Too Mach! Conclusiones, ideas y problemas. Hacia las IX Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis “Los hombres y sus semblantes”. Nº 3. Responsable: Gustavo Dessal (Madrid)

Editorial

¿Recuerdan el libro El varón domado? Esther Vilar obtuvo un éxito planetario con esta obra publicada en 1971, que estalló como una bomba en el mundo feminista. Su tesis -el verdadero poder lo poseen las mujeres, y los hombres son el fondo seres castrados por el dominio femenino- le valió incluso amenazas de muerte. “El hombre fue entrenado y condicionado por la mujer, de manera no muy distinta a como Pavlov condicionó sus perros, para convertirlos en sus esclavos. Como compensación por su labor los hombres son premiados periódicamente con una vagina”, escribía Vilar en esa época. Qué cosas.

Nada más divertido que esta cuestión de los sexos para ver pulular toda la fantasmagoría con la que los kleinianos nos han entretenido tanto. Un poquito de verdad en cada una de las versiones del padre... Una reedición actualizada saldrá próximamente. Habrá que comprarla para ver si, cuarenta años después, el premio sigue siendo el mismo.

Ernesto Sinatra (EOL) nos anuncia otro libro sobre los hombres en la editorial Grama. Too mach! lo entrevista sobre las visicitudes de la masculinidad en la clínica analítica.

Ricardo Acevedo, desde Málaga, nos envía un artículo aparecido en El País el 26 de junio pasado, firmado por Inmaculada de la Fuente. Se titula “La travesía de la masculinidad”, una fenomenología superficial sobre las nuevas formas de masculinidad en España. "Nadie se define ya como machista", dice Luis Bonino, psiquiatra y psicoterapeuta especializado en varones y relaciones de género, entrevistado por la periodista. "Pero queda mucho machismo encubierto", añade. "Ha habido cambios, pero en aspectos superficiales", precisa. No le gusta recurrir al tópico de la masculinidad. "Es una especie de esencia masculina donde se mete cualquier cosa. Prefiero hablar de un modelo masculino que se adapta a las condiciones históricas que le toca vivir", desmitifica. En las últimas décadas en España se ha pasado de un machismo en bruto a una igualdad legal en la que perviven prácticas del viejo modelo. Es lo que Bonino denomina micromachismos.”

Por lo visto, se impone acabar con el machismo incluso hasta en su modalidad microbiana. Incluso matar el germen desde el nacimiento. Sin ir más lejos, en Francia ya quieren descubrir en los jardines de infancia a los criminales en potencia. A lo mejor en el test le añaden el índice de micromachismo. Hasta podrían ver conexiones entre ambas cosas.

Vicente Palomera me envía una hermosa observación en forma de carta, recordándonos las “tres relaciones inevitables” en el hombre, postuladas por Freud en su artículo sobre los tres cofrecillos. En el fondo de todo hombre, y como también nos lo dice Juan Pundik, siempre encontramos la misma Cosa: la madre. Cada vez que se refería a la suya, el pobre Rimbaud escribía The Mother, con mayúscula y en inglés. Le parecería mejor para nombrarla en su goce, del cual huyó por primera vez a los 16 años.

“¡¡Esto no hay quién lo entienda!! ¿Estaremos también globalizando la sexualidad intentando “igualizar” lo imposible de igualar?”, exclama nuestra colega Josefa Estepa Martín (Córdoba) en su mail. Paradojas de una época en la que, al mismo tiempo, la publicidad nos asegura que somos inigualables...

Constanza Meyer y Alberto Estévez (Madrid) nos envían un extracto de sus intervenciones del martes pasado en la sede de Madrid. “Medroso del agujero”, escribe Alberto en referencia a la tendencia autoerótica del varón, mientras Constanza nos habla del ingenio poético de Cortázar para elevar el decir poético a la dignidad de un amor verdadero.

Cerramos hoy con una historieta de Caloi, el gran humorista argentino.
“C’est très réussi. Bravo!” nos alienta Eric Laurent a propósito de Too mach! Seguimos esperando contribuciones.

