Ante la presunta muerte del patriarcado, el padre resiste

Lo que conocemos como patriarcado, un orden social en el que los hombres -investidos de poder- imponen sus valores sobre las mujeres, es el producto de un proceso que se desarrolló en el transcurso de 2.500 años, desde el 3.100 hasta el 600 a.C. No surgió de repente, y a lo largo de tan extenso camino se ha desplegado a un ritmo diferente según las épocas y las regiones, adoptando distintas modalidades desde que apareció -en el antiguo Próximo Oriente- hasta hoy, de acuerdo con los resultados de las investigaciones de historiadores, antropólogos, etnólogos y otros especialistas en la historia de las diversas culturas. El paso del nomadismo y la economía de cazadores y recolectores a grupos asentados, donde aquellas actividades se solaparon con la agricultura y un relativo sedentarismo, dio origen a formas primitivas de estratificación social en los distintos grupos estableciendo una cierta división del trabajo, lo que supuso el comienzo del predominio de los sujetos masculinos sobre las mujeres. No parece demasiado arriesgado suponer que en el interior de semejante jerarquización social se articuló una modalidad igualmente primitiva de lo que llamamos el discurso del amo, consustancial a todas las formaciones sociales posteriores, hasta hoy. La estadounidense Gerda Lerner - historiadora ella misma y activista feminista-, autora de un estudio imprescindible para conocer el origen y desarrollo del patriarcado1, señala que la posición de las mujeres en la sociedad debe verse siempre en comparación con la de los hombres de su mismo grupo social y su misma época, evitando las explicaciones unicausales de los fenómenos y el exceso de generalizaciones, ignorantes de los matices y las diferencias que caracterizan a las distintas formaciones sociales. La posibilidad de historizar, localizando en el tiempo el origen y posterior evolución de las instituciones puede permitir, en ocasiones, augurar su devenir y posible decadencia y extinción, aunque en el caso del patriarcado no parece que la ofensiva que se viene desplegando en su contra en el mundo occidental -acentuada desde hace poco más de un siglo- constituya una amenaza real a corto plazo. A pesar de que la extensión y amplitud de los movimientos en pro de los derechos de la mujer han alcanzado una fuerza muy considerable en el siglo XXI y que se antoja imparable, es difícil imaginar un régimen que reemplace al patriarcado tal y como se presenta actualmente, teniendo en cuenta la capacidad de adaptación al medio y la habilidad para desplegar las múltiples modalidades de ejercitarse que ha demostrado tener. El patriarcado muta, es camaleónico, y no siempre son los hombres quienes lo ponen en acto, alimentando su supervivencia. Aunque se ha demostrado que existieron sociedades matrilineales, en las que el linaje seguía la línea materna, nunca se han encontrado pruebas de la existencia de una sociedad matriarcal, una hipótesis sostenida en el siglo XIX por el jurista y etnólogo alemán Johann Bachofen -a quien Sigmund Freud cita en Tótem y tabú-.

En cuanto a la metafórica pulverización del padre, habría que recordar que el polvo, como cualquier materia, no desaparece, sino que se transforma, se deposita sobre otras superficies o queda suspendido en el aire, de ahí que Lacan nos recuerde que “En cualquier plano el padre es el que debe impactar a la familia. Si el padre ya no impacta a la familia, naturalmente se encontrará algo mejor. No es obligatorio que sea el padre carnal, siempre hay uno que impactará a la familia…”2. Una vez más, Lacan nos recuerda que el padre es una función, pero es una función que se encarna en sujetos concretos, en instituciones, que ocupen simbólicamente el lugar de Padre social -y en ocasiones, también político-, especialmente en tiempos de turbulencias propicias al contagio del discurso del miedo ante la incertidumbre, no solo con respecto al futuro sino al presente mismo. Un ejemplo de hasta qué punto la nostalgia del Padre es aprovechada por la extrema derecho populista es la proposición no de ley que el día 17 de marzo de este año registraron en el Congreso cuatro diputados de Vox, cuyo propósito es el reconocimiento por parte del Gobierno de la importancia de la figura paterna; proposiciones similares se presentaron en las Cortes de Aragón y de Valencia por parte del mismo partido, en las que piden reconocer la figura del padre3. Tanto en Europa como en América podríamos citar más ejemplos de lo que implica esta ideología, y el papel que asigna al padre como ese Otro defensor de las esencias.

El odio y la ferocidad contra el enigma que representa la mujer es, para el hombre, parte de su condición, tan solo domeñada -relativamente y según dónde- por la cultura. En cuanto a la mujer, como ha señalado no hace mucho Gustavo Dessal, dispone de una mayor plasticidad para hacer frente a la situación al no existir un universal femenino, si bien esta plasticidad no la protege por completo de su propia ferocidad cuando identifica a los hombres, sin distinción, como su enemigo, una posición que después de la “implosión del género” impulsada por el movimiento MeToo ha alcanzado cotas peligrosas. Independientemente de las diferencias que las separen, las diversas corrientes feministas participan de la reivindicación de la igualdad entre hombres y mujeres, sin distinciones, en todos los ámbitos de la vida social. Obviamente se trata de una exigencia legítima y que debería ser asumida por todos, hombres y mujeres de cualquier condición, con la misma energía que se debe rechazar la opresión, la humillación y el maltrato psicológico o físico del que las mujeres son víctimas. Sin embargo, esta generalización del concepto de feminismo merece ser interrogada en un punto central, que se refiere a la relación entre hombres y mujeres en el plano sexual, donde la exigencia de igualdad no parece compatible con las diferentes lógicas por las que se rigen unos y otras. Parece, pues, pertinente plantear la cuestión preguntándonos si un psicoanalista lacaniano puede, en rigor, definirse como feminista. Porque hay un matiz, un punto en el cual el psicoanálisis lacaniano no estaría en condiciones de asumir el igualitarismo y definirse a sí mismo como feminista, en lo que toca a la sexualidad. Igualdad en derechos y obligaciones sí, pero ¿no nos encontramos con un axioma de imposibilidad si ignoramos -en contra de las fórmulas de sexuación elaboradas por Lacan- la radical asimetría existente en cuanto a lo que vulgarmente se define como relación sexual?

 

Notas: 

  1. Lerner, Gerda. La creación del patriarcado. Katrakak Liburuak, Pamplona, 2017.
  2. Lacan, Jacques. El Seminario libro 19 …o peor. Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 204.
  3. Amat, Jordi. "Vox es tu padre". El País, 26 de marzo 2023