Los adolescentes y sus dichos. Susana Brignoni (Barcelona)

Reflexionar sobre los adolescentes y sus dichos parece evidente pero en realidad no lo es. Pienso que no se trata tanto de contar lo que ellos dicen, así sin más, sino de tratar de extraer algún saber a partir de lo que podemos nombrar como “su decir” o muy frecuentemente su “no decir”.

Se puede hablar de “las adolescencias” y del problema del “decir”. Lo nombro así, como un “problema”, ya que cuando nos movemos desde ciertos paradigmas u orientaciones el objeto con el que trabajamos es aquel que las personas pueden expresar bajo diversas modalidades del dicho. Es decir, tomamos tanto lo que los adolescentes dicen, lo que los adolescentes hacen y lo que los adolescentes no dicen como “hechos de lenguaje”.

Cuando un adolescente hace un pasaje al acto, comete una agresión, pega una patada, o se hace expulsar lo tomamos como algo que él nos dice, le suponemos un decir, por tanto, nos separamos de la dimensión del actuar, de lo que él ha hecho y lo introducimos en una nueva dimensión, la dimensión del dicho.

Es decir que vamos dando pasos:
1º está la dimensión del hecho (y hay que decir que durante mucho tiempo en algunos casos sólo tenemos eso: lo que el adolescente nos muestra, lo que pone ante nuestros ojos);

2º está la dimensión del dicho (“me da igual”, “no me rayes”, “no me importa”, “ya pasó”) pero hay una 3º dimensión ya que si no, no sería suficiente.

La 3º dimensión es tratar de captar la posición que toma el adolescente respecto a sus dichos. Captar esa dimensión es lo que nos da la posibilidad de trabajar, aunque no quiere eso decir que hay que señalarlo. Más bien tomamos la posición como el signo que nos permitirá a nosotros sostener una apuesta.

Desde el psicoanálisis los nombramos así: a los dichos los llamamos enunciados y a la posición, al lugar desde donde uno dice, lo llamamos enunciación. Con lo que introducimos una distancia entre el Dicho y el Decir. Un chico puede decir algo sin creer completamente en lo que está diciendo. Puede decir algo como una verdad que en realidad no es más que un engaño. O bien al contrario transmitir una mentira que en realidad muestre algo de la verdad de sí mismo, sin saberlo. Es el ejemplo del adolescente que puede venir sesión tras sesión a decir que “todo me da igual”. ¿Qué hace que lo sigamos citando? Que él se presenta cada vez: ¿podrá él ir más allá?

Vemos entonces que el tema de los dichos no es para nada sencillo y menos aún lo es en las adolescencias. Habrán observado que no hablo de la adolescencia en singular sino de las adolescencias. Tomo la idea de que hay un hecho general, universal que es la pubertad y luego están las formas particulares en que esta se encarna en los sujetos: esas formas particulares son las adolescencias.

Ahora bien si tomamos esa perspectiva: que los adolescentes responden a algo que viene del campo del Otro es allí donde podemos ubicar la palabra crisis. ¿Cómo entender la crisis en este período? Tal vez, tomando a J.-A. Miller, podemos decir que una crisis se da “cuando el discurso, las palabras, los ritos, la rutina, es decir, todo el aparato simbólico se demuestra súbitamente impotente para temperar, para tratar algo (un real) que hace a su antojo. Y eso además le recuerda al ser humano su precariedad”.

Entonces para situar el tema de los dichos podemos decir que estas crisis de las adolescencias son en realidad crisis de cada adolescente con la “lengua articulada” como lo señala Lacadée. ¿Qué es la lengua articulada? Es la lengua que cada uno ha aprendido del Otro familiar o del Otro social. Es la lengua del sentido común pero es una lengua que cuando aparece la pubertad no le sirve al sujeto para nombrar todo aquello que le está pasando, todo aquello que está viviendo. Podemos decir que el adolescente siente una cierta “inseguridad en el lenguaje del Otro”, por eso desconfía, no cree que ese Otro pueda ofrecerle los elementos que le permitan aproximarse a una relación auténtica con su ser. Sentir inseguridad respecto a la lengua del Otro, es también un modo de sentir inseguridad frente al saber que el otro (el profesor, el padre, el psicólogo) le puede entregar. Esa “lengua articulada” podemos pensarla como la base del lazo social y en la medida en que está cuestionada muestra por qué el lazo social también lo está. De hecho si pensamos en los adolescentes una de las cuestiones que ellos buscan es la de establecer un modo de lazo que no sea el pret a porter: es decir, han de elegir entre el lazo pret a porter que les ofrecemos o crear uno propio (o sea, que se mueven entre la rutina y la invención).

Entonces en el trabajo con adolescentes la pregunta que me orienta es ¿Qué es lo que los adolescentes nos enseñan? Entendida en su doble sentido: enseñar en tanto nos dan a ver y enseñar en tanto se trata de un saber.