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ENTREVISTA A ERNESTO SINATRA
Too mach!: Has vuelto a "reincidir" en la temática masculina con un nuevo libro, esta vez titulado "¡Por fin Hombres al fin!, que saldrá el mes que viene en Ediciones Grama. ¿Qué es lo que hizo surgir el interés sostenido de elaborar este tema, hasta entonces poco frecuente en la literatura psicoanalítica?

Ernesto Sinatra: Este libro es el producto de una investigación que lleva ya algunos años. Su primer producto gráfico se remonta a la década de los ’90 con la publicación de “¿Por qué los hombres son como son?” (ATUEL, 1993); allí pretendí indagar el tema de la masculinidad en un tiempo en el que el debate acerca de “¿Qué quiere una mujer?” dominaba la escena psicoanalítica. Procuraba interrogar porqué el “enigma de la femineidad” (nombre lacaniano con el que se traducía la pregunta freudiana) casi había desplazado la indagación teórico-clínica de la posición masculina. Contaba con una hipótesis, muy ‘a mano’: lo escurridizo de la femineidad y su compleja construcción desde la niñez contrastaba con la aparente simpleza del falo-centrismo del varón. Años después comprendí que, más acá de la pertinencia (o impertinencia) de este argumento, se ponía allí en juego una interrogación suscitada en mi análisis personal. Exactamente diez años después volví a las andadas: escribí “Nosotros los hombres -un estudio psicoanalítico” (Ediciones TRES HACHES, 2003) lo que me valió -en la contratapa del libro- el título de ‘reincidente’. Me encargué allí de la profundización de los temas que habían suscitado mi atención en ¿Por qué los hombres…?: la estructura de la amistad -frecuente substancia aglutinante del ser masculino; las características cambiantes de la época; las transformaciones de la intimidad en hombres y mujeres…

Allí donde en la presentación anterior había un interrogante -de clara procedencia femenina- (¿Por qué los hombres…?) respondí entonces (no sin humor) con un enunciado asertivo que me contenía -en cuanto enunciador- en el conjunto de los hombres. Y allí donde parecía concluido el ciclo -y ya transformado en incorregible- he vuelto al ruedo, años después, con este libro en el que presento a la masculinidad por su nombre (Hombres), flanqueada ahora por dos frases admirativas que funcionan adjetivando el sustantivo de base. Otra vez las mujeres versionan lo masculino desde una emisión regocijada (¡Por fin hombres!) o con decepción flagrante (¡Hombres al fin!). Desprendemos de ello lo que no deja de ser obvio: que el destino masculino no puede prescindir de estas versiones femeninas, ya desde la cuna. Este libro hace serie con los dos primeros que lo prepararon: revisando conceptos y aseveraciones, poniéndolos a prueba y/o modificándolos, buscando nuevas vías de interrogación; hasta repitiendo -incluso- formulaciones anteriores por su comprobada actualidad. En él se ofrecen conceptos y matemas que intentan formalizar lo que se sustrae en los intercambios entre hombres y mujeres: el sentido que se fuga cuando se pretende atrapar en él al ser masculino (y no menos al femenino). Por ello, se trata en él de una investigación que sigue en curso, es decir: que permanece inacabada, abierta, inscribiéndose en una lógica inconsistente. Pero al nombrarla de este modo, esta suerte de definición se halla en consonancia con lo que hemos aprendido de la estructura real de las mujeres.

Too mach!: ¿Cuáles son las particularidades de la posición masculina en la actualidad?

E. Sinatra: ¿Es preciso reivindicar a los hombres en la actualidad? ¿Sería adecuada la reinvención de una “identidad masculina” para responder a cierta presión de la época -que representantes de la sociología contemporánea han denominado “feminización del mundo”? Y lo que de ello se desprende: El “modelo masculino” ¿habría perimido? “Ser un hombre de verdad” ¿define una substancia masculina que, como la testosterona, permanecería invariable a través de los siglos, más allá de las modificaciones de los semblantes con los que los hombres se visten en cada época? ¿Equivaldría ello a decir que “los hombres son hombres”, incluso más allá de los cambios en la jurisprudencia que ha conducido a promulgar el matrimonio igualitario, por ejemplo? ¿Siguen siendo los hombres como eran tan sólo algunas décadas atrás, o encuentran -ellos y ellas- alguna diferencia substancial en su forma de asumir hoy su masculinidad?

