: la Escuela, más allá de la política. 1ª parte

Los designios de algunos textos dependen del riesgo asumido en su lectura. La etimología apunta que “riesgo” vendría del latín “resecare”, que remite al corte1; y ahí donde hay corte, hay margen. No obstante, uno no es dueño de su margen de lectura. Depende de la consistencia del Otro con quien juega la partida. Erosionar lo que en el Otro ansía vorazmente tornarse consistente (vía el fantasma, o el superyó) es un camino duro de roer. Puede roerse con distinción.

En psicoanálisis, cabe distinguir estilos de lectura. Puede, por ejemplo, considerarse que tal texto indica una dirección explícita, sucede a menudo. Pero es más sugerente apostar a que abra el campo de una orientación, y con ello su cuota de incertidumbre. Esta distinción puede razonarse como un asunto de discurso. El discurso es ese dispositivo que decide el sentido cuando las palabras se profieren. Su efecto viene determinado por el signo que ocupe el lugar del agente, que es más semblante que esencia (por ejemplo, el S1 en el discurso del Amo). Y es que el agente no es sutura de sí mismo, sino cáscara erguida sobre la represión del lugar de la verdad (retomando el ejemplo:  ). Si la directriz toma el semblante en su firmeza, la orientación encuentra su alcance en el lapso que trastabilla entre el semblante y la verdad.

En la línea de esta distinción, convengamos que es admisible preferir la teoría a la doctrina. Doctrina remite a la raíz latina docere (raíz que encontramos, por ejemplo, en dócil, que aprende fácilmente)2, “enseñanza que se da para la instrucción de alguien” indica la RAE3. Teoría remite al griego theoros, término que llama al oráculo y a la verdad4. Desde Aristóteles puede concebirse la teoría como la forma más elevada del placer, contemplación que conduce a la felicidad virtuosa5, inclinación a la verdad no reñida con la praxis6. No siempre caminamos con Aristóteles, claro, pero Lacan rara vez lo desatendía.

Es Freud quien instaura en la modernidad una nueva praxis de la verdad. El primer peldaño hacia la Escuela reposa ahí, donde Freud desvela que lo colectivo no es sino el sujeto de lo individual7. Es decir, se hace grupo desde el rasgo inconsciente que instituye la unidad del cuerpo propio y del yo, la identificación tal como la revela el psicoanálisis. Si de esto puede saberse, es posible querer estar con otros de otra manera. Es posible darle la vuelta al guante: producir un sujeto colectivo que se despegue del S1. Un sujeto resultado de una razón sin rasgo, radicalmente disímil. Que avive una soledad curiosa de la lengua del vecino. Que esquive lo gregario, sin derivar en aislamiento o segregación. Dicho de otro modo, que no repose en la inercia identificatoria. Posibilidad, cabe decir, no forzosamente sencilla de alcanzar.

Freud: cirujano de la masa, prótesis del padre

Si para Freud la identificación es el punto de partida del sentimiento social8, su sustento civilizatorio… y también el único freno al uso del semejante como objeto… ¿Por qué precisarían los psicoanalistas otro lazo que el identificatorio para su comunidad de trabajo?

Nada empuja naturalmente al lazo, en “Psicología de las masas” Freud empieza negando que exista una pulsión social9. Si hay gregarismo identificatorio, es por continuidad desplazada de lo que se cuece en el Edipo. La masa se conforma al exteriorizarse el contenido inconsciente, una vez se ha echado por tierra lo reprimido: Freud no vacila en situar ahí “toda la maldad del alma humana”10. Lo civilizatorio nos maldice, y eso lo desnuda el psicoanálisis. No es lo mismo la abolición de lo reprimido que su reelaboración. Si el psicoanálisis tiene por función contrariar lo reprimido, no es denegándolo; busca llevar el margen subjetivo ahí donde el inconsciente opera sin matiz. Entonces, el fenómeno de masa va en dirección opuesta al quehacer analítico, obnubila al sujeto y lo mimetiza al otro. En su fundamento, la razón analítica empujaría en dirección contraria a la ligazón de grupo.

La temprana rebelión ética de Freud contra la sugestión, palanca del lazo social, es quizás una primera intuición de eso. Siempre sintió “una sorda hostilidad hacia esa tiranía de la sugestión”11. Sobre ese deseo fuerte de recusación del dominio pudo sostener la producción de un saber acerca de la identificación: “forma primera, y más originaria, de lazo afectivo”12fundada en un “único rasgo parcial”13. Se unifica desde la parte hacia el todo. El vínculo social se moldea sobre lo mismo, no en las resonancias de lo heterogéneo. Y es una mismidad de la que el análisis freudiano desconfía.