He de decir que los adolescentes confrontan a los psicoanalistas a una pregunta que es el núcleo de la cuestión para nosotros: “¿Para qué sirve hablar?” (“¿Cómo podía ser que las palabras, que el hecho de hablar pudiera modificar un acontecimiento del cuerpo? ¿Cómo puede ser que el lenguaje muerda al cuerpo y cambie de dirección un sufrimiento?”). Me parece que esto no es ninguna banalidad: los adolescentes nos invitan a trabajar, a demostrar algo que se pone a prueba cada vez que hacemos nuestra oferta.

La otra pregunta muy habitual en el ámbito educativo es: “¿Para qué sirve este saber del que me estas hablando?”

¿Qué hacer con estas preguntas que tocan directamente nuestro lugar, que nos atraviesan? Son preguntas que hay que poner a trabajar. Son preguntas para las que no hay una respuesta universal, una respuesta “para todos”, pero hay que ponerlas a trabajar porque si bien no sabemos su respuesta, sí sabemos alguna cosa: en primer lugar, sabemos que la ignorancia es inútil y, en segundo lugar, sabemos que cierto tipo de silencio alimenta el aislamiento.

Entonces una de las cuestiones importantes es pensar el Otro del adolescente. Di Ciaccia, un psicoanalista italiano, dice que no se trata tanto de estar preocupado por el tratamiento de los chicos sino que más bien se trata de tratar al Otro. ¿Qué quiere esto decir? Quiere decir poner en cuestión algo de nuestra posición. Hay un ejemplo interesante publicado hace unos años en la revista El Niño Nº8. El artículo es “La respuesta del Hip Hop”. Allí es Daniel Dubois quien habla, un joven que pertenece al mundo del hip-hop francés. Vale la pena leerla toda pero quiero recordar una parte que es cuando él relata lo que pensó en el momento en que lo invitan a hablar en un taller del Centro de Investigación de Estudios sobre el Niño “Lenguaje y segregación”. Cito: “(...) vinieron a verme para pedirme que presentara a CIEN lo que era la cultura del Hip Hop, lo primero que pregunté fue, ¿pero CIEN quién es?, ¿qué es?, ellos me respondieron: hay psicoanalistas, educadores. Yo no había imaginado jamás que pudiera venir a ese mundo, ni participar en una reunión, ni siquiera escuchar. Primero me sorprendí, incluso tuve una cierta desconfianza, me preguntaba ¿no harán ese pedido a título de educadores, en contra del Hip-Hop, para aprovecharse de nosotros, no con la idea de permitir que nos expresemos con lo que tengamos que decir, sino con el afán simplemente de recuperarnos?”.

Esta es la cita: me interesó porque muestra varias cuestiones de los jóvenes con relación al Otro: en primer lugar, la sorpresa de Dubois al ser convocado en el lugar del saber. Este es un punto interesante con los adolescentes: lo que puede abrir a la dimensión de lo enigmático y provocar su trabajo es señalarles que ellos saben. En segundo lugar, la desconfianza. Pero no es cualquier desconfianza, es una desconfianza en donde hay una pregunta: ¿el Otro quiere saber porque realmente “no sabe” o su querer saber es un modo de engaño para “recuperarlos”? Podemos hacer una serie: recuperar, reinsertar, reformar, reeducar… Esos son los nombres de los lugares en los que el adolescente supone que el Otro está.

Otra cuestión que quería extraer de esta entrevista es lo que Daniel Dubois define como lo auténtico, señalando la importancia radical que esta palabra tiene para ellos. Auténtico quiere decir “estar en contacto con la realidad, mirar las cosas de frente, no caer en las trampas propuestas por el sistema”. “Esta es una de las respuestas del Hip Hop, el rechazo, el no dejarse engañar por lo que las instituciones pueden ofrecer a los jóvenes”. La gran cuestión para los profesionales es plantearnos qué tipo de oferta podemos hacer para abrir canales socialmente aceptables y que permitan que la “provocación” devenga “invención”.

Otro ejemplo del que quiero hablar es de una experiencia que realizamos en la FNB. La conversación con adolescentes que se inscribe en un dispositivo llamado Aula de Trobada. Allí empezamos a hacer talleres dirigidos a profesionales que estuvieran trabajando con adolescentes con TMG, TDAH, etc. En un momento pensamos que nos faltaba algo: las palabras de los adolescentes. Planteamos unos grupos de conversación con ellos a partir de las preguntas que se presentaban en los talleres y que podían resumirse en que los profesionales tienen dificultades, no saben cómo tratar lo que los adolescentes en la actualidad presentan. Pensamos que podía ser interesante trasladarles nuestras dudas y así lo hicimos: convocamos a algunos chicos y les preguntamos acerca de su versión sobre a lo que nosotros nos parecía problemático (el bullying , su relación con los semejantes, con el mundo adulto, etc.).