Y del lado de ellas: ¿Es verdad que muchas mujeres cada vez que se encuentran con un “hombre de verdad” exclaman asombradas ¡Por fin hombres!? ¿No es acaso cada vez más frecuente encontrar en la consulta un tipo de mujeres -al que gusté en llamar: nuevas patronas- que se ha cansado de esperar de los hombres una solución y ha decidido “hacerlo por mí misma” (como decía una de ellas echada en el diván analítico), ya sea prescindiendo de ellos o tomando la iniciativa como una verdadera “mujer de las llaves” (denominación empleada por un analizante para describir a las mujeres que usan objetos como anzuelos de seducción -para mostrar que ellas sí tienen (departamentos, autos…)? Hay hombres que responden con síntomas a este nuevo estado de cosas.

Y al revés: ¿acaso no encontramos, por el contrario, otras mujeres que prefieren la versión anterior de los hombres y sueña con “que los hombres vuelvan a ocupar su lugar para sentir otra vez que el hombre es nuestro sostén, el padre de familia” y -entre muchas otras cosas- “que vuelvan a mantenernos”?

Too mach!:¿Qué nuevos síntomas padecen los hombres?

E. Sinatra: También los tiempos son generosos en proporcionarnos ejemplos por doquier del desajuste entre la naturaleza de los cuerpos y las elecciones sexuadas. En el libro recorro fenómenos actuales y casos clínicos para intentar demostrar hasta qué punto el goce femenino no sólo es un problema para una mujer sino que no lo es menos para un hombre. Ya que, y por más que en el vértigo de los tiempos que corren se hable a viva voz de ‘los hombres-esquivos’ -los que huyen del compromiso emocional con las mujeres- ¿no es menos cierto que muchas de ellas también no saben qué hacer con su sexualidad y tienen que inventarse Otra mujer como modelo para imitar (y/o para despedazar en sus fantasmas)?

Por eso: ¿en qué consiste hoy la “identidad masculina”? ¿Sigue siendo determinada por lo que le ha sido transmitido a cada hombre por su padre, acaso?, ¿o se trata de que lo que hoy domina la identidad son las identificaciones promovidas por lo que dictan los especialistas, lo que aconsejan los blogs, las imágenes colgadas en Facebook o por el ojo omnivoyeur de la televisión que nos mira, por ejemplo?

Y de ser así, ¿hasta qué punto no son los fragmentos del padre tradicional los que se nos ofrecen en los mismos gadgets: objetos restos de la producción de las tecno-ciencias que inundan el mercado de consumo planetarizando el mundo?, ¿no son acaso esos aparatos -que-enseñan-cómo-gozar, trozos de información producidos por saberes expertos?

De todos modos, el Padre de la tradición ha implosionado en nuestras mismas narices. Y no se trata aquí de producir ningún arrebato nostálgico para reintroducirlo (ni tampoco de acudir a ningún fundamentalismo reivindicante).

El discurso psicoanalítico –tal como lo precisó con extrema claridad Jacques-Alain Miller- ya no es el revés del discurso del Amo como en el siglo de su nacimiento. Los tiempos de la rígida moral victoriana y su empuje a la represión son ya cosa del pasado. La versión actual del capitalismo híper-moderno ha desempolvado el goce que dormía en el inconsciente y lo ha elevado a un papel protagónico en la sociedad del espectáculo esparciéndolo por doquier.

La civilización actual al igual que el psicoanálisis dan hoy trato a las renovadas formas de goce que se manifiestan; pero a diferencia de la civilización, que al promover satisfacciones contradictorias fuerza la imposibilidad real de “gozar libremente” y desencadena fenómenos bizarros, el psicoanálisis responde recogiendo el guante y se encarga de darle tratamiento a tales afecciones que enmarcan la época: depresiones por caída del deseo; trastornos de la alimentación; poli-adicciones…, ¿no son los cuerpos invadidos de la fantasía de Cronenberg los que explotan con la introducción de los tóxicos híper-modernos enmarcando los síntomas actuales de los hombres?