Pero más allá de la persuasión, en la constitución del grupo hay un enigma, algo “místico” que Freud aproxima a la hipnosis. Vehiculiza, nos dice, “un suplemento de parálisis”14. Remite a lo sexual, al enamoramiento de meta inhibida. Y pone en juego “la relación entre una persona de mayor poder y una impotente”15. Por los términos que Freud utiliza, sería torpe reducir este factor al marco edípico. No todo se agota en el Otro normativo de la matriz neurótica. Freud advirtió de este modo acerca de la oscura tendencia humana hacia la servidumbre voluntaria. No es descabellado captar en esta descripción un punto limítrofe del amor transferencial.

En consecuencia: hay en efecto la fuerza de la sugestión, arma del líder; pero también la debilidad erótica que ansía la servidumbre voluntaria. Esas fuerzas predisponen hacia el primer mecanismo: la actuación reiterada de la denegación de la represión, que facilita el mimetismo imaginario. Dicho esto, la lucidez del análisis freudiano no impidió a la IPA anclarse en un funcionamiento acorde con cierto mimetismo de masa. Concretamente, el que se sustenta en la fascinación yoica. Una masa deviene institución cuando teniendo un liderazgo “no ha podido adquirir secundariamente, por un exceso de organización, las propiedades de un individuo”16. Y se compone de sujetos que “han puesto un objeto, uno y el mismo, en el lugar de su ideal del yo, a consecuencia de lo cual se han identificado entre sí en su yo”17.

El ejemplo ilustra sobre la disyunción entre episteme (despliegue, aún problemático, del saber, es decir del S2) y política (fractura de la verdad18 por existir varios S1 instituyentes, sin solución de compromiso estable salvo al constituirse en ideología19). Dicho de otro modo, nos enseña que un análisis lúcido (y un movimiento consecuente) no garantiza una causa acorde al mismo. El ideal y el gregarismo no se socavan fácilmente.

En “Teoría de Turín” Miller interpreta que la IPA tiene por modelo el mito de “Tótem y tabú”: un padre-significante-viviente que da lugar a una comunidad de hermanos. La “mafia”20 en torno de la tumba del padre evidenciaría un modelo edípico: el universal se funda sobre el uno-que-no-es-como-los-otros. Así, en las deudas de filiación, late el germen de las pasiones de grupo, que por razón de estructura tienden a resurgir cada tanto en una comunidad.

A continuación Miller añade: “por eso, la relación que la mujer mantiene con el propio deseo le fue opaca” a Freud; “el deseo de Lacan lo llevó más lejos y eso condujo no a una Sociedad, sino a una Escuela” 21. Ahí no hay excepción única, sino serie de excepciones22. Para que la Escuela pueda arriesgar un goce no todo edípico, es preciso entonces que ponga en su horizonte una lógica de goce distinta a la que se instituye del uno-que-no-es-como-los-otros.

 

Notas:

  1. Corominas, J. Breve diccionario etimológico de la Lengua Castellana. Gredos, Madrid, 1987, p. 508.
  2. Ibíd., p. 219.
  3. https://dle.rae.es/doctrina
  4. https://etimologias.dechile.net/?teori.a
  5. Aristóteles. Ética Nicomáquea y ética Eudemia. Gredos, Madrid, 1985, p. 402.
  6. Tapia, D. (2007). “La felicidad de la θεωρία en la ética Nicomáquea de Aristóteles”. Estudios de Filosofía 6. 2007. p. 47: 
  7. Miller, J.-A. “Teoría de Turín acerca del sujeto de la escuela”. Web de la AMP, 2000, (Disponible en internet).
  8. Freud, S. “Psicología de las masas y análisis del yo”. Obras completas. Vol. XVIII. Amorrortu, Buenos Aires, 1992, p. 115.
  9. Ibíd., p. 68.
  10. Ibíd., p. 71.
  11. Ibíd., p. 85.
  12. Ibíd., p. 100.
  13. Ibíd., p. 101.
  14. Freud, S. “¿Por qué la guerra?” Obras completas. Vol. XXII. Amorrortu, Buenos Aires, 1991, p. 195.
  15. Ibíd.
  16. Freud, S. “Psicología de las masas y análisis del yo”. Op. Cit. p. 110.
  17. Ibíd.
  18. Miller, J.-A. “Intuiciones milanesas”. Cuadernos de psicoanálisis 29. Revista del ICF de España, Madrid, 2004, pp. 25, 26.
  19. Milner, J.C. “ Politique Lacanienne “ avec Jean Claude Milner : Liberté d’expression vs woke, cancel culture (3), 2003. Disponible online en Lacan Web Télévision en Youtube.
  20. Miller, J.-A. Teoría de Turín acerca del sujeto de la escuela. Op. Cit.
  21. Ibíd.
  22. Ibíd.