Contra los creyentes. Fernando Savater (Madrid)

FERNANDO SAVATER y su ‘Contra los creyentes’. Fernando Martín Aduriz (Palencia)

El texto que presentamos en nuestro BLOG, por iniciativa de una colega de nuestra Escuela que nos llamó en pleno ferroagosto para urgirnos a publicarlo también en el BLOG, puede calificarse como el artículo recordable de este pasado verano. Nuestra colega tenía razón con su prisa. Y si no le hemos publicado antes no es por culpa del redactor sino mía, puesto que hace tiempo que me pidió esta entradilla para el artículo de marras.

Desde luego puede que estemos ante un artículo-río, esos artículos de prensa destinados a perdurar, y que por sí solos condensan el pensamiento de décadas. Es como si llevara en su interior las voces de todos aquellos que han sufrido de la acción tóxica de un significante amo pegajoso e irrespirable, el dolor silencioso que han soportado desde tiempos inmemoriales las víctimas de la razón de Estado, o bien que otro, vale de cualquier signo, y en nombre de sus creencias le hubiera impuesto a sangre y fuego algo doloroso o arbitrario sin discusión, sea lo que fuere.

Este artículo vale como manual de pedagogía en primer lugar. Se podría leer a los niños que empiezan la ESO, si no fuera porque los que Savater denomina “creyentes” están repartidos en la geografía tanto como psicológica, social y políticamente. En el Norte y en el Sur, en la derecha y en la izquierda, encontramos gentes dispuestas a impedir a los demás desplegar su libertad de equivocarse con el argumento de que lo hacen en su bien. Tratan de imponer si gobiernan sus criterios de perfección social, de salud pública, de vestimenta a usar, ora en nombre de la Ilustración, ora de la religión de moral más estrecha.

Como psicoanalistas sabemos del daño que hacen estos “creyentes” allá por donde pululan. Conocemos los efectos en nuestros analizantes, a veces de toda una vida. Denominados por el autor de “creyentes”, armados de “celo persecutorio”, sostienen un goce especial, -el autor lo llama subidón de adrenalina política- felices de contemplar los efectos de las identificaciones de masa y sus efectos de UNO grupal, no dudan en imponer sus creencias, en hacer publicidad de ellas, y en impedir que nadie contrapublicite, esto es, dialectice, argumente, discuta. Para los muy ‘creyentes’ en sus dogmas, sean comunistas, socialdemócratas, ultracatólicos, musulmanes, antitaurinos, vegetarianos o liberales, se trata de colonizar al otro, de hacer fieles o militantes a una causa y de imponer el sometimiento, más o menos visible, la tiranía del gusto único.
Pero una voz humana de siempre se alzó gritando a favor de quienes tienen diferentes convicciones, y a expresarlas, llámese Voltaire, Diderot…, o Lacan.

En una ocasión le preguntaron a Savater su opinión sobre Lacan, y contestó que había tenido tiempo para leer a Freud pero no disponía de tiempo para leer a Lacan. Un notable agujero en su biblioteca, que no se han permitido otros excelentes filósofos como nuestro amigo, reciente Premio Espasa de Ensayo , el catedrático Manuel Cruz, también articulista en EL PAIS y asistente a alguna de nuestras Jornadas de psicoanálisis. Pero nunca es tarde.

Como también en otra ocasión manifestara Fernando Savater que estaba de acuerdo con sus propias opiniones a condición de situarlas al lado de la fecha en que las expuso, esperamos que pueda rectificar y leer a Lacan.

Vería que, Jacques Lacan, en su trabajo de identificar ‘creyentes’, también del psicoanálisis, mostró un camino claro para nosotros en 1958, en su texto ‘La dirección de la cura’, y que anticipa este texto de Savater: “Pretendemos mostrar en qué la impotencia para sostener auténticamente una praxis, se reduce, como es corriente en la historia de los hombres, al ejercicio de un poder”.

Disfrute el lector del BLOG de la ELP, cada día más numeroso, de este artículo si se le pasó desapercibido cuando fue publicado en EL PAIS el pasado 11 de agosto, y úsele como más le convenga, incluso para discutir con Savater si fuera menester.

CONTRA LOS CREYENTES. Fernando Savater

Los conocimientos bien fundados fueron y son demasiado escasos para lo que requieren nuestros anhelos de comprender la vida y actuar en la urgencia del momento presente. Como dijo Wittgenstein, incluso cuando tengamos todas las respuestas científicas aún no habremos comenzado a responder las preguntas que más nos importan. De modo que siempre necesitaremos creer además de saber para poder organizar racionalmente nuestra existencia humana.

Esta obviedad paradójica nunca se le escapó a Voltaire, Diderot ni al resto de los más esclarecidos miembros de la cruzada enciclopedista. Cuando ellos denunciaron y combatieron a los "creyentes", nunca pretendieron acabar con quienes conjeturan más allá de lo que pueden comprobar -ellos mismos lo hacían constantemente- sino con los que en nombre de su inverificable certidumbre persiguen y coaccionan a quienes viven según convicciones diferentes. Porque el creyente peligroso no es quien reivindica su fe como un derecho personal, sino quien pretende convertirla en un deber "para todas y todos", como dicen ahora. Voltaire les caracterizaba con el lema "piensa como yo o muere", todavía vigente hoy de forma literal en algunas siniestras teocracias aunque en nuestras sociedades democráticas haya sido sustituido por una fórmula menos sanguinaria: "Piensa como yo o muere... socialmente".