Y mientras todo ello ocurre, los hombres no dejan de refugiarse entre ellos debatiendo acerca de sus grandes temas, es decir de sus “vicios”: siempre encausados por el goce fálico (aunque no sólo determinados por él), ellos hablan de las mujeres, de los deportes, discurren acerca de la amistad, condescienden a tratar problemas de familia, del amor… Las preocupaciones masculinas continúan allí dando la medida de sus goces.

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TRES RELACIONES INEVITABLES EN EL HOMBRE. por Vicente Palomera

Querido Gustavo:
Al momento de empezar a pensar cómo corresponder a tu amable invitación, me vino a la cabeza -seguramente influenciado por tu faceta de escritor- la deliciosa novela de Isaac Bashevis Singer titulada Enemigos, una historia de amor. El libro se editó en español en 1978, por Plaza & Janés, el mismo año en el que Singer recibió el Premio Nóbel de Literatura. Existe también una entretenida adaptación de la novela al cine hecha por Paul Mazursky, en 1989, (con Anjelica Huston, Lena Olin y Ron Silver).

La novela trata de la historia de Herman Broder, judío polaco cuya familia fue aniquilada en el holocausto nazi. Él logra escapar gracias a que una campesina polaca, Yadwiga, lo esconde en un henil. Terminada la guerra se va a vivir a Brooklyn y se casa con Yadwiga porque cree que se lo debe, pero también tiene una amante, Masha. Y, por si fuera poco, descubre que su mujer, Tamara, que creía fusilada por los nazis, sigue viva y acaba de llegar a New York.

Pero lo más extraordinario es que descubrimos en la novela de I.B. Singer lo que Freud trata en “El tema de la elección del cofrecillo” (“Das Motiv der Kätstchenwahl”), a saber, las tres relaciones inevitables del hombre con la mujer: “Podríamos decir que para el hombre existen tres relaciones inevitables con la mujer, aquí representadas: la madre (die Gebärerin), la compañera (die Genossin) y la destructora (die Verderberin). O las tres formas que adopta la imagen de la madre en el curso de la vida: la madre misma, la amada, elegida a su imagen, y, por último, la madre tierra, que la acoge de nuevo en su seno.

En la novela de Singer, las relaciones de Herman Broder son, pues, Tamara, la primera esposa, que encarna la figura de la muerte; Yadwiga, la de la madre; y Masha, la amante. Igual que en el análisis de Freud, la pregunta es: ¿porqué la más bella, la única verdaderamente amante, es la que se calla? Freud propone ver este personaje como la figura invertida punto por punto por el inconsciente, de la diosa de la muerte, la más terrible, aquella que fija ella sus elecciones sin réplica.

El silencio es la particularidad que llama la atención de la tercera mujer. Freud lo señala en su artículo: “Puede llamarnos la atención que aquella tercera mujer tenga en varios casos, además de su hermosura, ciertas particularidades…”. Freud se detiene ante algunos indicios bien interesantes. Encuentra que reiteradamente aparece en ellas la mudez como atributo, ya sea en forma directa o en otras que considera asimilables: el ocultarse (La Cenicienta); la palidez del plomo (en comparación con la naturaleza estridente del oro y la plata) en Porcia (El mercader de Venecia); la modestia en Cordelia (El rey Lear), que ama y calla.

Se ve bien en la novela que el discurso de la mujer y su mutismo no están en una relación de exclusión recíproca: las mismas heroínas que hablaban en el terreno masculino, pueden también encontrar el deseo de callarse. Toda palabra femenina se desdobla en un silencio portador del misterio de la vida como de la muerte.