Cuando ellos se presentaban en un primer momento disfrazaron en su mayoría su curiosidad. Decían: “Vine porque no tenía nada que hacer”; “vengo por el obsequio” o “vine porque su hermano no podía”. Sólo uno de ello dijo que le parecía interesante ser escuchado. Al exponerles lo que nos había llamado a convocarlos les pareció interesante, su respuesta fue unánime: “Si las preguntas se relacionan con los jóvenes, no van a ir a preguntarle a un adulto”. De allí lo que apareció de manera constante en la conversación fueron dos cuestiones: que ellos viven su mundo, de alguna manera, en “primera persona”, es decir, las cosas giran alrededor de su eje, como algo estructural; y la otra es que su demanda es una demanda de reconocimiento (de respeto) a partir de cómo se sienten mirados: “Los adultos creen que no podemos hacer, nos protegen demasiado, siempre escogen por ti y al final no sabrás escoger, exageran en sus preocupaciones”.

Viven esa sobreprotección, esa exageración como una falta de confianza sobre ellos. Este es un punto importante: los adolescentes son muy sensibles al lugar que sienten que el Otro les da y lo paradojal de su demanda es que piden que se confíe en ellos sin, de alguna manera, habérselo ganado. Que son sensibles a ese lugar es que muchas veces responden a él exactamente allí donde se los convoca: si creemos que son agresivos responderán agresivamente. Nos muestran que lo que se presenta como desobediencia de su parte, en realidad, frecuentemente, es algo profundamente obediente y allí podemos ver esa distancia entre el dicho y el decir. Los escuchamos repetir: “todo me da igual”, “no me importa”, “ya fue”… Sin embargo, sus dichos se contradicen con el “sacrificio” que hacen para ajustarse al lugar que el Otro les da.

Quieren ser grandes pero la dificultad con la que se encuentran es que no quieren ser grandes como los que conocen. El grupo de iguales es entonces un eslabón en el camino de configurar ese hacerse grandes: están los friquis, están los fumados, están los quinquis, están estos y los otros; dicen “los amigos, lo más importante de la escuela”: es allí, entre sus amigos, donde para muchos se desliza algo de lo que está vivo en la escuela. Lo otro es “lo aburrido”: captan muy bien cuando alguien enseña sin transmitir.

Si la enseñanza en una parte es del orden de la repetición (contenidos, etc.) ellos están más bien pendientes de lo que se transmite detrás de esos contenidos: “¿Hacen vivir al profesor, está atravesado por lo que dice o simplemente se trata de hacerles perder el interés, que el profesor ha perdido hace tiempo, “ya que todo lo explica 20 veces”? Es cuando captan algo de lo vivo en el Otro, de lo que hace y dice más allá del encargo laboral que pueden dejar de lado esa duda de “¿para qué sirven las ecuaciones de segundo grado, sociales y el pasado, las lenguas?”

Por otro lado pertenecer a un grupo los pone al resguardo del bullying: al que es acosado lo ven como alguien con dificultades de relacionarse y al acosador: “normalmente son los que se aburren”, es decir, los que no saben cómo hacer para dar forma a su deseo de otra cosa. Para ellos hay dos tipos de aburridos; los que se aburren porque no les interesa y los que se aburren porque no entienden. Las salidas de ese aburrimiento son: “el bullying, los que se duermen, los que igual estudian y los que buscan otros recursos”. El aburrimiento implica la desconexión y fue unánime el hecho de que hay mucha incomodidad en el aburrimiento.

Otra cuestión interesante es la idea de que no hay que meterse cuando hay una situación de bullying, incluso a veces obvian recurrir al Otro porque les parece que entonces el problema crecerá excesivamente.

Ellos creen que los adolescentes hablan pero que lo hacen de otra manera y se preguntan si nosotros podremos escuchar esas maneras. Ellos no están seguros. Testimonian también de la dificultad de servirse de las palabras, por eso construyen nuevas formas de decir. Finalmente, explican que ellos no pueden llamar al Otro (en el sentido de contar con él) porque no se sienten llamados. Creen que cuando uno es llamado es cuando se le reconoce un lugar: para ellos falta ese reconocimiento. Uno lo expresaba así: “los adultos en vez de llamarnos, nos tiran de la correa”. Es un modo de decir los obstáculos que encuentran para hacerse un lugar como sujetos.

La cuestión para nosotros es compleja: si tomamos como un saber que hemos de aprender lo que ellos nos dicen podemos afirmar que la cuestión con los adolescentes es saber cada vez cómo llamar y cómo llamarlos pero desde el interior: Esta, creo, es la condición para que algo se abra de su lado.

Bibliografía:
-. Daniel Dubois, “La respuesta del Hip Hop”, en Revista El Niño Nº 8, Barcelona, mayo 2000.

-. Lacadée Philippe, “Adolescentes en el liceo no sin sus profesores. Acerca de la más delicada de las transiciones a la crisis del lenguaje articulado”, en Psicoanálisis con adolescentes, Mundo Psicoanalítico, Ed. Pomaire, Venezuela, 2008.

-. Miller Jacques-Alain, Introducción al método psicoanalítico, Eolia-Paidós, Buenos Aires, 1998.