El laicismo del Estado, que es uno de los pilares -amenazados, ay- de la democracia contemporánea, no pretende erradicar creencias personales sino a aquellos que intentan prescribirlas o proscribirlas. Es decir, el Estado se mantiene laico para que los ciudadanos puedan serlo o no serlo según su criterio.

Y las convicciones de cada cual así amparadas no se refieren solamente a cuestiones religiosas o metafísicas, sino también a estilos de vida. Son estos últimos los más difíciles de soportar para los creyentes actuales, que sólo se encuentran a gusto en la unanimidad de comportamiento y están dispuestos a exigirla de acuerdo con elevados principios morales... que dejan de serlo, claro, en cuanto se les impone por decreto. La institucionalización democrática no debe pretender instaurar el cielo en la tierra -lo óptimo en dignidad humana, decencia y costumbres edificantes- sino permitir el marco político en el que, dentro de una regulada convivencia, cada cual pueda ir al cielo o al infierno por el camino que prefiera, según postuló Voltaire. Lo contrario es volver a los usos teocráticos... aunque sea nominalmente para desautorizarlos y prohibirlos.

A diferencia de lo que pretenden los creyentes, el Estado laico no debe entrar en ningún tipo de polémicas religiosas. Ninguna fe puede convertirse en un eximente para incumplir las leyes civiles, pero tampoco en motivo para penalizar conductas que no se vetan explícitamente en los usos profanos. Si un conductor de autobús musulmán (el caso ha ocurrido en Reino Unido) no permite subir en su vehículo a un invidente acompañado de su perro guía, no es cosa de comenzar a discutir si realmente la saliva del animal es impura o no según no sé qué ortodoxia: la ley de ayuda a las minusvalías debe cumplirse y punto.

De igual modo, una joven de la edad legalmente determinada debe poder comprar la píldora poscoital en la farmacia sin trabas, tenga la persona que regenta el establecimiento la opinión moral que fuere sobre esa transacción.

Pero tampoco hay derecho a prohibir velos o tocados a nadie porque se les suponga significados religiosos indeseables según el creyente persecutorio de turno (algunos muy eruditos, eso sí), cuando no despertarían recelo si se los justificase en nombre de la moda o de la extravagancia.

La indudable superioridad de las democracias laicas sobre las teocracias es que en las primeras las mujeres pueden ponerse el velo que quieran y en las otras en cambio no se lo pueden quitar. En cuanto a las disquisiciones teológicas, quedan para los ámbitos académicos y las fiestas de guardar.

Como los creyentes ejercen su santa coacción en beneficio de las almas de los demás, su presa favorita suelen ser las mujeres, cuyas almas tradicionalmente han sido consideradas más vulnerables que el espíritu de los varones.

Sea que se tapen demasiado o que se ofrezcan desnudas al mejor postor, siempre deben ser reprimidas y encauzadas porque solo llegarán a ser libres cuando se las convenza de lo dañino que es hacer lo que les dé la gana.

Antes, cuando la hembra era siempre revival de Eva tentadora, tras cada desvarío masculino alguien advertía: ¡cherchez la femme!; ahora, como ya sólo están autorizadas a ser víctimas, en cuanto se recatan o se descocan demasiado los creyentes claman: ¡cherchez l'homme!

Porque se da por hecho que es un hombre siempre el que las desvía del recto sendero de la razón y la decencia. Desgraciadamente es muy frecuente que sean varones quienes las intimidan y mangonean, pero entonces será contra esos tiranuelos contra quienes habrá que actuar sin dejar de reconocer que ellas tienen también voluntad propia.

¿Que no se puede permitir la esclavitud, ni siquiera voluntaria? No hay esclavos ni esclavas felices salvo en la ópera de Arriaga y sin embargo todos nos esclavizamos gustosos de mil maneras por devoción o por ambición. Cuidado con los moralistas que sin escuchar nuestra opinión se sienten legitimados para emanciparnos a fuerza de decretos...

A lo largo de su biografía, los creyentes a veces mejoran de dogmas y pasan del comunismo a la socialdemocracia o el liberalismo, de la ortodoxia teológica al cientifismo y la evolución, de las adicciones juveniles a la salud pública, incluso hay ex caníbales que acaban vegetarianos o antitaurinos.

Pero lo que nunca pierden es el celo persecutorio que les asegura el subidón de adrenalina política. Los demás son cavernícolas oscurantistas, ellos siempre paladines ilustrados inasequibles al desaliento.

Practican lo que Michael Oakeshott llamó en un ensayo memorable la "política de la fe", es decir, tratan de imponer gubernamentalmente la perfección social según la guía de quienes ya vieron la luz de la verdad. O sea, siguen confundiendo política y religión... aunque se crean laicos.

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