Gustavo, ayer me pedías una líneas: ahí van, escritas a vuelapluma, y para que las incluyas como tú prefieras en Too mach! , aunque veo que he querido hacer resonar el tema de la elección del "suitable match" para el hombre.
Un abrazo psicoanalítico,

Vicente

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REFLEXION por Juan Pundik
Me ha dejado reflexionando la frase de Rosa López cuando escribió que el mensaje que hace unas generaciones se transmitía de madres a hijas como un saber inequívoco sobre el deseo masculino: “no te dejes engañar, todos quieren lo mismo”, ha dejado de estar vigente.

A la luz de la clínica cotidiana creo que a dicho mensaje, más que haber perdido vigencia, se le ha caído el semblante. Detrás del cual lo que hay es que todos, aunque quizás no todos, quieren lo mismo: a su madre.

Tal vez entonces la imposibilidad del deseo masculino no alcance a cobrar toda la dimensión del estatuto enigmático que antes se reservaba al “continente negro” de lo femenino, y en consecuencia las preguntas que propone Rosa “¿Qué quieren los hombres?”, incluso “¿Dónde se meten los hombres?”, puede que tengan dramáticas y decepcionantes, o al menos frustrantes, posibles respuestas.

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UN COMENTARIO. por Josefa Estepa Martín

Estimado Gustavo:
Al leer los textos de Rosa López y de Rosa Ruiz, se me viene a la memoria la letra de la canción: "Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio, contigo porque me matas, sin ti porque yo me muero".

Me despierta inquietud el pensar el momento actual a la luz de lo que estas dos autoras presentan. Si un hombre se dirige a una mujer sometido a su demanda, malo. Si mantiene los patrones "viriles" tradicionales, malo. Si se pierde entre lo uno y lo otro, difícil de encontrar.

Y las mujeres... ¿marcando el compás? ¡¡Esto no hay quién lo entienda!! ¿Estaremos también globalizando la sexualidad intentando “igualizar” lo imposible de igualar?

Mejor será mantener el enigma, y que de vez en cuando salte una chispa de sorpresa que dé luz a Eros.
Saludos.

Josefa Estepa.

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ENTRE EL HOMBRE Y EL AMOR, LA MUJER. por Constanza Meyer

Como dice el poema de Antoine Tudal, “Entre el hombre y el amor, hay la mujer”, por lo que he decidido abordar el tema del amor en el horizonte de las dificultades de las relaciones entre hombres y mujeres afectadas por el pasaje del Discurso del Amo a la primacía del discurso Capitalista.

Muchos creen en el encuentro virtual y se satisfacen con ello sin necesidad de poner en juego nada del amor, gozando más que nunca de su inconsciente y amparados por el velo que ofrece la propia virtualidad y la inmediatez de los contactos. Por otro lado, no podemos dejar de evocar el que parece ser el concepto de amor por excelencia, el desarrollado por los escritores románticos. Se trata de un amor que nunca se alcanza, un encuentro imposible, del cual sólo puede decirse algo de su imposibilidad. ¿Qué lugar para el amor en este escenario?

Me detendré en una frase de Lacan que siempre me ha resultado enigmática: “¿Qué es una mujer? Es un síntoma” recogida en RSI y ampliada en la “Conferencia de Ginebra sobre el síntoma” en términos de que “la mujer es aquello con lo que el hombre nunca sabe arreglárselas” o “Hay mujeres, pero La mujer es un sueño del hombre”, ambas intervenciones de 1975 que tienen por trasfondo la no relación o la no complementariedad entre el hombre y la mujer, así como el giro en la concepción del síntoma que se presenta como modalidad de acceso u ordenamiento del goce, y que implica asimismo un anudamiento particular de Real, Simbólico e Imaginario.

Dice Lacan en la lección del 21 de enero de 1975 que esto puede demostrarse por estructura, es decir que puede verse precisamente porque al no existir la complementariedad, no hay garantía de que el goce del cuerpo del Otro exista, por lo que sólo es posible si se sostiene en el objeto a minúscula. Esto vale tanto para un hombre como para una mujer, aunque en su caso se trata de hacerla entrar en el goce fálico. Para Lacan, hacerla síntoma es invitarla a entrar en el goce fálico, permitiendo que ella haga obstáculo al goce autoerótico. En este sentido, si nos remitimos a las fórmulas de la sexuación y pensamos en términos de necesario, imposible, posible y contingente, veremos que como señalan Jorge Alemán y Sergio Larriera: el decir posible del amor y el decir contingente del falo son los únicos capaces de poner en suspenso el No cesa, “Mientras que el amor suspende la disyunción entre uno y otro sexo, la contingencia fálica, el falo, establece en ambos sexos un goce parcial que sustituye al mítico goce absoluto llamado goce sexual. (…) podrán, en cambio, establecer una sustitución: creyendo estar gozando el uno del otro en el abrazo carnal, disfrutarán del goce de cada uno con el falo” (El inconsciente: existencia y diferencia sexual, J. Alemán y S. Larriera, 2007) .

Los semblantes juegan aquí un papel importante ya que el hombre deberá hacer uso de los semblantes fálicos en el juego de la seducción para que su partenaire acceda a hacer semblante de objeto en el escenario de su fantasma. Si amar es dar lo que no se tiene a quien no es, los semblantes del tener y del ser deberán poder jugar su partida, lo que permitirá que ella se aloje en el hueco y acceda al goce fálico y, eventualmente, al goce Otro. De acuerdo con el modo en que se sirva de los semblantes, entonces, el hombre podrá despegarse un poco de su fantasma y conectado con algo de la verdad subjetiva acceder al encuentro con el partenaire.

No debemos olvidar, por otro lado, que el síntoma es el modo en que cada sujeto goza de su inconsciente con lo cual en el encuentro cuerpo a cuerpo se trataría de que la mujer preste el cuerpo para que el hombre goce de su inconsciente de otra manera y eso le permita eventualmente a ella el acceso a un goce del cuerpo.

Lacan, sin embargo, va más allá en R.S.I y nos dice: “Lo que hay de sorprendente en el síntoma, en ese algo que, como ahí, se besuquea con el Inconsciente, es que uno allí cree (on y croit)”. Se trata de la creencia en la especie de las mujeres, para lo cual Lacan recupera la figura de la ninfa Ondina, una apariencia de mujer que se convierte en mortal por engendrar un hijo con un hombre, que es en parte lo que llamaba “sueño de un hombre”, es decir, convertir esa apariencia en causa de su deseo. Por otro lado, Lacan apunta también a la creencia en lo que ella (una mujer) dice, lo que muestra para él el punto de locura del amor, y no duda en comparar esta creencia con la certeza que se tiene en la psicosis respecto de las voces.

No obstante, siempre hay un límite y si efectivamente esta creencia lo tiene, concluye Lacan que “Creerla, es un estado, gracias a Dios, difundido, porque a pesar de todo eso hace compañía, uno ya no está solo. Y es en eso que el amor es precioso, raramente realizado, como todos sabemos, sólo dura un tiempo, y a pesar de todo está hecho por esto, que es esencialmente de esta fractura del muro donde uno no puede sino hacerse un chichón en la frente, si no hay relación sexual.” (R.S.I., Lección 21 de Enero de 1975)

En este sentido, el amor ya no podemos pensarlo idealizado a la manera del amor cortés o del amor romántico, sino como aquello que permite el lazo a un otro sexuado por la vía de los goces en tanto que semblante.

Si pensamos, entonces, que la mujer como síntoma de un hombre implica en cierto modo la emergencia de algo del decir posible del amor, ¿cómo entra en juego ese decir posible del amor?

Para ilustrarlo, he elegido un texto que para mí representa como pocos aquello que del amor en el encuentro sexual puede decirse, algo de la palabra de amor. Se trata del capítulo 68 de Rayuela (1963) de Julio Cortázar que se sirve del “gíglico”, ese lenguaje inventado presidido por el sinsentido, único capaz de evocar algo de lo indecible del amor para que en su lectura el lector alcance a tocar en el juego homofónico los vericuetos del encuentro amoroso fuera de toda referencia al significado. Precisamente porque la correspondencia del signo saussureano queda destruida este texto es capaz de resonar en el inconsciente de cada uno en el puro significante que funcionaría como semblante para hablar de la relación sexual que no existe. En el texto él y ella pueden encontrarse y decir en el resonar propio del sinsentido algo de su goce. Si bien este poema lleva por título el número de un capítulo dentro de Rayuela, la estructura misma de la novela no constituye algo fijo y el lector puede encontrarse con este capítulo en cualquier momento dependiendo de la entrada al texto que haya elegido. Rayuela plantea la lectura como una construcción del lector que rompe con los modelos e invita a que sea el azar, la contingencia o el deseo quien guíe al lector en su recorrido (representado en el propio juego de la rayuela que propone un viaje de la tierra al cielo). El poema además, al estar situado entre los llamados “capítulos prescindibles”, puede ser leído a su vez como el puente entre el lado de acá y el de allá, ese puente que en otro momento de la novela se presenta como el tablón que aspira a unir ambas orillas.

“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.” (Rayuela, J. Cortázar)

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AMOR DE HOMBRE. por Alberto Estévez
Que un tema no sea habitual para un discurso no significa necesariamente que no se reflexione acerca de él, pero seguro que aún de manera insuficiente. Amor de hombre no sólo es algo que refiera a unas jornadas, invita a plantear una cualidad, una diferencia, la distinción de este amor. Cuando recibí la tarea, pensé este amor del varón en su modalidad más problemática, el amor hacia el Otro, que para el discurso psicoanalítico es el Otro sexo.

Una existencia comandada por el falo trastorna, y deja como saldo impedimentos observables en la vida amorosa, en la que se trata de dar lo que no se tiene. A esto hay que sumarle el empuje al goce y la desaparición del lazo que promueve el discurso capitalista. ¿Pero esto nos permitiría concluir, más aún en nuestros tiempos, que al hombre le está vetada la posibilidad de amar?

La transferencia, que es otro nombre del amor, y concepto fundamental del psicoanálisis, nos da el índice de un registro que se computa como amor para el varón.

El hombre sólo dispone de un acceso a una mujer, el que le abre el objeto causa de su deseo, y esto dispone las piezas de la partida para él, deberá cruzar la línea en busca de a, que se encuentra del lado mujer; y afrontar el miedo que supone atravesar la cerca fálica que marca su territorio, su finis terrae, y adentrarse en el Otro contorno, atravesar la barra vertical que separa el lado macho del lado mujer en el cuadro de las fórmulas de la sexuación, y entrar en una circunscripción donde también hay estacas que delimitan, pero no-todo el suelo que se pisa. No pocos problemas para el varón.

Rehusar la alteridad es la tendencia del varón a la soledad; territorio de lo Uno, la serie de Unos como eslabones donde lo limitado y localizado, lo repetitivo, son sus valores. Medroso del agujero y al cobijo de la masturbación, el hombre escapa al enfrentamiento sexual reteniendo para sí, y embruteciéndose al dictado de su circuito autoerótico. Debe inventar un lazo, pero ciertamente, lo quiera o no lo quiera el amor, la relación sexual no se inscribe.

Un varón que responde a una estructura obsesiva propone que en su pareja hay algo que falla, y plantea en sesión su anhelo de obtener un plus de disfrute con ella, que a su pesar, dedica todo su tiempo a limpiar la casa y ocuparse de la hija de ambos. Se imagina, son sus palabras, el polvo ideal con otras, porque en relación al disfrute con su pareja, estima que se encuentran al 10%. Diferente sería, me aclara para que no me extravíe, haber conseguido tocar techo en lo que respecta a hacer el amor con su mujer.

¿Es posible no temer la diferencia sexual bajo el gobierno del falo? ¿No es una contradicción en sí misma hablar de alojar la falta cuando la lógica es la del tener? ¿Es obligado requisito la feminización del varón si hablamos de amor? Y si así fuera, ¿comportaría cierta desfetichización del objeto?

Todos los hombres no buscan suplir con el amor la relación sexual que no hay, porque lo que tampoco hay es ninguna necesidad del amor. Algunos de ellos siempre tendrán a la madre de su lado, y el socorro de su fantasma. Puede ser más que suficiente para rechazar el amor durante toda su vida.

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